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Por Jaime
Nubiola
Número 21
"For
the methods of thinking that are living activities in men are not
objects of reflective consciousness".
Charles S. Peirce, Collected Papers 3.404, 1892
1.
Introducción[1]
Hace
unas pocas semanas leía con vivo interés la necrológica
de Jon Barwise en la última Newsletter de la American Philosophical
Association. En unas líneas emotivas, Jon Dorbolo recordaba
cómo Barwise insistía en que la lógica no es
jugar con símbolos, sino que es la ciencia del razonamiento
válido[2]. Quienes han
enseñado lógica en cualquiera de sus niveles con seguridad
han advertido lo difícil que es para un profesor de lógica
en contra de lo que en principio cabría esperar
articular unitariamente en su disciplina el pensamiento y la vida,
y lograr así que sus alumnos descubran que lo que se enseña
en el aula guarda alguna relación con su manera ordinaria
de pensar.
Las
causas de este fenómeno son muy complejas y no son reductibles
sólo al temor al psicologismo y a la matematización
de la lógica moderna a partir de Frege. Como es bien conocido,
ya los humanistas acusaban a los lógicos tardomedievales
de haber perdido en sus discusiones escolásticas el contacto
con la realidad vital, con los problemas reales: "Hay que transformar
la lógica venía a decir Juan Luis Vives
en un instrumento práctico y útil, porque las disciplinas
que tratan del lenguaje están necesariamente unidas a la
experiencia vital y concreta"[3].
Efectivamente, buena parte del interés por la filosofía
del lenguaje en la segunda mitad del siglo XX tiene que ver directamente
con esta preocupación por contextualizar la lógica,
pero todos lo advertimos no es suficiente con prestar
más atención al lenguaje para llenar de vida a la
lógica. Es preciso también ensanchar el horizonte
de la investigación para atender a los procesos efectivos
mediante los que los seres humanos profesionales de la lógica
o ciudadanos de a pie llegamos a nuevas ideas, a nuevos conocimientos.
En
este sentido, centraré mi atención en el lógico
americano, científico y filósofo a la vez, Charles
S. Peirce (1839-1914) que, aunque hizo relevantes contribuciones
a la lógica deductiva, se interesó sobre todo por
la lógica de la ciencia y más especialmente por el
proceso inferencial que llamó "abducción"
(en cuanto opuesto a deducción y a inducción). La
abducción es el proceso mediante el que generamos hipótesis
para dar cuenta de aquellos hechos que nos sorprenden. Peirce consideró
que la abducción estaba en el corazón no sólo
de la actividad científica, sino también de todas
las actividades humanas ordinarias¨. Sin embargo, a pesar del
trabajo y los escritos de Peirce en este campo de la metodología
de la investigación, en los cien años siguientes,
que han visto un formidable desarrollo tanto de la producción
científica como de la lógica, no se ha prestado a
mi juicio suficiente atención a la lógica del
descubrimiento.
Mi
exposición estará dividida en cinco partes: 1º)
una breve presentación de Peirce destacando su condición
de científico; 2º) una exposición de la clasificación
de las inferencias en el joven Peirce: deducción, inducción
e hipótesis; 3º) una presentación de la noción
de abducción en el Peirce maduro; 4º) una exposición
de la lógica de la sorpresa; y finalmente a modo de conclusión,
5º) una presentación de esta peculiar facultad de adivinar
que puede ser denominada el instinto racional como elemento central
de la creatividad humana.
2.
Peirce, científico y filósofo
Durante
décadas la figura y el pensamiento de Charles S. Peirce han
estado prácticamente relegados al olvido, pero desde finales
de los 70 hay un estallido de interés en torno al científico
y filósofo norteamericano. "La mayoría de la
gente jamás ha oído hablar de él, pero lo oirán"[4],
dejó escrito el novelista norteamericano Walker Percy, y
parece que aquella profecía está comenzando a cumplirse.
Efectivamente, en estos últimos años la figura de
Charles S. Peirce está adquiriendo una relevancia creciente
en muy distintas áreas del saber y su influencia sigue todavía
aumentando[5],: en astronomía,
metrología, geodesia, matemáticas, lógica,
filosofía, teoría e historia de la ciencia, semiótica,
lingüística, econometría y psicología.
