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Por Rosalía Winocur
Número
55
La
participación del público en los
medios tiene sus orígenes prácticamente
desde la aparición del periódico
con el correo de lectores, pero cobra importancia
en términos de opinión pública
cuando se populariza en la radio el uso del teléfono
en la década de los sesenta. A partir
de ese momento la presencia de los ciudadanos
en los medios se ha ido incrementando paulatinamente
no sólo como recurso de legitimación
del discurso de distintos segmentos y programas
sino, también, como estrategia de visibilidad
y reconocimiento de las necesidades de distintos
grupos e individuos.
La importancia
y la emergencia de este tipo de participación
son indudables, sin embargo falta dilucidar cuál
es su significado y alcance en términos
de esfera pública:
a) ¿Hasta qué punto pueden considerarse
espacios públicos de "traducción"
y amplificación de las demandas ciudadanas?,
b) ¿y esta traducción, responde
a los intereses genuinos de los ciudadanos, grupos
o movimientos, o a los requerimientos de la construcción
mediática del acontecimiento?,
c) ¿consiguen ser ámbitos alternativos
a las formas tradicionales de mediación
entre ciudadanos y poderes públicos?,
d) ¿los conductores actúan realmente
de mediadores entre los poderes públicos
y los ciudadanos, o más bien montan simulacros
como parte de la puesta en escena?
e) Y desde la perspectiva de los participantes,
¿quiénes llaman?, ¿por qué
lo hacen?, ¿desde qué lugar lo
hacen?, ¿están solos o acompañados?,
f) ¿representa una instancia de participación
individual o colectiva?, ¿se trata de
una opción alternativa o complementaria
de otras instancias de consulta, participación,
opinión o demanda?,
g) y, por último, ¿qué papel
juega la participación respecto a las
posibilidades de ampliación y democratización
del espacio público?
Para responder
a estos interrogantes, es necesario, por una
parte, abordar el problema de los nuevos sentidos
que ha experimentado el concepto de ciudadanía
en el contexto de las transformaciones ocurridas
en la esfera pública, y por otra, discutir
la naturaleza que adquiere la participación
en los escenarios mediáticos. “La
necesidad de comprensión de lo público
en un mapa cruzado por tres ejes: el de la actual
reconstrucción conceptual de lo público,
la reconstitución de los medios
y las imágenes en espacio de
reconocimiento social, y las nuevas
formas de existencia y ejercicio de la ciudadanía”
(Martín-Barbero:2001:30)
Consumo,
medios y ciudadanía: una relación
emergente
Históricamente
se ha concebido a la ciudadanía como un
concepto que incluye todas las prerrogativas
y subordina las diferencias en función
de la relación de la igualdad de derechos
definidos en términos universales y establecidos
jurídicamente. Sin embargo, la emergencia
de nuevas identidades, los conflictos étnicos,
la crisis de las formas tradicionales de participación
y representación política, y los
procesos de globalización, han erosionado
los significados tradicionales. En la literatura
sobre el tema existe un consenso generalizado
de que el concepto ha sufrido transformaciones
tanto en lo que designa como en lo que representa,
pero la perspectiva para abordarlo varía
según en que realidad política
y social se ubique la reflexión. Las diferencias
pueden agruparse en cuatro orientaciones distintas.
La primera vertiente ubica el problema en el
surgimiento de nuevas identidades y la pugna
de diversos grupos por el reconocimiento y la
visibilidad de sus intereses. Esta línea
de reflexión, particularmente desarrollada
en Estados Unidos y en Europa a raíz de
las reivindicaciones de las minorías,
ha ido cobrando importancia en América
Latina. El desarrollo de los movimientos sociales
y la proliferación de diversos grupos
que batallan por el reconocimiento de sus intereses
y la legitimación de sus demandas, está
llevando a redefinir lo que se entiende por ciudadano,
no sólo respecto a la igualdad de posibilidades
sino también al derecho de ser diferente.
"Esto implica una desustancialización
del concepto de ciudadanía manejado por
los juristas: más que como valores abstractos,
los derechos importan como algo que se construye
y cambia en relación con prácticas
y discursos" (García Canclini, 1995:20).
En esta perspectiva, se afirma que la ciudadanía
formal ya no asegura el acceso a los derechos
sustantivos, incluso, en ciertas realidades políticas
y sociales, se ha vuelto una práctica
restrictiva asociada a valores nacionalistas
que en ocasiones suele adquirir connotaciones
xenóficas (Appadurai, 1996). Asimismo,
votar no siempre tiene el mismo sentido para
los residentes legales que para los ilegales,
para los indígenas que para los mestizos.
Algunos de estos grupos tienden a percibir los
derechos formales más como mecanismos
de exclusión que de inclusión,
de ahí que muchos inmigrantes no estén
tan ansiosos por obtener la ciudadanía
(Rosaldo, 1998), ni los indígenas se muestren
interesados en ejercer sus derechos políticos.
Dentro de esta línea de reflexión,
se recorta también la perspectiva feminista
que aborda el problema desde la desigualdad de
géneros y la opresión de las minorías
étnicas y sexuales (Young, 1996). Sostiene
que aunque formalmente todos los ciudadanos tienen
el derecho de participar en diversas instancias
políticas, sociales y jurídicas,
en la práctica de las instituciones esto
casi nunca se ejerce. Las mujeres, los ancianos,
los discapacitados y minorías sexuales
o étnicas suelen ser marginados, descalificados
o simplemente ignorados. En esta posición
se cuestiona severamente el presupuesto de definir
a la ciudadanía como mayoría porque
contribuye a reproducir la desigualdad: "Definir
la ciudadanía como mayoría evita
y ensombrece el requisito de que todas las experiencias,
necesidades y perspectivas sobre los sucesos
sociales tengan voz y sean respetadas (...) La
existencia de grupos sociales presupone que las
personas tengan historias, experiencias y perspectivas
sobre la vida social diferentes, aunque no necesariamente
excluyentes, y ello implica a su vez que tales
grupos no comprendan totalmente la experiencia
de los restantes" (Young, 1996:113, Pateman,
1996). En su lugar se propone definir a la ciudadanía
como "cultural" (Rosaldo, 1998), que
se entiende como "el derecho a ser diferente
(en términos de raza, etnicidad o lengua
nativa) con respecto a las normas de la comunidad
nacional dominante, sin comprometer el derecho
a pertenecer a ésta, en el sentido de
participar en los procesos democráticos
del Estado-nación (...) Desde el punto
de vista de las comunidades subordinadas, la
ciudadanía cultural ofrece la posibilidad
de legitimar las demandas surgidas en el esfuerzo
por emanciparse. Dichas demandas pueden variar
desde temas legales, políticos o económicos,
hasta problemas de dignidad humana, bienestar
y respeto" (1998:242).
