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Por Eduardo Villanueva
Número 43
La promesa de
un mundo de información libre y actualizada, accesible desde
cualquier computadora, acompaña de manera al menos implícita
a muchas formulaciones de la idea de una sociedad de la información,
cuando menos en el formato más tecnológico. En las
versiones más tradicionalmente sociológicas, la abundancia
de información es una constatación antes que una oferta;
pero esto no impide que la impresión de un futuro lleno de
datos y flujos sin límites desaparezca del ideario colectivo.
La Internet, sin lugar a dudas,
ha servido como prueba o como voto de abundancia; no sólo
por la generosa cantidad de información, sino por la permanente
reinvindicación que se hace de ella desde círculos
en los que el valor de la abundancia es primordial. La naturaleza
de la Red, maleable a una variedad de interpretaciones y más
bien confusa en cuanto a su organización, pero al mismo tiempo
sencilla de aprehender y fácil de usar a niveles básicos,
hace que su lugar en el imaginario de la abundancia sea indiscutible.
Gracias a la expansión y
popularización de la Internet, hoy nos enfrentamos ante la
idea misma de una sociedad plagada y atravesada por medios y sistemas
de información. Es la Internet la principal fuerza no sólo
técnica sino social tras el cambio que se puede llamar sociedad
de la información. En efecto, si bien el concepto es
previo al auge de la Internet, no podríamos explicarnos la
colección de acontecimientos que ha puesto a la sociedad
de la información en el centro del debate sin la expansión
que la Internet experimentó, no sólo por la cantidad
de gente usándola, sino sobre todo por la manera como ha
afectado lo que entendemos por comunicación en una sociedad
globalizada.
Pero la Internet expresa más
que la abundancia, porque cada grupo de actores, cada conjunto de
usuarios, al poder verla e interpretarla a su manera, deja de lado
que está ante una red con características propias
y esencialmente distintas a las que otras redes de telecomunicaciones
manifiestan. La abundancia de información puede verse afectada
por esta diferencia de fondo, dado que para algunos actores, aprovechar
la Red significaría adaptarla a un modelo lo más cercano
posible a los otros servicios de telecomunicaciones.
En el caso específico del
uso que las comunidades académicas dan a la Internet, los
cambios más recientes sin duda perjudican el estilo creado
por las prácticas de investigadores y docentes, creadores
iniciales de la Internet pero lentamente transformados en actores
secundarios, ante la presión para convertir a la Internet
en un servicio dirigido al consumidor promedio. La comunicación
científica ha sido afectada por estos cambios, como veremos
a continuación.
La comunicación científica
La ciencia y la tecnología
dependen de la comunicación. Creadas como producto de la
modernidad, son el resultado del trabajo colectivo de comunidades
de científicos que, realizando su labor por el mundo entero
bajo las mismas premisas, usando los mismos métodos y tratando
de lograr respuestas similares a problemas similares, requieren
mantener en contacto permanente para conocer qué pasa y qué
se esta haciendo en su campo. Como toda actividad comunitaria, requiere
formas sistematizadas de comunicación, las que se pueden
llamar comunicación científica. Finalmente,
la actividad científica es el mejor ejemplo de un commons:
sin la participación activa de todos, sin el compartir de
conocimiento, no habría ciencia; al menos no como la conocemos.
La expansión de la comunicación
científica coincide con el auge de la educación superior
en la segunda postguerra mundial. Ante la agresiva generalización
de oportunidades en todos los países del mundo, la educación
produce una elevada demanda por profesionales de la misma, capaces
de cubrir las crecientes vacantes en la enseñanza superior.
Esta expansión creo cambios de magnitud social significativa,
y también incrementó significativamente la producción
de documentos, encarnación misma de la comunicación
científica. El stock de conocimiento científico creció
a ritmos inusuales, y aunque es posible cuestionar si es que la
producción per capita de artículos y libros ha crecido
realmente, no es menos cierto que aún guardando las mismas
tasas de productividad por académico, al haberse incrementado
enormemente el número de éstos, la cantidad de publicaciones
habrá de ser mucho mayor.