En todos estos campos Peirce es considerado un pionero, un precursor
o incluso como un "padre" o "fundador" (de la
semiótica, del pragmatismo). Es muy común encontrar
evaluaciones generales como la de Russell: "sin duda alguna
(...) fue una de las mentes más originales de fines del siglo
XIX y ciertamente el mayor pensador norteamericano de todos los
tiempos"[6], la de Popper
que lo describió como "uno de los más grandes
filósofos de todos los tiempos"[7]
o la de Putnam que le ha llamado "un gigante encumbrado sobre
los filósofos americanos"[8].
Algunos
factores que aumentan el interés por el pensamiento de Peirce
son su participación personal en la comunidad científica
de su tiempo, su valiosa contribución al desarrollo de la
lógica de las relaciones, y su sólido conocimiento
de la filosofía de Kant y de la tradición escolástica,
en particular de Duns Escoto[9].
La interpretación del pensamiento de Peirce ha sido objeto
durante años de un amplio desacuerdo, debido en parte a la
presentación fragmentaria de su obra en los Collected Papers[10],
pero en años más recientes ha ido ganando aceptación
una comprensión más profunda del carácter arquitectónico
de su pensamiento y de su evolución desde los primeros escritos
de 1865 hasta su muerte en 1914. En la última década
todos los estudiosos peirceanos han reconocido claramente la coherencia
básica y la innegable sistematización del pensamiento
de Peirce[11].
Christopher
Hookway ha caracterizado a Peirce como un filósofo tradicional
y sistemático, pero que, al mismo tiempo, aborda los problemas
modernos de la ciencia, la verdad y el conocimiento desde una valiosa
experiencia personal como lógico e investigador experimental
en el seno de la comunidad científica internacional. Más
aún, Hookway ha sostenido que la mejor aproximación
para la comprensión de Peirce es considerarlo como un filósofo
analítico avant la lettre, que con su teoría general
de los signos anticipa el "giro lingüístico"
de la filosofía[12].
Me parece ésta una interpretación válida, pero
me parece todavía más certero considerar a Peirce
sobre todo como un filósofo que, después de mucho
tiempo de trabajo tedioso de observación e investigación
científicas y de un concienzudo estudio de la historia de
la ciencia y de la filosofía, se propone desentrañar
cuál es realmente la lógica de la ciencia, la lógica
de la práctica científica efectiva.
3.
Deducción, inducción e hipótesis[13]
Desde
sus primeros trabajos en lógica Peirce se ocupó de
la clasificación de los argumentos (1867), de los diversos
modos de inferencia, esto es, de los diversos modos en que una conclusión
verdadera puede seguirse de unas premisas, sea de modo necesario
o sea sólo con alguna probabilidad. En 1878, dentro de la
serie "Illustrations of the Logic of Science",
publica en el Popular Science Monthly el artículo
"Deducción, inducción, hipótesis"[14],
que contiene una exposición ya clásica entre los estudiosos
de Peirce de los tres modos de inferencia a la que ahora voy a prestar
atención.
Según
Peirce, toda deducción no es más que la aplicación
de una regla a un caso para establecer un resultado:
"La
llamada premisa mayor formula una regla; como, por ejemplo, todos
los hombres son mortales. La otra premisa, la menor, enuncia un
caso sometido a la regla; como Enoch era hombre. La conclusión
aplica la regla al caso y enuncia el resultado: Enoch es mortal.
Toda deducción tiene este carácter; es meramente
la aplicación de reglas generales a casos particulares"
(CP 2.620, 1878)
Como
es obvio, no todas las formas de razonamiento son reducibles a una
deducción ni, por lo tanto, pueden expresarse con un silogismo
de este tipo. Más aún, el razonamiento inductivo nunca
puede ser reducido a esta forma, pues "es algo más que
la mera aplicación de una regla general a un caso particular"
(CP 2.620, 1878). Para mostrar el contraste entre los diversos tipos
de razonamiento, Peirce emplea el famoso ejemplo de las judías
(beans) que no siempre ha sido bien explicado ni bien entendido
(CP 2.621-623, 1878):
Imaginemos
que entramos en una habitación en la que hay varias bolsas
con judías. Nos acercamos a una bolsa sabiendo que contiene
solamente judías blancas, extraemos un puñado y, antes
de mirarlo, podemos afirmar con toda seguridad que todas las judías
del puñado serán blancas. Esto ha sido una deducción
necesaria, la aplicación de una regla a un caso para establecer
un resultado. Si la regla es verdadera, podemos inferir que el puñado
de judías son blancas sin necesidad de mirarlo. Esquemáticamente:
Regla:
Todas las judías de esa bolsa son blancas.
