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Por Jesús Becerra
Número 37
Una
de las prácticas humanas que van consolidándose como
resultantes de la instalación del pensamiento histórico
en la imaginación popular, es la tendencia a la identificación
de las características de la época propia, respecto
a la cual se presume que existen rasgos suficientemente discernibles
para distinguirla de las precedentes y a la vez ligarla a ellas.
Se trata de un ejercicio de construcción de la propia identidad
de lo social en el eje del tiempo. Las circunstancias que trae cada
época no sólo definen lo que es dable a sus sujetos
pensar, sentir y hacer, sino que además facultan la proposición
de la categoría época. Como en todo caso de
percepción, alguna dosis de diferencias se requiere para
notar el paso del tiempo social: los cambios reajustan las prácticas
sociales hasta volver a unas reconocibles y a otras las dejan intocadas
sólo para significarlas de pasado, de ritualidad, de vínculos.
Para fines prácticos, sólo existe aquello que es pensable,
de modo que ni los acontecimientos más contundentes ganan
en sus implicaciones efectivas a aquellos que los sujetos asumen
como vigentes, sean reales o supuestos. La cultura se hace de pensamiento
en mayor dosis que de acontecimientos. En ese sentido, la conciencia
de ser es un acto de producción de la cultura.
Las
distintas marcas de nuestro tiempo, es decir, de lo que somos, imbrican
para generar una realidad a la que la imaginación y el lenguaje
terminan por instaurar en un sistema de proporciones para hacerla
operable. Se trata de la racionalidad, sistema de escalas para medir
el mundo y por ello para aludirlo. Resulta posible, por ello, desatender
en un momento específico los contenidos de una cultura a
fin de pensar en las estructuras del pensamiento, en las escalas
de razón. Aunque no sabemos qué nos diferenciará
de lo que seremos, nos es dado reconocernos en algunos rasgos que,
por constituirnos, de algún modo nos explican, y al ser nombrados
nos remiten a la terminología en la que se articula el presente:
neoliberalismo, reingeniería social, light new age,
postindustrialismo, terciarización económica selectiva,
mercadotecnia de la hermandad universal mediante la worldwide
web, digitalización de la imaginería de escalas,
servomecánica y subcontratación, primado del capitalismo
financiero sobre el productivo, racionalidad fetichizada e integración
virtual; en una palabra, posmodernidad globalizada.
Y
es que la globalización misma, como ampliación de
los mercados para la realización de las mercancías
y circulación de los capitales, requiere un mercado de conciencias
que, a contrapelo de las matrices culturales, ponga en circulación
una cultura ad hoc, incluso con precedencia sobre la cultura
oficial. Desgraciadamente, la globalización de las conciencias
no ha sido, sin embargo, la generación de una conciencia
global, prehumana. La base de esta tendencia es mercantil y se constituye
en lógica desde la cual se profundizan los desniveles geográficos,
de clase, de género, y de prácticas de consumo, al
tiempo que se estandarizan los referentes de las aspiraciones: aquello
que a un tiempo marca una identidad e incorpora al mundo de lo selecto.
Todo esto supone, por supuesto, la construcción de escaparates
frente a los cuales se pasean las miradas y los apetitos. En sus
espacios campean no sólo los objetos, sino la forma
de consumirlos; no sólo los sujetos, sino la estructura que
los ubica y clasifica.
El
que exista una institucionalización del gusto, supone que
secuencias de prácticas instituyentes operan sancionando
mediante sistemas normativos no escritos pero efectivos, lo legítimo
y lo aberrante, la creación y el remedo o hasta el exabrupto.