La segunda postura,
ubica los cambios en la pérdida de centralidad
de la política como discurso organizador
de las identidades políticas y sociales
(Lechner, 2000). Esto se explica como una consecuencia
de la crisis de las ideologías, de los
partidos y sindicatos como mecanismos de representación
y de las transformaciones ocurridas en el papel
del Estado. Dicha pérdida, produce una
resignificación de la ciudadanía:
La llamada
deselogización refleja la erosión
de las claves interpretativas que anteriormente
otorgaban inteligibilidad a la realidad social.
El discurso político pierde poder de
convocatoria porque ya no logra ofrecer códigos
interpretativos ni señas de identidad
fuertes. En la medida en que las identidades
de clase se diferencian y dan lugar a una multiplicidad
de agrupaciones tenuemente perfiladas, se diluyen
"los intereses representables" (...)
las personas a su vez, difícilmente se
reconocen en una política que no les
brinda reconocimiento social, un sentimiento
de seguridad colectiva y de pertenencia a una
'comunidad'. En síntesis, crece la desafección
por la política. Salvo en periodos 'calientes'
la política no es algo relevante en la
vida de los ciudadanos" (2000:26).
En esta perspectiva,
el ejercicio de la ciudadanía se va desplazando
de la política institucional a diversas
instancias y núcleos de organizaciones
sociales, locales y comunitarias con intereses
muy diversificados. Lechner plantea que la pérdida
de sentido de la política tradicional
obliga a las personas a concebir de manera nueva
su rol de ciudadanos. A veces de manera explícita
-como sería el caso de las O.N.G.- pero
la mayoría de las veces, de forma implícita,
las personas deben formarse su propia idea acerca
de los problemas y prioridades del país
(2000:27). Este desplazamiento produce dos tipos
de ciudadanía. Una de carácter
"instrumental" que descree de la política,
pero que sigue apelando a las instituciones estatales
en la búsqueda de soluciones, particularmente
a la administración municipal (2000:28).
Y otra, que no tiene al sistema político
como referente principal, sino a una red de grupos
donde se organiza la socialidad en la vida cotidiana
(las sociedades de padres, los grupos de autoayuda,
las organizaciones vecinales, los clubes y deportivos,
etc.): "El ámbito de la ciudadanía
activa parece ser menos la política institucional
que el desarrollo societal; estaría motivada
por la convivencia social (...)" (2000:31).
No obstante, Lechner aclara que este desplazamiento
del interés ciudadano desde el sistema
político hacia la trama social no debe
ser confundido con una despolitización.
Más que un desinterés por temas
políticos parece tener lugar una socialización
de la política en el sentido que las actividades
de la vida cotidiana y la relación con
las instituciones más próximas
adquieren una dimensión política.
"La política no residiría
únicamente en las instituciones formales
sino también en la trama formal al alcance
de la experiencia concreta de cada personal.
En este sentido puede hablarse de una 'ciudadanización
de la política': la recuperación
de la política como una capacidad propia
de los ciudadanos" (2000:31). Se trata de
una construcción teñida de múltiples
referentes políticos, pero fundamentalmente
anclada en la localidad y en las relaciones más
próximas, ser un buen ciudadano en muchos
sectores implica básicamente ser un buen
vecino.
La tercera postura
aborda el problema desde las formas de apropiación
del espacio público entendido como “(...)
uso social colectivo y multifuncionalidad. Se
caracteriza fisicamente por su accesibilidad
(...). La calidad del espacio público
se podrá evaluar sobre todo por la inrtensidad
y la calidad de las relaciones sociales que facilita,
por su fuerza mixturante de grupos y comportamientos
y por su capacidad de estimular la identificación
simbólica, la expresión y la integración
culturales” (Borja,1998:46). En esta perspectiva,
el ejercicio pleno de la ciudadanía se
concibe como la participación activa en
distintos proyectos y organizaciones culturales
y sociales, la recuperación de protagonismo
en la gestión municipal, y la capacidad
de concertar con otros el tipo de uso y la distribución
de los espacios públicos: “La recreación
del concepto de ciudadano, como sujeto de la
política urbana, el cual se hace ciudadano
interviniendo en la construcción y gestión
de la ciudad. (...) El ciudadano es el que tiene
derecho al conflicto urbano”. (1998:49).
Esta postura también sostiene que la ciudadanía
plena no se adquiere por el hecho de habitar
la ciudad, ni por tener un documento legal que
lo acredite, sino por el ejercicio intensivo
y extensivo que diversos grupos hacen de sus
derechos en la apropiación del espacio
público (1998:52). Estos usos no se limitan
a las manifestaciones políticas sino que
también incluyen el derecho de las minorías
y grupos marginados de ocupar la calle como habitat,
espacio de supervivencia, y lugar de visibilidad
de sus necesidades y demandas.
Un cuarto enfoque,
piensa a la ciudadanía vinculada a las
transformaciones que experimentó la esfera
pública y a los procesos de consumo masivo.