Caso:
Estas judías estaban en esa bolsa.
Resultado:
Estas judías son blancas.
Imaginemos
ahora que, sin saber cómo son las judías que hay en
la bolsa, extraemos un puñado, miramos y vemos que todas
son rojas. Espontáneamente inferimos que todos las demás
judías de la bolsa serán rojas. En este caso, la inferencia
no tiene un carácter necesario, pero de ordinario actuamos
así. Esquemáticamente:
Caso:
Estas judías son de esa bolsa.
Resultado:
Estas judías son rojas.
Regla:
Todos las judías de esa bolsa son rojas.
Este
razonamiento es una inducción, es decir, es la inferencia
de una regla general a partir de un caso y un resultado y es una
inversión del razonamiento deductivo. El razonamiento deductivo
es analítico o explicativo, en cuanto que la conclusión
no añade nada a lo que ya está en las premisas. En
cambio, el razonamiento inductivo es sintético o ampliativo,
puesto que lo que se dice en la conclusión no estaba previamente
en las premisas.
Pero
hay una segunda forma de invertir el razonamiento deductivo para
producir un razonamiento sintético. Supongamos una nueva
situación, en la que, entrando en una habitación,
encontramos varias bolsas con judías y un puñado de
judías, todas blancas, sobre la mesa. Después de examinar
las bolsas encontramos que una de ellas contiene sólo judías
blancas. Entonces inferimos que probablemente ese puñado
de judías proviene de esa bolsa. Esquemáticamente:
Regla:
Todas las judías de esa bolsa son blancas
Resultado:
Estas judías son blancas.
Caso:
Estas judías provienen de esa bolsa.
Este
razonamiento es una hipótesis, es decir, la inferencia de
un caso a partir de una regla general y un resultado[15].
Como en el caso de la inducción, la inferencia hipotética
no tiene carácter necesario sino meramente probable, y es
también un tipo de razonamiento sintético o ampliativo.
Las
hipótesis pueden ser muy variadas, pero tienen en común
el que son formuladas para explicar un fenómeno observado.
Peirce ilustra su exposición con ejemplos de las ciencias
naturales (de la presencia de fósiles marinos en un determinado
lugar inferimos que antes allí hubo un mar) y de las ciencias
humanas (de los documentos que hacen referencia a Napoleón
inferimos que Napoleón existió), y con una experiencia
personal que resulta muy gráfica y quizá merezca la
pena evocar:
"En
una ocasión desembarqué en un puerto de una provincia
turca; y, al acercarme a la casa que tenía que visitar, me
topé con un hombre a caballo, rodeado de otros cuatro jinetes
que sostenían un dosel sobre su cabeza. Como el gobernador
de la provincia era el único personaje de quien podía
pensar que fuera tan honrado, inferí que era él. Esto
era una hipótesis (CP 2.625, 1878).
4.
La lógica de la abducción
En
el pensamiento del Peirce maduro la abducción es un tipo
de inferencia que se caracteriza por su probabilidad: la conclusión
que se alcanza es siempre conjetural, es sólo probable, pero
al investigador le parece del todo plausible. Es esa plausibilidad,
ese carácter intuitivo donde radica su validez y no en su
efectiva probabilidad que tiene sólo una influencia indirecta
(CP 2.102, 1903). En esta etapa de madurez Peirce acuña los
términos "retroducción" o razonamiento hacia
atrás y "abducción" para referirse al proceso
de adopción de hipótesis y dedica muchos escritos
buena parte de ellos todavía inéditos
al estudio de esta operación[16].
El estudio de la abducción llega a tener tanta importancia
para él que no duda en escribir que la cuestión del
pragmatismo es la cuestión de la lógica de la abducción[17].