Precisamente a partir de la publicación
de artículos surge otra medición de la calidad del
aporte profesional, que es el éxito de un artículo
en cuanto es citado por otros artículos. Los trabajos fundacionales
del análisis de citas fueron elaborados por Price, en especial
en los trabajos reunidos en la primera edición de su Big
Science, Little Science, y también por Eugene
Garfield y su Institute for Scientific Information, que publica
la serie de Science Citation Indexes1.
En los trabajos de análisis
de citas se parte de la presencia en casi todos los artículos
científicos o académicos de citas a otros textos ;
el índice de citas lista las publicaciones citadas y la fuente
de cada una de las citas. Este tipo de listado permite establecer
una trama de relaciones entre cada artículo citado en un
año dado y el corpus de artículos que lo consideran
relevante o significativo. En base a los datos de los índices
de citas, es posible correlacionar la cantidad de citas que un artículo
recibe con el tiempo de publicación y la cercanía
temática de las citas hechas, creándose mapas del
conocimiento. La idea de crear mapas del conocimiento no se limita
por cierto a establecer relaciones entre artículos por sus
citas, sino tambien por lo que se llama co-ocurrencia de palabras
claves; este método trabaja con los textos mismos .
El valor social del conocimiento,
su utilización por la sociedad de una manera institucionalizada,
es clave para entender su funcionamiento, su capacidad de autoreproducirse
y sobre todo su capacidad de crecimiento. Si una sociedad no es
capaz de actualizar su mecanismos de transmisión de conocimiento
y su capacidad de producirlo, sufre como consecuencia desde calamidades
sociales y naturales, hasta el retraso o la postergación.
Es necesario por ello contextualizar y enmarcar teóricamente
la función del conocimiento en la sociedad, y en especial
el valor de la información documental como vehículo
del conocimiento científico y profesional.
A fin de cuentas, la publicación
de documentos ha seguido desde hace unos cincuenta años un
crecimiento “epidémico”, es decir que en la medida
que más gente toma contacto con los temas y propuestas de
investigación, hay más potenciales contribuyentes
al tema, en una curva de un crecimiento elevadísimo en un
corto período, tras el cual viene un largo período
de estabilidad para caer, relativamente mucho después, en
declive inevitable. Esta pista sobre las consecuencias del crecimiento
epidémico del conocimiento en una disciplina o temática
hacen indispensable que nos preguntemos sobre la centralidad de
la información en la sociedad. Dicho de otra manera: cómo
podemos determinar el grado de importancia o de criticidad que la
información juega en el desarrollo de una sociedad.
Como es natural, la comunicación
científica también se ha visto afectada por las tecnologías
de información y comunicación, y se ha pasado de utilizar
a la revista académica impresa como el mecanismo privilegiado,
para contar con la publicación de revistas digitales, por
lo general concentradas en sistemas colectivos de acceso que permiten
crear colecciones digitales de cientos o miles de suscripciones.
Las ventajas de lo digital son aparentes:
múltiple acceso, no limitado por la disponibilidad de copias
físicas; actualización inmediata, sin las demoras
asociadas al traslado físico de una revista desde el lugar
de edición hasta el lugar de lectura; y la flexibilidad del
medio digital, que permite incluir materiales multimedios que no
están al alcance de una edición convencional; una
sola suscripción, en vez de varias, lo que simplifica el
trabajo de las bibliotecas académicas.
Pero también hay desventajas,
las que residen fundamentalmente en los esfuerzos por controlar
y concentrar cada vez más el mercado de la publicación
académica en pocas manos. Finalmente, el ejercicio de publicación
electrónica no es de costos bajos, sino todo lo contrario;
la logística necesaria, para asegurar los permisos de reproducción
y para controlar el acceso sólo a aquellos usuarios que hayan
pagado sus suscripciones, es muy significativo, lo que hace que
sólo empresas con disponibilidad de capitales puedan embarcarse
en este negocio.
