Nuevas tecnologías...
y comunicación
RAZÓN Y
PALABRA, Número 2, Año 1, marzo-abril 1996
ÍNDICE.
I.- LOS ANTECEDENTES.
II.- TELEVISIÓN UNIVERSITARIA Y DESARROLLO NACIONAL.
III.- REFLEXIONES FINALES.
VI.- NOTAS.
A partir del surgimiento de la televisión en México
en la década de los años cincuentas, ésta
adopta el modelo comercial de desarrollo de la televisión
norteamericana y enmarca mayoritariamente su funcionamiento bajo
el régimen de concesión privada que conserva hasta
nuestros días. Es dentro de este esquema comercial que
la televisión mexicana se desarrolla y donde alcanza hasta
ahora su mayor dinámica de expansión e influencia
sobre la cultura nacional.
Contraria y paralelamente a esta realidad privada, aparece de
manera muy tardía, a finales de los años sesenta
la televisión pública en nuestro territorio. Su
lenta incorporación al panorama cultural de la nación,
provoca que ésta emerja y madure con una personalidad social
poco definida, con menor experiencia audiovisual, reducido apoyo
económico, bajo nivel de credibilidad en el auditorio,
proyecto cultural confuso, mayores presiones burocráticas,
menor cobertura geográfica de influencia, grandes contradicciones
en sus líneas de dirección, etc.
Complementariamente a las realidades anteriores aparece la televisión
universitaria en la década de los cincuentas para dar desde
las instituciones de educación superior otra respuesta
cultural a la población. Así esta emerge, como un
ensayo audiovisual con pocos recursos económicos, tecnológicos
y humanos que pretende ofrecer otras respuestas culturales al
auditorio y que rápidamente se desarrolla aportando grandes
contribuciones mentales para el crecimiento espiritual de nuestra
sociedad.
No obstante estas limitaciones con que nace el modelo público,
también podemos decir que en los últimos años
esta modalidad conquistó algunos avances en el terreno
económico, político, cultural, legal, organizativo,
tecnológico, creativo, etc. Sin embargo, pese a estos progresos
alcanzados también podemos afirmar, que salvo algunas excepciones,
la información televisiva que produjo y ha difundido este
proyecto de televisión a lo largo de las últimas
décadas y que todavía continua realizando en el
presente; no se ha dedicado sustantivamente a crear conciencia
sobre las principales necesidades que posee la población
mayoritaria del país y que debemos resolver para sobrevivir.
Es decir, pese a la existencia de estas dos importantísimas
infraestructuras culturales en el país, la pública
y la privada, observamos en términos generales que ambos
modelos no han contribuido sustantivamente al desarrollo de la
conciencia de la población frente a sus grandes conflictos
de crecimiento. Por ello, se puede pensar que la televisión,
tanto pública como privada, ha continuado desvinculada
del análisis sistemático de los grandes obstáculos
que impiden nuestro desarrollo nacional y de la difusión
constante de las posibles alternativas para cada rama de nuestro
crecimiento interno.
En este sentido, podemos decir que en general la televisión
sigue funcionando como cerebro colectivo divorciado de las necesidades
del cuerpo social, porque mientras vivimos cotidianamente una
profunda crisis socioeconómica, la televisión nos
orienta a pensar, prioritariamente, en el triple eje cultural
del consumo, los deportes y las ideologías del espectáculo;
y sólo ocasionalmente nos conduce a reflexionar y sentir
los problemas centrales de nuestra sociedad. Esto es, la problemática
nacional no pasa sustantivamente por la televisión, lo
cual ha provocado la existencia de un modelo de funcionamiento
esquizofrénico entre lo que difunde e inculca la programación
televisiva y las necesidades o realidades que se viven cotidianamente
en la sociedad mexicana.
De esta forma, podemos decir que como en un acto de magia que
se lleva a cabo ante los ojos de todos y el estupor de unos cuantos,
desde hace dos décadas a la fecha, la televisión
continúa realizando la hazaña verdaderamente fantástica
de ocultarle su país a los mexicanos (1).
Es por ello, que dentro de un marco de profundo agotamiento de
nuestro proyecto de desarrollo interno y de enorme cambio de nuestra
sociedad ante la incorporación a los procesos de globalización
mundial; debemos preguntarnos ¿Cuál es el sentido
que posee la existencia de la televisión de Estado en México
?. ¿Para qué queremos la televisión pública
en nuestra sociedad, cuando el esquema que domina en este nuevo
modelo de desarrollo neoliberal es el de la privatización
de todos los ordenes? ¿Cuál es el papel que puede
ejercer la televisión universitaria en nuestra sociedad?.
Para responder a la interrogante sobre cuál debe ser la
función social que tiene que desempeñar la televisión
universitaria en México de una manera profunda y no quedar
atrapados en la concepción hollywodense de ésta,
antes tenemos que tener presente la vinculación que existe
entre comunicación y desarrollo. Reflexionando sobre la
relación que se da entre comunicación, televisión
universitaria y desarrollo, podemos decir que el crecimiento entendido
como el mejoramiento general de los niveles de calidad de vida
de la población a través de la satisfacción
de sus necesidades básicas, es producto de un conjunto
de factores y procesos sociales complejos, dentro de los cuales,
el detonador de todos esos elementos es la adquisición
de conciencia sobre las realidades que se tienen que promover.