Frente al evidente protagonismo de los medios
en la creación y recreación de
escenarios de acción política,
la pregunta clave que se formula es: ¿en
qué medida los medios sustituyen o constituyen
nuevos ámbitos para el ejercicio de la
política y la ciudadanía? Siguiendo
a Martín-Barbero, el problema fundamental
no reside en la desaparición de la política,
sino en "la reconfiguración de las
mediaciones" donde se establecen las formas
de delegación y representación
de los sujetos en una sociedad. En ese sentido,
el rol de los medios no sería principalmente
el de sustituir las formas tradicionales
del ejercicio de la ciudadanía, sino el
de constituir nuevos escenarios donde se vuelven
parte "de la trama de los discursos y de
la acción política misma, ya que
lo que esa mediación produce es la densificación
de las dimensiones simbólicas, rituales
y teatrales que siempre tuvo la política
(...) el medio no se limita a transmitir o traducir
las representaciones existentes, ni puede tampoco
sustituirlas, sino que ha entrado a constituir
una escena fundamental de la vida pública"
(Barbero, 1999:50). Esta última perspectiva
abre un importante espacio de reflexión
teórica para pensar el papel que juegan
los medios en los nuevos sentidos que adquiere
la práctica y representación de
la ciudadanía en relación con los
procesos de consumo masivo y las transformaciones
ocurridas en la esfera pública. La retracción
de los espacios públicos tradicionales
junto con la omnipresencia de la televisión
y la radio en los hogares afectaron considerablemente
los procesos de formación de opinión,
las modalidades de participación, las
maneras de pertenecer y las estrategias de inclusión
en la esfera de lo público.
El discurso
sobre la ciudadanía y la apelación
recurrente a los ciudadanos circula de manera
constante en la narrativa de los medios, particularmente
en los noticiarios radiales cuando son convocados
a testimoniar, denunciar u opinar sobre diversos
problemas o prioridades de la agenda mediática.
Pero estos ciudadanos no son interpelados en
la plaza pública o en el café literario,
sino en el seno de sus hogares mientras desayunan,
en sus automóviles mientras padecen un
embotellamiento o en la oficina mientras trabajan
en la computadora. Los individuos cada vez más
construyen sus opiniones y participan de lo público
desde sus casas, ya no necesitan desplazarse
al centro de la ciudad para manifestar públicamente
el descontento o la adhesión a un movimiento,
tampoco requieren salir para entablar nuevas
relaciones o solicitar apoyo emocional. El ámbito
doméstico se ha convertido en el centro
desde donde se tienden puentes con el mundo,
desde la casa se puede llamar por teléfono
a la radio para expresar una opinión,
enviar un fax para realizar una denuncia, mandar
un correo electrónico para responder en
una encuesta, crear una comunidad virtual, integrar
cadenas de solidaridad o tomar parte en un grupo
de discusión. Lo cual nos lleva a pensar
que en las prácticas de consumo doméstico
también se construyen los nuevos sentidos
de la ciudadanía (García Canclini,
1995):
No fueron tanto
las revoluciones sociales, ni el estudio de
las culturas populares, ni la sensibilidad excepcional
de algunos movimientos alternativos en la política
y en el arte, como el crecimiento vertiginoso
de las tecnologías audiovisuales de comunicación
lo que volvió patente de qué manera
venían cambiando desde el siglo pasado
el desarrollo de lo público y el ejercicio
de la ciudadanía. Pero estos medios electrónicos
que hicieron irrumpir a las masas populares
en la esfera pública fueron desplazando
el desempeño ciudadano hacia las prácticas
de consumo. Se establecieron otros modos de
informarse, de entender las comunidades a las
que se pertenece, de concebir y ejercer los
derechos. Desilusionados de las burocracias
estatales, partidarias y sindicales, los públicos
acuden a la radio y la televisión para
lograr lo que las instituciones ciudadanas no
proporcionan: servicios, justicia, reparaciones
o simple atención" (García
Canclini, 1995:23)
En esta construcción,
los medios asumen la fragmentación de
la representación sobre la ciudadanía
y se ofrecen como mediadores "de la heterogénea
trama de imaginarios de identidad de las ciudades,
regiones, espacios locales y barriales"
(Martín-Barbero, 1999:43). Y es precisamente
en esta mediación donde contribuyen a
resignificar el ejercicio y la representación
de la ciudadanía, poniendo en circulación
toda clase de asuntos del orden público
y privado cambiando el sentido de sus ámbitos
de referencia, relocalizando lo global o proyectando
lo local fuera de sus espacios concretos, tendiendo
puentes imaginarios con las autoridades, en fin,
llevando y trayendo información de la
escena pública al hogar y del hogar a
la pantalla. Lo anterior explica en buena medida
el surgimiento de ciudadanos mediáticos
que desde la centralidad cotidiana del hogar
claman por ser escuchados y atendidos:
Lo propio de
la ciudadanía hoy es el hallarse
asociada al ‘reconocimiento recíproco’,
esto es al derecho a informar y ser informado,
de hablar y ser escuchado, imprescindible para
poder participar en las decisiones que conciernen
a la colectividad. Una de las formas hoy más
flagrantes de exclusión ciudadana se
sitúa (...) en la desposesión
del derecho a ser visto y oido, que
equivale al de existir/contar socialmente, tanto
en el terreno individual como colectivo, en
el de las mayorías como de las minorías
(Martín-Barbero, 2001:30).
Esta última
perspectiva sobre la ciudadanía nos abre
un importante espacio de reflexión teórica
para pensar el sentido y el alcance de la participación
en la radio en términos de esfera pública.
Los
escenarios radiales: ¿nuevas esferas públicas
o "seudoesferas"?
