Por Alberto Ferreyra
Número 34
Adrián
Ramírez prueba con la música
"Más vale volver del
fracaso y hasta del ridículo que no ir jamás a buscar
la gloria". La frase estaba en una hoja de carpeta pegada con
cinta en la puerta de la pieza de Adrián Ramírez.
El joven la escribió después
de que el 4 de octubre de 2002 le dijeran que no tocaba mal el bajo,
pero que no alcanzaba para admitirlo en Mostaza, su banda favorita.
Algunos de los compañeros
de su desunido curso comentaron que había que "estar
muy loco" para creer que "alguien" pudiera darle
cabida "al estúpido de Ramírez". Otros apelaron
al más sugerente y no menos cruel "¿Y qué
querés?".
Javier Rivadero, uno de sus amigos,
le enumeró famosos que lo fueron sólo después
de sucesivos rechazos. Le habló de Lenny Kravitz y se explayó
respecto de Daniel Passarella como buen hincha de River que recordaba
que el Kaiser había sido despreciado en las inferiores de
Boca.
El 16 de octubre, Adrián
recibió un correo electrónico en el que los pibes
de la banda le escribieron la sentencia del comienzo y agregaron:
"Hasta las más grandes bandas han tenido fracasos de
aquellos. Los mediocres que jamás probaron hasta dónde
pueden, esos sí que no fracasan nunca. Y sus éxitos
se producen con la misma frecuencia que sus fracasos. Un abrazo
y hasta la próxima. Botasso, Panadero y Mariscal".
Quiero, pero no
debo
"Ay, nena, vos sonreís
y yo me olvido de que tenés novio", pensó Alcides
mientras decía "Hola" a la nueva vecina de piso,
con la que los martes compartía viajes en el 8.
A la semana se trató de convencer
de que la chica era fea, que el pelo a lo mejor era teñido,
que su cara tenía algunas expresiones que la desfavorecían.
Un martes después volvió
a sentir que Vanina era linda y tenía en su sonrisa el poder
de desarmarlo.
-¿Y por qué no la invitás a salir?
-Tiene novio -le respondía Alcides a su amigo Franco.
-¿Vive acá?
-No, en Mendoza.
-¿Y qué esperás?
-¿Cómo que "qué espero"? Está
mal, tiene novio, no corresponde. Yo qué sé, porque
a vos te guste una moto vos no vas a ir a robarla, ¿no?
-No, pero una mujer no es una moto.
-Justamente por eso, perder a una persona le causa a un tipo bien
nacido más dolor que perder una moto.
-Pero te gusta.
-Sí, más vale que me gusta.
-Entonces...
Paquetes con sorpresa
"Adela va al supermercado con
su madre, que hace dos años tenía 89. Demora siete
minutos para un trayecto que sola recorre en 3. Frente a las latas
de tomate al natural escucha a uno de los repositores.
-Perdón...
-¿Sí? -pregunta y se ilusiona.
-¿La señora que está atrás suyo vino
con usted?
-Ah, sí, ¿por qué? -pregunta ya de mala gana.
-Porque está tirando al suelo los paquetes de yerba.
-¿Y qué, me van a multar por eso? Tiene más
de 90 años, no sabe lo que hace, no lo hace de mala gana,
yo la traigo porque no la puedo dejar sola y encima usted me viene
a señalar con el dedo como si esto fuera un delito. Si yo
quisiera cometer un delito no andaría con una mujer que me
impide escaparme de cualquier lado, ¿o hace falta que le
explique que es lenta?
-Pero...
-¡Déjeme terminar! ¡¿Quién le dijo
que yo había terminado?! Si usted fuera un poquito como la
gente se daría cuenta de que en vez de venirme acá
a reprocharme porque mi mamá voltea los paquetes de yerba
se tendría que poner usted, que para eso le pagan, porque
usted es repositor, y levantar lo que mi madre tira le aseguro que
sin darse cuenta. ¡Una gran suerte también!
-¿Y, cómo te fue?
-Mal, horrible -respondió a la noche Saúl, el repositor,
a Ángel, compañero de pensión. De nada le había
servido correr suficientemente hacia afuera de la góndola
los paquetes de yerba como para que la torpe señora los tirara
al mero contacto y él pudiera invitar a Adela a tomar unos
mates el domingo siguiente.
Chau Vero, suerte
"El pulgar y el índice
de la mano izquierda de Jorge estiraron sus labios hacia adelante.
