Por Luz
Castillo
Número 42
Hace
mucho que los medios de comunicación dejaron de ser intermediarios
para convertirse en protagonistas del escenario social. En la actualidad
las opiniones de los comunicadores suelen ser un punto de referencia
para que la ciudadanía se forme sus propias ideas acerca
del acontecer diario.
Ante esto, la tarea
del comunicador es especialmente delicada: a él o ella le
corresponde convertir – de acuerdo con las palabras de Tomás
Eloy Martínez – lo cotidiano en algo novedoso. La tarea
del periodista, más que perseguir la nota, es llevar al público
a través de la imagen o la palabra, sea hablada o escrita,
a descubrir que las historias que le rodean son la propia historia,
que las necesidades que se expresan y las soluciones que se plantean
requieren del concurso de voluntades para progresar.
En nuestros días,
precisamente cuando se consigue una libertad en la información
que se difunde y publica, resulta que el chisme y el amarillismo
prevalecen sobre lo que debiera ser la esencia del periodismo: el
esfuerzo por mostrar a los lectores-televidentes-radioescuchas que
día a día se hacen esfuerzos por construir una sociedad
mejor.
La de la voz se califica
entre los idealistas que están convencidos que el trabajo
del comunicador esencialmente consiste en informar para que el público
con quien comparte las nuevas se forme una opinión propia
y tome sus decisiones.
La democracia participativa
a la que se dice que aspiramos en México, requiere de una
ciudadanía con criterio, y el criterio no se manipula, se
forma de manera individual.
La función de
la ética en el ejercicio periodística se centra en
la reflexión acerca de la manera en que desde el desempeño
individual se contribuye – a través de la palabra –
a reforzar los criterios personales y el respeto por los ajenos.
Por ello es de especial
relevancia que en el trabajo periodístico se entienda –
como en muchas otras tareas que llevamos a cabo día a día
– que no solo se trabaja para uno mismo, para convertirse
en líder de opinión, para hacer que otros repitan
lo que uno dice, sino para contribuir a que los demás se
formen su propia idea de lo que sucede en el mundo.
Javier Darío
Restrepo – maestro de periodismo colombiano – señala
que la función de la prensa como “cuarto poder”
no reside en su capacidad de hacer escándalo o poner en evidencia;
el verdadero cuarto poder, señala, es el poder de la gente
informada, quien puede así comenzar a pensar y a actuar para
formar paso a paso la sociedad en la que aspira a vivir.
Para el ejercicio de
la libertad es necesario acompañarse de la responsabilidad.
Los medios de comunicación – hoy en día –
están organizados en empresas; se integran en organizaciones
como muchas otras actividades económicas. Sin embargo, los
medios tienen una característica peculiar: su esencia va
más allá de la transmisión de datos, reside
en la expresión de ideas que de manera más o menos
libre se comparten a través del espacio público, mismo
que – a pesar de las innovaciones tecnológicas –
es limitado desde cualquier perspectiva: emisor, receptores, capacidad
del medio, entorno, tiempo, espacio, etc.
En este aspecto, los
receptores nunca llegamos a tener la visión completa y directa
sobre los acontecimientos que tiene quien es testigo presencial
de una situación. En correspondencia, los emisores de noticias
tienen que lidiar con las limitaciones que el medio impone para
compartir la información. Sin embargo, el impacto de la información
metiática sobre los sentidos de los receptores es tal que
tendemos a tomar la información limitada y acotada por el
medio como una “verdad” y no como el ángulo de
una mirada.
Otra característica
de la información mediática es su carácter
efímero. El trabajo periodístico se distingue por
contar lo que acontece en un espacio temporal limitado, por reflejar
el ayer en el hoy; y debería caracterizarse por su contribución
a la reflexión sobre la experiencia cotidiana. Sin embargo,
es común que en el “hoy” – en el que a
diario no contamos con suficientes acontecimientos “espectaculares
para generar la necesidad de consultar al medio – la construcción
de la noticia de a los acontecimientos más relevancia de
la que merecen, diseñando así una agenda en donde
las cuestiones en apariencia urgentes no vienen a ser las más
importantes.
Otra característica
de los medios actuales es la globalización de la comunicación;
lo que provoca que nos preocupemos más por lo que sucede
a miles de kilómetros en el mundo, al tiempo que, paradójicamente,
estamos ciegos ante lo que sucede a nuestro alrededor.
Habrá que mencionar,
también, en la construcción de la noticia, una característica
relevante en la comunicación actual: existe la tendencia
a “rellenar” el espacio mediático con datos irrelevantes,
fiel reflejo de una cultura que se distingue hoy en día por
la “ética sin dolor” nos abocamos a convertir
en noticia superficialidades: el vestido, la inauguración,
el look, la película, etc.
