Por Jorge Martínez
Número
51
Considerando
en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse de
días
que es lóbrego, mamífero y se peina...
Considerando
también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza
en la cabeza...
César Vallejo
El alcance de nuestro
entendimiento está anclado en nuestras
tripas.
Lo más profundamente
animal que hemos hecho es Dios.
El mejor destino para
el pensamiento que se repite y deja de serlo
es la oración.
Tarde se dio cuenta Goethe
de su pensar botánico: más luz
es una satisfacción de árbol.
¿Dios piensa?
Lo mismo que hace al hombre
pensar lo hace cagar.
¿Dios vive?
El verbo está hecho
de vida, el espíritu no la necesita pero
parece amarla.
¿Estamos seguros
de que la mosca no reflexiona?
La verdad científica
sólo sirve para calcular.
Para escapar del matamoscas,
la mosca calcula, tiene espíritu científico.
Veritas suele ser una
vanalidad gramática.
En el hombre moderno la
inteligencia vive en la estupidez.
La inteligencia de las
plantas es la de mayor eficacia: no necesita
de palabras ni de símbolos, siempre es
luminosa, lúcida.
El deseo no necesita de
lenguaje, a menos que no se alcance.
De nuestra matriz instintiva
vienen la bestia y el artista, que tanto se parecen.
La metonimia del isóseles
velludo en un vientre dibujado basta para que
un músculo inconsciente se levante.
Refiera, confiera, difiera,
infiera, prefiera: no sea fiera.
El vacío está
lleno de lo que no percibimos.
Con todo, no somos capaces
de experimentar nada mejor que el orgasmo, igual
que las ratas o las ballenas.
Algunos chimpancés
aprenden a mentir, quiere decir que algo tienen
de poetas. Los chimpances mentirosos son los
genios de su estirpe.
En el hombre, mentir es
una capacidad innata, insalvable, que está
en la base de la poiesis. Por fortuna todos mentimos.
No se puede mentir sin
imaginación.
La mentira está
en nosotros, es espontánea, un atributo
de la especie. La verdad hay que encontrarla,
es artificial, se escapa, es siempre incompleta,
fría. Por eso la cortejamos, la deseamos.
Seguimos discutiendo qué
es verdad pero siempre hemos sabido qué
es mentira.
¡Qué similares,
el infinito y el instante! ¿Serán
fractales?
Sin veritas no hay tecnología.
Sin aletheia, poetizar es una ambición
improbable.
En la sociedad contemporánea
los imbéciles tienen mayor posibilidad
de subsistir.
Cuando nace, la lujuria
aguza el ingenio, espolea la voluntad, agita
la imaginación.
Antes de serlo, la lujuria
fue ternura.
Después de haberla
disfrutado, la lujuria favorece el pensamiento.
La lucidez cristiana de
San Agustín proviene de su sensualidad
pagana, de su lujuria.
El enamoramiento es un
atavismo mamífero.
Los buenos no son tipos
de fiar. Los malos tampoco, pero su hipocresía
es más tangible.
La diferencia entre el
bien y el mal es una abstracción o fallida
o perversa.
Soy libre de cumplir con
la fatalidad de mi destino... igual que el piojo
o la semilla.
Caras vemos, coitos no
sabemos.
Bajo la mesa, mi mano
desensortija sus vellos. Una lágrima en
mis dedos.
La mujeres se enamoran
cuando algo de ellas forzamos al poseerlas, o
cuando ellas creen que somos capaces de hacerlo.
Es un vestigio del celo.
El varón no se
enamora, se empecina... igual que el cerdo barraco.
El enamoramiento es una
conducta hembra que no tiene que ver con el género.
La fidelidad no es un
asunto sexual.
El placer es un dolor
cultivado.
La perversidad es lo humano
del sexo.
Aceptamos ya que los órganos
genitales comienzan en la lengua, somos mamíferos.
El olfato sigue reprimido.
La sabrosura de las mujeres
comienza en su olor... ¿o en su dolor?
Apretadas circunvoluciones:
el cerebro y los intestinos. La misma pauta en
el origen de las ideas y de las heces.
A juzgar por la manera
como se refleja en el hombre, Dios ha de tener
mal gusto. Con los caballos de Protágoras
al menos habría sido más estético.
El tiempo es de temperamento
voluble, es inestable, acomodaticio. Baila según
el ritmo que la escala toque. En la pequeñez
infinita desaparece, a una magnitud cósmica
también. A la velocidad de la luz se subsume
en ella. En la masa constreñida de un
agujero negro se extingue. En el vacío
–que no existe- sigue existiendo.