La
controversia entre Garnham (1986) y Keane (1997)
acerca de la validez del modelo de radiodifusión
público como ideal de esfera pública,
es especialmente relevante para éste trabajo
porque los resultados de nuestra investigación
apuntan a reforzar la hipótesis de Keane
(1997) en la siguiente dirección: se puede
considerar a la radio esfera pública en
las nuevas condiciones de globalización
y desterritorialización de la cultura
y la información, no en el sentido de
una esfera única, homogénea y separada
del estado o de la vida privada, si no, por el
contrario, en la fragmentación de múltiples
espacios de concepción diversa y heterogénea,
donde se cruzan los discursos del poder con los
de la vida privada, y donde muchas veces es difícil
precisar los límites o definir los rasgos
de cada uno porque son de naturaleza cambiante,
y mirados desde ciertos ángulos pueden
considerarse públicos, y desde otros privados.
El modelo de
radiodifusión público atraviesa
serias dificultades como señala Keane
(1997), no sólo de orden financiero sino
de legitimidad: "tanto audiencias como emisores
sienten que el reclamo de representatividad del
servicio público, es de hecho, una defensa
de la representación virtual de un todo
ficticio, un recurso para programar aquello que
simula las opiniones y gustos reales de algunos
de aquellos a quienes se dirige (...) tal modelo
de servicio público encorseta a sus audiencias
y viola regularmente su propio principio de igualdad
de acceso para todos al entretenimiento, las
noticias de actualidad y la programación
cultural en un ámbito público común"
(1997:54-55).
El recurso de
construcción de legitimidad tradicionalmente
utilizado por la radio de presentarse como "servicio
público", paradójicamente
se ha vuelto eficiente en términos de
la lógica comercial e ineficiente en la
pública, donde por el contrario representa
una restricción para abrirse a las demandas
de públicos cada vez más volubles
y fragmentados. A diferencia de lo que propone
Garnham (1990), de definir la esfera pública
como un "espacio para una política
racional y universalista” que sólo
puede depender de unos medios independientes
del mercado, la realidad indicaría que
se ha fragmentado en varios circuitos que no
están necesariamente interconectados.
Tampoco guardan relación con un territorio
físico determinado o las fronteras nacionales,
están en permanente reconstitución
y son de variable duración:
Hoy día
se ha vuelto obsoleto el ideal de una esfera
pública unificada (...) en lugar de ello,
figurativamente hablando, la vida pública
experimenta una 'refeudalización', no
en el sentido en que Habermas utilizó
este término (...) sino en el de la conformación
de un complejo mosaico de esferas públicas
de diversos tamaños, que se traslapan
e interconectan y que nos obligan a reconsiderar
radicalmente nuestros conceptos sobre la vida
pública y sus términos 'asociados'
tales como opinión pública, bienestar
público y la diferenciación público-privado
(Keane, 1997:56).
La clasificación
de Keane acerca de las esferas públicas
que establece la distinción entre "mesoesferas",
"macroesferas" y “microesferas”
públicas, nos parece especialmente útil
para pensar el problema de la presencia de los
ciudadanos en la radio:
Una esfera
pública es un tipo particular de relación
espacial entre dos o más personas, por
lo general vinculadas por algún medio
de comunicación (televisión, radio,
satélite, fax, teléfono, etc.)
y entre las cuales se suscitan disputas no violentas,
durante un período de tiempo breve o
más prolongado en torno a las relaciones
de poder que operan dentro de su determinado
medio de interacción y/o dentro de los
más amplios ámbitos de las estructuras
sociales y políticas en los que se encuentran
los adversarios (Keane, 1997: 58).
El autor define
a las mesoesferas públicas como los "espacios
de debate sobre el poder, integradas por millones
de personas que observan, escuchan o leen, a
lo ancho de un área de grandes dimensiones,
cuya extensión puede ser la del Estado-Nación
o bien ampliarse más allá de sus
fronteras, hasta alcanzar audiencias vecinas"
(1997:62); y a las "macroesferas",
como aquellas conformadas por millones de ciudadanos,
que "son el resultado (no intencional) de
la concentración internacional de las
empresas de comunicación masiva, que antes
eran detentadas y operadas en el espacio del
Estado-Nación " (1997:64 y 65).
En el esquema
de Keane una microesfera se constituye por cualquier
forma de interacción donde eventual y
potencialmente se puedan discutir o intercambiar
opiniones acerca de asuntos de interés
colectivo de diversos grupos desde reuniones
políticas hasta pláticas infantiles
sobre video juegos. Aunque resulta cuestionable
que éste último ejemplo constituyan
una esfera pública, su definición
ayuda a situar un conjunto de espacios de distinto
tamaño y durabilidad, donde se producen
intercambios entre los ciudadanos entre sí,
y a su vez con los medios.
En la perspectiva
expuesta podemos considerar que todas las formas
de encuentro entre los ciudadanos y la radio
que se realizan con cierta regularidad: llamar
para participar, hacer pública una demanda,
requerir asistencia o información, integrar
una red de radioescuchas, formar un grupo de
autoayuda, o pertenecer a una audiencia cautiva,
pueden constituir potencialmente una esfera pública:
"desde el momento en que esta manifestación
parcial de la opinión se refleja y se
difunde a un público más amplio,
virtualmente indefinido, gracias a un medio cualquiera,
participa del espacio público" (Ferry,
1992:19).
Por último, tal vez sea necesario precisar
que
independientemente
del carácter público o semipúblico,
no todas las esferas públicas son democráticas
ni su interconexión está garantizada
por institución alguna: "Si bien
la esfera pública constituye un sistema
de mediaciones comunicativas entre la sociedad
civil y los sistemas, en la práctica esta
capacidad depende del grado de apertura política
de la sociedad y de la porosidad real de los
diferentes públicos" (Olvera Rivera,
1999:76). Hablar de esfera pública en
las nuevas condiciones mediáticas no define
un espacio intrínsecamente democrático,
sino un lugar de intercambio de experiencias
de variada índole, no obstante significativas
en términos de la comunicación
y socialización de los asuntos que competen
a cada grupo. En esa perspectiva, el interés
por los asuntos colectivos coexiste con las necesidades
fragmentadas de diversos sectores. Y está
coexistencia involucra interconexiones de distinta
magnitud y temporalidad entre microesferas, macroesferas
y mesoesferas (Keane, 1997). Frente a esta situación,
cabe preguntarse si el ideal habermasiano de
esfera pública sigue vigente o no, si
la participación puede ser real, imaginaria
o virtual. En definitiva, si en los escenarios
mediáticos puede hablarse de un "nuevo
tipo de publicidad o de un viejo modelo de esfera
seudopública" (Silverstone, 1996:120).
