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Por Abel Muños
Número 38
Hablar
del cine yugoslavo de los noventa tiene la particularidad de referirse
al cine de un país que dejó de serlo en ese tiempo.
Para utilizar como referencia a Ivo Andrich (el más representativo
de los escritores de esa antigua nación1),
es —al menos— la filmografía de la caída
de un puente.
Yugoslavia, como se puede inferir de su nombre, era principalmente
un país de eslavos: serbios, croatas, bosnios, montenegrinos
(que comparten una lengua), eslovenos y macedonios. Pero además
gitanos, húngaros, albaneses y otros. Un verdadero crisol
para el que se había inventado una megaidentidad
como eslavos del sur por sus pueblos mayoritarios. Esa
filiación por sobre lo étnico nunca estuvo sustentada
sino a través de una fuerza que venía de Belgrado.
Cuando Tito murió comenzaron las luchas y cuando el comunismo
dejó de ser una fuerza real se desbocaron.
El arte, ahora exyugoslavo, reflejó tanto los odios, como
la desesperanza o el deseo de paz. Y en celuloide dio una de sus
expresiones más memorables2.
Este recorrido pasará del cine a las interrelaciones étnicas
e históricas de los Balcanes occidentales.
De
puentes a túneles
La
crónica de Un puente sobre el Drina de Ivo Andrich
comienza con un “serbio” (cristiano ortodoxo de Bosnia)
empalado. Castigo ejemplar para serbios y “turcos” (musulmanes
bosnios) impuesto por los representantes del visir otomano. Para
los serbios por intentar sabotear la gran obra pía que el
máximo otomano ha decidido realizar en Visegrado; para los
turcos por no ser duros con los esclavos serbios que deben servir
a los otomanos y a Dios. Finalmente, el puente se tiende abriendo
una ruta de Sarajevo hasta Estambul.
Ese monumento ve pasar a los otomanos, oleadas de guerrilleros serbios,
a los austrohúngaros que rescataron el territorio
de los turcos; ve las alianzas entre las religiones (las tres monoteístas)
ante diversas desgracias; ve las nuevas luchas nacionales sudeslavas.
La historia termina cuando un viejo musulmán muere de un
ataque al corazón camino a su casa, durante una guerra entre
Austria y los yugoslavos, justo después de que una explosión
vuela la séptima columna del puente y destruye su
tienda. Sin embargo tal vez el verdadero final es el primer capítulo:
el puente sigue ahí —al menos en 1945, cuando la novela
se publicó por primera vez.
Es como si terminara con Yugoslavia en pie. Como si Andrich decidiera
guardar silencio, para acentuar la seguridad que tenía en
el gran futuro que tenía su país.
La siguiente parte de la historia no es gloriosa y otro bosnio la
cuenta con mayor desenfado. Emir Kusturica, en Underground,
narra cómo un grupo de personas, terminada la Segunda Guerra
y tras su participación activa en la formación de
Yugoslavia, vive en túneles durante años. Un eminente
político y excombatiente (Marko) las mantiene allí
fabricando armas para una supuesta guerra interminable; de esta
fábrica clandestina se enriquece. En este bajo tierra está
gran parte de lo que el director calla con mucha intención.
Cuando algunos de los habitantes de los túneles deciden huir
para combatir activamente en la guerra que ha durado (según
ellos) tantos años, aparecen justo en la filmación
de una película que, al mejor estilo de la historia oficial
de cualquier país, tergiversa la historia haciendo enormes
y absurdos a sus héroes (una especie de rambos combatiendo
a los nazis en una película dentro de una película
al mejor estilo de Hamlet). Los prófugos matan a un actor
haciendo de nazi y descubren todo el engaño para quedar perdidos
justo en medio de la guerra fratricida que desmembró a Yugoslavia.
El escenario posterior son muertes, cruces rotas y sillas de ruedas
ardiendo.
Pero la apuesta central de Kusturica es un loco. El antiguo encargado
de un zoológico, que termina buscando Yugoslavia en un túnel
donde camiones de cascos azules lo llevan a Alemania: a Europa.
