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Por Lucas Zambrano
Número 32
"¿Qué
es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo
ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo bajo
el sol."
Eclesiastés; Cáp. 1, v. 9.
Lo
primer que tendría que aclarar es que el siguiente suceso
no fue espontáneo, sino que fue planeado minuciosamente por
el personaje a narrar, y no sólo eso sino que fue predeterminado,
la conciencia estaba atrás de todo.
Por la ventana se erguía ese especie de neo-icono,
se quedó mirando durante considerables minutos con la vista
volada, nublada. Llevaba inscripta una frase por debajo: elegí
lo que más te conviene, elegí lo sano, elegite.
Se apelaba a los recursos más estériles e insulsos:
letras grandes, la gota de calor que bajaba hasta el culo de la
botella transpirada del producto que no se vendía ni siquiera
al mismo que la produjo; sin mencionar lo poco original: amamantable
voluptuosidad.
En unos minutos tenía que salir de su casa para tratar de
no llegar demasiado tarde al trabajo; la impaciencia justificada
de su jefe estaba a un nivel que él mismo se limitaba a cruzar.
Encima del tiempo que había perdido del anterior análisis,
ahora le faltaban los veinte de subte y hacinación hasta
la estación "9 de Julio", ya era groseramente tarde.
Sergio De Santis vivía en San Telmo, sobre la calle Piedras,
entre San Juan y Humberto Primo, frente su casa había una
verdulería que siempre miraba desde su balcón, mientras
tomaba sus mates vespertinos, con una bombilla que trajo de Perú.
Esa zona, de mañana, tenía un color marchitado, en
realidad era una atmósfera esterlina pero media umbrosa.
Veía que esas paredes, todas esas calles con sus calzadas
reducidas, las tintorerías coreanas, estaban brillando bajo
una pobreza lumínica (a excepción de la Plaza Dorrego
que todos los fines de semana se volvía una fiesta de colores
porteños, para turistas y locales); en fin.
Sus rayes provenían siempre de situaciones humillantes, todo
tipo, no venía al caso si eran de él o de otro patético
incapaz en una situación inmanejable; y, últimamente,
las cosas eran insostenibles para Sergio. La vista, o mejor dicho
desde la proyección por la que él miraba al resto,
era inmunda. La nauseé; veía gusanos, o la
gente se aparecía como parásitos pegajosos e ininteligibles.
Tenía que llegar temprano. Ya era casi instrumentalmente
tarde, es decir que el hecho de ir a una hora no determinada por
la conciencia le proveía de una herramienta. Bajó
las escaleras, y se detuvo por unos segundos frente a una cara lánguida;
tenía las ojeras por el piso, pelo largo y un poco de pelada
a la vez, cara de bulldog (ya estaba viejo) y, tal vez, por su situación
o no, parecía carecer de reminiscencias de ninguna realidad,
era un autómata. Sergio pidió su boleto, depositó
los setenta centavos y la cara no respondió ante otro contexto
presente.
-
Hasta se pierden los rasgos. Uno piensa que es uno mismo, pero hasta
se pierde la vista y uno no se puede ver. Hasta se pierden la posibilidad
de comunicación, bueno, en realidad podríamos decir
que se las quitan; te sedan y así picotean lo que no usas.
Pero ¿A quién mierda le sirve todo esto?¿Qué
clase de intercambio es éste que no implica ni infiere el
cruce de realidades?¿Para que carajo esta él acá?-
pensó.
Ya
el día había comenzado medio incomodo; es verdad que
le asqueaban mucho más las publicidades poco innovadoras
que los zombis ya infectados, porque envolvían un modelo
plástico, pero nada ayudaba para nada. Parecía ser
el día perfecto.