Del tiempo, nuestro saber
es negativo: estamos seguros que no es lo que
nombramos presente. En tanto que pasado y futuro
son palabras rudimentarias, expresiones burdas
de la percepción de nuestros sentidos
animales. Presente, pasado, futuro revientan
su contundencia con un simple “hubiera”.
Todavía no hemos
logrado que el tiempo y la razón escapen
a la dictadura de la gramática.
El espíritu no
es carne, pero sin ella no ha sabido existir.
El placer, el sufrimiento, la serenidad, la lucidez,
la beatitud participan de la carne del espíritu.
Somos moléculas
sucesivamente unidas y dispersas en instantes,
en milenios, en gusanos, en montañas,
en personas.
El sexo es un recurso
cómplice de la muerte que es un invento
de la vida que se vale del sexo.
Nunca he podido ser indiferente
a la indiferencia.
Al pedirme que juzgara
he votado por la inocencia de su culpabilidad.
En la formación
de la conciencia ha sido circunstancial, si no
es que irrelevante, la inteligencia, ambas pertenecen
a campos lógicos y de percepción
distintos.
La inteligencia por sí
sola, al margen de acotaciones religiosas o filosóficas
se convierte en técnica sometedora de
la naturaleza.
El camino del Zen conduce
a una conciencia de la que la inteligencia se
ha vaciado. La fe cristiana es una conciencia
en la que se ha excluido a la razón.
La conciencia, más
allá de la razón y de la inteligencia
y libre de las ataduras de la fe todavía
tiene que vencer las tiranías de la afectividad
y de la sensibilidad.
La inteligencia es un
fenómeno de la vida, es biológica,
la conciencia abre un agujero a través
del cual comenzamos a fisgar más allá.
A la inteligencia y a
la verdad apenas el azar ha sido capaz de juntarlas:
se mezclan tanto como el agua y el aceite.
La justicia, el bien,
la belleza son indiferentes para la inteligencia.
Con la inteligencia calculamos,
tomamos decisiones, con la razón podemos
llegar a preguntarnos por qué hemos decidido
lo que decidimos, con los órganos afectivos
sentimos nostalgia por la elección desechada.
La razón es indispensable
para equivocarnos. La intuición no corre
el riesgo de equivocarse salvo cuando se enuncia
pero entonces ya cayó en el dominio de
la inteligencia.
Dotados de razón
pero incapaces de sensualidad los ángeles
concluyeron que su inmortalidad se llama infierno.
Cuando la razón
alcanza el grado de conciencia vuelve sobre la
carne. La lujuria es el segundo útero
de la conciencia.
Al contrario de lo que
Pascal creía el pecado no corrompe sino
que sostiene a la razón. Prohibir y pecar
humanizan la razón, la elevan a la condición
de conciencia.
Químicamente el
afán de poder es testosterona. Perseguir
el poder esclaviza al varón. Castrada,
la mujer es más proclive a la libertad
y a la ética.
Sin colesterol el cerebro
no funciona, la grasa es indispensable para pensar,
en tanto que la gracia es indispensable para
alcanzar la poiesis.
La hembritud es el estado
más cabal de la conciencia, las mujeres
se empeñan en abandonarlo.
La virilidad es una hipertrofia
de la estupidez causada por el exceso de testosterona.
Antes de serlo la fe fue
instinto.
Para no repetir lo dicho
desde hace 5 000 años habríamos
de volver a pensar sin palabras.
Ya lo sabía Aristóteles:
el enamoramiento es una infección.
Avanzar a ser humano es
un vislumbre de otra condición.
El primer parto de la
conciencia es la prohibición y el inmediato
anhelo de quebrarla.
El horizonte de la conciencia
se limita a sí misma.
Hemos sido incapaces de
comprender otras conciencias, ni siquiera podemos
percibirlas.
Protagónicos, buscamos
otras conciencias a partir de nuestra escala
humana: ¿y si la amiba fuera consciente?
La indagación sobre
la conciencia la hemos restringido a la vida
orgánica: ¿y si la roca fuera consciente?
¿En el cosmos otras
conciencias estarán ciegas de nosotros?
Lo probable es que varias
formas de conciencia estemos ahora, y desde siempre,
conviviendo indiferentes, ciegas las unas de
las otras.
¿Cómo pensar
una conciencia que no sea la nuestra?
Jorge
Martínez Ruiz
Miembro de la Sociedad de
Escritores de Morelos, México |