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Por Angélica Palacios
Número 37
Se
romperían las fronteras y nunca más el hombre volvería
a estar solo. Las naciones se acercarían para conocerse unas
a otras. Y la vida, la intimidad, los sentimientos propios de los
humanos, y el conocimiento, se transformarían para convertirse
en todo, menos en lo que son.
La prensa, que comienza a consolidarse
a principios del siglo XVII; a finales del siglo XIX, el cinematógrafo;
en las primeras décadas del siglo XX, la radio; la televisión
un poco más tarde; y ahora Internet, han convertido a la
realidad en ficción, y a lo ficticio en lo creíble:
la cotidianidad.
Se ha hecho de la vida un producto, y a los productos se les ha
dotado de vida. Me refiero a los productos comunicativos, esos que
escuchamos, vemos y percibimos, con los que interactuamos, y hacemos
nuestros al apropiarnos de ellos, porque son nuestra esencia, de
ahí surgieron, y ahí se consumen.
Cómo pues rehusarnos a nosotros mismos, a nuestros sentimientos
que nos han sido arrancados, meditos en una caja electrónica
(llámese T.V., radio o computadora) o impresos en una hoja
de papel; revolcados en la cultura cosmopolita, embarrados con aderezos
extraordinarios y dramaticoides, salpicados de sucesos irreales
-y sin embargo creíbles-. Cómo no hallarnos ahí,
en películas, Talk Shows, canciones, historietas,
cibertextos y hasta noticias sansacionalistas.
"Estas nuevas mercancías
son las más humanas de todas, ya que ofrecen en 'rodajas'
los ectoplasmas de humanidad, amores y miedos novelados, los sucesos
del corazón y del alma" (Edgar Morín, 1966, P.
20)
No importa quién eres, qué crees y piensas, qué
sueñas, cómo hablas, cuánto posees, los medios
de comunicación han encontrado el estándar de vida,
el punto en donde las fronteras se diluyen, donde cabemos todos
y nos soportamos, donde consumimos lo que éramos antes, lo
que estaba dentro, y ahora los medios han exteriorizado: la vida
privada.
La producción y reproducción
de nuestra vida en los medios es una mezcla, un círculo que
regresa a su origen, el hombre. Es un híbrido de tecnicismos,
métodos de elaboración y rasgos humanos estandarizados,
tipificados, hechos estereotipos. Entonces, ¿es nuestra vida
un producto, y este último es el que nos dota de vida? O
en el mejor de los casos, ¿aún alimentamos y contribuimos
a dicha producción?
"Existen unos modelos patrones
del espíritu que ordenan y clasifican los sueños racionalizados,
que vienen a ser temas novelescos y míticos" (Edgar
Morín, 1966, P.34). Es decir, se mitifica la cotidianidad
de una manera convencional, que guste a todos, que sea novedad,
pero que no incomode a nadie, que no se salga de lo permitido.
El cine y la televisión,
entendidos como dos entes que no poseen exactamente las mismas características,
pero que siguen la lógica en la representación de
la realidad, mezclan las materias primas, las esencias humanas.
Como los grandes perfumistas, buscan la invención -y sin
embargo lo mismo- , así la creación tiende a ser producción,
y los artesanos a ser productores.
Los personajes manejados en la televisión
y en el cine, que en algún momento podrían ser tipo,
desde la lógica de Umberto Eco, en donde se busca antes que
otra cosa, la individualidad, concretización y la originalidad,
se vuelven típicos, comprendidos por cualquiera y de la misma
forma, sin mayor complejidad. Se estandarizan.
Los clásicos del marxismo,
expone Eco, dicen que " la tipicidad como criterio de lectura,
nos reafirma en la opinión de que sólo cuando el personaje
está artísticamente logrado, podemos reconocer en
él motivos y comportamientos que son también los nuestros,
y que apoyan nuestra visión de la vida". (Humberto (Eco,
1999, p. 197)
Sin embargo, cuando estos personajes
se vuelven simples, y replico, típicos. Es decir,
cuando encierran un mismo significado para muchos; se cuestiona
la complejidad del ser humano, tanto para crear, como para aprehenderse
a sí mismo y mostrar sus infinitas facetas en representaciones,
en este caso, en personajes. Habría que preguntarse si el
hombre, en estos ires y venires, está perdiendo su complejidad
y comienza a conformarse con la repetición, a desinteresarse
por la entropía y a vivir en la certidumbre.
Los personajes creados, o mejor
dicho producidos, son reflejo de nuestros deseos humanos por alcanzar
la perfección, nuestros ideales del querer ser. Y
por esto, por el hecho de ser inalcanzables, no quiere decir que
no emerjan de nosotros, surgen de nuestro interior, de los sueños,
de la necesidad de ser amado y aceptado dirían Lacan y Hegel.
De igual forma existe una identificación del individuo con
el objeto o personaje.
Si retomamos a Sigmund Freud, observaremos
en estos entes, irreales y verosímiles, nuestras proyecciones
del ideal del Yo, se da lugar así, a un enlace afectivo
entre el sujeto y el objeto amado, el personaje. Esto es una especie
de enamoramiento en donde se busca completar ese vacío que
nos aqueja.
Pero los productores de cine y televisión,
no sólo buscan que el sujeto se proyecte en el personaje,
también debe existir otra forma de alineación, la
introyección, como la llama Freud, en donde el individuo
se identifica con el personaje.
