La figura geométrica que lo definía era justamente el triángulo: tres lados, tres ángulos, tres caras, tres vértices.
El número tres para los esotéricos. La hora del reloj, la hora de la misericordia ó tal vez, la hora de la impiedad.
Y cuando miró el reloj pulsera blanco impecable sobre su piel canela perfumada con fresias y frutas frescas, daban las tres de la tarde en punto. Giro suavemente su cabeza sobre el hombro, en dirección al sol naciente y venía él. De pantalón de lino beige y remera blanca. Alto, erguido; a la cita como siempre. Dejando tras de sí una estela de perfume a pino recién mojado en el bosque y madreselvas. Dejando una estela de sabor amargo a encuentro entre sombras y nieblas…
Siempre serían tres.
El triángulo: figura perfecta de la geometría de las vidas paralelas eternas.