Esto significa, que para que se produzca un desarrollo material
de la sociedad antes se requiere generar un previo crecimiento
mental de la misma. De lo contrario, no existen condiciones apropiadas
para la gestación del desarrollo: el desenvolvimiento de
un país, parte de la evolución de su intelecto y
no de la multiplicación de simples acciones materiales.
Por ello, pensamos que la revolución más radical
de una sociedad se da a partir del momento en que los individuos
que la conforman modifican su concepción del hombre, del
mundo y de la vida y la llevan a la práctica. La evolución
de una nación empieza con su cambio cerebral y no con la
simple mutación material.
A su vez, el progreso del pensamiento parte del conocimiento que
nuestros sentidos adquieren de la realidad, y esto depende del
grado de información veraz y oportuna que se recibe de
ésta. De aquí, la importancia vertebral que ocupa
actualmente el papel de la producción, difusión,
almacenamiento y procesamiento de la información para la
superación de los conflictos de nuestra sociedad. Debemos
recordar que la distribución de información y de
cargas emotivas de nuestra sociedad es un insumo central que acelera
o retarda nuestro crecimiento colectivo: a mayor difusión,
organicidad y objetividad en la circulación de la comunicación,
mayor crecimiento de nuestra conciencia nacional y, por lo tanto,
avance de la República. No debemos olvidar que la distribución
de nueva información en el país, produce nuevas
formas de conciencia, que a su vez, generan frescos cambios conductuales
que transforman la nación.
Hay que considerar que la televisión es una gran excitadora
de nuestro cerebro y emotividad, y por lo tanto, de nuestra conciencia.
Por ello, la difusión sistemática de realidades
y afectividades sobre nuestros principales problemas nacionales
a través de la televisión universitaria, puede provocar
un avance cualitativo en el proceso de desarrollo de nuestra sociedad.
Sin embargo, es necesario tener presente que no es la simple cantidad
de difusión de información la que propicia el desarrollo,
como lo han señalado las tesis desarrollistas, sino la
calidad y organicidad que guarda ésta con respecto a las
prioridades de crecimiento que se requieren resolver (2). Por
lo tanto, para propiciar el desarrollo hay que crear y transmitir
aquellas informaciones que permitan relacionar nuestra toma de
conciencia con aquellos programas de acción concreta que
tiene instrumentados el aparato de gobierno y la sociedad civil
para crecer. De lo contrario, de muy poco servirá la generación
de conciencia social sobre nuestra problemática nacional,
a través de la televisión, si ésta no encuentra
una canalización específica mediante los proyectos
de trabajo de la sociedad y del Estado: la información
puede obrar como abono del cambio social, sólo si se coloca
en el campo cultural y social propicio para germinar.
De aquí, que para lograr el desarrollo de nuestro país,
más que producir y distribuir gigantescos torrentes indiscriminados
de información masiva sobre nuestros sentidos que lo que
ocasionan es el embrutecimiento y la enajenación de los
mismos, se debe elaborar una jerarquía de necesidades informativas
acordes con las prioridades de crecimiento que encara nuestra
sociedad en cada fase de evolución por la que ésta
atraviesa. Es dentro de este contexto de transformaciones que
la televisión, como el principal medio de comunicación
colectiva de nuestra civilización, ocupa un papel central
en el desarrollo de las mentalidades y sensibilidades, y por lo
tanto, en el desarrollo del país: hoy día la televisión
se ha convertido en el sistema nervioso fundamental del avance
o retroceso de nuestra cotidiana cultura nacional (3).
Por ello, aunque estamos conscientes que la televisión
no produce efectos automáticos sobre el auditorio. Que
no es una aguja hipodérmica que inyecta mecánicamente
sus contenidos en los cambios de la población. Que existen
múltiples formas de interpretar por parte del auditorio
los mensajes televisivos que recibe. Que por parte de los emisores
no existen efectos acabados sobre los auditorios como hemos creído
en años anteriores. Que no es omnipotente para producir
procesos mágicos. Que normalmente refuerza tendencias previamente
ya existentes en el seno de las comunidades. Que la conciencia
humana no solamente se produce por la acción simbólica
de la televisión, sino por un conjunto más amplio
de relaciones sociales y de redes culturales que impactan sobre
la inteligencia y la sensibilidad de los individuos. Que su efectividad
de convencimiento no depende totalmente de las imágenes
que se transmiten sino de otros procesos sociales complementarios,
etc. También sabemos que, a través de las propiedades
físicas que ha conquistado y de los hábitos culturales
que ha formado, la televisión cuenta con un alto margen
de eficacia persusiva comprobada para crear y cambiar las formas
de pensar y actuar en México.