Como
los textos ilustrativos de su concepción de la abducción
podrían multiplicarse casi indefinidamente, he preferido
traer uno solo, extenso, y hasta ahora inédito:
"La
Abducción es aquella clase de operación que sugiere
un enunciado que no está en modo alguno contenido en los
datos de los que procede. Hay un nombre más familiar para
ella que el de abducción, pues no es ni más ni menos
que adivinar (guessing). Un determinado objeto presenta una
combinación extraordinaria de caracteres para la que nos
gustaría una explicación. El que haya uninación? Pues el número de
nombres del directorio ni se acerca siquiera a la multitud de posibles
leyes de atracción que hubieran dado cuenta de las leyes
de Kepler del movimiento de los planetas y que, por delante de la
verificación mediante la predicción de perturbaciones,
etc., las habrían explicado a la perfección. Newton,
se dirá, supuso que la ley sería una sola y simple.
Pero, ¿cómo llegó a esto sino acumulando adivinación
sobre adivinación? Con seguridad, son muchísimos más
los fenómenos de la naturaleza complejos que los simples.
(...)
Cualquier
novato en lógica puede sorprenderse de que llame inferencia
a una adivinación. Es igual de fácil definir la inferencia
de modo que excluya o de modo que incluya a la abducción.
Pero todos los objetos de estudio lógico han de ser clasificados
y no hay otra clase mejor en la que poner la abducción que
la de las inferencias. Muchos lógicos, sin embargo, la dejan
sin clasificar, a modo de un supernumerario lógico, como
si su importancia fuera demasiado pequeña para tener derecho
a un lugar propio. Ellos evidentemente olvidan que ni la deducción
ni la inducción pueden jamás añadir lo más
mínimo a los datos de la percepción" (MS 692,
1901).
El
fenómeno que a Peirce le impresiona es el de la introducción
de ideas nuevas en el trabajo científico, que resulta simplemente
inexplicable mediante el cálculo de probabilidades. Se trata
del fenómeno de la creatividad científica en el que
para Peirce se articulan abducción, deducción e inducción.
"A la abducción explica Génova[18]
le corresponde el papel de introducir nuevas ideas en la ciencia:
la creatividad, en una palabra. La deducción extrae las consecuencias
necesarias y verificables que deberían seguirse de ser cierta
la hipótesis, y la inducción confirma experimentalmente
la hipótesis en una determinada proporción de casos.
Son tres clases de razonamiento que no discurren de modo independiente
o paralelo, sino integrados y cooperando en las fases sucesivas
del método científico".
El
inicio de la investigación es siempre la abducción.
Es la hipótesis la que indica qué experimentos hay
que hacer, adónde hay que mirar. El científico, si
no tiene una hipótesis previa, no puede determinar qué
tipo de experimento debe realizar para proseguir su investigación.
Por eso, advierte sagazmente Génova[19]
resulta cuando menos llamativo que la mayoría de los filósofos
de la ciencia que analizan el método hipotético-deductivo,
ignoren por completo el problema lógico del origen de las
hipótesis o teorías científicas. Para ellos
el método científico comienza en el momento en que
ya se dispone de una teoría, que será confirmada o
refutada según el resultado de los experimentos, pero el
origen mismo de las nuevas ideas es una cuestión propia de
la psicología o de la sociología del conocimiento,
en todo caso es ajena a la lógica; es para ellos, como decía
Peirce, un supernumerario lógico.
Tengo
para mí que en la comprensión de la creatividad se
encierra una de las claves para superar el materialismo cientista
todavía dominante en nuestra cultura que relega al ámbito
de lo acientífico aquellas dimensiones de la actividad humana
no reductibles a un lenguaje fisicalista o a un algoritmo matemático.
Si comprendiéramos un poco mejor el proceso de generación
de nuevas ideas probablemente entenderíamos un poco mejor
en qué consiste realmente la racionalidad humana. En este
sentido, resulta comprensible que algunos tratamientos contemporáneos
de la abducción por ejemplo, el de los Josephson en
Abductive Inference[20]
que han intentado formalizar este proceso inferencial hayan obviado
por completo este aspecto.
Con
esto, llegamos ya al fondo de la cuestión que quería
abordar en esta sesión, ¿por qué abducimos?,
¿por qué generamos hipótesis?, o me gusta
más esta expresión ¿de dónde brota
la abducción? Esta es la lógica de la sorpresa a la
que quiero destinar la última parte de mi exposición.