La
naturaleza de la participación mediática
El
problema de la participación en los medios
se ha concebido desde dos vertientes, una vinculada
a la concepción de Habermas sobre el espacio
público y otra relacionada con las radios
comunitarias en la perspectiva de la educación
popular. En el primer caso, la idea de que la
comercialización de los medios masivos
de comunicación llevó a refeudalizar
la esfera pública monopolizando el campo
de la publicidad política (Habermas, 1994a),
puede ser cuestionada a la luz de las contradicciones
que presenta la comunicación moderna.
Cuando Habermas (1994b) asocia mercantilización
con 'estandarización' y 'recepción
uniforme', pone en duda que la publicidad dominada
por los medios de masas pueda brindar a los ciudadanos
oportunidades de competir y de "cambiar
el espectro de razones, temas y valores canalizados
por influencias externas, y la oportunidad de
abrirlos innovadoramente y de filtrarlos críticamente"
(1994b:34).
Una mirada más
minuciosa (Mata, 1992; García Canclini,
1995; Morley, 1996; Silverstone, 1996; Ang, 1997)
de las instituciones mediáticas muestra
que las audiencias pueden participar en la producción
de los mensajes de comunicación, renegociando
sus significados, dirigiendo cartas a los periódicos,
llamando a la radio, o simplemente apagando el
televisor o cambiando de estación. Asimismo,
las campañas de algunos grupos consiguen
afectar profundamente la credibilidad de los
medios, y las nuevas tecnologías como
Internet, permiten la creación de canales
con mayor capacidad de decisión y apropiación
del flujo de información por parte de
sus usuarios.
En síntesis,
la relación del público con los
medios no se establece a partir de una monopolización
maniquea de los mensajes, sino en una relación
de desigualdad entre condiciones de producción
y recepción, que no inhabilita al público
para ser crítico frente a los mensajes:
"tal desbalance no imposibilita al receptor
para reaccionar autónomamente ante los
mensajes, capacidad que varía de un momento
histórico a otro y de un tipo de medio
a otro" (Avritzer, 1999:86). Sostener esta
posición no implica, como afirmó
Habermas (1994a), oponer una política
de la esfera pública a una política
del consumismo, en la cual la participación
en la democracia se reemplaza por la participación
en el mercado. Más bien se trata de entender
que el estilo de vida asociado a la modernidad,
se edifica tanto en la apropiación, circulación
y socialización del entramado de la información
y el entretenimiento públicos massmediáticos;
como en la participación masiva en el
consumo de imágenes, objetos, e ideas:
"(...) esta mezcla particular de lo público
y lo privado, de lo individual y lo colectivo,
del demócrata y el consumidor es lo que
se forma en las actividades de la vida cotidiana"
(Silverstone, 1996:121, García Canclini,
1995).
Los medios electrónicos
de comunicación modificaron sustancialmente
las condiciones en que se desarrolla el debate
público, términos como diálogo,
crítica, debate, participación,
deben ser repensadas en el marco de la comunicación
mediática. La radio hablada, tanto la
pública como la comercial, constituyen
un escenario privilegiado para abordar este problema.
A diferencia de la televisión, basa su
credibilidad en oficiar de traductora y canalizadora
de las demandas y necesidades ciudadanas, y,
ofrece espacios -o genera la ilusión de
hacerlo-, para el debate y la libre circulación
de las ideas con la participación directa
del ciudadano.
El segundo caso,
la participación concebida desde la educación
popular, se origina a finales de los sesenta
con Paulo Freire (1970). El famoso pedagogo proponía
que el eje de la educación popular tenía
que ser el de transformar a las comunidades,
grupos y organizaciones campesinas en actores
y partícipes directos en la gestión
y desarrollo de su propia educación. Esta
postura, con algunas variantes críticas,
se ha mantenido hasta la actualidad orientando
el trabajo de diversos grupos y organizaciones
en comunidades campesinas o en barrios pobres
de la ciudad. La radio desde la educación
popular se la concibe como un instrumento que
permite que las comunidades: "tomen conciencia
de sí mismos, se comuniquen eficazmente
(...) se organicen social, laboral y políticamente
y puedan así, participar en los procesos
decisorios que los atañen"1.
El proceso de
toma de conciencia depende del desarrollo de
capacidades de reflexión crítica
sobre la propia realidad social para poder transformarla,
en ese sentido diversos medios como la radio,
periódicos, y más recientemente
el video e Internet, se presentan como herramientas
idóneas para facilitar el proceso de aprendizaje
en la educación popular, no sólo
como medio de difusión sino como instrumento
de transformación de la realidad. De ahí
que su uso se pensara, y se piense - a diferencia
de lo que ocurre con los medios masivos y comerciales
-, como la apropiación de las condiciones
de producción, lo cual implica que las
comunidades deben intervenir activamente en el
proceso que va desde la concepción del
guión hasta la transmisión de los
programas y su posterior evaluación:
Las organizaciones
comunitarias son las responsables de todo el
proceso comunicativo: desde la programación
hasta la gestión de la transmisión
(...) Favorece una programación interactiva
con la participación directa de la población
en el micrófono, e incluso, produciendo
y trasmitiendo sus propios programas a través
de sus entidades y asociaciones. Por lo tanto
está garantizado el acceso público
al medio de comunicación" (Krohling,
1998:42-43)
Este esquema,
con ciertas objeciones que no es el caso discutir
aquí, sigue siendo válido para
pensar el desarrollo de la radio comunitaria
en diversas realidades locales, étnicas,
regionales y culturales, pero no puede trasladarse
mecánicamente para pensar la participación
en los escenarios mediáticos masivos y
comerciales. Es necesario definir la naturaleza
de la participación mediática a
partir de pensar a los medios no sólo
estructurados por la lógica del mercado,
sino como "espacios decisivos de reconocimiento
social" (Martín Barbero, 1999:50).
