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Por Juan Carlos Bonilla
Número 38
Alcanzaba
a vislumbrar solamente un pequeño pedazo de cordura, pensaba
en cada esquina que había logrado con años de poco
freno y mucha luz. De un lado estaba un astro luminoso opacado por
la intensidad de otro astro artificial, y del otro lado un astro
más opaco agrandado por un nuevo y diferente foco. Era un
lugar extraño, extraído de veintitrés años
de soñar despierto, un lugar diferente a cualquier otro antes
visto, solamente que este era más mío, tan propio
que me daba miedo. He pensado que las personas que buscan dentro
de sus propios sueños y sus pasiones son personas seguras
de sí mismos que no temen al compromiso de la coherencia.
Pero en cambio las que no (un común denominador social),
son personas que temen enfrentarse a sus sueños y sus frustraciones,
personas ordenadas en la intimidad de sus casas, y que saben de
antemano que un poco de desorden afloraría en ellos años
de frustración y represión. No sé, creo que
es por esto mismo que este nuevo, y sin embargo ya conocido lugar,
me atraía tanto, pero a la vez me daba miedo, rompía
con toda facilidad un orden antiquísimo, cual dictadura pétrea
en el abismo de la educación, mi educación, la misma
que relega y provoca esos sentimientos de culpa, y que muy Nietzche,
aleja al individuo de la calidad de superhombre y le releva de su
cargo triunfal, y quién sabe, a lo mejor y lo releva de su
propia existencia sexual.
Pero no olvidemos las cuatro paredes, llenas de
alegoría, estéticas de conocimiento y lejanas a la
belleza, las cuales no podían si no hacer responsable de
vivir ahí dentro al mismo autor que levantó los cimientos
de loca fachada, por que son falsos, tanto como la misma realidad
que los sustenta.
Este lugar necesita un nombre, y por la poca lógica
de la decoración, se llama casa, mejor aun, hogar, un hogar
que desprende arrogancia en su forma única de ser. Ya sé,
es la impresión “XEROX” de un sueño, pero
un sueño de varias noches y días caminando por la
gran ciudad, por que nunca es el mismo hogar, un día fue
un desierto con un edificio de cabeza atravesado a la mitad de una
duna, del cual salía una señora al mercado por la
ventana del primer-último piso, y por la puerta (en el techo),
entraban dos jóvenes cargando una lápida, la lápida
del control. Pero eso fue una vez, otra más fue un espejo,
un espejo enorme que reflejaba la misma casa, lo mismo que había
enfrente de la pared, la misma dimensión, pero una era falsa,
tanto o más que la otra, por que una estaba habitada, creo
que la pintada, en el mismo jarrón reflejado, se reflejaba
una pareja teniendo relaciones sexuales, pero en la que yo estaba
parado no había nadie y yo no me reflejaba en la otra, de
tal manera que un espejo nunca cambiaba su perspectiva y se volvía
infinito frente al que si reflejaba. Otro día fue una cárcel,
en medio de los tabiques había una gran grieta por donde
se asomaba un inmenso supermercado, con clientes y cajeras, ferretería
y juguetería, un inmenso lugar, pero fuera de esa gran grieta
un carcelero tumbado en el piso llorando, si no estuviera pintado
juraría que titiritaba de miedo, tenía la puerta a
la “libertad”, pero se negaba a salir, y una de dos,
o era yo, o era un invento de Cammus. Otro día más,
asqueado de la segunda cotidianeidad del domingo, esa casa fue una
inmensa playa, con hamacas y todo, cocos y palmeras, luciérnagas
tan grandes como los cocos y vivas floras del tamaño de mi
pie izquierdo, había una gran jungla y un tipo de aproximadamente
ochenta años posaba para mi foto navegando en una tabla de
surf al ritmo de “The Ventures”.
Me he negado a salir de ahí, incluso afuera,
en las calles, sigo viviendo con una amada mujer en ese lugar, una
mujer de ensueño, ella protesta la misma casa de los sueños,
por que es la libertad de elegir de que color pintar las paredes,
que en ningún momento serán de uno o dos colores,
será multicolor aunque sean todas negras, por que el significado
vive de los sueños, los sueños que no nos dejan despertar,
por que los vivimos y los plasmamos en éste nuestro hogar
que se llama realidad, los sufrimos y los gozamos igual que una
noche estrellada o un mundo de pesadillas, viviéndolas cada
una a su máximo esplendor, llorando y riendo como nunca y
como siempre, cada día una nueva experiencia, y cada noche
un nuevo día esperando con arduo afán llegar a ese
lugar de ensueño para jamás despertar.
Es la melancolía dentro de la más
grande alegría, la añoranza dentro de un mundo donde
se tiene todo, podremos dejar de comer, de respirar, de defecar
o de vestir, pero jamás dejaremos de vivir ni de luchar,
por que la lucha es fácil cuando se he vivido en la buena
vida, carente de todo, menos de sentido.
Mi
casa es tu casa, de hecho es casa de todos, muy Floyd los locos
están en mi casa, es para ellos, es para ustedes, la conocen,
pero pocos se atreven a vivir en ella, pienso no dejarla jamás
y realizar grandes fiestas de algarabía y éxtasis,
elevando una plegaría por dos inquilinos admirables, “Eros”
y “Tanatos”. Así que ya saben, bienvenidos, adelante,
disculpen el tiradero, están como en su casa.
Juan
Carlos Bonilla
Alumno de Comunicación del ITESM Campues
Estado de México, México. |