No lo hizo para silbar. Fue para nada, por nerviosismo. Hecho lo
cual habló en voz baja:
-Por supuesto, creo que no hace falta decirlo, pero por las dudas,
quedate en casa lo que tengas que quedarte hasta que salga el colectivo.
Sin mirarlo, como en cada respuesta
al cabo de la peña, Vero apenas soltó un "gracias".
Camino al hogar tras comprar un
boleto Río Cuarto - Mendoza con horario de salida fijado
para las 23.15, Vero habló:
-Hubiera preferido que me dijeras que tenías otra y que te
daba miedo que te vieran conmigo antes que inventaras un discurso
sobre lo malo del amor a distancia.
Tuvo Jorge en ese momento muchas
ganas de aseverar que no era por temor de que lo descubrieran. Intuyó
que la suya habría de resultar de las aclaraciones que oscurecen.
Siguió caminando sin abrir la boca. Como a los diez minutos
se escuchó:
-Perdón.
-¿Por qué, Vero?
-Lo último que dije, olvídalo.
Era adecuada la situación
para devolverle a Vero su "como quieras" de un rato antes.
Jorge se privó de la revancha, conciente de que apreciaba
a la joven chilena.
-A las palabras se las lleva el viento, más en una ciudad
como Río Cuarto. Vos lo sabés, uno de los días
que estuviste acá por los Juegos Deportivos hubo viento fuerte.
-Ya, recuerdo. Sí, sí que molestaba ese viento.
Una vez en el comedor de lo de Jorge, él le preguntó
si prefería acostarse directamente o si antes quería
acompañarlo con el desayuno.
-Prefiero dormir, gracias.
-Bueno, chau, que duermas bien -antecedió el beso de él
en la mejilla derecha de ella.
-¿Te quedas mal?
-No por mí, sí porque vos te quedás mal. Eh,
yo vuelvo a eso de las 2. ¿Te parece comer y en todo caso
charlarlo ahí?
La ausencia de Vero a la hora señalada desmintió el
"sí" que le diera como respuesta a las 7 menos
10 de la mañana.
La impaciencia de Jorge lo motivó a sentir que eran las 6
de la tarde cuando, a las 14:18 de su reloj, Vero tocó el
timbre, saludó y entró.
-Lindo el barrio, casas bonitamente sencillas.
-Sí, bah, uno las ve siempre, se acostumbra a no mirarlas
con atención. Eh, ¿querés salir a caminar después
de comer?
-No, fíjate que fui a la terminal y cambié el pasaje,
me lo aceptaron y viajo ahora a la tarde.
-Ajá. Eh, bueno, digo, ¿querés comer conmigo,
preferís recostarte hasta la hora que salgas? No sé,
otra es mirarme comer sin comer vos, pero esto creo que no te gustaría.
-No suelo comer antes de viajar, gracias.
-Claro.
-No te molestes.
-Me da no sé qué ir a la cocina a comer, vos te quedás
acá. Es como si te dejara sola.
-Mientras acomodo mis cosas en el bolso -pretendió en vano
engañarlo piadosamente ella.
Triste, Jorge comió arroz
con salsa. En cuestión de horas, se había mudado de
la alegría imposible de ocultar por verla arribar el atardecer
anterior al convencimiento de que Vero retornaba a Chile con los
mismos problemas y con la novedosa sensación de que a él
no le importaba.
Intentó modificar los ánimos.
Le alcanzó para que Vero aceptara su compañía
en el trayecto rumbo a la terminal.
A las 15:38, se despidieron con un beso de él más
cercano a la oreja derecha que a los labios de ella.
A las 4 menos 20, cuando el colectivo arrancó, un par de
miradas apagadas provenientes del asiento 17 y del playón
de estacionamiento se conectaron por última vez.
El martes siguiente a ese viernes
21 de setiembre de adiós gélido, la cara de Jorge
continuaba siendo un auténtico indicador de malestar.
-Perdón, ¿le pasa algo?
-No, estoy un poco cansado -le respondió a una mujer acaso
mayor de 50 años que junto a él esperaba un colectivo
en la esquina de Caseros y Lavalle.
No es maestro
cualquiera que lo parece
-Usted, Rodríguez, ¿por
qué faltó?
-Tuve que ir al médico. Acá está la constancia.
-¿Usted, Gandín?
-Yo tuve que viajar a Rosario. Acá está el pasaje.