Los estilos de vida
de los “ricos y famosos” que solo son una distracción
inútil para los que ni somos ricos, ni famosos y quienes
últimamente vivimos deseando lo que no tenemos, sufriendo
porque no lo conseguimos y haciendo gastos inútiles comprando
todo aquello que nos promete “la vida que siempre hemos deseado”
a través de “infomerciales”. Afirmar que los
medios en la actualidad – entre ellos la prensa escrita –
no contribuyen a aumentar sino lo superficial en la vida no me parece
una conclusión aventurada.
¿Cómo
rebasar esta superficialidad en la manipulación de la opinión
pública para llegar a actuar con un auténtico nivel
ético? ¿Cómo despertar el auténtico
interés por satisfacer la necesidad que tiene nuestra sociedad
de contar con ciudadanos comprometidos que tomen decisiones informadas?
En el campo del trabajo
periodístico se pueden encontrar algunas aproximaciones a
la ética que pueden ayudar a responder esas preguntas de
un nivel deontológico (lo que se debe hacer) hasta el nivel
personal. De esto trataré a continuación.
El nivel deontológico:
los códigos de ética
Hace muchos años el periodista, cartonista y pintor Abel
Quezada acostumbraba retratar a los periodistas como sujetos que
aprendían a vivir sin comer. El periodista era una caricatura
de un sujeto “aplanado” de lo flaco que se encontraba,
cuya misión era buscar la noticia; tenía un valor
simbólico y solía ganar muy poco cuando ejercía
su trabajo de manera honrada.
No son extrañas
para muchos de los que estamos aquí las historias de la relación
de los periodistas con el poder, y las consecuencias que ha tenido
este fenómeno en las posibilidades de crecimiento de las
empresas mediáticas.
Sin embargo, no todas
estas historias son obscuras, también hay historias de lucha
y servicio del periodismo a quienes verdaderamente debe rendirlo:
sus lectores.
Sucede, sin embargo,
que hasta hace pocos años estas historias sobre los medios
llegaban a ser consideradas como anécdotas de heroísmo,
pues la vida no es fácil para un medio que le da la espalda
al poder del gobierno para ponerse al servicio de sus lectores.
En años recientes,
a pesar de que lo mencionado en párrafos anteriores sigue
sucediendo, es clara la apuesta por la transparencia, la expresión
de ideas de cierta forma más libre y la consolidación
de las empresas de medios como tales.
También ha sido
notable el interés de algunos sectores de la sociedad por
constituirse en grupos activos que vienen a cumplir un nuevo papel:
desarrollar entre la ciudadanía la idea de que los diferentes
actores en nuestro entorno nos integremos y tengamos capacidad de
responder activamente en la solución de los distintos problemas
que venimos arrastrando como sociedad y ante aquellos que nos hace
falta enfrentarnos.
Esto lo entienden los
grupos civiles organizados y la exigencia se hace cada vez más
notoria.
Ante esto, las empresas
de medios – ya consolidadas - que entienden que su impacto
social depende de la credibilidad que logren con el público,
no solo intentan manejar una imagen que logre cierto aprecio por
parte de audiencias o lectores; también se han visto en la
necesidad de hacer lo que otras organizaciones se imponen en la
actualidad: definir una misión (lo que representa determinar
cuál es el fin de su tarea en relación con la sociedad),
una visión (una meta a mediano o largo plazo) y formular
un código de ética para regular el comportamiento
moral de sus integrantes.
Un código de
ética no es un reglamento de trabajo; es un conjunto de enunciados
que determinan el mejor comportamiento posible por parte de quienes
aceptan formar parte de la organización con respecto a las
tareas y las personas ante quienes deben responder con su trabajo.
En el caso de los medios,
los códigos de ética suelen hacer referencia a la
naturaleza de la tarea, la responsabilidad social que se tiene como
organización, la responsabilidad individual de contar las
historias de una manera confiable y la responsabilidad en las relaciones
con las personas a quienes afecta la construcción de la noticia:
el público, las fuentes, las organizaciones gubernamentales
o no-gubernamentales, por ejemplo.
Los códigos
de ética determinan como deben actuar las personas que forman
parte de la organización; sin embargo en ocasiones solo llegan
a representar una lista de buenas intenciones ... del mismo tipo
que se dice tienen el camino del infierno empedrado. A lo que me
refiero es que un código de ética no vale en sí
mismo, solo tiene valor cuando quienes lo han formulado y/o aceptado
están dispuestos a conformar su comportamiento de acuerdo
a lo que allí se expresa porque existe la convicción
personal que esa es la mejor manera de hacer el trabajo.
Curiosamente, muchos
códigos de ética comienzan por una defensa de la libertad
de expresión y la responsabilidad del periodista ante el
público... y terminan por representar en la realidad una
incongruencia ante supuestos “informadores” que se ajustan
más a los intereses de la empresa y responden a su propio
narcisismo que a la convicción de prestar un servicio.
