Suplemento Especial, Año 3, Enero-Marzo 1998

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El Aventurero REM
Por: Walter Islas Barajas
A principios de la década de los 80, un cuarteto asentado en la ciudad de Athens, Georgia (en los Estados Unidos), comenzaba a andar por sus propios pies los caminos del rock. Eran los años en que el punk se transformaba, en que el reggae y la música tecnológica adquirían en algún sentido su credencial como miembros de la música popular en casi todo el planeta; y en que nacía la televisora que modificó la forma de ver el rock y otras expresiones musicales: MTV.

A casi veinte años de aquellos lodos, el polvo que se levanta no es el mismo, gracias a una evolución creativa muy agradecible en las mentes, manos y voces de los cuatro atenienses del grupo REM (Rapid Eye Movement). Por otro lado, en el mundo tan voluble y desquiciante del rock, sorprende que esta banda haya podido conservarse y mantener a sus miembros originales por 17 años (Bill Berry, aporreador oficial de tambores y demás percusiones, deja al grupo este año mundialista).

En espera de su nuevo fonograma, que se informa verá la luz en unos meses, echemos un oído al anterior trabajo discográfico de REM, titulado New adventures on hi fi (Warner Music, 1996). Podría tomarse como lugar común, pero este álbum forma parte de la etapa de madurez de estos músicos, muy distantes desde hace años de “cantos de sirenas” que dictan hacia dónde deben llevar sus canciones. La Rickenbaker de Peter Buck lo mismo nos lleva por senderos acústicos, que serenos y hasta melancólicos; y el piano y órgano de Mike Mills riegan con su calma nuestras cavidades auditivas, tan acostumbradas al ruido urbano; al pop comercial más deleznable, o a distintas variedades de la moribunda/mutante “música alternativa” (recuérdese Nirvana y el sonido grunge).

Por su parte -guste o no- la voz del líder y letrista del grupo, Michael Stipe, se mantiene, rasposa y triste, aguda y seria, clamando con potencia mientras la electrificada guitarra de Buck nos muestra que se puede hacer buen rock duro, sin caer en abusos velocísticos o en olas postpunketas más bien ridículas (Green Day sirve a la perfección como botón de muestra). Ejemplos: “The wake up bomb”, “Leave” y “Departure”. Ahora que, otra idea propuesta a consideración del auditorio es el rock mezcla de momentos acústicos y ataques eléctricos, de modo que el oído considere armonías y sonidos claros, sin perderse en una masa sonora informe; muestras de ello: “How the west was won and where it got us”, “Undertow” (con coros de la ex punk Patti Smith), y dos cortes comercializados en la radio del Distrito Federal: “Electrolite”, donde el piano es bastante sabroso, y “Bittersweet me”, pleno de acordes duros pero no en demasía.

Asimismo, el disco incluye porciones poco iluminadas, que oscilan entre la oscuridad y la depresión: “So fast, so numb” es buen representante, que permite constatar las licencias que REM puede darse, de manera honesta, al interpretar pop duro y denso como ellos lo saben elaborar.

Quizá los 90 son una magnífica etapa para entender una cosa: en un mundo plagado de rap, de pop comercial absolutamente olvidable, y rock donde cualquiera se siente con los suficientes pantalones como para gritar y rasguear una guitarra, quizá vale retomar la frase que dijo, si no mal recuerdo, el granadino
 

Micky Rivers, a.k.a. Miguel Ríos: los viejos roqueros nunca mueren. REM ya no es joven, asunto sin discusión; tampoco lo es U2. Pero tiene el valor de aportar su interpretación y su creatividad al mundo del rock, y más importante aún, ofrecerse a los millones de adolescentes y adultos jóvenes (y quién sabe, hasta madurones) que desean gozar una buena canción, o beber de los vasos sónicos que conservan en sus casas, para darse a la tarea -aunque sea sólo por diversión- de hacer ellos mismos su música.
 

"Organos en Hilera", 1950
Juan Rulfo
 

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