En la actualidad hay que tener en cuenta que en nuestro país,
frente a la tradicional acción del sistema escolar y religioso,
la televisión se ha convertido en la principal red educativa
capaz de cambiar, con mayor rapidez y agilidad, los valores, las
actitudes, los hábitos y las conductas de los receptores.
En una idea, dirige la cultura cotidiana en cada sexenio de gobierno.
Es decir, la televisión se ha transformado en el principal
mediador cultural, a través del cual el Estado articula
ideológicamente a nuestra sociedad, convirtiéndose
en la principal organizadora colectiva de la historia moderna
de México.
Sin embargo, esta mediación central que ejerce la televisión
entre gobierno y sociedad, no significa, en ningún momento,
que la capacidad de persuasión que realiza sea omnipotentemente
eficaz para convertir en socialmente dominante cualquier mensaje
transmitido por ésta y mecánicamente doblegar las
conciencias y las acciones de todos los ciudadanos que son tocados
por ésta. La capacidad de convencimiento de la televisión
tiene límites de competencia muy precisos.
Empero, no obstante la existencia de diversos límites reales
en la tarea de mediación social que realiza la televisión
entre pueblo y gobierno, su capacidad de persuasión y de
movilización de la población en el país
ha sido tan eficiente en diversos momentos, que ha generado fuertes
fenómenos sociales de signos contrarios.
Es por ello, que a diferencia de la estrategia mercadológica
o hollywodense que concibe a los receptores como meros consumidores
reales o potenciales diferenciados por estratos de ingresos y
que ha sido enormemente asimilada por los modelos mexicanos de
televisión; nosotros pensamos que la función de
la televisión universitaria debe ser el comprender a sus
auditorios como complejos sectores humanos enmarcados por múltiples
problemáticas educativas, laborales, económicas,
habitacionales, étnicas, nutricionales, lingüísticas,
políticas, etc., que deben resolver para subsistir. Es
decir, deben ser abordadas como sectores que se encuentran en
distintas fases de su desarrollo económico, político,
social y cultural, y no como meros receptores pasivos de información
y de decisiones centrales.
Por consiguiente, dentro de esta perspectiva, la televisión universitaria
debe funcionar frente a sus públicos como tecnologías culturales
capaces de producir cargas informativas y atmósferas emotivas que puedan
generar conciencia para enfrentar las contradicciones que impiden su progreso.
En otras palabras, las televisoras universitarias deben actuar como instrumentos
culturales de desarrollo nacional y regional, a través de la distribución
de sensibilidades y conocimientos especializados por zonas de conflictos, y
no como empresas aisladas productoras de abundante información parasitaria
desvinculada de las urgentes necesidades municipales y estatales donde actúan.
Situación que ha sido enormemente demandada por los diversos grupos sociales
y políticos de la sociedad mexicana.
Esto implica que las televisoras universitarias como mediadoras
culturales entre el universidad y la sociedad, a través
de la elaboración y la difusión de diversas subjetividades
y sensibilidades sobre nuestros obstáculos de desarrollo,
deben gestar un ágil y permanente proceso de transformación
de las estructuras mentales de la población frente a los
grandes problemas nacionales y regionales que les impiden crecer.
Ello exige que las televisoras universitarias, en conjunto con
otros aparatos culturales, a través de su programación,
formen otra neocorteza cerebral de conocimientos y sentimientos
en el país que nos permita armonizar coherentemente nuestras
acciones colectivas como sociedad, con las urgentes necesidades
nacionales de crecimiento que hay que solucionar para prosperar.
Creemos que hoy día el mayor problema del país no
es el pago de la deuda externa, ni el alto desempleo, ni la aguda
inflación, ni la avanzada contaminación, ni la agobiante
carestía, ni la ausencia de vivienda; sino nuestra transformación
mental y emotiva como sociedad frente a nuestros conflictos de
crecimiento para poderlos resolver.
Por ello, nos preguntamos, ¿Si durante décadas la
televisión ha sido capaz de provocar nuestro cambio mental
y afectivo para optar por otro wisky, brandy, cigarros, perfumes,
automóviles, valores, creencias, etc.; por qué no
va a poder hacer cambiar nuestra mentalidad frente a los grandes
problemas de desarrollo que enfrentamos como país?. Por
lo mismo, es necesario analizar de qué manera las televisoras
universitarias pueden colaborar a producir en sus auditorios una
cultura de avance nacional y no de retroceso regional.
Esto requiere la creación de un nuevo proceso de educación
cotidiana de nuestras inteligencias y sentimientos para adquirir
a través de las televisoras, mayores márgenes de
claridad y sensibilidad colectivas sobre nuestras demandas de
desarrollo y sus respectivas salidas. Tenemos que pasar de aplicar
un proyecto televisivo narcotizante y fugaz, que en el mejor de
los casos informa sobre algunos hechos; a instrumentar un proyecto
de televisión universitaria que nos sensibilice sobre nuestras
necesidades de desarrollo y movilice a la sociedad en función
a la solución de las mismas. Ello implica producir para
cada momento de nuestro crecimiento una ecoconciencia que nos
permita abrir nuestros horizontes de conocimientos y sentimientos
individuales hacia una nueva macrovisión cósmica
que amplíe nuestros límites de lo posible y nos
permita regresar al ciclo vital de la vida y de la naturaleza
del cual velozmente nos hemos alejado tanto.
