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Por Alejandro Ocampo
Número 37
Después de hacer un
rápido repaso por los clásicos del pensamiento ético,
es sin duda con Federico Nietzsche con quien se pone punto final
a este concepto. Nietzsche pide un alto y un nuevo principio para
el hombre. La malentendida frase, que lo mismo le ha valido viscerales
críticas de sectores relacionados con la derecha religiosa,
que vacías alabanzas de sectores relacionados con la izquierda
anticlerical, de que el tiempo comenzará a separarse entre
un antes y un después de Nietzsche, no sólo puede
ser válida a partir de su visión del mundo, sino a
la descomposición de los proyectos y la concepción
de la función del hombre en su relación con la realidad.
Si Kant fue el último gran ordenador, Nietzsche fue el anunciador
de que el sistema no daba para más, el sistema había
colapsado.
"Dios ha muerto" es su
grito de guerra más conocido. Interpretarlo textual no sólo
es ingenuo, sino francamente estúpido. La muerte de Dios
representa el definitivo rompimiento con lo anterior, la transmutación
de todos los valores para la formación del nuevo hombre que,
paradójicamente, fue el primero. Es curioso observar como
los sectores clericales han tomado esa frase como un ataque personal
y directo, pero no lo es en sentido estricto, sino que Nietzsche
alude a Dios como el fundamento y el gran símbolo de Occidente
en su afán por revertir los valores reinantes. El ataque
es contra la creencia, la referencia a Dios es coyuntural en la
medida que él representa esa creencia, la creencia.
Más aún, si los creyentes
consideran que el ataque es contra ellos, su lectura y entendimiento
es o primitivo o más bien del tipo de los que leen sólo
lo que quieren leer, pues Nietzsche los condena tanto como a sus
modernos admiradores ateos: "Suponiendo que todo lo que el
hombre <conoce> no hace lo bastante por sus deseos, sino que
más bien los contradice y provoca escalofríos, ¡que
divino pretexto es poder buscar al culpable no en el <desear>,
sino en el conocer!" (Nietzsche, 2003, p. 201). La crítica
de Nietzsche, pues, está en el desear, en la necesidad de
creer, aun cuando sea creer en que no se cree. La propuesta de Nietzsche,
la transmutación de los valores, no está en el ser
anticristiano o, simplemente agnóstico, sino en dejar esa
necesidad y es que el ser agnóstico sólo revalora
y ratifica lo poderoso del ideal de Dios y ese ansioso deseo del
creer.
Aunque en algunos casos caótica,
la visión de Nietzsche es un verdadero caudal de pasión
y de energía desbordada por y para el hombre. Completamente
opuesta de la frialdad y ecuanimidad de su acérrimo enemigo
intelectual: Kant, con quien sin embargo, coincide en la inexactitud
en el uso de los conceptos de ética y moral, que se ven difusos
y utilizados indistintamente.
La enorme y fuerte torre construida
a partir de la conjunción entre religión y razón
que empredieran Lutero en el plano religioso y Kant en el filosófico
a manera de solución definitiva e integradora de las humanidades
y las divinidades, es tirada a punta de cañonazos por Nietzsche
que después de todo no estaba tan equivocado, la filosofía
no volvería a ser igual, los sistemas completos se acabarían,
en la cotidianidad posmoderna, el fatalismo mercantil y plastificado
sería la moderna acepción del nihilismo. Hoy más
que nunca el hombre no vale por sí.
La propuesta y la crítica de Nietzsche van contra los valores
actuales, contra la podredumbre del andar actual, pero no sólo
se queda ahí, porque Nietzsche entiende bien que cambiar
por cambiar sólo daría por resultado un antivalor
similar al agnosticismo frente al cristianismo, es decir, nada.
Hasta ahora sólo se había destruido la torre parcialmente,
hasta ahora los cimientos seguían siendo los mismos, lo destruido
era siempre sustituido y lo nuevo acoplado perfectamente con el
estilo y la forma ya iniciada, Nietzsche lo entiende y lo destruye
todo. No es casualidad que lo que proponga primero sea una genealogía,
es decir, ahondar desde el principio para encontrar en dónde
se torció el camino, la destrucción de la torre sólo
podrá hacerse acabando con ella desde sus cimientos y la
genealogía es la herramienta ideal para encontrarlos.
No es difícil encontrar las
bases del andar occidental, Bukhart lo explica así "No
nos liberaremos de la antigüedad a menos -o hasta- que volvamos
a ser bárbaros" (Burckhardt en Mayer, 1994, p. 7). El
problema, estuvo en Grecia. Tratar de comprender a Nietzsche sin
sus fuertes raíces filológicas, es prácticamente
imposible, sus profundos estudios en filología le valen un
conocimiento más que extenso de la cultura griega. Es reiterada
la demostración y el apoyo que le brinda a Nietzsche el estudio
de las palabras para apoyar sus tesis. Esto fue el detonante que
justamente le llevó a concluir que el problema estuvo ahí.
