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Fruta fresca
Por Marisa
Avogadro
Estaban en el
centro de la mesa y esperaban que alguna mano se deslizara por la cera roja que
las cubría. Cada mañana que pasaba por ese cuarto las veía. Cada mañana era un
recuerdo constante de su presencia y su preferencia.
Se veían
vivas, se veían brillantes. Cerré los ojos e imaginé cómo mis dientes cortaban
trozos de hielos perfumados y sangrantes; frescos, que se mezclaban con el olor
de la primavera y las flores frescas. Cada vez había una herida más y un sabor
nuevo, pleno de energía.
Entre ellas y
yo, pensaba María, compartían tantas cosas. La vida, el rojo, las heridas, el
hielo eterno. También el aire fresco en constante movimiento.
Y se detuvo.
Las miró fijamente y decidió morder una. Llegó al final y se acabó la manzana;
mientras dos perlas negras la miraban fijamente.
Un esqueleto
quedaba en su mano o mejor dicho dos. Nuevamente las coincidencias. Ya no
quedaba fruta fresca.
Del libro:
“De colores, vida y decires”
Mtra.
Marisa
E. Avogadro
Mtra. Marisa E. Avogadro. Periodista y escritora argentina. |