Efectivamente, en esta perspectiva, la posibilidad
de ampliar el margen de participación,
no pasa por la apropiación de las condiciones
de producción del medio sino del discurso:
“(...) hablar de participación es
juntar inextricablemente el derecho al reconocimiento
social y cultural con el derecho a la expresión
de todas las sensibilidades y narrativas en que
se plasma a la vez la creatividad política
y cultural de un país” (Martín-Barbero,2001:36).
De ahí que no sólo sea importante
conquistar espacios en los medios (visibilidad)
sino poder asegurar que la palabra no sea tergiversada,
sacada de contexto o usada para unos fines que
no son los del grupo o movimiento.
El problema
en estas nuevas condiciones, no es tanto cuestionar
el papel y la legitimidad de los medios en la
generación de nuevos espacios públicos,
sino preguntarse hasta qué punto las transformaciones
que introdujeron en la esfera pública
empobrecen la vida pública, o, sí,
por el contrario ofrecen nuevos desafíos
para pensar la relación entre lo público
y lo privado, y también las posibilidades
de intervención de los ciudadanos en la
definición y discusión de los temas
de interés colectivo en la agenda mediática.
Espacios y modalidades de participación
Los
noticieros han generado espacios importantes
para la canalización y expresión
de inquietudes políticas y civiles y se
caracterizan por ser receptivos de una demanda
mucho más heterogénea y multifacética
que los denominados programas de opinión
pública. El rasgo propio de este tipo
de espacios es que no sólo publicitan
la obra del gobierno, sino que también
vuelven pública la inconformidad, la demanda
o la denuncia ciudadana respecto de las mismas
y, con ello, permite trazar un espacio de interacción
entre la población y el poder local, esbozar
"un lugar de expresión de la cosa
pública" como refiere Wolton (1992:32).
La participación
del radioescucha se inscribe dentro de la estructura
del programa, esto quiere decir que se crean
espacios especiales para que éste pueda
intervenir mediante llamadas telefónicas,
cartas, faxes o entrevistas en vivo. Existen
varias modalidades, algunas "directas"
y otras diferidas. En la primera forma la voz
de las personas sale al aire para hacer un comentario,
o pedir asesoramiento. En el segundo caso, una
operadora o un asistente de producción
escriben en un papel el motivo de la llamada
y se lo pasan al conductor del programa. La tercera
opción, más sofisticada, funciona
del siguiente modo: el conductor convoca al público
para que dé su opinión sobre determinado
asunto, una computadora clasifica las llamadas
según unas categorías pre-establecidas
y lo que sale al aire es un "promedio"
que se presenta como la "opinión
pública". Hay que aclarar que la
voz en vivo del ciudadano no necesariamente representa
más libertad de actuación, en los
tres casos se impone algún criterio de
selección y/o edición que responde
a la línea editorial del programa. Casi
todos los noticiarios y programas de opinión
pública, reciben denuncias o brindan información
sobre los servicios públicos o el comportamiento
de los funcionarios. En estos casos la pretensión
de mediar entre las autoridades y los ciudadanos
se disfraza de línea directa con el poder
o de foro alternativo para juzgar la actuación
de la justicia. Estos espacios generan la ilusión
en los radioescuchas de que pueden participar
directamente en la tribuna para la fiscalización
y revisión permanente de la conducta de
los funcionarios públicos, pero el hecho
de que esta tribuna sea imaginaria no le resta
capacidad de impacto en términos de publicidad.
Cada locutor de radio se convierte en "defensor
del pueblo" y se asume como representante
mediático de ciudadanos dispersos, no
obstante, reunidos en comunidades imaginarias
de pertenencia donde para formar parte y participar
no es necesario asistir a ninguna reunión
ni trasladarse al Zócalo, basta con prender
el radio todos los días a la misma hora.
Lo que caracteriza
fundamentalmente a la representación
mediática es que se elimina imaginariamente
la cadena de delegaciones, donde aparentemente
los medios consiguen reestablecer la comunicación
directa con el poder a través de la mediación
del conductor con las autoridades. Esto constituye
una poderosa ilusión que da sentido de
realidad al papel de los líderes de opinión
como representantes del bien público,
frente a la dificultad, y también la imposibilidad
real de concebir una relación similar
entre el ciudadano común y sus representantes
escogidos por votación en el Congreso.
Esta "representación",
sin lugar a dudas es engañosa y peligrosa,
primero porque a través de un espejismo
de democracia directa y foro para juzgar la actuación
de funcionarios, contribuye a deslegitimar los
mecanismos de elección popular en las
sociedades masivas. Segundo, porque la representación
se realiza dentro de las condiciones de producción
del lenguaje mediático. Esto implica que
cualquier requerimiento al ser procesado y priorizado
según la lógica y las exigencias
del medio, involucra restricciones de tiempo,
puestas en escena, lenguajes y espacios en la
agenda que muchas veces nada tienen que ver con
las necesidades reales de los ciudadanos. En
este tipo de traducciones se confunde a menudo
el tipo de demanda más apremiante o evidente
con la necesidad real de información.
Por ejemplo, a partir de suponer que a los ciudadanos
les interesa menos la información de corte
político que la seguridad pública,
a menudo omiten la dimensión política
de los problemas, o los presentan como excluyentes.
Casi ningún
programa tiene registro o seguimiento de las
demandas, y son excepcionales las personas que
llaman para reportar si se solucionaron o no.
La gente en realidad no espera que la radio arregle
sus problemas, y al medio tampoco le interesa
averiguar que descenlace tuvieron - salvo que
ameriten convertirse en una novela por entregas-,
lo que importa para ambos es el factor publicidad.
Para los primeros significa volverse "visibles"
en la escena pública, para los segundos
historias que venden.