El Resentimiento
Todo en Grecia era bueno,
hasta que apareció el demonio que acabó con las actitudes
heroicas de las poesías de Homero, que promulgó la
conmiseración, la humildad y la ética de amor y resignación:
Sócrates.
Para Nietzsche el problema empezó
cuando Sócrates introdujo el concepto de bueno y de malo,
lo que trajo consigo el actuar conforme al logos, a la razón.
El espaldarazo final lo daría Platón expulsando de
la República a los poetas, señalando al cuerpo como
un mero encierro del alma y condenando al hombre a una vida regida
no por sí, sino en función de los demás. El
logro fue uno muy claro: suprimir pasiones y, por ende, encontrarlas
como perversas, como una mera deformación del hombre quien
no debería dejarse gobernar por otra cosa que no fuera su
razón.
Las consecuencias de este pensamiento
fueron a dar, por el cristianismo en un lado y por el judaísmo
al otro lado. Las similitudes en la moral y la ética tanto
socrática, como platónica y el cristianismo son por
demás conocidas, baste señalar por ahora la supresión
de las pasiones bajo el concepto de continencia y la santificación
de la divinidad bajo el concepto de Dios. En el judaísmo
aplican principios muy similares. Esto es el punto de partida para
producir lo que Nietzsche llamará: la moral del esclavo.
La moral del resentimiento, del
odio a sí mismo, del miedo. Esa es la moral de la cristiandad
y del judaísmo. Formadas como respuesta a la grandiosidad
y fortaleza de romanos y egipcios, como una forma de resistencia
y diferenciación llevada a tal grado que los valores fueron
invertidos y retomados los de Sócrates y Platón, una
auténtica venganza espiritual. Ambas religiones elevan lo
malo a lo malvado y son dirigidas por sacerdotes que la vez son
guías y castigadores, pero ¿qué caracteriza
a un sacerdote de uno de más del rebaño? Además
de su peculiar forma de vida, Nietzsche los acusa de resentidos:
Desde su impotencia, crece en
ellos el odio hasta convertirse en algo gigantesco y siniestro,
en lo más espiritual y lo más venenoso. Los más
grandes odiadores de la historia mundial siempre han sido los
sacerdotes, y también los odiadores más espirituales:
frente al espíritu sacerdotal de venganza, apenas cuenta
cualquier otro espíritu ... Fueron los judíos quienes
se atrevieron a invertir, con un terrorífico rigor lógico,
la ecuación aristocrática de los valores (bueno=noble=poderoso=bello=feliz=amado
por los dioses) y la retuvieron aferrada entre los colmillos del
odio más abismal: <sólo son buenos los miserables,
los pobres, los impotentes, los bajos, los que sufren, los que
pasan penurias, los enfermos, los feos son los únicos piadosos,
los únicos bienaventurados, sólo para ellos hay
bienaventuranza; en cambio, vosotros los nobles y violentos, sois
por toda la eternidad los malvados, los crueles, los lascivos,
los insaciables, los impíos, y seréis también,
eternamente, los desdichados, malditos y condenados> (Nietzsche,
2003, p. 74-75)
Y es que para Nietzsche el hombre
verdaderamente bueno, es aquel que fija sus propios valores, aquel
que decide sobre sí y para sí, aquel que expresa su
vitalidad a través de su ser personal, a través de
la originalidad de su ser. La nobleza es no esconder nada, incluyendo
la pasión y la voluntad toda. Sólo eso es lo que vuelve
a alguien Señor y ello incluye privilegios:
Antes bien, fueron los propios
<buenos>, es decir, los distinguidos, los poderosos, los
de posición e intenciones superiores, quienes se sintieron
y valoraron a sí mismos y a sus acciones como buenas, es
decir, como de primer rango, por oposición a todo lo bajo,
lo de intenciones bajas, lo vil y lo plebeyo. Sólo de este
pathos de la distancia extrajeron el derecho a crear valores,
a acuñar nombres para los valores: ¡qué les
importaba la utilidad! (Nietzsche, 2003, p. 67)
Es justo aquí donde Nietzsche
refuta con mayor energía fundamentándose en sus raíces
filológicas: "El derecho de los señores a dar
nombres llega tan lejos que podríamos permitirnos concebir
el origen del lenguaje mismo como una manifestación del poder
de los señores" (Nietzsche, 2003, p. 66-67). No es difícil
concluir que la otra gran crítica de este filósofo
va sobre la democracia, concepto y realidad que en mundo moderno
tiene un sentido de bueno, pero que resulta el completo antivalor
a la aristocracia no sólo de la moral, sino de la guía
y de la detención de poder. La moral es impuesta y el hombre
la acepta completa, le hereda sus traumas, sus culpas, sus miedos,
sus pequeños placeres, sus odios; la moral pues, es lo más
democrático que hay.
