|
Por Martín
Fontecilla
Número 38
Aprender
a escribir entraña una serie de compromisos nunca evidentes
en sí mismos. Sin embargo, al inicio de los cursos de redacción
siempre es de gran ayuda que las personas sepan qué es lo
que implicará este proceso. ¿A qué debe estar
preparada una persona que desea aprender a escribir? Para decirlo
de manera simple: aprender a redactar implica que las personas escriban,
hablen y lean mucho.
Sugerir la práctica constante de la escritura como una forma
de dominar el proceso de composición rayaría en la
obviedad si no fuera, como dice Natalie Goldberg, porque ésta
siempre es discutida:
“It
is odd that we never question the feasibility of a football team
practicing long hours for one game; yet in writing we rarely give
ourselves the space for practice.”1
En
este sentido, es necesario recordar que la escritura es una habilidad
y que el procedimiento natural para desarrollarla, como a cualquier
otro tipo de destreza, es la práctica constante. Ésta
brinda antes que nada experiencia, es decir, conocimiento de primera
mano sobre los obstáculos más frecuentes en el acto
de escribir y también sobre los recursos, estrategias y técnicas
más fructíferas, aquellas que nos han permitido salir
de nuestros apuros y bloqueos. Esto es importante pues tenemos que
reconocer que la redacción de cada escrito se presenta casi
siempre con dificultades y exigencias bastante propias y singulares,
razón por la cual cada vez que escribimos parece como si
lo hiciéramos por primera vez. En cambio, la experiencia
adquirida a través de la escritura frecuente nos permite
ver las similitudes entre las nuevas tareas de redacción
y las que ya hemos realizado con anterioridad. Aplicamos, en suma,
todo lo conocido a lo desconocido. Un beneficio adicional de la
práctica y de la experiencia adquirida a través de
ella es el sentimiento, gradualmente adquirido, de confianza en
uno mismo; escribir, no cabe duda, es todo un desafío, pero
si lo hemos enfrentado con cotidianidad sabremos que podremos contra
él, que no nos vamos a rendir y que tampoco nos va a derrotar.
En otras palabras, la práctica nos ayuda a sembrar en nosotros
la confianza, pues terminar una cuartilla nos brinda la sensación
de un pequeño triunfo, de una pequeña victoria, y
de que hemos consolidado en nosotros la voluntad de continuar. Esta
certeza, no imaginada, no soñada sino real y vigente, cristalizada
en cuartillas, es la base de la confianza y de la valía de
nuestra actitud y del peso de nuestra convicción, de la convicción
de que nuestra perseverancia no ha sido derrotada. Cuando miremos
hacia atrás, veremos un camino lleno de cosas escritas, que
nos harán olvidar la desesperanza, el temor, la duda y el
pesar en medio de las cuales escribíamos en algún
momento; entonces podremos ver cada nuevo proyecto de escritura
con confianza y optimismo. En suma, escribir con frecuencia es el
equivalente del entrenamiento en las actividades deportivas: no
sólo prepara y acondiciona nuestro cuerpo y nuestra mente,
sino que, a su vez, nos proporciona el estado propicio para un desempeño
satisfactorio. Pero, al igual que en las actividades físicas,
una práctica rutinaria y ciega, una repetición automática
de un comportamiento no asegura absolutamente nada; como señala
la autora citada, Natalie Goldberg, es necesario acompañar
la práctica constante de la escritura con el entusiasmo2;
entusiasmo quiere decir alegría, convicción, participación
consciente. Cualquiera que sea la actividad que utilicemos para
ejercitar nuestras habilidades de redacción (escritura libre,
diagramación, esquematización, elaboración
de párrafos, revisión, etcétera), la totalidad
de nuestra persona, nuestros sentidos, nuestras habilidades mentales,
nuestras aspiraciones, proyectos y deseos deben estar con nosotros.