Pero la principal desventaja es,
curiosamente, la pérdida de la copia física de las
publicaciones. En el sistema tradicional, una vez pagada una suscripción
y recibida una revista, la institución suscriptora tomaba
propiedad de un bien físico discernible y perdurable, la
revista en papel. En el nuevo sistema digital, las suscripciones
incluyen colecciones enteras, pero una vez terminada la suscripción,
por el motivo que sea, el acceso a lo pagado, a la colección
construida en el tiempo, desaparece. No hay bienes perdurables.
La colección desmaterializada no es propiedad institucional;
apenas se ha alquilado el acceso.
Si a esto se le añade que
las publicaciones académicas, aun las electrónicas,
no han bajado de precio sino que cada vez cuestan más, se
tiene un panorama complicado. Universidades y centros de investigación
se enfrentan a la complicada situación de ofrecer acceso
digital a sus colecciones, con todas las ventajas que esto supone,
a cambio de perder sus colecciones y desequilibrar sus bibliotecas
en el caso que, dados los recortes presupuestales inevitables en
los tiempos actuales, no se pueda continuar una suscripción.
La otra opción, continuar con el papel, no sólo tiene
la desventaja de las limitaciones objetivas de acceso, sino que
incluyen dos inconvenientes más: cada vez más las
suscripciones electrónicas son la única opción
para ciertas publicaciones, y además, se corre el riesgo
de quedar démodé, fuera de la tendencia preferida
por una parte amplia del público de los servicios de información,
que prefieren tener las revistas y artículos en sus computadoras
en lugar de desplazarse, a la antigua, a una biblioteca.
Hasta ahora no se ha mencionado
para nada el actor más comercial de la comunicación
documental, la editorial. Es imprescindible definir su rol en la
cadena de producción de este tipo específico de comunicación,
y sobre todo desarrollar los aspectos decisores que cumple dentro
de un sistema que no necesariamente tendría que prevalecer
en el futuro.
La editorial es básicamente
una casa productora de documentos. Como tal, parte de las mismas
premisas que cualquier casa productora parte: debe satisfacer necesidades
reales de un mercado concreto, debe anticiparlo tanto mediante la
producción de materiales adecuados como con cantidades adecuadas,
y sobre todo debe mantener sus cuentas en azul, publicando con criterios
comerciales sin caer necesariamente en generosidades inapropiadas
pero tampoco perder credibilidad publicando solo por motivos comerciales
o sin seriedad académica.
Como todo campo comercial de la
economía contemporánea, el negocio editorial tiene
varios grandes actores globales y algunos actores regionales, con
actores nacionales o locales de reducida importancia fuera de sus
mercados inmediatos. Existe una clara tendencia a la concentración
y a la globalización, y también un claro conservadurismo
comercial, que si bien puede acoger múltiples temáticas
novedosas, tiende a no arriesgar la credibilidad escapando de las
normas establecidas o en todo caso, haciéndolo dentro de
los parámetros propios de comunidades aceptables académica
o profesionalmente.
El gran negocio editorial es sin
duda la revista académica, por tres razones. En primer lugar,
una vez establecida como importante, una revista es adquirida más
allá de los contenidos o autores específicos sino
meramente por su “valor de nombre”; en segundo lugar,
las revistas están claramente dirigidas al mercado de las
bibliotecas, que funciona con relativamente pocos descuentos, mínima
intermediación y mucha venta directa; y finalmente, una vez
iniciada una colección, es muy difícil para una biblioteca
el cortarla, por la inmediata desvalorización del conjunto
de las colecciones de revistas, con lo cual se puede confiar con
cierta seguridad que las revistas pueden tener vidas muy largas
(o que en el peor de los casos, siempre se puede fundir o unificar
dos revistas en una).