La escena en el subte. Esta señora, físicamente, le
producía asco. Apareció gritando por entre las uniones
de los trenes, y ya había recibido miradas de repudio en
el vagón anterior, o anteriores o tal vez en todos y cada
uno de ellos. Sergio no podía obviar, o mejor dicho, no debía
obviar el hecho de que por ahí la abuela de esa señora,
y ésta a su vez era bastante vieja, había sido una
mujer en situación de pobreza extrema hasta el punto de consumo
succionador de la nada, al igual que ella; o que por ahí
era todo un show para un programa de televisión, una cámara
oculta del "peor viaje en subte de tu vida", o que por
ahí, simplemente era antipatiquísima. Es verdad que
la miseria económica puede conllevar a una miseria espiritual,
de hecho ese es el contexto y el pretexto de esta historia, pero
esta confusa mujer, así y tal como él la veía,
era un capricho caminando; no sólo gritaba para venderse
sino que, de tan oprimida que era, había decidido no hacerlo
golpeando a todos los que no la ayudaban, pesaba no menos de ciento
veinte kilos y hedía nauseabundo, era un individuo decaído.
Estaba ebria, no pretendía tener forma ni estética,
por ahí la misma sociedad la vomitó y por eso estaba
en un proceso de descomposición; o tal vez, y muy probablemente,
hasta casi ser real y fáctico, la situación de Sergio
era la que la degradaba.
Ella se acercó bamboleándose contra los cuerpos, exigiendo
los mínimos cinco centavos con que alguien puede ayudar.
A dos metros de distancia dio una arcada sobre un tipo con sombrero
que estaba sentado, todo el mundo retrocedió. Siguieron los
pasos trémulos y no pudo contener que su convulsión
empaparan los zapatos de Sergio.
La semana anterior tampoco había sido de lo más equilibrada.
Cierto tumor se había expandido sobre él. Salía
a las siete del trabajo; aquel día, miércoles, creo,
había quedado en encontrarse a las ocho en casa de un amigo.
Hace mucho tiempo que no veía a nadie conocido y ciertas
reuniones, de cuando en cuando, le resultaban amenas. Se había
puesto a pensar en los roles que cumple la gente, o más bien
en los roles que él pone a las personas que tienden a cumplir
un objetivo determinado, espacios blancos a llenar. No importaba
quién en tal rol, sino qué rol en quién.
Menos cuarto tocó el timbre, y dos minutos después
entró a la casa. Del ambiente de adentro no importaba más
que su cuarto, solamente ahí habían estado, con paredes
blancas y afiches de cuadros de Dalí; unas cortinas de madera
barnizada, plegables y corredizas, muy modernas; un equipo de música
bastante aparatoso, con parlantes gigantes. Aunque por lo contrario,
el resto de los ambientes de la casa eran lúgubres y adornados
con un tipo de estilo de los años de la Paris porteña:
tremendos muebles de roble, pesados, oscuros; cuadros de lo que
parecían próceres desconocidos.
En la pieza sonaba música electrónica, ambient,
que transmite una comodidad de salón. Las lamentables situaciones
se presentan en cualquier momento, y el hecho de explicarle ciertas
situaciones a Luko Ravigneri, su amigo de toda la vida, era ya de
por sí bastante perturbador. La ultima visita que le hizo
fue inconclusa y ya lejana, estaba claro en el ambiente que las
explicaciones tenían que saltar en cualquier momento.
-
Si tengo una palabra que resume esto tengo que citarte insistentemente
a Sartre. Vos pensás en un facilismo que no me admite. Las
situaciones son atiborrantes, no sé ni para qué hablo
así, porque ni así sería posible entenderme.
Se me presentan momentos en que la gente me repudia, o yo los repudio
a ellos. Todo es una humillación constante que no me es posible
comprar. La vida está llena de displaceres pero un bombardeo
puede ser fatal, tampoco sé si a todos le pasa esto. ¿Te
das cuenta de que yo me levanto todos los días con una prótesis
de la realidad que se asoma por mi ventana? Está allí
y nadie le presta atención, en realidad todos, pero eso está
ahí y nadie se da cuenta de que eso está, ni de porqué
está, ni de porqué no debería estar. Publicidad
de mierda - susurró; a Sergio le faltaban todas las palabras
en que uno piensa veinte minutos después - Es todo una mentira
que no sé de qué modo se justifica".