Esta moderna acción de reeducación cotidiana, exige
reducir la enorme distancia que actualmente existe entre la información
y la afectividad que producen las televisoras universitarias,
con las necesidades de desarrollo que enfrenta nuestra sociedad
para afianzarse como nación. La televisión universitaria
tiene que convertirse en un instrumento que active el desarrollo
de la sociedad y que no lo retarde: la televisión universitaria
nos puede hacer dar pasos de avance infinitos en la ampliación
de nuestra conciencia a ritmos más acelerados que los que
se han logrado en décadas anteriores, para llegar a ser
una sociedad superior y no una simple masa inferior de habitantes.
Por ello, hay que recapacitar que salvo los problemas que nos
impone la dinámica de la naturaleza como son las inundaciones
en el Bajío, los terremotos en el Valle de México,
las heladas en la frontera norte, las plagas en el Golfo, las
sequías en las zonas áridas, los huracanes en las
costas, etc., el resto de los problemas que tenemos en nuestra
sociedad, como la creciente pobreza, la fuerte desnutrición,
las altas tasas de natalidad, la destrucción ecológica,
la arraigada corrupción, la macro concentración
urbana, el aniquilamiento de especies animales, el uso irracional
de recursos energéticos, el acentuado alcoholismo, el grave
desempleo, la seria farmacodependencia, etc., son realidades producidas
por la mente del hombre y que pueden modificarse en la medida
que se corrijan nuestras estructuras cerebrales y afectivas como
sociedad. Es decir, aunque aparentemente todas estas contradicciones
surgen por procesos políticos, por formas de organización
social, de tendencias históricas, de modelos de producción,
de herencias materiales, de determinaciones económicas,
de desequilibrios entre campo y ciudad, etc., en última
instancia, todos estos hechos parten de las visiones profundas,
que los individuos poseen sobre el hombre, el mundo y la vida.
Por lo mismo, frente a este panorama, es necesario subrayar que
son situaciones que no nos imponen las fuerzas naturales, sino
que las genera el entendimiento deformado de los mexicanos. Por
ello, insistimos que en nuestro país podrá existir
progreso tecnológico, aumento de riqueza, expansión
material, incremento de las comunicaciones, perfeccionamiento
científico, reagrupación política, modernización
social, etc., pero si no hay transformación de nuestras
estructuras psíquicas, finalmente, no hay avance de nuestra
sociedad. De aquí, la trascendental importancia de educar
y modificar nuestras bases de inteligencia para crecer como país.
Para esto, contamos en nuestra sociedad con el aparato educativo
tecnológicamente más desarrollado y perfeccionado,
hoy día, que es la televisión.
En la construcción de esta alternativa es importante tener
presente que la clave para producir este nuevo proyecto de cultura
nacional a través de la televisión universitaria,
no consiste en sólo generar programas de nacionalidad mexicana
y ya no importar contenidos, es decir, mexicanizar la pantalla,
pues podemos producir todas las horas visuales que deseemos sin
alcanzar avances en la formación de nuestra conciencia
nacional. Lo que se requiere para crecer es elaborar una programación
audiovisual que colabore a cambiar nuestras conductas colectivas
sobre los grandes conflictos de desarrollo que encaramos.
Por lo anterior, creemos que una televisión universitaria
que no fomente en población un permanente proceso emotivo
y racional que nos conduzca al análisis y a la autocrítica
para regresar a nosotros mismos como personas, como familia, como
barrio, como delegación, como municipio, como estado, como
región, como cultura, como nación y como humanidad,
es una televisión que no generará un avance en sus
auditorios, pues propiciará que nuestra conciencia y afectividad
se continúe evadiendo de la realidad concreta sin enfrentar
los obstáculos que debemos asimilar para superarlos y crecer.
Esto fomentará que la energía colectiva del país
se continúe perdiendo a través de los ciclos ideológicos
del desperdicio mental que erosionan salvajemente la formación
de nuestra identidad nacional, y por consiguiente, prosiga el
derroche de este monumental recurso psíquico de la sociedad
para construir una nueva fase de la nación: nuestra energía
mental.
Ante ello, nos cuestionamos ¿De qué nos servirán
los desarrollados ojos tecnológicos que construirá
la televisión universitaria si a través de esta
no podemos mirar a México, ni tampoco nuestro interior
?. El continuar conservando la opacidad de nuestra conciencia
colectiva frente a nuestros fuertes conflictos de crecimiento,
prolongará la confusión y el debilitamiento de la
marcha de la sociedad, pues evitará la atención
de su malestar interno impidiendo su progreso. Hay que considerar
que los problemas de nuestra sociedad únicamente podrán
ser resueltos en la medida en que colectivamente adquiramos conciencia
racional y emotiva de su existencia y no en el porcentaje que
los olvidemos. Por ello, la televisión universitaria debe
optar por la vida y no por la muerte del país: si no forma
conciencia sobre los conflictos nacionales, se inclina por la
muerte de nuestra sociedad.