Proyección e identificación
se coquetean y dialogan para converger en el individuo. Se presentan
en forma de héroes, príncipes y princesas modernizados,
villanos, fantasmas y semidioses; Pero de igual forma, por qué
no, en lugares y situaciones deseados, en ficciones imposibles de
alcanzar, y pese a ello, codiciados hasta la muerte. Muchos perecen
en el intento, entonces, como escribió el poeta francés
Paul Valéry, casi todos nuestros deseos son criminales por
esencia.
Televisión y el cine conjugan
culturas locales, propias de un grupo. Las procesan, revaloran,
adhieren y quitan, las sumergen en el gran charco que contiene lodo
de todos los rincones, y las regresan bajo un formato distinto,
pero con la misma esencia, el perfume único, el aroma a ser
humano. La Internet se apega a esta lógica, sin embargo,
ésta aún continúa en la penumbra, pues los
análisis y estudios todavía no logran comprenderla.
La radio por su parte, posee algunas
características de los medios anteriores, pese a que carece
de imágenes las logra evocar, apuesta, también, al
sistema imaginario, se interna en la vida cotidiana y la representa
a través de voces y sonidos. En sus inicios, hacía
el trabajo de la Televisión e Internet, mostraba imágenes
(en sonidos) e interrelacionaba individuos con ayuda de sus estudios-cabinas,
que posteriormente sustituyó por la vía telefónica.
La radio, que se esperaba desapareciera
con la creación de la televisión, sirve como acompañante,
como relleno para hoyos de soledad. Habla de la vida después
de procesarla bajo la misma lógica de la televisión
y el cine, pero mediante mecanismos distintos. Dialoga con la cotidianidad,
la expresa, y como un ciclo, retorna a su punto de inicio: la vida
cotidiana en la cocina, la recámara, el taxi, el microbús
e infinidad de lugares.
Escuchamos consejos para el corazón
y la belleza, canciones, comentarios y noticias. Retomemos las canciones
para especificar uno de estos productos, con ellas se apela al lugar
común, al amor, a la felicidad, o sus contrarios, el desamor
y la desdicha. Se explota y remarca lo que todos hemos vivido.
Existen los gustos y la segmentación
de público, pero no como determinantes para el consumo de
productos musicales, para todos hay. Los sonidos se ajustan, se
buscan nuevamente los estándares de vida. Se encuentran las
vivencias comunes y se producen canciones que satisfagan al alma,
que colmen los sueños. Pero también, se apela al desahogo
ante el fracaso. Y a últimas fechas, a la mera satisfacción
de ritmos y sonidos, sin palabras y sin sentido.
Por su parte la prensa, sea de forma
impresa o dicha a partir de palabras sonoras e imágenes,
se ha introducido cada vez más en la vida privada, tanto,
que desconoce las fronteras de lo decible y lo privado. La libertad
de expresión revuelve el agua de la información a
tal grado que ya no se percibe distinción entre la vida pública
y la privada; éstas han quedado disueltas en el mismo pozo
del que sacan agua los periodistas y dan de beber a la sociedad.
La aparición de la nota roja
convierte al pueblo en protagonista de la noticia. Se presentan
héroes cercanos a la realidad, así vemos a los bomberos
salvavidas o los policías investigadores y justicieros. Se
hace de lo real una novela agradable al morbo. No se reconocen límites
entre lo real y lo imaginario, entre lo privado y lo público.
La vida del vecino, el político,
los actores de televisión y cine, se vuelven show,
saboreamos los retazos de nuestros sentimientos proyectados en las
personalidades del glamour. Nos identificamos con las personas
que ahora son personajes públicos.
Las noticias se vuelven novelas
al inyectarles dosis sensacionalistas, ésas irresistibles
para los humanos. Es difícil ignorarnos en los medios cuando
éstos se dedican a diseccionar los rasgos sentimentales para
armar estereotipos y presentarlos en forma de noticias. Conocemos
el guardarropa de los actores o cantantes y hasta políticos
del momento, sus casas, su familia, sus gustos y creencias, ¿qué
queremos ver en ellos, qué encontramos que no poseemos?
Estamos sumidos en nuestro individualismo.
Percibimos, y nos gusta, proyectarnos e identificarnos, pero primero
con lo que vemos, escuchamos y leemos en los medios, después,
mediados por lo anterior interactuamos con los que tenemos a un
lado, los hombres, nuestros iguales.
Entonces, si los medios nos ofrecen
nuestra vida en productos, en situaciones extraordinarias, inalcanzables,
pero verosímiles y deseables, en esencias humanas agradables,
en donde se elimina el sudor, la miseria del hombre, lo que no sirve,
lo indeseable ¿Cómo pues rehusarnos a nosotros mismos,
a nuestros sentimientos que nos han sido arrancados?
Referencias:
- MORÍN, Edgar. El espíritu
del tiempo. Un ensayo sobre la cultura de masas, España,
Taurus Ediciones 1966.
- ECO, Humberto. Apocalípticos e Integrados, España,
Lumen, 1999.
- SIGMUND, Freud. Psicología
de masas, España, Alianza, 2000.
- WINOCUR, Rosalía.
"Radio y ciudadanos, usos privados y una voz pública",
en García Canclini, Cultura y comunicación en la
Ciudad de México, México, Grijalbo, 1998.
Angélica
Palacios Luciano
Estudiante de la Licenciatura en Comunicación.
UNAM-
ENEP Acatlán, Estado de México,
México |