- Escuchame, - dijo Luko. Tenía una mirada de incomprensión,
barba y ojos achinados; pero más que nada, una incomodidad
de la que no se puede salir por tratar de encontrar las palabras
justas, en el momento justo que se está tratando un tema
delicado - la idea es que no te quedes ermitaneando; nunca entendí
porqué ves tanta televisión, parece que trataras de
contradecirte momento a momento, porque si no, no encuentro una
explicación posible. Decís que repudias todo esos
modelos yanquis, pero te esclavizas al instrumento primerizo de
su cultura. Decís que te asquean todas esas personas ambulantes,
diurnos dormidos, ponéle la metáfora que más
te guste, y sos el tipo más ensimismado que conocí.
Las cosas se buscan por interés, no te van a llegar a menos
que..."
- ¡Son patologías Luko!- interrumpió, violentamente
- no es que no busque un motivo, sino que, ésta, la época
en que vivimos, no tiene nada que tomar de mí. Las imágenes
que aparecen en el televisor no son más que patologías,
una sociedad que está enferma de irrealidades, de actitudes
de definir universalidades, hasta el punto de quedar sin sostén,
porque una generalidad tan grande no es más que una gran
mentira, y pierde ese significado-en-sí que definía
como identidad."
Le molestaba muchísimo no poder decir palabras puras, no
poder ser un poco más honesto con las mismas y sincero con
el interlocutor. Luko estudiaba sociología y Sergio filosofía,
se manejaban en esos términos.
- Las patologías no se eliminan Sergio, se curan" -
reafirmó Luko.
Estaba demasiado cargado el momento; no se siguen ese tipo de disyunciones,
se dejan de lado.
Ya dije que estaba llegando tarde. Bajó del subte, pero como
siempre hace combinación con la línea "D",
salió por la entrada de Libertad y Tucumán. Trabajaba
de cadete en un estudio jurídico, le pagaban trescientos
míseros dólares que no le alcanzaba para pagar ni
las cuentas de Entel. La recepcionista tenía cierta belleza
campesina, acento entrerriano y unas piernas hermosas. Era extremadamente
simpática, siempre lo atendía bien y con una sonrisa
exclusiva para clientes sin cuenta en la firma. Las breves paradas
en la oficina le resultaban horribles, los tubos de luz hipnotizantes.
Se distraía con cualquier cosa, sobre todo con los mapas
de Entre Ríos, todas esas rutas y curvas, andaba siempre
embobado. Cuando apareció uno de los socios, Sergio estaba
mirando el calendario, ese día era su cumpleaños.
Hoy traía puesto un traje que parecía reluciente,
negro, y una corbata amarrilla de seda (algunos contestatarios,
como era el caso de Sergio, tienen la manía de reparar en
las cosas lujosas). Tenía una cara de regocijo morboso, llevaba
escrita en la frente la palabra "despido". Parecía
que necesitaba enviar algo con urgencia porque caminó con
efusividad, rápido y directo hacia su objetivo.
- Andá a entregarme esto, después hablamos - Estaba
furioso.
Al escuchar esto se dio media vuelta sin decir palabra, evidentemente
había captado la gravedad pero no era la hora para decir
nada, no se sentía bien y aparte era una buena excusa para
salir de ese ambiente sofocante y caluroso.
"¿Qué se cree este tipo? - pensó, se sentía
humillado, ahora era él, no la gorda del subte - ¿Que
me puede tratar así? No piensa en como lo puedo tratar yo
a él. Estos yuppies de mierda. Todavía que son corruptos
y chorros, tenemos que soportar su alter ego, su tono de voz de
control panóptico, son como los milicos pero de otra
calaña, los muy hijos de puta te reprimen económicamente
para que te cagues de hambre, te absorben la vitalidad y te dejan
esta miseria espiritual. Hay que enseñarles que todo es retributivo,
pero yo tengo un paquete especial para entregarle a este yuppie
bananero."
