|
Por Víctor Montoya
Número 24
No sé
exactamente por qué me llaman la atención las serpientes,
quizás sea porque me trae a la mente una serie de asociaciones
relativas a la maravilla y el peligro, o, simple y llanamente, porque
todavía me persigue la imagen espeluznante de esa serpiente
que vi sobre los rieles del ferrocarril de Orcoma, un pueblo valluno
donde viví de niño. La serpiente, gorda como el tronco
de un árbol, yacía dividida en tres partes bajo el
sol que caía inundando la tarde. Los curiosos, quienes se
dieron cita desde las horas de la mañana, hicieron un ruedo
para contemplar de cerca ese animal que perdió la vida entre
las ruedas herrumbrosas de la locomotora. Yo me abrí paso
entre la gente y, a poco de salir adelante, me enfrente a una realidad
que me hizo erizar los pelos, pues la serpiente tenía la
cabeza del tamaño de un cordero, los dientes ganchudos en
la mandíbula superior y unas rayas negras que le cruzaban
a lo largo del lomo; era una serpiente enorme, tan enorme que cuando
los pobladores, cuchillos y machetes en mano, se dieron a la tarea
de descuartizarla, se supo que el carnicero del pueblo no pudo vender
su mercadería por el lapso de varios días.
Desde entonces, la imagen de esa
serpiente se negó a abandonarme. Se metió en mis sueños
con una nitidez escalofriante, persiguiéndome con toda su
ferocidad y belleza, como si de veras formara parte de mi cuerpo.
Lo cierto es que tampoco puedo ni quiero olvidarla, así me
siga espantando como cuando miraba a los diablos en el Carnaval
de Oruro, donde los danzarines, imitando a los demonios del infierno,
lucían serpientes en las máscaras, con una ferocidad
semejante a la cabellera de Medusa, cuyos ojos tenían el
poder de convertir en piedra todo lo que miraba. Asimismo, la máscara
de diablo que le regalaron a mi madre, y que ella colgó como
adorno en la pared del cuarto, me causaba un miedo acosador por
las noches, sobretodo a la hora de dormir, porque me lo encontraba
en los laberintos del sueño, empujándome a un abismo
iluminado por lo fantástico y diabólico.
Después supe que la serpiente
fue la tentadora del género humano, pues según la
versión bíblica, cuando el mundo estaba todavía
vacío, Dios dijo: Que se haga la luz, que se haga el agua
y que se hagan los animales en la tierra, en el aire y en el agua.
Después creó al hombre de un montoncito de tierra,
le dio vida con su divino aliento, le quitó una costilla
y con ella hizo a la mujer, quien fue tentada por la serpiente que
le dio de comer la fruta prohibida del Paraíso. Una vez que
Adán y Eva se hicieron pecadores por comer del árbol
del saber del bien y del mal, fueron echados del jardín del
Edén y condenados a errar por el mundo. Pero como Dios no
estaba conforme con el pecado original en el cual incurrieron las
criaturas hechas a su imagen y semejanza, condenó a Eva a
ser la sirvienta del marido y a soportar con dolor la gestación
y el parto, mientras que a la serpiente, criatura maligna del demonio,
le dijo: "Tú eres la más maldita entre todos
los animales, polvo comerás y sobre tu vientre irás
por el resto de tu vida
".
Pero mayor fue mi temor cuando supe
que en la Biblia existían otros animales cornudos, como en
el relato del Apocalipsis, donde el dragón está simbolizado
por un monstruo parecido a una serpiente con muchos cuernos, que
mata y devora a todos los otros animales, además rebelarse
contra la palabra de Dios y enfrentarse al arcángel San Miguel,
quien lo vence en un feroz combate y lo expulsa del reino de los
cielos. Asimismo, en sentido alegórico, se dice que una mujer
vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, es amenazada por
un dragón con siete cabezas y diez cuernos, el cual con su
cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo. La mujer
da a luz un hijo a quien el dragón espera devorar. El niño
es arrebatado al cielo, a donde es aparentemente seguido por el
dragón, puesto que encontramos al dragón envuelto
en una guerra contra San Miguel y sus ángeles en el cielo.
La guerra termina con el triunfo de San Miguel. El dragón
es expulsado, cae a la tierra, persigue a la mujer, y no pudiendo
atraparla, lanza de sus venenosas mandíbulas un río
de agua para arrastrarla; pero la tierra se abre, el agua se hunde
dentro de la grieta, y la mujer se salva.
Los dragones, aunque parecen ser
cuadrúpedos, no dejan de ser reptiles. La palabra griega
que los designa (drakon) también significa serpiente. La
serpiente cornuda aparece en la alquimia latina del siglo XVI como
"cuadricornutus serpens" (serpiente de cuatro cuernos),
símbolo de Mercurio y antagonista de la Trinidad cristiana.
Después están los dragones alados de la mitología
asiática, donde este animal fabuloso, que tiene patas, cuernos
y cola de saurio, es tenido por divinidad del bien, pero también
temido como Pitón; la serpiente monstruosa que, según
cuenta la leyenda griega, tenía cien cabezas y cien bocas
que vomitaban llamas, y que, aun siendo el guardián del viejo
oráculo de la Tierra en la fuente de Castalia, fue muerto
por las flechas de Apolo en el monte Parnaso, a cuyo pie se alzaban
la ciudad y el templo de Delfos, donde Apolo, el joven héroe,
de larga cabellera y rara hermosura, presidía el concierto
de las Musas, a quienes consagró su vida y su gloria.