Ahora bien, siendo que la televisión no puede propiciar
de un sólo golpe la evolución de todos los cuadros
mentales que existen en el país, sino sólo la transformación
de algunos, esto exige la elaboración de una estrategia
cultural muy precisa para determinar cuáles son aquellas
áreas mentales vitales, cuyo avance se tiene que fomentar
para generar un desenvolvimiento integral de la nación.
Para evitar un derroche de esfuerzos en la producción de
esta estrategia, que es un tarea sumamente amplia y compleja de
realizar, debemos partir de una economía muy estricta de
reflexión y acción.
La guía de este análisis debe estar conducido por
la claridad que aporten las siguientes tres preguntas: 1) ¿
Cuáles son las necesidades de desarrollo que hoy en día
enfrenta la sociedad mexicana?; 2) ¿Cuáles son los
actuales procesos sociales a través de los que se está
originando el cambio fundamental de nuestro país?; y 3)
¿Cuáles son los mapas mentales que están impidiendo
el avance del conjunto de la sociedad mexicana y cuya transformación
puede provocar un efecto multiplicador que acelere el progreso
de ésta?.
Creemos que la conjunción de estas tres vetas del pensamiento
y acción confluyen en la ejecución de una sola labor:
la localización de los grandes problemas nacionales que
actualmente impiden el progreso de nuestra sociedad. Es por ello,
que frente a esta situación debemos cuestionarnos qué
deben y qué pueden hacer las televisoras de universitarias
para propiciar la resolución de los principales conflictos
estructurales de nuestro desarrollo.
Hasta el momento podemos decir, que en términos generales,
la información que ha elaborado y diseminado la televisión
nacional, básicamente ha surgido de los intereses espontáneos,
de la presiones burocráticas, de los requerimientos coyunturales,
de las "relaciones amistosas", de decisiones improvisadas,
del "estado de ánimo" de los conductores, de
propuestas experimentales, de la lógica del jefe, de las
extremas presiones de tiempo que imponen la producción
televisiva, de intuiciones "creativas", de oportunidades
comerciales, de "compromisos contraídos", etc.,
pero no ha emanado el examen profundo y sistemático de
las necesidades estructurales que enfrenta y requiere satisfacer
el proyecto de crecimiento de la nación. De aquí,
el gran abismo que se ha producido entre la cultura televisiva
que han inculcado las instituciones audiovisuales y las deprimidas
condiciones de vida que soporta la población mayoritaria
de los municipios del país.
Para evitar caer nuevamente en esta gravísima desviación,
es imprescindible, por una parte, que las televisoras universitarias
planifiquen orgánicamente la elaboración de su información
audiovisual a partir del diagnóstico de las principales
carencias que requiere resolver cada zona de desarrollo de la
Nación. En otras palabras, a través de las televisoras
y otros medios de comunicación se deben producir distintos
paquetes emotivos e informativos envueltos en todos los géneros
audiovisuales atractivos (telenovelas, mesas redondas, series
informativas, programas grabados, películas, series de
concursos, videos espectaculares, etc.) cuyos contenidos generen
una base de sensibilidad y conciencia que permita enfrentar las
diversas urgencias que encara cada comarca de la República
Mexicana. Esto significa, que hay que elaborar a través
de la televisión universitarias nuevas políticas
de programación, y por lo tanto, de educación formal
e informal de los públicos, que partan de la localización
de los conflictos que determinan la vida de los auditorios.
Por otra parte, para abordar el progreso del país desde
la televisión universitaria hay que generar con anticipación
a la presencia de los conflictos, un cotidiano proceso educativo
de evolución de las mentalidades y no esperar a que las
contradicciones alcancen dimensiones críticas y desproporcionadas
para que sean consideradas por las políticas informativas
de las televisoras. Desafortunadamente, ésta ha sido la
tónica de funcionamiento generalizado que ha seguido la
televisión mexicana: la sensibilización de la población
a través de la programación va enormemente rezagada
de las inminentes necesidades de desarrollo que hay que solucionar,
y éstas se encaran, sólo posteriormente cuando son
realidades que adquieren proporciones alarmantes que ya son difíciles
de controlar por los órganos de gobierno establecidos.
Por ejemplo, el caos ecológico no se abordó en sus
orígenes a través de la televisión, sino
que hasta que alcanzó la proporción de inversiones
térmicas que redujeron la presencia del oxígeno
para nuestras vidas. El problema del crecimiento demográfico
no se enfrentó en sus principios, sino hasta que la concentración
humana en manchas urbanas exigió la urgentísima
planificación natal. La descentralización nacional
no se planteó en los comienzos de la aglomeración
social, sino hasta que la aguda falta de dotación de servicios
y empleo en las ciudades exigió volver los ojos al interior
del país. El desperdicio del agua no se abordó en
su nacimiento, sino hasta que se agotaron los mantos acuíferos
que nos dan la vida. La formación de una mínima
cultura antisismos para el Valle de México, requerida desde
hace décadas por ser muy vulnerable esta región
ante los movimientos telúricos, se ha preparado raquíticamente
sólo después de los devastadores terremotos del
19 y 20 de septiembre de 1985. La generación de una amplia
cultura sexual que incluyese el empleo de preservativos y otros
métodos preventivos para evitar el embarazo y el contagio
de enfermedades venéreas, requerida urgentemente desde
principios de siglo, no se impulsó televisivamente a partir
del surgimiento de este moderno medio de comunicación en
los años cincuenta, sino hasta 1988 cuando apareció
la moderna peste negra del siglo XX: el SIDA. El llamado a la
solidaridad económica no se convocó ante los permanentes
abusos de la clase gobernante, sino cuando la inflación
llegó al 160% anual de deterioro del poder adquisitivo.