Usaba una moto que el estudio le prestaba. Un sobre tenía
destinatario de una oficina en Constitución y la carta documento
de Flores, el camino era largo, pero ir en moto es como un video
juego, por lo tanto el día no sería tan extenso, por
lo menos no su trabajo. En algún momento la ficha se iba
a terminar o le tenía que caer (las expresiones como estás
siempre se pueden reemplazar unas por otras, no tiene mucho sentido
evocarlas) game over.
Salió observando la ciudad, trató de despejarse, no
quería llamar mucho la atención. Qué pensaría
alguien si lo veía sudando de furia y con mirada de piromaniaco
a punto de incendiar la Casa Rosada. No, por ahora, y hasta el momento
preciso, perfil bajo.
Agarró por 9 de Julio; siempre que conducía miraba
hacia arriba, culpable de muchos accidentes, en ese momento le tocaba
ver los grandes carteles, los clásicos de Coca-Cola y Sprite,
de neón e intermitentes. Era paradójico que la avenida
"más grande" del mundo este infestada por el mundo
entero, todo cabía en ella, todo estaba dentro y uno se sentía
aprisionado viajando por ella. De modo que no es que era espaciosa
sino que llena de globalización quedaba chiquita.
"Todo está perdido. - pensó un instante en Luko
y en su padre - Si todo esto está respaldado por intereses
tan fuera de nuestro alcance, cómo podemos cambiarlo. Esos
intereses, el egoísmo. Hace cinco años que no sé
nada de mi familia, no me importa. No puedo curarme, la enfermedad
no se va así nomás. No me importa lo que digan, ellos
me arruinaron, él me arruinó. Me convirtió
en este parásito cazador de cualquier éxito. Todavía
me acuerdo cuando me dijo que sea lo que fuere tenía que
ser el mejor"
Cuando pensaba siempre se le entremezclaban esas imágenes,
fotografías de su infancia. Se acordó de aquella típica
vez que habían hablado sobre el futuro, Sergio tenía
doce y dos hermanos a los que no veía nunca porque su antipática
personalidad los apartó.
Aquélla era una de esas noches oscuras y desde adentro de
un auto se veía aun menos. El padre les había dicho
que no importaba lo que fueran, pero que nunca se dejaran pasar
por nadie. Siempre que volvían de lo de su abuelo, que vivía
en San Miguel, ellos se dormían hasta llegar a su casa y
esa vez se despertaron antes porque Daniel, el padre, había
parado el coche unas cuantas cuadras antes para hablares de lo que
no tenían que hacer, todos repararon en la pelea antecedente,
minutos antes, con su madre.
"Me siento, - Este tipo de malestar no va y viene tranquilamente
- me siento como uno de esos carteles, siempre tratando de venderse
uno. No basta con ser; para hablar, uno tiene que armar un show,
tiene que montar una personalidad que sea satisfactoria y otorgar
al otro una ofrenda. Somos como prostitutas de la sociedad, siempre
que hablamos hay intereses de otros, a los cuales le vendemos algo,
que continuamente es mentira. Si toda relación está
respaldada por intereses fuera de nuestro alcance mejor ni molestarnos
para cambiar nada. Egoísmo ¿Acaso no está todo
tipo de relaciones, (amigos, parejas, etc.) respaldadas por el egoísmo?
¿Cada vez que miro a alguien tengo que sentir la misma sensación
de falsedad justamente por ese interés?. No, no puedo soportarlo
más. Luko está sumamente equivocado, las patologías
no se curan, se eliminan. Si alguna vez el ser humano tuvo sentido,
algún tipo de finalidad, ya la hubiese concretado, así
como yo también. No me aguanto en el éxito, en las
relaciones exitosas. No me creo la de amigos para siempre, la del
amor incondicional hacía un hijo. Sería el más
grave error traer un heredero mío a este planeta lleno de
estos malestares, nunca me lo perdonaría. Sería todo
una injusticia que yo siga viviendo."