En la práctica de la escritura, este ingrediente actitudinal,
este añadido de la persona, su entusiasmo al redactar, es
la clave, según Ray Bradbury, de la creatividad, de la generación
de ideas, de la apertura mental.3
Hablar mucho, platicar con alguien acerca de lo que estamos escribiendo,
es otro de los ingredientes indispensables en la mejora de nuestras
habilidades escritas. La interacción cara a cara conlleva,
en efecto, una serie de ventajas formidables. Para empezar, podemos
conocer las reacciones del público ante nuestras ideas. Recordemos
que, de hecho, un escrito debe producir una reacción en el
lector; al menos esto es lo que se espera. Sin embargo, la respuesta
al texto sólo puede esperarse a largo plazo; por consiguiente,
esta circunstancia obliga a que durante el proceso de composición,
el escritor debe hacer un enorme esfuerzo por tener presentes las
posibles reacciones de la audiencia; debe, además, anticipar
las dudas, las críticas y los rechazos a que darán
lugar sus ideas.4 Por este motivo,
hablar con alguien sobre el escrito que estamos elaborando es una
manera de anticipar y de experimentar las reacciones inmediatas
de una audiencia ante nuestras sugerencias; podremos, así,
observar sus reacciones: ¿entendió o no?, ¿notó
la existencia del algún problema?, ¿hizo observaciones
críticas? En este sentido, hablar es una auxiliar muy importante
para contemplar física e inmediatamente las reacciones de
alguien ante la lectura de nuestra composición. Esta interacción
colaborativa, creativa y fructífera entre el escritor y un
público inmediato ha sido objeto de muchos estudios sobre
el desarrollo de las habilidades escritas; estos estudios responden
a un hecho muy simple y básico: tenemos que aprender a ejercer
un papel importante en la mejora de la escritura de las personas
que nos rodean, porque, por principio, no lo sabemos hacer. Es muy
común que, cuando un compañero nos pide nuestra opinión
sobre una de sus composiciones, nuestros comentarios no van mucho
más allá de “Está bien” o “Sí,
me parece un buen texto” o sus equivalente en el sentido negativo.
Estas observaciones no son muy útiles; en cambio, para desempeñar
un papel más significativo que esto, Lennart Björk e
Ingegerd Bolmstand nos proponen una guía de acciones, dentro
de las cuales se subraya, por ejemplo, que empecemos con las observaciones
positivas (qué parte del texto nos gustó) y que nos
refiramos al escrito en sus detalles y particularidades (qué
frase nos gustó, qué idea concreta).5
Pero sin duda la interacción entre el escritor y su público
inmediato ha sido objeto de una meticulosa organización por
la brillante investigadora Linda Flower; para ella, el impacto más
importante de esta interacción se da en el análisis
del problema retórico:
“Working
with a collaborative partner is one of the best ways to explore
a rhetorical problem and talk over an assignment. Talking to another
person can help you make a plan To Do by making your goals more
operational and letting you talk through a problem/purpose statement
with a potential reader.”6
En
suma, aprender a escribir también implica múltiples
conversaciones; no se puede pretender platicar con cualquiera porque,
como señalé más arriba, no todos saben cómo
proporcionarnos ayuda valiosa, pero podemos formar círculos
de amigos cuya finalidad sea aprender a ser útiles a los
demás; no es que tengan que ser amigos sabios o especialistas,
como nos indican en su excelente libro Booth, Colomb y Williams,
pero sí que compartan con nosotros la convicción de
que escribir es una forma de estrechar nuestros lazos recíprocos
y que es uno de los medios más sofisticados para participar
en la tarea común de pensar.7
Leer es otra de las actividades que acompaña al aprendizaje
de la escritura. La necesidad de leer para escribir no se agota
en la simple tarea de conseguir datos; no es así, proporcionándonos
información, siendo el medio para convertirnos en conocedores
de un tema, como la lectura mejora nuestra escritura. La verdad
es que a través de nuestras lecturas nos ponemos en contacto
con enfoques y perspectivas de análisis, modos de tratar
los temas, estilos de escritura, todos los cuales estimulan y ensanchan
nuestra imaginación; en ese sentido, más que una manera
de conseguir datos o hechos, a través de la lectura formamos
los modelos que guiarán nuestra propia manera de escribir.
Leer un gran autor y hacer un esfuerzo por imitarlo dan un impulso
enorme a nuestra forma de escribir. Ahora bien, no se trata de plagiar
un estilo o de abolir nuestra identidad para parecernos a otro pero,
como afirma Dorothea Brande,
“...technical
excellences can be imitated, and with great advantage. When you
have found a passage, long or short, which seems to you far better
than anything of the sort you are yet able to do, sit down to learn
from it.”8
En
otras palabras, mejora tu escritura leyendo: toma ese gran libro,
ponlo sobre la mesa y aprende de él: pregúntate qué
estrategias siguió, cómo enlazó las diferentes
partes de su exposición, qué lenguaje utilizó,
en qué tono lo hizo, cómo vinculó todo esto
a su propósito. Además de esto, la lectura nos permite
recordar las diferentes exigencias y usos a los que puede ser sometido
un texto y, en ese sentido, nos permite atenuar el egocentrismo
propio del escritor. Cuando leemos nos ponemos en los zapatos de
la audiencia y sabemos que, cuando estamos en este papel, deseamos
saber, lo más pronto posible, cuál es la idea central
del texto, cómo va a afectar nuestras creencias y conocimientos,
en qué sentido es significativo para nosotros. En la medida
en que éstas sean las demandas que planteemos a los textos
que leamos, de la misma manera las deberemos aplicar a nuestros
escritos; la constante lectura, en suma, nos conducirá, a
la hora de escribir, a buscar estrategias que hagan a nuestro texto
fácil de leer, más que fácil de escribir.