No tratándose de escalas de jurisdicción, son entonces
mecanismos más sutiles que promueven actuación mediante
la valoración y antes la percepción. De algún
modo, toda institución consiste por lo menos en una cierta
lectura de su ser y su hacer -algunas más, otras menos al
preferir la coerción-, en un sistema complejo de adhesiones
relativamente libres que, por operar como código, requiere
de sus usuarios una suficiente competencia a fin de no ser descalificados
y aparecer como entidades extrañas y exteriores, sin capacidad
para la interactuación. La institución es, así,
lenguaje y referente, sistema redundante del que la economía
de la cultura se vale para erigir las reglas de lo deseable. Como
macroobjeto vuelto hacia sí mismo, una institución
es al sujeto lo que la lógica es a la enunciación:
paradigma que articula lo manifiesto y lo ausente para que los procesos
adquieran sentido. Es que una institución posee además
de un sustrato material, una naturaleza virtual que opera como una
cultura en sí misma. De ahí que su modo de operación
sea igualmente sutil; para el caso de nuestros tiempos de aldea
global, el cacique global (como le llama Pasquali, 1993:
11) es ubicuo, opera sobre las conciencias, tiene como base capitales
virtuales y como estrategia armas blandas: software, programación
de información, formación de opinión y entretenimiento,
así como los puntos de articulación entre las culturas,
a fin de promover su operabilidad y las cuotas de intercambio.
Por
ello, la lucha debe concentrarse en la conciencia, a través
de un trabajo serio y risueño, capaz de generar su propia
oferta de ideas y de mundo posible. El trabajo sobre la imaginación
será el único que pueda aspirar a reconquistar las
conciencias, y esto desde diversos espacios.
Pero
también necesitamos esforzarnos por producir la reflexión
desde nuestros espacios, por grandiosos o modestos que pueden parecernos.
Un golpe de estado al estado de cosas no se alcanza con meras buenas
intenciones. En verdad, nos falta pensamiento conductor individual,
y teoría apoyada en estudios concretos institucionales, para
ser capaces de percibir, valores y actuar con alguna eficacia. Además,
para dejar de imaginar que, al menos en materia de medios de comunicación
sólo queda la posibilidad de conquistarlos par la vía
de una revolución generalizada. Como apunta el filósofo
de la comunicación Jesús Martín-Barbero (1990:
11), el creer de la auténtica comunicación sólo
puede darse "fuera de la contaminación tecnológico
/ mercantil de los grandes medios" es la mejor coartada para
dejar las cosas como están, pues si confinamos "la búsqueda
y la construcción de alternativas a los márgenes de
la sociedad y a las experiencias microgrupales" dejamos libre
el centro del campo a la visión hegemónica.
Nuestra
propuesta no debe ser la de abandonar ni la mirada histórica,
ni la que pone la atención en las condiciones materiales
detrás de los hechos concretos. De lo que se trata es de
conceder una oportunidad a la imaginación para que reconozca
los parámetros de sus propias producciones en los mundos
que nos hace habitar. Uno de ellos, se muestra como integrado en
una red de relaciones mercantiles a escala mundial, que solemos
designar con el sustantivo globalización. El ver en
los medios masivos de comunicación un sistema de instrumentos
para promover tal estado de cosas debe llevarnos a concebir aquéllos
como industrias que consumen nuestro tiempo, y nuestra imaginación,
además de conducir nuestras energías. En efecto, no
es tarea sencilla volver en favor nuestro las posibilidades hipnóticas
de los medios, pero si no olvidamos que ellos funcionan bajo el
régimen de la rentabilidad, veremos que nosotros, su mercado,
tenemos una alta capacidad de acción a partir de un programa
de pensamiento y de trabajo. Lo que sigue es una propuesta para
el rescate de los medios y de nuestras conciencias, que eventualmente
podría contribuir a la corrección de los rumbos pervertidos
de la globalización.
A.
Redefinición operativa del ethos humano
Sin duda, uno de los escollos más frecuentes en la historia
de la cultura ha sido causado por la ambigüedad propia del
orden de los valores morales, ambigüedad que, por cierto, es
para algunos un valor en sí mismo. La interpretación
discrecional ocasiona conflictos incluso de orden jurídico.