En el sentido
expuesto, podemos pensar en la línea de
Martín Barbero (1998) y Mata (1992), que
la crisis de las formas orgánicas de representación
no se traduce principalmente en un reemplazo
progresivo de las formas tradicionales de hacer
política, sino en la constitución
de nuevos escenarios donde la visibilidad social
que reclaman múltiples actores desde la
plaza "pareciera que sólo puede realizarse
desde la platea, en ese espacio virtual que la
televisión pero también la radio
y los medios en general, prometen y realizan
emborronando otros sentidos de la acción”
(Mata,1992).
La participación
en las nuevas condiciones del espacio público
como estrategia de negociación de condiciones
favorables de visibilidad en los medios
Aún
en el marco de una desigualdad evidente en la
relación entre medios y ciudadanía
-en el sentido que los ciudadanos no pueden apropiarse
ni intervenir en las condiciones de producción
del discurso-, lo que se constata es una transacción
de intereses. En la lógica mediática,
la participación es particularmente importante
no tanto por la cantidad de llamadas recibidas,
sino porque éstas se instituyen en el
argumento fundamental acerca del ciudadano en
el discurso del programa (Giglia y Winocur, 1997).
Los medios han descubierto que abrir los micrófonos
y ponerse la camiseta de "defensor del pueblo"
es un negocio redondo para obtener credibilidad.
Aunque la "representación" que
ejercen en el doble sentido, como puesta en escena
y delegación de los intereses de la ciudadanía,
se realiza dentro de las condiciones de producción
del lenguaje mediático -lo cual involucra
restricciones de tiempo, puestas en escena, omisiones,
y manipulación de la información-;
los espacios que ofrecen no dejan de ser alternativas
válidas como foro de expresión,
instancia de presión, publicitación
de sus necesidades y recurso de mediación
frente a las autoridades. Por su parte, muchos
ciudadanos han aprendido en qué condiciones
y bajo qué circunstancias un hecho se
puede volver noticia y utilizan eficientemente
estos recursos. Cuentan con la información
necesaria para saber dónde llamar, cómo
hacerlo, qué programas son los más
adecuados para canalizar distintos requerimientos,
cuál es el público a quién
va dirigido, y también su rating. Su intervención
puede modificar en cualquier momento las prioridades
de la agenda, por ejemplo, cuando aumentan las
colegiaturas o cambian el horario de verano se
producen una infinidad de llamadas que los programas
registran como una preocupación generalizada.
Las llamadas por lo general se realizan desde
el hogar a título personal y rara vez
a nombre de una organización o movimiento
a pesar de que varios de nuestros entrevistados
pertenecían a distintas asociaciones de
carácter civil o político. De ahí
que este tipo de participación no genere
en ninguno de los grupos estudiados expectativas
de organización, pertenencia, o continuidad
del vínculo. La motivación que
prevalece es la de trascender individualmente,
lo cual imaginariamente sólo está
reservado para los grandes personajes de la política
y del espectáculo. Casi todas las instancias
de organización de la vida social en las
sociedades masivas le exigen al individuo resignarse
a ser uno más del montón, pero
los medios, paradójicamente, son los únicos
que le brindan la ilusión de que se puede
obtener reconocimiento simplemente por el hecho
de ser una persona cualquiera que se atreve a
llamar y decir lo que piensa sin que importe
su condición social.
En este espacio
de transacción de intereses lo que básicamente
se negocia no son las condiciones de participación
sino las cuotas de "visibilidad". De
ahí también su carácter
efímero y la falta de interés de
ambas partes frente a la consumación o
el desenlace de los hechos: "El dejarse
ver y oír, como sentido clave construido
(...) en ese espacio creado entre la plaza y
la platea, no requiere una posterior consumación;
el sentido se consuma y se congela en el propio
espacio que lo produce (...)" (Mata, 1992:74).
En síntesis,
esta necesidad mutua abre un espacio fundamental
de negociación que representa importantes
posibilidades para la ampliación de la
esfera pública. Los canales que ofrece
la radio y más recientememente Internet,
tienen un efecto democratizador independientemente
de si las demandas se solucionan o no, de la
intencionalidad de los actores o de los filtros
que sufren en el proceso de salir al aire. En
primer lugar, permiten ampliar el espectro de
las cuestiones que se debaten, en segundo término
posibilitan el reconocimiento de las necesidades
de otros, y, por último, validan socialmente
la experiencia de individuos y grupos que normalmente
son ignorados o discriminados en sus ámbitos
de pertenencia más próximos. Lógicamente,
lo anterior plantea una tensión entre
intereses diversos, muchas veces en pugna que
no siempre se resuelve a favor de los que demandan
presencia en los medios. De hecho, aquellos participantes
que piensan de manera "distinta", sino
"venden" de manera inteligente sus
preocupaciones corren el riesgo de quedar excluidos
del discurso por la vía de la omisión,
de la censura o por su condición de minoría.
Lo cual tiene como consecuencia la producción
de un modelo de participante y de formas de participar
que contribuye a reproducir los estereotipos
acerca de "lo que piensa la mayoría",
"lo que es de interés común",
y además acerca de cómo, cuándo
y dónde decirlo (Giglia y Winocur, 1996:83).
Para
concluir:
Los
medios han contribuido notablemente para que
la noción de ciudadanía haya dejado
de ser un concepto abstracto, restringido al
ejercicio de deberes y derechos políticos
dentro de una nación, y se haya vuelto
una designación popular, polisémica
e instrumental. En esta nueva versión
de cultura pública los medios conectan
las diversas versiones sobre el ejercicio de
la ciudadanía que circulan en el imaginario
social: (derecho a ser diferente, derecho a circular
libremente sin sentirse amenazado, derecho a
manifestarse, derecho a tener buenos servicios,
derecho al conflicto y a la negociación
de intereses antagónicos, derecho a consumir,
etc.), con las representaciones más abstractas
del ejercicio de deberes y derechos en una suerte
de habilitación para la queja que sólo
consigue legitimarse si trasciende a los medios.