De lo contrario, de no efectuarse esta urgente estratégica
racionalización de flujo televisivo, se seguirán
produciendo monumentales volúmenes cotidianos de información
innecesaria que no se relaciona con las exigencias subjetivas
que requieren adquirir los públicos para resolver sus contradicciones
materiales y desvían y atomizan las conciencias, evitando
el avance social de los mismos, con su consecuente retroceso humano.
Así, por ejemplo, "la radiodifusión comercial
continuará destinado más de sus dos terceras partes
de información al entretenimiento, el 10% a los programas
educativos y orientadores y el 5% a tareas publicitarias"
(4).
Ante esta realidad, nos preguntamos ¿Qué sentido
tiene el que la televisión pública y privada inunde
de 110 horas diarias, 770 horas semanales y 3,080 horas mensuales
los hogares mexicanos?. ¿Qué le deja a la maltrecha
sociedad mexicana la importación de miles de contenidos
visuales?. ¿Qué le deja al país la difusión
masiva de tanta información desvinculada de nuestros principales
problemas nacionales?.
En la actualidad, nuestra República cuenta con la infraestructura
de telecomunicaciones suficientes para provocar este avance de
la sociedad mexicana. Por ejemplo, desde 1921 hasta la fecha la
industria de la radiodifusión ha crecido a un ritmo de
7.7% anual que es una tasa superior a la de la expansión
demográfica en este periodo. Incluso ha sido mayor a otras
ramas de la comunicación más estratégicas
para el desarrollo económico del país como son los
ferrocarriles que en 77 años, es decir, desde la época
postrevolucionaria de 1920 a la fecha sólo ha crecido un
25% con un tendido de 5 mil kilómetros de vías férreas
(5).
Esta expansión vertiginosa de las telecomunicaciones ha
generado en 60 años en el terreno material, una gigantesca
capacidad instalada de 16 mil cien kilómetros de microondas
con 224 estaciones repetidoras y 110 terminales; dos satélites
de difusión doméstica, el Morelos I y II (están
por instalarse el nuevo sistema de satélites llamados "Solidaridad")
con 205 estaciones terrenas para televisión y radio (de
las cuales 13 son estaciones transreceptoras) y 27 más
en proceso de instalación; 875 estaciones de radio de las
cuales 665 son de Amplitud Modulada (25 son culturales) y 200
de Frecuencia Modulada (11 culturales); 192 estaciones de televisión
de las cuales 78 funcionan en convenios con empresas privadas
y 111 son operadas por los gobiernos de los estados o patronatos
locales; 4 canales de cobertura nacional (2, 5, 7 y 13); 72 sistemas
de televisión por cable, más de 16 mil videoclubes,
40 empresas dedicadas a la producción del video, y más
de 3 mil 500 salas cinematográficas con la presentación
de aproximadamente mil 500 funciones diarias en el país
(6).
En el campo de la formación de recursos humanos en comunicación,
contamos con más de 60 escuelas de información,
15 mil docentes especializados en esta área, 30 mil alumnos
y más de 100 mil profesionales formados de esta rama en
toda la República.
Es por ello que, a principios de siglo, por la incipiente expansión
de las comunicaciones masivas no podíamos adquirir rápidos
y nuevos estados de conciencia colectivos que nos permitieran
evolucionar aceleradamente por los rumbos que exigía el
cambio global de la sociedad prerrevolucionaria. Fueron los procesos
de comunicación lentos y aislados los que, poco a poco,
en la medida en que entraron en contacto unos con otros y se fecundaron
entre sí, los que gestaron la visión de un cambio
profundo de la sociedad mexicana que dio origen a la Revolución
de 1910.
Sin embargo, al contrario, ahora en 1995 contamos con un avanzadísimo
sistema de telecomunicaciones electrónicas que pueden provocar
una sistemática sensibilización a domicilio de las
conciencias para crear las mutaciones necesarias que requiere
producir el urgente proyecto de sobrevivencia de la sociedad mexicana.
Por lo mismo, estamos convencidos que las condiciones tecnológicas
y de formación de recursos humanos para el cambio espiritual
del país ya están dadas. Lo que queda ahora es efectuar
el trabajo político para lograr la reorientación
del contenido de tales avances electrónicos para impulsar
el urgente salto mental que requiere nuestra sociedad.