La solución de esto no es sencilla ni definitiva: siempre
queda un espacio para la interpretación, que justifica la
existencia de la abogacía, así como los demás
dominios del saber hacer profesional. En caso contrario, los manuales,
los programas o los códigos serían materia suficiente
para discernir de modo directo sobre los valores que algo asume,
sin conceder espacio a ninguna otra concepción. A la postre,
tal situación de estrechez, de racionalidad extrema, conduciría
a un estado paradójico de irracionalidad.
Lo que se requiere es un criterio fundamental de discernimiento
de lo valorar, que parta de la definición de un ethos,
como ambiente del pensamiento y de las acciones para definir la
ética como punto de referencia. Es cierto que sobre ésta
pesan también las cargas de la ambigüedad, así
como los peligros de caer en la intolerancia, por lo que la propuesta
debe ser la generación de una ética operativa, mas
no paramétrica. Es decir, se trata de ofrecer un marco general
de categorías morales (en psicología existen propuestas
como las de Kohlberg) que permitan discernir entre varias situaciones:
tal sistema, pues, debe reconocer la relatividad general de los
valores y la posible preeminencia situacional de unos sobre otros.
Para construir lo anterior, se requiere partir de un corpus ético
global, como el que constituyen las diversas religiones, y llevarlo
a situaciones concretas y propias de nuestros contextos, así
como de los previsibles, para generar las categorías operativas.
De ellas, pueden extraerse por simulación, situaciones específicas
para ser sometidas a evaluación en grupos representativos
de la diversidad social. Esto puede arrojar como consecuencia la
clarificación de las estructuras morales de los sujetos,
al mismo tiempo que puede permitirles reflexionar sobre su propio
sentir, pensar y hacer, lo cual es ya en sí mismo una pedagogía
de valores. En pocas palabras, la propuesta concibe arrancar de
la construcción de un sistema general de razonamiento moral
y sugerir situaciones para basar un diagnóstico de los diversos
grupos sociales. Esto sería a la vez un trabajo piloto para
afinar el modelo hasta donde se considere suficiente, y para sustentar
las siguientes etapas.
B.Propuesta
de conceptuación y rescate de la tecnicidad
Uno de los efectos más devastadores de lo tecnológico
en el imaginario de la investigación es, sin duda, que todo
esfuerzo de construcción se inscribe deliberadamente en una
línea que confunde avance cualitativo con crecimiento. Mientras
tanto, la constitución de los campos disciplinarios es perdida
de vista. En la ingenuidad de la imaginación técnica,
cualquier nuevo campo tiene ya predefinido su lugar, su conformación,
su objeto, sus métodos y aun el tipo de sus resultados o
productos. Con ello, no se hace otra cosa que condenar los procesos
vivos del pensamiento a seguir los esquemas antes que a repensarlos.
Lo que hace falta, entre a otras cosas, es, pues, tanto una denuncia
como un rescate de la tecnicidad. Martín-Barbero (Montoya,
M. E. 1993 y Martín-Barbero. J. 1990) fue uno de los primeros
pensadores en América Latina en considerar la tecnicidad
desde una posición no centrada en lo material, pero tampoco
descarnada. Esto mismo, sin duda, ha permitido a los nuevos estudios
de la comunicación en el subcontinente romper epistemológicamente
con el hechizo de la tecnología y, por el contrario, considerarla
como indicador importante para intentar una prospectiva de las acciones
sociales en general, tanto como la reconstrucción histórica.
El llamado "estallido del modelo mecánico" ha dejado
su lugar a una concepción de la comunicación que se
desarrolla en los medios, pero también en los espacios de
la interacción cara a cara, ha revelado la existencia de
mecanismos de mediación para la exposición ante los
medios y para la apropiación de sus contenidos. Ha puesto
de manifiesto que es necesario romper con los tecnologicismos idólatras
o ascéticos, sin renunciar, en contraparte, al desarrollo
y mejoramiento de las condiciones técnicas de la existencia
y a su comprensión.