A las quince y treinta entregó el sobre en la oficina de
Constitución. Se dirigía a Flores, cuando la omnipotencia
de su pensamiento, no la de él sino la fuerza de su razón,
le manipuló las manos que sostenían el volante y giró
impulsivamente. En el intento casi lo atropella un auto, como despertándolo
de una pesadilla. Ahora veía claro que no tenía que
esperar ni un segundo más en la duda, ni una semana titubeando
su plan.
Volvió y estacionó la moto en el garage del edificio,
ahora tenía los ojos de piromaniaco que antes había
tratado de esconder. Cuando entró en la oficina aquél
socio lo miró totalmente desconcertado, no sabía si
trompearlo por no entregar los encargos y arruinarle un negocio
de millones o hablarle sobre la vida. Sergio lo escupió en
la cara.
- ¡Ni un segundo más laburando para un hijo de puta
como vos! - Estaba enloquecido, frenético - Si encontráramos
la razón por la cual el mundo se cae a pedazos, esa sería
tu existencia, yuppie de mierda. Son los chorros explotadores como
vos que hacen que la gente se transforme en robots autómatas,
sin vida. No vivimos la vida, la sobrevivimos por tu culpa. Por
culpa de individuos como vos que sacan la posibilidad de cambio
o por lo menos de proyección, de hacer algo con nuestras
vidas. Ustedes nos quitan las ganas de ser y de vivir ¡Facho
capitalista! Una mierda te importan las personas que te rodean
La respuesta tardó unos segundos.
- ¡Andate de acá ya! - Dijo el socio, Ricardo Etchecolatz
se llamaba, estaba atónito - pendejo, te falta mucho, te
falta mucho aprender para adaptarte ¿No te das cuenta que
acá las reglas que rigen son las que yo impongo? Los intereses
que priman son los míos. Andate a la mierda, estás
despedido.
Las
reglas que rigen, eso ya lo había escuchado antes. Las mismas
palabras salieron de la boca de Daniel, el padre, hace cinco años.
Cachetazos de la vida, imposiciones que no se soportan, te dan el
ok y la puerta de salida. En esa casa, la de su adolescencia, "la
droga era combatida", como se dijo en la discusión del
adiós, del me voy sin saludos, del no voy a tolerar un centro
de rehabilitación porque fumo marihuana.
- Hacete un espacio en tu cabeza - le había dicho Sergio,
en ese entonces, a Marcela, su madre - pensá un minuto lo
que están planteando. ¿No te das cuenta que un centro
es para una supuesta enfermedad? No se dan cuenta porque no tienen
ni una puta idea de mí vida. Sienten que su hijo está
hecho mierda porque fuma porro, pero, mamá, yo tengo un futuro
y lo elijo yo, según lo que yo quiero.
- ¡Vos sos un inútil - gritó Daniel - y encima
un soberbio! Qué futuro puede tener un pibe como vos; fumando
marihuana todo el día con sus amigos y encima orgulloso de
ello. Andate de mi casa yo no voy a bancar tus caprichos ni tus
malestares. Si no vas al Centro entonces viví por tu cuenta,
yo no te paso ni un peso más."
Esta vez, como aquélla, no vaciló en decir nada. Salió
de la oficina y la recepcionista que antes le hacía caritas
dulces ahora estaba aterrada, como si un loco desconocido hubiese
tratado de violarla. Tomó el subte de regreso, esta vez lo
descolocó mucho una pareja de jóvenes abrazados. Era
como que estaban afuera de todo su contexto; él se había
quedado con lo de la decadencia del hombre, o la de la mujer gorda;
lo de las enfermedades psíquicas que traía, y junto
a él la cultura; y las que no tenía, si la droga pudiera
llamarse enfermedad Ricardo Etchecolatz tendría que ir al
muerto por consumo de ansiolíticos, y no por una bomba como
se lo merece. Exactamente estaba pensando en algo parecido al fin
del mundo y esa pareja prorrumpía de manera escandalosa con
todo eso.