Ciertamente existen muchas revistas
editadas por las learned societies y por universidades,
pero el grueso de las colecciones en la mayoría de temas
es producto de las grandes casas editoriales internacionales. Además,
las grandes editoriales buscan atraer a los consejos editoriales
de sus revistas a especialistas reconocidos en cada campo, de manera
de fijar claramente el ámbito de autoridad para la edición
de la misma así como reforzar el patrón de recompensas
propio de la actividad académica, puesto que el convertirse
en miembro de un consejo editorial puede ser muy bueno en términos
de prestigio y de reconocimiento, más allá de la significación
real de los trabajos que se puedan promover desde esta posición.
Otra ventaja de estos consejos es la casi segura suscripción
a la revista en las instituciones de las que cada consejero forma
parte.
La ciencia vive una esquizofrenia
organizacional: si bien se la entiende como un commons,
el funcionamiento del intercambio de ideas depende la actividad
comercial, la que es desde todo punto lo menos parecido a un commons.
Esta situación termina por complicar el intercambio de información,
produciendo la paradoja que, en un mundo como el académico
que esta más conectado mediante tecnología que casi
ninguna otra actividad, la información no pueda ser para
todos.
La situación regional
Quizá los temas en
cuestión más relevantes para la actividad académica
latinoamericana sigan siendo los mismos de hace varias décadas.
Por un lado, nuestros académicos siguen buscando su lugar
en el concierto internacional, la manera de participar en el diálogo
global; y por otro, urge encontrar maneras simples de alcanzar el
acceso más generalizado posible a la información producida
en el mundo “exterior”.
Ante la primera cuestión,
no se trata únicamente de la calidad objetiva de los trabajos
académicos, los que sin duda pueden, como no, ser buenos
o malos. Hay más cosas de fondo, que giran fundamentalmente
alrededor de la precariedad de la conexión entre los académicos
de la región y el resto del mundo. Esta precariedad se origina,
entre otras razones, por la falta de articulación entre la
academia y la industria, la que a su vez se debe a la debilidad
de la industria local. El académico latinoamericano, con
excepciones notables en algunos países, puede estar en excelentes
condiciones académicas para dialogar con sus colegas,
pero no necesariamente su programa de investigación,
para usar la noción de Imre Lakatos, es pertinente al desarrollo
general de la ciencia o la tecnología a escala global. Este
programa de investigación esta determinado no por el saber
de los académicos, sino por la viabilidad de financiar su
trabajo y de contar con recursos adecuados, entre ellos la información.
Participar en la sociedad de
la información sólo como consumidores de información
externa, sin poder aportar al diálogo global, se refuerza
cuando se considera la situación del acceso a la información
documental, es decir a los libros, revistas y demás, sean
impresos o digitales, que son los elementos fundacionales de la
actividad académica.
Dado que la urgencia de mantenerse
al día implica el saber qué se hace más allá
de las fronteras nacionales y regionales, la importación
de conocimiento es una urgencia. La gran mayoría de países
de la región son importadores netos, sea de otros países
latinoamericanos, sea de países desarrollados. Esta importancia
no se limita al medio impreso, sino que incluso es aún más
importante en el caso de la información digital.
El problema fundamental de la importación
de información es que el tratamiento que recibe es desigual.
Debido a regulaciones locales e internacionales, en la mayoría
de países las reglas de juego son favorables al editor, antes
que al autor, y en desmedro del abaratamiento o asequibilidad del
documento, sea para el especialista o para el estudiante básico.
Este desbalance hace que los actores comerciales, respaldados por
tratados internacionales o por presión política directa,
tengan las de ganar.
Quizá, más que una
carencia por parte de los actores comerciales, lo que esta situación
revela es la ausencia de imaginación política por
parte de las élites locales, dado que los perjudicados somos
los latinoamericanos, no los productores. La cuestión de
fondo es que mientras que las naciones de la región optan
por alinear sus políticas comerciales y de intercambio con
los acuerdos multilaterales, lo que en principio esta bien, no hacen
el ejercicio de identificar cuáles áreas de interés
propio requieren un refuerzo significativo. Así, las reglas
de derechos de autor que limitan la distribución de copias
baratas de textos de interés masivos no son cuestionadas,
a pesar que es posible estimar que cierta flexibilidad permitiría
tanto aumentar el mercado como bajar la presión a favor de
la piratería, que es la que se encarga de solventar las carencias
producidas por los términos desiguales de intercambio.