5.
La lógica de la sorpresa
Ya
los clásicos dijeron que el principio de toda investigación
era la admiración. Aristóteles en aquel conocido pasaje
de la Metafísica afirma que los seres humanos tanto ahora
como al principio comenzaron a filosofar movidos por la admiración
ante los fenómenos sorprendentes[21].
En esta dirección llamaba mi atención recientemente
cómo William Shea, director de la European Science Fundation,
advertía también que donde realmente nace cualquier
investigación es en nuestra admiración y que no hay
recurso tecnológico alguno por sofisticado que sea que pueda
reemplazarla[22]. Sin duda es
cierta esta afirmación, pero debe ser complementada con la
tesis de Peirce de que el detonante de cualquier genuina investigación
es la sorpresa. No es la simple admiración la que nos mueve
a investigar, sino aquella que nos sorprende y que demanda nuestra
comprensión.
Si
buscamos en los Collected Papers de Peirce advertiremos que
la sorpresa (surprise y sus derivados) aparece en 127 ocasiones
sobre todo en textos posteriores a 1901. La sorpresa nace de la
ruptura de un hábito, de la quiebra de una expectativa. Nuestra
actividad investigadora se pone en marcha porque descubrimos que
teníamos una expectativa errónea, de la que quizá
incluso nosotros mismos apenas éramos siquiera conscientes.
"Cada rama de la ciencia comienza con un nuevo fenómeno
que viola algún tipo de expectativa negativa subsconsciente"
(CP 7.188, 1901). Nuestras creencias son hábitos y en cuanto
tales fuerzan al hombre a creer hasta que algo sorprendente, alguna
nueva experiencia externa o interna, rompe ese hábito. El
fenómeno sorprendente requiere una racionalización,
una regularización que haga desaparecer la sorpresa mediante
la creación de un nuevo hábito.
La
investigación se inicia por el choque con un hecho sorprendente,
con una anomalía. ¿Qué es lo que hace sorprendente
a un fenómeno? No es la mera irregularidad: nadie se sorprende
escribe Peirce (CP 7.189, 1901) de que los árboles
en un bosque no formen una pauta regular. La mera irregularidad
no provoca nuestra sorpresa, pues la irregularidad en nuestra vida
es de ordinario lo normal[23].
Lo que nos sorprende es más bien la regularidad inesperada,
o bien la rotura de una regularidad esperada, incluso tal vez sólo
inconscientemente esperada.
Un
acontecimiento al que se pueda responder de la manera habitual no
causa ninguna sorpresa. Por el contrario, el hecho sorprendente
requiere un cambio en el hábito racional, es decir, una explicación.
La explicación racionaliza los hechos, esto es, lleva a la
formación de un nuevo hábito que dé cuenta
de aquel hecho y lo torne razonable: por esa razón el fenómeno
deja ya de ser sorprendente. Con palabras de Peirce:
"Lo
que hace la explicación de un fenómeno es proporcionar
una proposición que, si se hubiera sabido que era verdadera
antes de que el fenómeno se presentase, hubiera hecho el
fenómeno predecible, si no con certeza, al menos como algo
muy probable. Así pues, hace el fenómeno racional,
es decir, lo convierte en una consecuencia lógica, ya sea
necesaria o probable" (CP 7.192, 1901)
El
fenómeno de la sorpresa no tiene nada que ver con la duda
cartesiana, que es para Peirce una mera duda de papel (paper-doubt)
(CP 5.445, 1905; 5.416, 1905). La duda genuina tiene siempre un
origen externo, de ordinario procede de la sorpresa, y no es fruto
de un acto de voluntad[24],
pues nadie puede sorprenderse a sí mismo voluntariamente
(CP 5443, 1905). La sorpresa produce una cierta irritación
y demanda una hipótesis, una abducción, que haga normal,
que haga razonable, el fenómeno sorprendente. Déjenme
que traiga a colación el simpático relato de Davidson
contando la historia de un malentendido inferencial que todos comprendemos
bien, pues de una manera u otra hemos padecido experiencias similares:
"Era
un día cálido, las puertas estaban abiertas. Yo vivía
en una de las casas adosadas en las que vivían los miembros
del profesorado. Entré por la puerta. No me sorprendió
encontrar a la esposa de mi vecino en la casa: ella y mi esposa
a menudo se visitaban. Pero me sorprendí un poco cuando,
mientras me acomodaba en una silla, me ofreció una bebida.