Siempre hay que tener
presente que cuando la convicción personal del periodista
choca con los intereses de la empresa es posible consolidar una
reputación de honesto – valor invaluable para un periodista.
Nos encontramos ahora con otro nivel de la ética periodística,
mismo que tendrá que esperar hasta el final de esta presentación.
La defensoría
del lector
En un punto intermedio entre el código de ética y
la ética profesional, existe en algunos diarios un mecanismo
que se encarga de coordinar un ejercicio de autocrítica para
todo el medio, pues toma en cuenta la perspectiva de los lectores
y las contrasta con el trabajo que se lleva a cabo en su periódico.
En diarios como El País (España) o El
Tiempo (Colombia) la defensoría del lector es llevada
por un periodista emérito cuyo trabajo es llevar al lector
– y a sus compañeros periodistas – a la profundización
y reflexión sobre lo que el contenido de las notas provoca
entre el público.
Repito que la defensoría
del lector no es un ejercicio de autocensura. No se trata de coartar
la libertad de expresión ni la creatividad en el trabajo
periodístico; el trabajo de la defensoría ofrece instrumentos
tanto al público como a los trabajadores del medio para reflexionar
sobre la oferta del contenido que se pretende dar al medio.
El propósito
de la tarea del defensor del lector es apoyar la formación
y consolidación de criterios editoriales que respondan –ante
todo– a la dignidad que merecen quienes protagonizan, redactan
y leen las noticias ya que por la manos del defensor del lector
pasa el trabajo de editorialistas, reporteros, diseñadores
gráficos y –también– la publicidad de
las instancias de gobierno, tan proclives últimamente a darnos
“buenas noticias” y pasar de las inserciones pagadas
para la autopromoción.
El defensor del lector –para Germán Rey y Javier Darío
Restrepo- es un mediador entre el público y la prensa; un
observador objetivo que se encarga de un ejercicio de crítica
interna en un diario. Citando a Darío Restrepo, el oficio
del defensor viene al caso:
Contra el estancamiento
que propicia la autosatisfacción en que es fácil
instalarse cuando se cultiva la idea de que el periódico
es mejor que el de la competencia, o que la modernización
de sus equipos lo pone en ventaja, o que se cuenta con una jugosa
pauta publicitaria o con una creciente circulación, contra
todos esos argumentos adormecedores, se levanta la crítica
de los lectores y el Defensor que, como un acicate o una piedra
en el zapato, perturba la autosatisfacción, reta la creatividad
y el espíritu de renovación del periódico
y lo mantiene despierto y activo1.
En pocas palabras,
el oficio se ejerce desde el lugar que el propio medio ha designado
para ser su conciencia, y su función, en pocas palabras,
consiste en recordar que el derecho a la información no es
de quien emite, sino de quien recibe la noticia.
¿Será
necesario que exista en todos nuestros medios consolidados un defensor
del lector? Posiblemente, porque ninguna organización humana
puede evolucionar si no ejerce una crítica sobre la pertinencia
de su labor.
En el caso de los medios
de información, esto se vuelve más delicado, pues
se debe hacer crítica a aquellos actores sociales que se
han arrogado la misión de hacer crítica a la situación
que se vive; al menos esta debiera ser la función del periodismo
en nuestra sociedad.
Pero caemos también
en un problema: la competencia y el mercado que imponen a los medios
el sensacionalismo y la superficialidad que representa mayores ventas
¿ Es esto lo que se merece el público? ¿contribuye
a hacernos mejores personas exponernos día con día
a contenidos que solo reflejan superficialidades y despilfarro?
¿existe una postura crítica en la sociedad para elegir
el tipo de productos culturales que consume? quién marca
la pauta ¿la sociedad o el mercado?
¿No terminará el “defensor del lector”
convirtiéndose en una voz clamando en el desierto?
Se necesita que la
empresa desarrolle una ética para correr el riesgo de abrir
un espacio de autocrítica y reflexión... la pregunta
que resta es ¿quién se arriesga a abrir el espacio
y quien a ocuparlo con auténtica convicción sobre
su tarea?
Llegamos al tercer
punto sobre la ética y la comunicación: el profesional
reflexivo y autónomo.
¿Para
qué sirven la enseñanza universitaria en el área
de comunicación?
El propósito de la formación universitaria no estriba
únicamente en preparar a las nuevas generaciones para reproducir
la cultura, o desarrollar en los estudiantes capacidades para ejercer
una profesión en automático.
Quien acceda a la educación
superior debiera tener la oportunidad de convertirse en un crítico
de su realidad, en alguien capaz de innovar y hacer evolucionar
su profesión.