Una situación similar con
los medicamentos ha llevado, finalmente, a que los países
en desarrollo acepten que se necesitan reglas especiales para casos
especiales. Parece poco probable, pero sería sin duda deseable,
que este criterio se traslade a un ámbito como el académico,
donde las urgencias no son de vida o muerte pero sin embargo pueden
determinar al mediano plazo el futuro de las sociedades en desarrollo.
Diseños alternativos
para la información académica
Hay proyectos para
enfrentar esta situación, que han aparecido precisamente
por iniciativa de académicos que están cansado de
ver que la disponibilidad del conocimiento sea cada vez menor y
que los medios de comunicación sigan subiendo de precio,
a pesar que no paguen a los creadores de sus insumos. Pero estos
proyectos no se limitan meramente a los aportes académicos,
sino que se extienden a todos los ámbitos de la creación.
Un buen ejemplo es Creative Commons.
Creative Commons o la Cultura de
Ofrecer para seguir Creando
Creative Commons es tanto
un sitio web como un estilo de enfrentar la concentración
en pocas manos del contenido intelectual que debería servir
a todos. Con un conjunto de promotores que incluye a Lawrence Lessig
y a Mitch Kapor, inventor del Lotus 1-2-3 y uno de los principales
activistas en pro de la libertad en el ciberespacio, Creative Commons
busca explícitamente no solo incrementar la suma de material
disponible en línea, sino también hacer el acceso
a ese material más barato y más fácil. Esto
lo hacen facilitando la publicación electrónica de
documentos a través de un conjunto de licencias de derechos
de autor a disposición de cualquier interesado, y una aplicación
en la World Wide Web que permite a los autores interesados colocar
sus trabajos en el dominio público, o bien retener la propiedad
intelectual aunque liberando su uso en ciertos contextos, o bajo
ciertas condiciones. Las licencias, inspiradas en la Licencia Pública
General de la Free Software Foundation (usada entre otros por la
comunidad Linux), sirven no sólo para software sino para
todo tipo creado o por inventarse de contenido intelectual.
Desde el 2003, Creative Commons
trabaja para crear una "área de conservación
intelectual", que funcione como un parque o reserva nacional.
Se busca con ella proteger obras de especial interés público
de cualquier forma excluyente de propiedad privada. Esto se hará
promoviendo que los creadores done sus derechos de autor para que
sean colocados en un fondo público, o en algunos casos comprando
los derechos de autor para garantizar su integridad y su disponibilidad
masiva. El propósito final es desarrollar un rico repositorio
de obras de alta calidad en una variedad de medios, junto con la
promoción de una ética orientar a compartir las creaciones
intelectuales, en beneficio de la interacción creativa y
de la educación del público en general.
Con un total de once tipos de licencias,
ampliamente explicadas en su sitio web, Creative Commons surge como
una alternativa a la distribución y uso del conocimiento
registrado. La premisa es sencilla: es preferible distribuir el
conocimiento que concentrarlo; por ello, más beneficios se
obtendrán si se lo difunde de manera agresiva pero con la
obligación del reconocimiento de otros al trabajo que se
haga.
Como alternativa, Creative Commons
recién comienza y por ello dificilmente se la puede juzgar
frente a la enormidad del conocimiento protegido y custodiado por
las restricciones de la interpretación actual de los derechos
de autor. Tal vez la idea no se consolide, pero al menos sirve para
mostrar que existen formas distintas de hacer las cosas y beneficiar
a más gente, que el camino concentrador que los conglomerados
de la propiedad intelectual buscan establecer.
La Public Library of Science o
Respuestas ante la Comercialización de la Ciencia
Una de las paradojas más
espectaculares que ha creado la gran ciencia es que mucho del conocimiento
que se elabora en las universidades e instituciones de investigación
se financia a través de fondos públicos, pero termina
siendo parte de estrategias comerciales diseñadas por conglomerados
editoriales. Más de 57 mil millones de dólares en
el 2003, aportados por el gobierno de los Estados Unidos, sirven
como ejemplo de la investigación que a pesar de ser pagada
por todos termina costando a cualquiera que quiera usarla cantidades
significativas.