Esto se concreta en una propuesta de educación por la comunicación
en un doble sentido: por una parte, en la conquista de los accesos
y las formas, en una palabra, de los usos de los medios masivos
o interpersonales de comunicación, a fin de promover acciones
educativas y liberadoras. Por la otra parte, se trata de llevar
a cabo un conquista y educación de los imaginarios de los
seres humanos para ofrecerles nuevas formas de lectura de contenidos
de los medios, que a la postre habrán de generar nuevas demandas
de productos comunicativos. Es en el marco de una cruzada a favor
de los valores, donde los dos conjuntos de acciones mencionados
adquieren sus proporciones y sentido. Habrá que aclarar que
no se trata de subvertir en orden de posesión de los medios
de comunicación, sino simplemente de ofrecer nuevas oportunidades
de lectura a los receptores, así como un nuevo tipo de usuario
a los propietarios de estas industrias apoyándonos en la
lógica de rentabilidad que ha mantenido vigentes el sensacionalismo,
la indiferencia y el hedonismo.
C.
Iniciativa de normatividad en el contexto de escenarios efímeros
Entre los primeros esfuerzos por atender las formas y los contenidos
de la comunicación, se pueden encontrar en llamado Código
Hayes, que en la época del primer florecimiento de la industria
fílmica en Hollywood fue impuesto para mensurar los grados
de inmoralidad presente en las cintas. Este esfuerzo es hoy visto
con lástima en algunos casos, pero también con rabia,
si se comprende como un sistema de censura y un atentado contra
la libertad de expresión y el arte mismo. No hay que olvidar
que en el nombre de la libertad y el arte se han producido obras
excelsas, pero también crímenes. Desgraciadamente,
la línea que separa ambos extremos es inestable, móvil
y ajustable. Existen además una urgencia de normar respecto
a los contenidos, las formas, los intercambios, las posibilidades
y hasta los mecanismos de revisión y de ajuste de las propias
normas. Y esto no sólo vale para la comunicación,
sino además para la educación misma.
Sin pretender resucitar al Hayes de nuestro tiempo, debe intentarse
pues, la traducción de los encuadres de valores como corpus
ético que codifique y dé sentido, principalmente,
al desempeño de los medios de comunicación, evitando
coartar sus espacios para la libre expresión. A tal efecto,
siempre puede ser útil recordar que la libre emisión
no garantiza la recepción y que, llegada ésta sus
sentidos pueden ser meras propuestas cuando se encuentra con receptores
activos y críticos (Orozco, 1994). El análisis debe
reconocer esto y dejar los espacios para la explotación democrática
de los recursos comunicativos, siempre que se ajusten al perfil
constitucional y discriminen sus objetivos de clientela, tiempos,
modos, extensión y efectos esperados. Precisamente, los estudios
de efectos de comunicación han sido desde el principio muy
interesantes, pero con frecuencia también poco contundentes,
dada la complejidad involucrada en la asunción de sentidos
de cada sujeto en cada situación así como la imposibilidad
de rastrear y disectar los efectos a largo plazo. Sin embargo, un
marco moral claro puede constituir el fondo más confiable
contra el cual recorta la complicada polisemia de los mensajes.
Ante la necesidad de incidir en la conformación de un ambiente
ético más favorable que el presente, se requiere sumar
a las acciones en el polo de la recepción, un esfuerzo consistente
por armar un sistema claro y operante, opuesto por definición
a la entropía que caracteriza nuestra oferta de sentidos.
Su eje debe ser el concepto de ética y su amarre los valores.
La forma debe ser una iniciativa completa sometida a las instancias
legislativas y defendida en las arenas de las interacciones populares
y en los escenarios académicos, políticos y económicos.
Debe ser tolerante y respetuosa, a la vez que vigilante y flexible;
crítica y autocrítica. Sobre todo, hecha de consensos
y de estudios y reflexiones. El tamaño de lo que está
en juego bien vale el reto.
D.Formación
de una red de educadores y multiplicadores, así como de los
materiales necesarios para su operación
Todo lo hasta aquí expresado no tiene mayores posibilidades
de realización sino es a través de las propias redes
humanas naturalmente existentes, por las que circulan los sentidos,
las acciones y los impactos, los sueños y las aspiraciones.