Así transcurrió mi
infancia, hasta cuando llegó el día en que me vi asaltado
por una nueva experiencia; la experiencia de la curiosidad y el
aprendizaje. En el colegio entré en contacto con las aventuras
de "El principito", de Antoine de Saint-Exupéry,
el dibujante, escritor y piloto francés que, durante la Segunda
Guerra Mundial, desapareció misteriosamente a bordo de su
aeroplano. Cuando éste tenía seis años de edad,
contempló la ilustración de una serpiente-boa que
se tragaba una fiera salvaje; un impacto visual que no sólo
le hizo reflexionar sobre las aventuras y los peligros de la selva,
sino que también le motivó a dibujar una serpiente-boa
engullendo a un elefante. Empero, el día que les enseñó
su "obra maestra" a los adultos, preguntándoles
si acaso les asustaba su dibujo. Ellos, metidos en su mundo lógico
y racional, le contestaron al unísono: "¿Por
que habrá de asustarse de un sombrero?". Entonces Saint
Exupéry, extrañado por el modo de razonar de los adultos,
intentó explicarles que su dibujo no representaba un sombrero,
como parecía a simple vista, sino una serpiente-boa que digería
un elefante.
De modo que la serpiente no sólo
era el símbolo del mal, sino también una imagen emblemática
del saber y la fuerza, con la que se identificaban muchos pueblos
primitivos, y el símbolo de la moderna química orgánica,
puesto que el químico alemán August von Stradonitz
Kekulé, investigando la estructura molecular del benceno,
soñó con una serpiente que se mordía la cola;
una imagen onírica que le permitió deducir que la
estructura del benceno era un anillo cerrado de carbono.
Más adelante supe que las
serpientes, al menos en ciertas culturas, eran consideradas animales
domésticos y adoradas como dioses. En el México precolombino,
por ejemplo, se adoraba a Quetzalcóatl, la divinidad de los
aztecas, la serpiente engastada en preciosas plumas de quetzal,
que un día se embriagó e incurrió en el pecado
de la carne; y al morir, quemado en una hoguera, su corazón
ascendió al cielo identificándose con la estrella
Venus, mientras sus cenizas se alejaron en una balsa de culebras
por la ruta de los volcanes, prometiendo volver otro día
por donde nace el sol, con la felicidad en sus alas y la venganza
en sus escamas.
El dragón de la mitología
china, a diferencia de los dragones de la mitología occidental,
no echaba llamas sino nubes por la boca; tenía la cabeza
de camello, los cuernos de ciervo, los ojos de demonio, las orejas
de buey, el pescuezo de serpiente, la piel escamada, la panza parecida
a las ostras, las patas de tigre y las garras de águila.
No obstante, en el mundo mitológico se lo representaba con
propiedades humanas. Su elemento principal era el agua y poseía
poderes sobrenaturales sobre la lluvia y los ríos, los lagos
y las tormentas. El dragón, en su función de espíritu
protector, formaba parte del mundo de los inmortales y mantenía
relaciones con los dioses, quienes lo usaban para cabalgar por los
cielos.
Si el león era el símbolo
de las monarquías europeas, el dragón era el símbolo
de los emperadores chinos, quienes se retrataban sentados sobre
él y acompañados del ave Fénix, que simbolizaba
a las emperatrices. El dragón pasó a formar parte
de la vida cotidiana de los pueblos asiáticos; en su honor
se celebran fiestas cada quincena del primer mes del año
y en su honor se representa "la danza del dragón",
una antigua tradición que se conserva viva hasta nuestros
días.
Así, al descubrir que la
serpiente tenía otras connotaciones en las culturas y religiones
ajenas a Occidente, me puse a pensar en que la versión bíblica
no era la única ni la más sagrada. Pero mayor fue
mi sorpresa al saber que entre las tribus del Amazonas, donde los
hombres viven en simbiosis con la naturaleza y respetan la vida
de los animales como a su propia vida, existen chamanes que aseveraban
haberse encontrado con el espíritu de las serpientes muertas,
como cuando Hamlet se encontró con el espíritu de
su padre en uno de los afamados dramas de Shakespeare.
En la actualidad, la creencia de
que las serpientes son animales de mal augurio y criaturas del demonio,
ha dejado de tener sentido; sobretodo desde cuando los zoólogos
empezaron a construir los terrarios para exhibirlos como "especies
raras pero no peligrosas". Ayer mismo estuve en el terrario
de Skansen, en Estocolmo, donde vi de cerca a una hermosa serpiente
que, arrastrándose lentamente en su hábitat artificial,
me dirigió una mirada triste, como diciéndome: Aquí
me tienen, arrancado de mi medio natural y metido en esta caja de
cristal, donde unos me miran con admiración y otros con espanto.
Víctor
Montoya
Escritor y pedagogo. Ejerce el periodismo
cultural, con publicaciones en América Latina y Europa. Es
autor de siete libros. Obtuvo el premio de cuento breve del semanario
"Liberación", en 1988, y el primer premio de cuento
de Escritores de la Escania, en 1993. Reside en Estocolmo, Suecia,
desde 1977. |