Allí este loco, desolado, comienza a buscar de nuevo su país.
Aquí está el silencio de Kusturica. Justo antes de
terminar su historia en el cielo, en un islote que no puede ser
parte del mundo, donde todo es paz y reconciliación. Un sarcasmo
a rajatabla y, tal vez, un segundo lamento del director.
Belgrado
La
capital de ese expaís multinacional3
en el tiempo de los túneles con que termina Underground,
está retratada en El polvorín de Dejan Dukovski
y Goran Paskaljevich. Belgrado fue la capital del fin del mundo
yugoslavo, comunista, del siglo XX, etc. Y es en esta ciudad donde
se desarrollan la obra de teatro de Dukovski y su adaptación
al cine, por parte del serbio Paskaljevich. ¿De qué
manera se puede representar una ciudad múltiple y multiforme
sino como un gran teatro?
La ciudad de Belgrado de El polvorín, es atestiguada
por unos italianos en viaje de bodas que apenas entienden lo que
sucede a su alrededor cuando suben a un autobús. Pero sobre
todo es el lugar donde una familia bosnia con un hijo que quiere
encontrar un mejor camino para sí que seguir los pasos su
padre termina perseguido por los serbios, donde dos amigos se descubren
sus más antiguos secretos terminan en una lucha sangrienta
o el lugar al que regresa un migrante (con una fortuna amasada en
Estados Unidos) a buscar al amor de su vida. De estas imágenes,
puede tentarnos como familiar el bosnio perseguido por los serbios,
aunque en realidad las otras son tan comunes que no retratan sólo
a Yugoslavia. Y eso es Belgrado, una gran ciudad de tercer mundo,
es decir una gran ciudad como todas las grandes ciudades: un mundo
de realidades empalmadas entre el concreto. Esta obra de teatro
y película se vale de pequeñas historias para abordar
como “personaje principal” una ciudad. Paskaljevich,
aprovecha la lógica teatral para darle un sabor especial
a este filme y para presentar de una manera relativamente natural
un recuadro barroco, donde resulta fácil extraviarse.
Círculos
rotos
Si
bien Belgrado fue la capital del fin de la Federación Yugoslava,
fue en la periferia donde sucedieron los actos más llamativos
de estas guerras balcánicas. Bosnia Herzegovina fue el centro
de atención que llamó al mundo hacia la región.
Durante la guerra de Bosnia (1992-1995) los chetniks hicieron
nuevos intentos por eliminar todo lo que no fuera serbio en ese
país4. En esos intentos
aislaron a todos los bosnios que pudieran ser soldados —incluyendo
niños que pudieran cargar un arma— en las ciudades,
mientras llevaban a las mujeres a campos de refugiados. En un Sarajevo
de estos tiempos se desarrolla El círculo perfecto
de Ademir Kenovich.
Un poeta incapaz de hacer más poesía que imaginarse
colgado en cualquier árbol poste o edificio, Hamza, encuentra
a dos niños en su departamento. Estos llegaron a Sarajevo
después de que los chetniks hicieron una matanza
en su aldea y escaparon. La familia de Hamza (su mujer y su hija)
fue evacuada. La película pasa de una historia bastante común
de un adulto ablandándose con niños, a un intento
por hacer que los niños consigan salir del territorio bloqueado
por los serbios para llegar a un campo de refugiados. Uno de los
niños, Kerim, además de no poder hablar sólo
puede dibujar círculos deformes. Al final muere baleado;
Adis, su hermano, escapa después de matar a un soldado serbio.
Hamza se queda en Sarajevo atrapado no solo en su laberinto adorniano5,
sino en ese círculo informe.
Poco más vieja es Antes de la lluvia la película
de Milcho Manchevski donde el director advierte constantemente por
medio de graffiti y de gravados que “el círculo
no es perfecto”. Lo que en primer lugar remite a la estructura
de la película, pero sobre todo a Macedonia, periferia de
la periferia balcánica. Un país del que no sabemos
nada pero que sufrió también su separación
de Yugoslavia.