Creemos que de nada servirá el enorme esfuerzo administrativo,
político, de innovación tecnológica, de capacitación
de cuadros humanos creativos, de organización, de movilización,
etc., que exige el nuevo proyecto de televisión pública,
si toda esta infraestructura no es enfocada al cambio de nuestra
mentalidad sobre los grandes problemas nacionales. Si la televisión
universitaria no sirve para esto, nos preguntamos ¿Qué
sentido puede tener su presencia en el país?. Si la televisión
sólo colabora a entretener, divertir, informar pero no
contribuye a la transformación humana de la población
¿Qué la puede justificar? Si la televisión
no crea mayores niveles de conciencia colectiva sobre las trabas
que impiden nuestro desarrollo, ¿Cómo defender la
ampliación tecnológica que durante más de
50 años ha logrado el Estado Mexicano a través del
tejido televisivo para llegar a la recámara, la sala y
la cocina de todos los hogares mexicanos?. Si no es útil
para estos fines ¿Por qué no dar paso entonces a
otras relaciones de comunicación más vitales como
son el encuentro familiar y los vínculos personales que
tanto ha desplazado la presencia de la televisión?.
Pensamos que en este periodo de transformación acelerada
por el que atraviesa nuestra sociedad, el único sentido
que fundamenta la existencia de la televisión universitaria,
es el aprovechar al máximo su gran potencial pedagógico
para producir mayores niveles de conciencia colectiva sobre nuestras
problemáticas, que nos sirvan para organizar a los municipios
y delegaciones del país de forma que permitan recobrar
los hilos del proyecto nacional perdidos y aminoren la crisis
global que nos desintegra como Nación. Por lo anterior,
creemos que la razón de ser de la televisión universitaria
y si alguna justificación tiene la presencia del Estado
en ésta, es la de colaborar a través de ella a conocer
y sentir más nuestro país para adquirir mayores
niveles de claridad que nos permitan hacerlo progresar y no desmovilizar
y dispersar a la sociedad a través de la permanente diversión
espectacular y el entretenimiento fugaz.
Tenemos que entender que el monumental esfuerzo material que ha
hecho la sociedad mexicana durante más de 50 años
para desarrollar el sistema nervioso televisivo del país,
no ha sido para destinar este estratégico recurso cultural
para la simple promoción publicitaria o el esparcimiento
nocturno, sino para enfocar estas herramientas para la educación
y transformación mentales del país frente a sus
grandes conflictos de crecimiento, uno de los cuales, en un porcentaje
mínimo, es el entretenimiento.
Por lo anterior, consideramos que con la misma cantidad de técnicas,
los mismos estudios, la misma iluminación, los mismos desayunos,
el mismo presupuesto, los mismos memorándums, la misma
saliva, las mismas calorías, etc., que se dedican, hoy
día, para producir la actual televisión mayoritariamente
parasitaria, se puede generar una nueva programación que
propicie el desarrollo del país: la información
de contenido social genera la superación de nuestra sociedad
y la comunicación de fuga de la realidad produce el retraso
de nuestra Nación. En el presente, lo que le falta al Estado
Mexicano para lograr a través de la televisión este
avance mental de la sociedad frente a su crisis de desarrollo
son dos cuestiones: por una parte, la elaboración de una
nueva concepción de la función orgánica que
deben ejercer los aparatos audiovisuales frente a las exigencias
del crecimiento social. Y por otra, la presencia de una nueva
voluntad política para lograrlo.
En la actualidad, pensamos que en el terreno informativo hemos
avanzado mucho en la innovación de nuevas tecnologías
de comunicación, en la forma especializada de cómo
transmitir los datos, en la manera de cómo abordar casi
exhaustivamente la vista y el oído a través de imágenes
y sonidos, en la capacitación de cuadros altamente profesionales,
etc.; pero el gran problema es que todavía no sabemos cómo
utilizar los canales de difusión para contribuir a resolver
los grandes conflictos que encaramos en cada fase de nuestra evolución
histórica. Por ello, creemos que el proyecto de modernización
de la televisión de Estado, enormemente solicitado por
los sectores mayoritarios y representativos de la sociedad mexicana,
no provendrá de la adquisición de nuevas computadoras
visuales para descomponer el color, de la incorporación
del sonido estereofónico a la señal auditiva, del
aumento de la cobertura televisiva, del enlace instantáneo
de la señal a todos los rincones de los municipios, de
la introducción de nuevos lenguajes visuales en la pantalla,
de la modificación del logotipo de la imagen, etc., sino
en la medida en que la televisión de Estado aborde el cambio
de nuestras culturas cotidianas frente a los grandes problemas
del país.
Por lo mismo, insistimos que considerando que la televisión
es la principal red educativa que existe en nuestra sociedad,
la pregunta central sobre ésta no es cómo renovarla
a través de la incorporación de nuevas tecnologías
sino el indagar cómo aprovecharla para la transformación
mental de nuestra sociedad ante sus principales obstáculos
que le impiden crecer. La modernización del país
no se logrará si no se construye a través de la
televisión una nueva cultura ante nuestros dilemas de crecimiento.