Ciertamente, no se trata meramente
de la publicación comercial, sino también de la publicación
universitaria o de las sociedades académicas, las que usan
sus publicaciones como forma de financiar, siquiera parcialmente,
sus actividades de investigación. Es comprensible que una
institución académica, que financia sus propias actividades
de investigación, busque publicar a través de sus
revistas o libros los resultados de sus esfuerzos; obviamente, deberá
cobrar por ellos, al menos mientras el costo de hacer llegar esta
información a los interesados siga siendo significativo.
Nada hace pensar que la Internet
logre reemplazar por completo al papel en el futuro previsible,
por muchas razones, entre las que destaca la flexibilidad y cómodo
precio del papel, su mayor estabilidad como formato y sobre todo,
la familiaridad adquirida con un soporte de información que
tiene casi seis siglos con nosotros. Pero al mismo tiempo, es posible
pensar que buena parte de la publicación académica
podría apoyarse, siquiera complementariamente, en la Internet.
Pero apoyarse en la Internet no
ha significado abandonar el modelo basado en suscripciones, ni mucho
menos, por extraño que pueda parecer, dejar de lado el cobro
de cantidades significativas por acceder a materiales por lo que
no se paga, salvo excepcionalmente, derechos de autor. Las revistas
académicas viven en un mundo aparte, y sus altos precios
no han desaparecido con la Internet.
Iniciativas como la Biblioteca Pública
de la Ciencia intentan enfrentar esta situación. La intención
es lograr mantener los principios mismos de la publicación
académica, es decir la calificación por otros científicos
del valor de cada artículo, la calidad editorial general,
y la amplitud e internacionalización propia de cualquier
journal de primer nivel. Pero junto con estos valores,
también se busca garantizar el libre acceso, no sólo
al dejar de cobrar por suscripciones, sino al mantener la propiedad
intelectual en manos del autor, pero poniendo los materiales en
la Red con una licencia de uso similar a la que promueven instituciones
como Creative Commons: el acceso abierto y la libre copia y distribución,
mencionando al autor y reconociendo su propiedad intelectual.
La Biblioteca Pública es
una iniciativa todavía en sus inicios, que bien puede fracasar
al no encontrar suficiente interés de parte de los académicos
de primer nivel. Si estos no publican en la página web del
proyecto <http://www.plos.org>,
la Biblioteca se podría convertir en una simpática
idea con pobres resultados, una suerte de refugio para investigaciones
pertinentes y de calidad pero de segunda importancia; lo opuesto
al core journal al que parecen apostar.
Como parte de sus iniciativas, la
PLOS ha puesto en línea un manifiesto en apoyo a la idea
misma de publicación de acceso libre, el cual puede ser firmado
por cualquier académico interesado. Su gran cantidad de firmantes
indica que la idea parece tener acogida en una significativa porción
de la comunidad académica internacional.
Notas:
*
Parte de Senderos que se bifurcan: dilemas y desafíos
de la sociedad de la información, a publicarse en febrero
del 2005.
1 Los Citation Indexes se publican
desde 1962 por el Institute for Scientific Information. En la actualidad
esta institución publica cuatro índices : el Science
Citation Index,en sus versiones normal y Expanded, con un total
de 5300+ revistas indizadas ; el Social Sciences Citation Index,
con más de 1700 revistas ; y el Arts & Humanities Citation
Index, con más 1150 revistas. También publican seis
índices especializados en las áreas de Biología
y matemática. Como dato curioso : communication es indizada
en el Social Science Citation Index, pero Radio Television and Film
en el Arts & Humanities Citation Index. Cf <http
://www.isinet.com>
Eduardo
Villanueva Mansilla
Departamento de Comunicaciones, Pontificia Universidad
Católica del Perú, Perú. |