Mucho antes de la guerra de Kosovo (1999), Manchevski aborda las
relaciones problemáticas con los albaneses. Antes de que
nadie se fijara en los albaneses de Yugoslavia, ya había
problemas con ellos. Incluso algunos personajes destacadísimos,
como Andrich compartían los prejuicios generalizados contra
ese grupo (según lo que sostiene Claudio Magris).
Manchevski después de años en Estados Unidos visita
su tierra natal, ahora un país, y lo que ve inspira esta
obra. Él queda claramente representado por Aleksander: un
fotógrafo que llega a Macedonia y muere allí en un
conflicto interétnico, pero registra con su cámara
acontecimientos posteriores a su muerte.
¿Qué es lo que fotografió? La muerte de Zamira,
una joven albanesa que huye de su familia, se refugia en un convento
ortodoxo y es protegida por Kiril, un joven novicio con votos de
silencio. Después de que sus hermanos llegan al convento
buscándola son los monjes quienes la descubren y mandan a
Kiril con ella camino a Skopje. En la huida los albaneses los encuentran
y, cuando Zamira intenta aprovechar la confusión para escapar,
uno de sus hermanos la mata. Mientras agoniza a los pies del pope,
le pide sin una palabra que no llore su muerte.
Aquí el otro círculo que no cierra. En realidad es
el mismo en ambos casos. Tal vez cuando se pueda llorar una muerte
se cierre y la poesía será viable de nuevo.
Paz
sobre minas
De
nuevo, es en la periferia más conocida donde cierra —hasta
ahora— la historia de la exYugoslavia. Tierra de nadie
sucede en los tiempos de los cascos azules intentando controlar
la violencia entre bosnios y serbios. Danis Tanovich, una especie
de autor total, más allá del humor corrosivo con que
hace que cada casco azul francés pregunte a todos sus interlocutores
Parlez-vous français? y termine invariablemente
hablando en inglés, centra su propuesta es una alegoría
sobre el destino, al menos inmediato, de su pueblo.
Durante un combate algunos bosnios y algunos serbios terminan dentro
de una trinchera. Finalmente quedan sólo un serbio y dos
bosnios, uno de ellos sobre una mina. Las tropas de la ONU, llegan
a intentar resolver esta situación. La prensa los sigue,
se entera de la situación exacta dentro de la trinchera y
espera que los cascos azules no sólo saquen a los combatientes
de allí sino que rescaten al soldado sobre la mina. Este
artefacto resulta ser una de esas maravillas estadounidenses: efectivísimo
para matar pero imposible de desactivar —casi, en sí
misma, una metáfora del militarismo norteamericano. Una vez
fuera de la trinchera, tanto el bosnio como el serbio mueren frente
a las cámaras de televisión. Y, ante la imposibilidad
de desactivar la mina, los militares de las fuerzas de paz, arman
un operativo mediático en que rescatan un cadáver
en vez del soldado bosnio que se queda abandonado en sobre un artefacto
que reventará en cualquier momento.
Por lo pronto no se puede ir más lejos.
La nuevas naciones yugoslavas están encontrado sus destinos
(por ejemplo, Eslovenia se incorporará a la Unión
Europea en breve). Mientras, sus artes seguirán valiéndose
tanto de las luchas originarias como de nuevos temas —incluso
habrá quien asegure que las guerras de los noventa serán
un tema agotado—.
Probablemente Bosnia y Kosovo sigan en tensión constante
durante mucho tiempo y Belgrado siga siendo una ciudad importantísima
(más que Sarajevo o Zagreb) en el mundo eslavo del sur. Pero
lo cierto es por ahora no se han vuelto a tender muchos puentes
y, que el islote de Kusturica todavía no llega a buen puerto.
Ya habrá tiempo.
Notas:
1
Andrich fue un entusiasta de la formación de la Nación
Yugoslava y lo reflejó en sus obras capitales, como Un
puente sobre el Drina. En particular al destacar a Bosnia,
su tierra natal, como el vínculo entre todas las yugoslavias:
un crisol de Oriente y Occidente y un símbolo, en su propia
historia, de la historia de toda la unión.