Pasó por su departamento a buscar el paquete, la ultima vez
que iba a ver la calle Piedras y sus almacenes y sus colores, la
ultima vez que iba a ver la publicidad de "Aguas Pampeanas",
un agua mineral que sólo quedaba bien haciendo limonada de
ella, en los veranos calurosos de la city porteña. Recordó
un texto que había leído, por lo menos para repudiar
junto a alguien, o sobre la base de algo, a esa especie de arquetipo
ridículo. Lo busco en el obvio escritorio pero no estaba,
no lo encontró debajo del televisor, movió el paquete
con sumo cuidado, no quería que nada malo pasara, por lo
menos no todavía; el escrito se ubicaba ahí, irónicamente.
Leyó en voz alta, para nadie:
- "La omisión de lo individual y de lo real", que
son el contraste de la generalidad, la cultura y, en abstracción,
de la mentira - él dilucidaba mientras leía - "nos
proporciona el concepto del mismo modo que también nos proporciona
la forma, mientras que la naturaleza no conoce formas ni conceptos".
Su diminuto apartamento le importaba poco, tal vez inconscientemente
su apego hacia todo objeto material, y afectuoso también,
había disminuido con la idea de llevar a cabo un ultimo y
final plan. La verdad es que tenía un colchón que
estaba tirado en el piso, siempre con las sábanas desarregladas
y el único mueble era un banquito desarmable de madera, típico
de hipermercado, que le servía de mesa de luz y ni siquiera
tenía una lámpara. Una bombilla era toda la luz que
tenía y para encenderla necesitaba cortar los fusibles, iluminar
con una vela y unir los cables pelados de la bombita; el banquito
también servía de escalera, tenía un solo escalón
pero era útil.
A dos cuadras de donde vivía estaba el coche que había
preparado para la ocasión, los materiales se los había
prestado un amigo de la secundaria que sabía mucho de armas
de fogueo, bombas molotov y también de las sucias, que tienen
un cargador o detonante, puede ser C-4, TNT o cualquier explosivo
plástico y utiliza uranio empobrecido como base. Como ya
dije, no todo estaba improvisado. Había pasado meses buscando
elementos y pensando exactamente cuándo y adónde colocarla.
La tranquilidad también era esencial, no quería sentirse
fracasado en los últimos momentos. La irracionalidad podía
echar todo a perder, y la conciencia le produciría un sentimiento
de frustración. No quería más nada, sólo
la mente en blanco, sin pensamientos, inocente como un bebé.
Así manejó hasta Sarmiento al mil cien, por ahí
quedaba el estudio jurídico Burlingam.
Los coches bomba eran populares en esa época, lo estacionó
lentamente, necesitaba pasar desapercibido. Lo que iba a lamentar
era la cara desfigurada de esa hermosa entrerriana, esa chica simpática
que siempre le prestaba atención y lo condescendía,
pero la lucha por los derechos humanos le parecían una fachada
del mismo juego. De hecho media hora antes ella había puesto
cara de repudio, como si él fuera un bicho y se había
olvidado de todos los gestos y pequeños afectos que habían
intercambiado; es decir que por esa situación ella se cagaba
en todo el maldito amor al prójimo que Sergio tanto se había
ganado.
Por el resto, todo esto, valía la pena. Esperó unos
minutos, cerró las puertas del coche, incoherentemente, ya
no tenía nada más que esperar de nada, sólo
un cero regresivo.
Lucas
Zambrano
Estudiante de Filosofía. Argentina,
Buenos Aires. |