Esto es un reto tanto
para el docente como para el estudiante. El profesor tiene la responsabilidad
de conducir al discípulo hacia la integración de una
serie de conocimientos que le permitan desarrollar una propuesta
personal sobre el ejercicio de una actividad profesional. El estudiante
deberá asumir el reto que significa apropiarse del conocimiento
y convertirse en un sujeto promotor de su propio aprendizaje.
El trabajo en la universidad
debe conducir a la formación de profesionales reflexivos.
En otras palabras, a desarrollar personas capaces de hacer, reflexionar
sobre lo que se hace, evaluar el resultado y tomar decisiones para
mejorar su capacidad de actuar; personas que entienden el significado
del concepto de “responsabilidad social”.
Esto implica formar
con miras a que las personas que se gradúen de la universidad
presenten una serie de características que nos lleven a calificarlos
como “profesionales reflexivos” en materia de trabajo
periodístico:
- tener presente el interés
de los lectores antes que el propio,
- enfocar la mirada hacia situaciones que representan auténticos
pendientes sociales sobre los que vale la pena llamar la atención
para que los lectores comencemos a preocuparnos por resolverlos;
pendientes que no se ignoran, pero que de tanto formar parte del
paisaje terminamos por acostumbrarnos a ellos,
- buscar un balance en la información, para que sea el
lector quien se forme una opinión propia,
- ayudar a construir y mantener, a través de las noticias,
la idea de que la sociedad puede ser más justa y segura
si todos ponemos de nuestra parte.
Quien se atreva a ejercer el oficio
de comunicador, además, deberá desarrollar la capacidad
de ser crítico con su trabajo –en todos sentidos: redacción,
estilo, información– y autónomo: es decir, que
se da y obedece sus propias reglas, que rebasan en ambiciones de
servicio a los demás las que se formulan en el código
ético de la empresa para la que trabaja.
Para ello, quienes
nos dedicamos a la formación de profesionales debemos favorecer
una reflexión que otorgue sentido al trabajo profesional.
No estamos para capacitar empleados, estamos para formar profesionales
que le encuentren un sentido de servicio a lo que se hace, al tiempo
que el trabajo permita ganarse decorosamente la vida.
El trabajo periodístico
requiere de una vinculación permanente con la realidad, de
vivirse con los cinco sentidos y tener presente, siempre, que –
como dice Kapuscinsky “los cínicos no sirven para este
oficio”.
Al fin y al
cabo
La importancia que han cobrado los medios masivos de comunicación,
desde la perspectiva de la economía política, nos
ha convertido en receptores de una gran cantidad de mensajes, diseñados
para captar nuestra atención y cada vez más orientados
a impactarnos en el plano subjetivo, más que en el aspecto
reflexivo.
Ante esto, hay quien
siguiendo las tendencias de las organizaciones, pugna porque los
medios de comunicación – en especial aquellos que tienen
carácter informativo como la prensa y los noticiarios –
adopten códigos de ética que permitan que la producción
de noticias se de en un tono que respete cierto tipo de valores.
Sin embargo, la existencia
de un código no implica necesariamente su observancia; tampoco
implica que se entienda cuál es la función del periodismo
en nuestros días. Una empresa de medios que asuma su responsabilidad
social, debe considerar un espacio específico para su público,
o más bien dicho, para los individuos que conforman su público.
De ahí surge la figura de la defensoría del lector,
que forma parte de algunas empresas, como aquél responsable
dentro del medio de ofrecer una perspectiva desde el lugar del lector
para que este tenga oportunidad de formarse una opinión balanceada
sobre las noticias que se le están ofreciendo a través
del medio.
¿Sería
suficiente con contar con un “defensor del lector” para
que el medio cumpla con una responsabilidad social?
Considerando que los
medios producen información, y que esta es resultado del
trabajo de los periodistas, el “defensor del lector”
saldría sobrando si cada persona que trabaja para el medio
ha sido formado como un profesional reflexivo – en el sentido
de que es capaz de ser crítico con su trabajo, partiendo
de la premisa que su función es darle al lector los elementos
para que pueda formarse sus propias ideas y tome sus propias decisiones
– y autónomo, en el sentido de que es él quien
se fija sus propias normas, entendiendo cuál es su responsabilidad
social y para con su público.
A fin de cuentas, la
ética no es un código de conducta, es un saber que
se forma a partir de la reflexión sobre la propia experiencia
y que nos permite elegir las acciones que llevaremos a cabo.
Notas:
1
Darío R. Javier (2003) En defensa del derecho a la información.
En Sala de Prensa No. 53, disponible en <http://www.saladeprensa.org/>
Mtra.
Luz Graciela Castillo Rocha
Departamento de Estudios Sociales y Relaciones Internacionales, ITESM
Campus Estado de México, México |