2 Las cintas que son objeto de
este trabajo fueron producidas entre 1994 y 2001 (posteriores a
las independencias de 1992); aun así he decidido valerme
de una imprecisión histórica como genérico:
los años noventa. Lejos de ser exhaustiva, esta exposición
se limita a unos pocos entre los títulos que tuvieron relevancia
internacional.
3 Yugoslavia, como lo hace Rusia
y como lo hizo Austria-Hungría, distinguía naciones
y nacionalidades entre sus habitantes. Así los croatas, eslovenos
y serbios eran naciones. En 1943 y en 1971 se reconocieron las naciones
macedonia y bosnia (musulmanes de Bosnia y Herzegovina), respectivamente.
Pero los albaneses o los húngaros eran nacionalidades.
4 Se ha llamado chetniks
a los serbios que han intentado eliminar las influencias musulmanas
y croata en Bosnia-Herzegovina y purificar Serbia. La palabra deriva
de la expresión Chista Srbija: Serbia Pura. En 1941,
bajo el dominio nazi, organizaron grandes matanzas en Bosnia; en
1992, opuestos a la independencia y azuzados desde Belgrado, fueron
los primeros agresores.
5 La incapacidad del poeta para
la poesía recuerda de algún modo, pero sobre todo
amplía, la frase Adorno sobre el sinsentido de la poesía
después de Auschwitz.
Referencias:
ANDRICH,
Ivo. Un puente sobre el Drina, Ediciones Orbis, Barcelona,
2ª edición, 1985.
MAGRIS, Claudio. “El puente hundido de Ivo Andrich”
en Utopía y desencanto. Historias esperanzas e ilusiones
de la modernidad, Anagrama, Barcelona, 2001, páginas
254-258.
MAZOWER, Mark. Los Balcanes, Mondadori, Barcelona, 2001.
Antes de la lluvia (Pred dozhdot, Macedonia, Francia,
Gran Bretaña, 1994). Dirección: Milcho Manchevski.
Guión: Milcho Manchevski. Música: Zlatko Orgjianski,
Zoran Spasovski, Goran Trajkoski. Con Grégoire Colin (Kiril),
Labina Mitevska (Zamira), Radé Sherbezhija (Aleksander) y
Katrin Cartlidge (Anne).
El círculo perfecto (Savrsheni krug,
Bosnia Herzegovina, Francia, 1996). Dirección: Ademir Kenovich.
Guión: Ademir Kenovich, Abdulah Silan y Pjer Zalica. Música:
Esad Arnautalich y Ranko Rihtman. Con Mustafa Nadarevich (Hamza),
Almedin Veleta (Adis) y Almir Pogdorica (Kerim).
El polvorín (Bure baruta, Yugoslavia,
Macedonia, Francia, Grecia, Turquía, 1994). Dirección:
Goran Paskaljevich. Guión: Dejan Dukovski, Goran Paskaljevich,
Filip David y Zoran Andrich. Música: Zoran Simjanovich.
Tierra de nadie (No Man’s Land,
Bosnia Herzegovina, Eslovenia, Italia, Francia, Gran Bretaña,
Bélgica, 2001). Dirección, guión y música:
Danis Tanovich. Con Branko Djurich (Niki) y René Bitorajac
(Chiki).
Underground. Érase una vez un país
(Underground. Bila jednom jedna zemlja, Francia, Yugoslavia,
Alemania, Hungría, 1995). Dirección: Emir Kusturica.
Guión: Dusan Kovacevich y Emir Kusturica. Música:
Goran Bregovich. Con Miki Manojlovich (Marko), Lazar Ristovski (Chrni/Petar
Popara) y Mirjana Jokovich (Natalija).
Abel Muños
Henonín
Licenciado en ciencias de la comunicación por la
Universidad Iberoamericana, actualmente investigador en la
cinética nacional. México. |