-¿Usted, Capello?
-Yo tuve que ayudar a mi papá a arreglar un aire acondicionado
que había que entregar ayer. Acá está la copia
de la factura, fíjese que la fecha es la de ayer.
La maestra continuó el interrogatorio
para develar por qué el día anterior habían
faltado 16 de los 21 alumnos del último grado de la primaria
del Colegio Provincial 89.
Conforme pasaban las preguntas que
no le permitían castigar a nadie, la impaciencia de la docente
aumentaba.
-¿Y usted, Armoa, ¿por qué no vino?
-Por propia decisión.
-Pero usted es un caradura, ¿cómo va a admitir que
faltó porque le dio la gana? ¿Así es como se
toma en serio su educación? ¿Cree que de esa manera
va a ir a algún lado? Vaya a la dirección y dígale
a la directora que venga para acá con el libro de disciplina
-añadió en voz todavía más alta.
Transcurrido el saludo a coro de
los chicos a la directora, la maestra relató lo sucedido,
con agregados que incluyeron: "¿A usted le parece?",
"¡qué barbaridad, semejante desparpajo!"
y "acá hay que aplicar un castigo ejemplar, si no la
disciplina se va a relajar más de la cuenta".
La directora, que había aprendido
de una colega que en ausencia de bombas de tiempo y terremotos no
hay razón para apurarse con las decisiones, resolvió
investigar.
Empezó preguntándole
a Armoa. No consiguió que le dijera lo que ella sospechaba:
que la constancia médica de Rodríguez, el pasaje de
Gandín, la factura de Capello y las otras doce justificaciones
no eran sino mentiras, fruto de acuerdos entre padres de los alumnos
y profesionales y comerciantes amigos.
La maestra no acusaba recibo de
la ignorancia que recibía de parte de la directora y por
lo tanto seguía interrogando acerca de "¿para
cuándo la sanción a Armoa?", a veces hasta en
dos de los tres recreos de cada jornada.
El miércoles 31 de julio,
pasadas dos semanas del incidente, la directora entró en
el aula, pidió permiso a la docente para interrumpir la clase
de Geometría y empezó a leer en voz alta:
-No es bueno que la escuela avale la falta a clases como acción
consecuente de la falta de ganas de venir, pues si no mañana
habría menos de 50 alumnos y 3 profesores en todo el colegio.
No, claro que no es provechoso que la escuela proceda así.
Antes que cualquier otra cosa, la falta de Armoa es injustificada,
en razón de lo cual le corresponderá una sanción
que consistirá en plumerear los diccionarios, que según
he podido inferir llevan años sin ser consultados.
La segunda y última parte
refiere a las supuestas justificaciones de faltas de los 15 restantes
protagonistas de la ausencia en masa del 17 de julio. Convocados
por mí a dialogar, uno a uno fueron reconociendo que no habían
viajado a ningún lado, ni arreglado acondicionadores, ni
cuidado de sus abuelos, ni ido a escuchar al politólogo que
disertó en el Centro Cultural, ni recibido visitas de participantes
de un intercambio educativo con Francia, por citar apenas algunas
de las confesiones.
Cabe acotar que el aparente espíritu de grupo que los encaminó
a faltar todos juntos se desvaneció tan pronto pregunté
de quién había sido la idea. Escuché más
de diez apellidos distintos. Ninguno mencionó el propio.
Todos dijeron haber faltado por presión de los demás.
Es decir que estamos en presencia
de una triple falta: la ausencia injustificada, la mentira y la
acusación propia de los cobardes en vez de la asunción
de responsabilidades de los que obrando mal en primera instancia
empiezan a redimirse al hacerse cargo de sus actos. Dada la gravedad
de la falta, tomaré un tiempo más antes de definir
el castigo, pues temo que la indignación que me provoca me
conduzca a ser excesiva.
Por último, señora
de Franconi, sepa que su posición frente a la verdad y su
apuro por resolver verdaderos dilemas me empujan a pensar que no
es usted el mejor ejemplo para estudiantes a los que debería
inculcarles el valor de la paciencia, el razonamiento y la investigación.
También respecto de usted tomaré un tiempo prudencial
antes de decidir la sanción.
Es todo, estimada clase. Disculpen
la interrupción. Buenas tardes".
Alberto
Enrique Ferreyra
Departamento de Ciencias de
la Comunicación, Universidad de Río
Cuarto Argentina. |