Para concluir, podemos observar cómo aprender a escribir
reclama nuestra presencia de una manera muy intensa; pero sucede
lo mismo, como lo mostró desde hace mucho tiempo Mortimer
Adler9, si queremos aprender a
leer o a expresarnos oralmente con eficacia. El aprendizaje de las
destrezas del lenguaje nos requiere en nuestra integridad; aprender
a escribir no consiste en una simple manipulación de signos,
no es exactamente como aprender a usar un desarmador, aprender a
escribir a máquina o a andar en bicicleta, nos obliga a desempeñarnos
en la totalidad de nuestro ser simbólico. En ese sentido,
si se puede expresar de esta manera, nos desafía a engrandecer
nuestra humanidad.
Notas:
1
Natalie Goldberg. Writing Down the Bones. Pág. 11
2 “In order to improve your
writing, you have to practice just like any other sport. But don’t
be dutiful and make it into a blind routine. (...) Don’t just
put in your time. That is not enough. You have to make great effort.
Be willing to put your whole life on the line when you sit down
for writing practice. Otherwise you are just mechanically pushing
the pen across the page and intermittently looking at the clock
to see if your time is up.” Ibid. pág. 131.
3 “Tenga esto por seguro:
cuando habla el amor sincero, cuando empieza la admiración
franca, cuando surge el entusiasmo, cuando el odio se riza como
humo, no hay duda de que la creatividad se quedará con usted
toda la vida.” Ray Bradbury. Zen en el arte de escribir.
Pág. 43.
4 Una breve lista de las preguntas
que debemos tener presentes acerca de la audiencia: “Ask yourself
questions about your readers: What can I expect them to know and
not know? What do they believe and value? How do I want to affect
them by what I say? What attitudes and claims will meet with their
approval? What will offend them? What objections may they have to
my ideas, and how can I anticipate and counter those objections?”
Thomas Kane. The New Oxford Guide to Writing. Pág.
6.
5 Lennart Björk e Ingegerd
Bolmstand. La escritura en la enseñanza secundaria.
Págs. 45 y ss.
6 Linda Flower. Problem-Solving
Strategies for Writing. Pág. 109.
7 “Haga pausas regulares
para explicar lo que ha aprendido a personas no expertas. Intente
articular una explicación coherente de cómo y por
qué lo que ha aprendido se relaciona con su pregunta y lo
lleva hacia una resolución de su problema. Dele a sus amigos
informes de progreso y luego hágales preguntas. ¿Tiene
esto sentido para vosotros? ¿Estoy olvidando algún
aspecto o cuestión importante? Después de lo dicho,
¿qué más les gustaría conocer? Sacará
provecho de sus reacciones, pero aún más del mero
acto de explicar sus ideas a no especialistas.” Wayne C. Booth
y otros. Cómo convertirse en un hábil investigador.
Pág. 101.
8 Dorothea
Brande. Becoming a Writer. Pág. 106.
9
Mortímer Adler. Cómo leer un libro. Págs.
111 y ss.
Referencias:
Adler,
Mortimer. Cómo leer un libro. México, IPN,
(1961) 1992. 318 págs.
Björk, Lennart e Ingergaden Blomstrand. La escritura en
la enseñanza secundaria. Los procesos del pensar y del escribir.
España, Graó, 1994. 255 págs.
Booth, Wayne C. y otros. Cómo convertirse en un hábil
investigador. España, Gedisa, 2001. 318 págs.
Bradbury, Ray. Zen en el arte de escribir. España,
Minotauro, (1994) 1998. 145 págs.
Flower, Linda. Problem-Solving Strategies for Writing.
New York, Harcourt Brace College Publishers, (1981) 1993. 331 págs.
Goldberg, Natalie. Writing Down the Bones. Freeing the writer
within. Boston, Shambhala, 1986. 172 págs.
Goldberg, Natalie. La escritura, una terapia creativa.
España, Oniro, (1990) 2001. 219 págs.
Goldberg, Natalie. El rayo y el trueno. Pasión y oficio
de escribir. España, La Liebre de Marzo, (2000) 2001.
306 págs.
Kane, Thomas S. The New Oxford Guide to Writing. New York,
Oxford University Press, 1988. 327 págs.
Lic.
Martín Fontecilla
Departamento de Letras, ITESM, Campus Estado
de México, México. |