En esta red es, precisamente donde se revelan con mayor claridad
la esencia de la comunicación y de la educación, en
tanto que su configuración tendría el mejor sentido
de ambas: el amor mismo.
Ante el embate de la moda y la maquinización que resta credibilidad
a los profesores y minimiza a los padres y a otros aliados naturales,
un "cierre de filas" de los sujetos concretos de la educación
y la comunicación puede hasta ser la más eficiente
respuesta para sustentar un proyecto de nación que tiene
que reencontrarse con sus pensamientos, con su identidad en el pasado
y con su destino en el presente efímero. Y es que, antes
o después, los proyectos incluyentes que logran una cierta
presencia, terminan por recuperar en su lógica y en su operación
hasta aquellos que apostaban por una provisionalidad de beneficios
no sustentables. El desafió parece ser en esto el encontrar
las formas del discurso más adecuadas para acceder a los
distintos imaginarios agrupados en sectores diversos. Por ello,
una vez más la mejor estrategia es la apertura a la participación,
la búsqueda de la representatividad, el esfuerzo plural.
En lo material, la producción y la circulación alternativas
requieren también la complicidad de los trabajos. Por fortuna
en mucho de lo que aquí se propone, que es en síntesis
la vuelta renovada sobre los valores, la sociedad misma es la veta
más rica, a la vez que el punto de referencia tanto de partida
como de llegada. Pero más allá de una eficiente forma
de organización y de la capacidad de contagiar el entusiasmo,
se requiere de esfuerzo, claridad y hasta de buena fortuna. Entre
los materiales, los productos técnicos alternativos (video,
programas audiovisuales, formas impresas por ejemplo), si enraízan
en las matrices culturales, pueden encontrar buenas posibilidades
de producción y circulación. Con ello, la oferta disponible
se enriquece y puede constituir nuevos modelos en formas y contenidos
para los receptores y para los emisores masivos.
En síntesis, se propone generar "corredores" humanos
y materiales de ideas y recursos que, por una parte, alimenten y
concreten en acciones y productos lo que aquí se presenta,
y que, por la otra parte, sean unas desembocaduras de este conjunto
de esfuerzos para constituir un orden alternativo.
Es
mucho lo que resta por comenzar a intentar, pero también
muchas las intenciones por contribuir al mejoramiento de las condiciones
de las que ya estamos aquí y de aquellos a quienes esperamos
en un mundo de esperanza global. Aunque es cierto que el embate
de los grandes intereses es considerable, seguramente existen muchos
más individuos con posibilidades más finitas, pero
después a trabajar por sus sueños. Eso en sí,
y hay que entenderlo de ese modo, puede ser una exitosa puesta en
practica de un valor, sobre todo si tiene como guía el estudio
incluyente y pleno de sueños e imaginación para atreverse
a creer en ellos. Más que a partir de la mera formación
de cuadros para el trabajo, nuestros futuros historiadores seguramente
nos evaluarán a las universidades y a los universitarios
de hoy, en razón de nuestro atrevimiento para construir los
escenarios y concentrar la energía social necesaria en la
tarea de humanizar la globalización.
Referencias:
Martín-Barbero,
J. (1990). "De los medios a las practicas". En Orozco
G. (coord.) La comunicación desde las prácticas
sociales. Cuadernos de comunicación y prácticas
sociales, 1. Pp. 9-18. México: Universidad Iberoamericana.
Orozco,
G. (1994). "Recepción televisiva y mediaciones. La construcción
de estrategias por la audiencia". En Autor (coord.) Televidencia.
Perspectivas para el análisis de los procesos de recepción
televisiva. Cuadernos de comunicación y prácticas
sociales, 6. Pp. 69-88. México: Universidad Iberoamericana.
Pasquali,
A. (1993). "Bienvenida Global Village". En Intermedios,
8. Pp.7-15. México: Radio Televisión y Cinematografía.
Jesús Becerra Villegas
Centro Interinstitucional de Investigaciones
en Artes y Humanidades
Universidad Autónoma de Zacatecas,
México |