Para Nietzsche el problema principal
estriba en el resentimiento como maquinaria creadora, como el origen
de un sistema de valores que, subrepticiamente, conduce a la culpa
y la negación de la autonomía de la persona misma:
Mientras que toda moral noble
brota de un triunfante decir <sí> a uno mismo, la
moral de esclavos dice de antemano <no> a un <afuera>,
a un <de otro modo>, a un <no idéntico>: y
este <no> es su acto creador. Esta inversión de la
mirada que instaura valores, esta necesaria dirección hacia
fuera en lugar de hacia atrás, hacia sí mismo, pertenece
precisamente al resentimiento: la moral de esclavos necesita siempre,
para surgir, primero un mundo opuesto y exterior; necesita, por
decirlo en lenguaje fisiológico, estímulos externos
para actuar; su acción es radicalmente reacción
(Nietzsche, 2003, p. 78).
Ascetismo y vitalidad
El remate de la crítica
de Nietzsche a la moral moderna es el carácter ascético
como opuesto a los valores vitales del hombre. Nietzsche aquí
equipara el concepto de ascetismo al de estoicismo y, por supuesto,
del carácter inquisitivo y represor de la razón como
negación a la vitalidad del hombre.
Es posible definir a los valores
vitales como las formas de expresar sentimientos e instintos y es
aquí donde se conecta la enorme crítica de Nietzsche
hacia la razón, porque reprime en aras de un sentimiento
ascético:
¡Ah, la razón, la
seriedad, el dominio sobre los afectos, toda esa cosa siniestra
que se llama recapacitar, todos estos privilegios y suntuosos
ornatos del hombre: qué caros se han hecho pagar, cuánta
sangre y crueldad hay a la base de todas las <cosas buenas>!
(Nietzsche, 2003, p. 103)
Los valores vitales, pues, van desde
la alegría, hasta la pasión y su negación sólo
representa dos cosas: la sumisión a una promesa introyectada
a fuerza y fundamentada en el resentimiento o, una pobreza espiritual
del hombre y una inferioridad con respecto a sí mismo. La
tiranía del logos contra la vitalidad.
Nietzsche en realidad amaba al hombre,
por ello proclamó su emancipación fundamentada en
él mismo, en su individualidad y su auténtica presencia
en el mundo. El odio y el resentimiento son el veneno del alma y
el hombre mismo es quien se lo medica. Si como él mismo menciona,
en el renacimiento hubo una pequeña luz que intentó
rescatar la vitalidad del hombre, sus características, sus
expresiones; cayó a manos del gran reformador: Lutero. Lo
mismo sucedió con Napoleón, hombre que fincó
sus valores en sí y demostró su vitalidad, pero que
finalmente no pudo con todos los inferiores que a todas luces buscaron
destronarlo.
La promesa de una vida más
allá como condición de la tiranía del logos
en esta realidad es, para Nietzsche, irrealizable e inaceptable.
Por eso es la crítica contra el cristianismo, el hombre debe
creer en sí, la metafísica actual está equivocada,
el hombre es el principio y el fin.
Conclusión
Nietzsche es el punto
final, no sólo a la ética, sino a la filosofía
clásica. Su visión del mundo estriba no sólo
en el definitivo rompimiento con el pasado, sino en la fuerte necesidad
de transformar al hombre. Para Nietzsche el sistema se ha llevado
al extremo y en su lucha por sobrevivir ha absorbido al hombre,
peor aún, el hombre se ha entregado a éste. Cada día
que pasa, sólo se observa más resentimiento, más
subordinación, más culpa, más supresión
de pasión que deja escapar impulsos equivocados. Nietzsche
cobra más y más vigencia en el odio y frustración
que México experimenta hacia los Estados Unidos, el vecino
conquistador; hacia España: los perturbadores del paraíso.
Los individuos nobles son cada vez
menos en relación con los espíritus mediocres y débiles
que, como son mayoría, ocupan el poder y dirigen el movimiento
social. La discusión actual en México acerda del IVA
y el triste papel de los "intelectuales" sólo confirma
su naturaleza: son tan pobres de voluntad como los dirigentes.
Los valores ascéticos deben
volver a dar paso a los valores vitales. La crítica de Nietzsche
a la cultura occidental marcada por el platonismo y cristianismo
es la subordinación del hombre, su imposibilidad de crear
sus propios valores y hacer su futuro a partir de esa muy personal
tarea, pues no es posible construir un sentido de la vida. La imposición
cristiano-platónica fundamenta su postura en valores metafísicos
que poco o nada tienen que ver con esta realidad, por ello es necesario
que el hombre sea el centro y no en términos egoístas,
sino de una auténtica y completa realización.
Referencias:
Mayer, J.P. (1995). Trayectoria
del pensamiento político. México: FCE
Nietzsche, F. (2003). La genealogía de la moral. España:
Tecnos
Mtro.
Alejandro Ocampo
Director del Proyecto Internet
de ITESM Campus Estado de México,
México. Así como de Razón
y Palabra, primera publicación
electrónica espacializada en Comunicación en América
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