En estas nuevas condiciones el sentido de lo
público no se percibe como un espacio
de debate ni se construye como un lugar de confrontación
de ideas, sino, más bien, como un lugar
de visibilidad y reconocimiento de diversas demandas
que incluyen desde la posibilidad de canalizar
una queja hacia las autoridades hasta depositar
una confidencia en la solícita oreja del
conductor de un consultorio sentimental.
En la perspectiva
expuesta, los nuevos escenarios de la ciudadanía
recreados por los medios, se conforman más
en el hecho de ser habitante de la ciudad que
parte de una nación, en la necesidad de
establecer reglas de convivencia con los vecinos
que en el interés sobre las condiciones
de competencia política, en la gestión
de servicios ante la delegación que en
la reivindicación de derechos políticos
frente al gobierno central, en la integración
de pequeños grupos con intereses focalizados
que en la pertenencia a un partido político,
en la negociación individual o grupal
de espacios de visibilidad en los medios que
en la participación política en
lugares públicos.
Por su parte,
la generalización de la participación
en los medios como estrategia de inclusión
de las demandas ciudadanas en el espacio público
ha provocado una transformación importante
en el papel que éstos jugaban. Abren ventanas
no sólo para mostrar sino para
ejercer ciertas prerrogativas que en otros ámbitos
han perdido eficacia. Tienden puentes y acortan
las distancias entre diversas instancias de gestión
política, social y administrativa, asumiéndose
como representantes de la opinión
pública. No obstante, lo que caracteriza
fundamentalmente a la representación
mediática es que elimina imaginariamente
la cadena de delegaciones, donde aparentemente
los medios consiguen reestablecer la comunicación
directa con el poder a través de la mediación
del conductor con las autoridades. Esto constituye
una poderosa ilusión que da sentido de
realidad al papel de los líderes de opinión
como representantes del bien público,
frente a la dificultad, y también la imposibilidad
real de concebir una relación similar
entre el ciudadano común y sus representantes
escogidos por votación en el Congreso.
Esta representación, sin lugar
a dudas, es engañosa y peligrosa, primero
porque a través de un espejismo de democracia
directa y foro abierto para juzgar la actuación
de funcionarios y políticos, contribuye
a deslegitimar los mecanismos de elección
popular en las sociedades masivas. Segundo, porque
la representación se realiza
dentro de las condiciones de producción
del lenguaje mediático. Esto implica que
cualquier requerimiento al ser procesado y priorizado
según la lógica y las exigencias
del medio, involucra restricciones de tiempo,
puestas en escena, lenguajes y espacios en la
agenda que muchas veces nada tienen que ver con
las necesidades reales de los ciudadanos. En
este tipo de traducciones se confunde a menudo
el tipo de demanda más apremiante o evidente
con la necesidad real de información.
Por ejemplo, a partir de suponer que a los ciudadanos
les interesa menos la información de corte
político que la seguridad pública,
a menudo omiten la dimensión política
de los problemas, o los presentan como excluyentes.
Ahora bien,
si nos ubicamos en la perspectiva de los ciudadanos,
la participación en las nuevas condiciones
del espacio público mediático también
puede ser definida como una estrategia de negociación
de condiciones favorables de visibilidad en los
medios. Aunque la lógica de producción
mediática distorsione casi siempre el
sentido de las demandas cuando aísla sus
contenidos del contexto original donde se produjeron,
o las disocie de las intenciones o expectativas
de quienes la realizan, esto no le resta posibilidades
de trascendencia. En el espacio de transacción
se produce una readecuación de ambas lógicas,
por una parte, la de los ciudadanos con sus necesidades
de atención inmediata, mediación
frente al poder, reconocimiento social y publicitación
de sus problemas; y, por otra, la de los medios
con las exigencias comerciales de la construcción
del acontecimiento. Se trata de un juego
de doble entrada y salida: los ciudadanos, movimientos
y organizaciones sociales, necesitan de los medios
para hacer visibles sus demandas, socializarlas
y replicar en gran escala sus contenidos; por
su parte, los medios requieren de los ciudadanos
de carne y hueso llamando, solicitando, exigiendo,
opinando, criticando, acordando o disintiendo,
para legitimar su actuación. Lo anterior
implica obligatoriamente entrar en negociación
con ellos: el medio puede imponer el marco y
las condiciones de actuación de las demandas,
pero no puede inventarlas, puede colocar filtros
o censurar la información pero no puede
omitirlas. Entre otras razones porque la competencia
podría ocuparse del asunto, y más
en el caso de la radio donde existen más
de sesenta espacios entre noticieros y programas
de opinión pública, de distinta
orientación y públicos objetivos
para buscar una canalización de los problemas.
Hasta ahora
esta relación ha sido monopolizada por
los medios, el marco de ampliación de
la participación y la negociación
de las condiciones de producción de la
información depende mucho de que los ciudadanos
aprendan más de la lógica de producción
del acontecimiento, particularmente de las condiciones
en que un hecho puede volverse noticia. El desafío
para los ciudadanos, las organizaciones civiles
y los movimientos sociales no es cómo
aparecer en los medios, tampoco cómo apropiarse
de ellos, suena tan utópico como hacer
de cuenta que no existen, el verdadero reto es
aprender a servirse de ellos para
poder incidir en la definición de los
tiempos, formas y contenidos de los canales de
participación. Esto también implica
desarrollar la capacidad de hacer valer sus argumentaciones
en el plano discursivo, de crear sentidos colectivos
y significados comunes, sin dejar de reivindicar
los intereses propios.
Notas:
*Este
artículo recupera y amplía las
ideas centrales expuestas en el Capítulo
“Radio, espacio público y participación”,
que forma parte de mi libro Ciudadanos Mediáticos.
La construcción de lo público en
la radio, publicado por Gedisa en el año
2002.
1 Documento
de ALER (Asociación Latinoamericana de
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(1998: 27-34).
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