Si los medios de comunicación y en especial de la televisión
no optan por la superación de los conflictos del país,
nos cuestionamos ¿Por qué la sociedad mexicana deberá
seguir pagando el funcionamiento parasitario de éstos?.
La sociedad civil necesita despertar de la oscuridad mental en
la que hemos permanecido muchas décadas y que nos ha impedido
tomar conciencia de que, bajo cualquiera de las dos formas de
financiamiento tradicional de los medios, el mercantil o el subsidio
público, finalmente, su funcionamiento lo pagamos los receptores.
Por el publicitario, porque el monto que se invierte en este rubro
es cargado por la empresas como costo de producción al
precio último de los productos que pagamos los consumidores.
Por el subsidio gubernamental, porque proviene del erario público
que se forma de los impuestos que aportamos los ciudadanos. Por
lo tanto, la operación de los medios de comunicación
en el país, bajo una u otra modalidad, siempre la pagamos
los espectadores. Por ello, la televisión tiene la obligación
irrenunciable de atender las necesidades de elevación del
nivel de vida de sus auditorios.
Sintetizando, podemos decir que de no diseñarse las políticas
de comunicación de las televisoras universitarias desde
los principales conflictos que obstaculizan el desarrollo del
país, se volverá a vivir la profunda contradicción
existente entre la cultura nacional y el proyecto de desarrollo
global que se ha arrastrado en las últimas décadas.
Cada uno se disparará por senderos distintos: la cabeza
social avanzará por un lado y el cuerpo por otro, aumentando
rápidamente, con ello, la descomposición de nuestra
sociedad. No podemos olvidar que la superación de la crisis
nacional que nos enmarca, requiere la producción de un
nuevo eje cultural, y éste en nuestro país, creemos
que en este sexenio podría girar alrededor de la renovación
de los medios de comunicación nacionales, especialmente
de la televisión.
Por todo el panorama anterior, consideramos necesario remarcar
que ante el proceso de desmembramiento agudo que vive nuestro
país, la televisión no puede seguir funcionando
con los esquemas de relativa estabilidad social de hace 40 años.
Hoy tenemos que pensar cómo la televisión universitaria
nos puede ayudar a dar un salto mental cualitativo de 50 años
hacia delante que nos permita madurar como sociedad y nos ahorre
los enfrentamientos, los sufrimientos y las luchas que se vislumbran
para las próximas décadas de la historia de México.
Sabemos que ante el funcionamiento autoritario, la estructura
vertical, la dinámica improvisada, el perfil eminentemente
mercantil, su gestión mayoritariamente acrítica,
su vinculación inorgánica con las necesidades prioritarias
de nuestra sociedad, su alto centralismo que caracterizan la operación
de la televisión en México, esta reflexión
supone la realización de una gran empresa; pero también
sabemos que es el desafío elemental del rescate y conservación
de la vida por la cual tiene sentido luchar apasionadamente.
* Para la elaboración de este texto he tomado algunas ideas
de dos de mis siguientes trabajos: Hacia la primavera del espíritu
nacional. Propuesta cultural para una nueva televisión
mexicana, Fundación Manuel Buendía y Programa Cultural
de las Fronteras, México D.F., 1989; y La televisión
mexicana ante el nuevo modelo de desarrollo neoliberal, Fundación
Manuel Buendía y Programa Cultural de las Fronteras, México
D.F., julio de 1991.
Regreso
(1) Caballero, Virgilio; Cultura y medios de comunicación,
ponencia presentada en el Foro sobre Cultura Contemporánea,
documento sin datos, México D.F., 1989.
Regreso
(2) Para revisar como no es la cantidad de información
que se arroja a la sociedad, vía las viejas y nuevas tecnologías
de comunicación, lo que provoca el desarrollo social, consultar
nuestro trabajo El sistema Morelos de satélites y su impacto
en la sociedad mexicana, V Encuentro Latinoamericano de Facultades
de Comunicación Social, Bogotá, Colombia, 6 al 10
de octubre de 1986, p.29.
Regreso
(3) Para comprender porqué la televisión se ha convertido
en el principal medio de comunicación en la sociedad contemporánea,
consultar nuestro trabajo Los medios de comunicación y
la construcción de la hegemonía, editorial Nueva
Imagen-Centro de Estudios Económicos, Políticos
y Sociales del Tercer Mundo (CEESTEM), México, D.F.
Regreso
(4) Jiménez Espriu, Javier; Panorámica y perspectivas
de la radiodifusión en México, Secretaría
de Comunicaciones y Desarrollo Tecnológico (SCT), Primer
Encuentro Latinoamericano y del Caribe de Radio y Televisión,
México 1986, Guadalajara, Jalisco, 30 de octubre de 1986,
pp. 4 y 5.
Regreso
(5) De 1910 a la fecha la red de trenes sólo creció
5 mil kilómetros, Excélsior, 10 de febrero de 1987.
Regreso
(6) Los medios de difusión masiva tienen un papel central
en la renovación, Excélsior, 16 de noviembre de
1986.
Regreso