Mientras estaba en la cocina preparando la bebida noté que
los muebles habían sido reacomodados, algo que mi esposa
hacía de tiempo en tiempo. Y entonces me di cuenta de que
los muebles no sólo habían sido reacomodados, sino
que muchos eran nuevos o nuevos para mí. La verdadera revelación
comenzó cuando lentamente me vino a la mente que la habitación
en la que estaba era una imagen invertida de aquélla que
me era familiar; escaleras y chimenea habían intercambiado
lugares. Había entrado en la casa de al lado".
Davidson
explica que su mala interpretación fue un error en el proceso
de la adopción de hipótesis, ya que logró acomodar
la evidencia creciente contra su suposición de que estaba
en su propia casa "fabricando más y más explicaciones
absurdas o improbables"[25].
Todos tenemos experiencia personal de este fenómeno cuando
conduciendo hemos perdido el buen camino en un cruce sin darnos
cuenta, y tratamos de hacernos ilusiones decimos en España
de que todavía seguimos en él interpretando lo que
vemos de acuerdo con nuestras expectativas.
Estamos
ahora en condiciones de entender mejor la estructura lógica
de la abducción. Es la siguiente, tal como la explica Peirce
en la séptima de sus Lecciones sobre el pragmatismo (CP 5.189,
1903):
Se
observa un hecho sorprendente C;
pero
si A fuese verdadero, C sería una cosa corriente (matter
of course)
luego
hay razones para sospechar que A es verdadero.
Esta
es la estructura lógica de toda abducción. Como se
advierte la clave de su comprensión se encierra en el carácter
sorprendente del hecho referido en la primera premisa y en el trabajo
de la imaginación en la segunda cuando descubre que si determinada
hipótesis fuera verdadera convertiría el hecho sorprendente
en un acontecimiento normal, razonable, y por tanto no sorprendente.
Si esto es así es razonable pensar que A es verdadera. No
sólo todas las historias de detectives están llenas
de este tipo de razonamientos, sino que el propio diagnóstico
médico a partir de unos síntomas sorprendentes y unos
cuadros de enfermedades que hacen razonables esos síntomas
son ejemplos excelentes de la efectiva práctica abductiva
en nuestras vidas[26].
La
creatividad consiste esencialmente en el modo en que el sujeto relaciona
los elementos de que dispone en los diversos ámbitos de su
experiencia. Esto no es sólo un proceso inferencial, sino
que a menudo es una intuición (insight), tiene el carácter
de una iluminación repentina: "es la idea de relacionar
lo que nunca antes habíamos soñado relacionar lo que
ilumina de repente la nueva sugerencia ante nuestra contemplación"
(CP 5.181, 1903). Esto ha argumentado lúcidamente Fontrodona[27]
es lo que hacen los directivos en las empresas: combinar los elementos
de forma que donde había problemas descubren oportunidades.
6.
El instinto racional
Sin
embargo, la cuestión realmente intrigante no es que a menudo
nuestras abducciones sean equivocadas como en el caso de Davidson
o cuando nos equivocamos de camino, o tantas otras veces en que
nuestras "intuiciones" o "corazonadas" fallan.
Lo que para la mentalidad positivista de nuestro tiempo no resulta
fácilmente comprensible es la frecuencia con la que acertamos
en nuestra vida ordinaria o en la investigación científica.
Lo
sorprendente de la actividad científica afirma Génova[28]
es que llegue a alcanzar la explicación verdadera tras un
pequeño número de intentos. Así lo ilustra
Peirce con cierto dramatismo en la sexta de las Lecciones sobre
el pragmatismo de 1903 (CP 5.172):
"Considérese
la multitud de teorías que habrían podido ser sugeridas.
Un físico se topa con un fenómeno nuevo en su laboratorio.
¿Cómo sabe si las conjunciones de los planetas nada
tienen que ver con él o si no es quizás porque la
emperatriz viuda de China ha pronunciado por casualidad hace un
año, en ese mismo momento, alguna palabra de poder místico,
o si estaba presente un genio invisible? Piensen en los trillones
de trillones de hipótesis que habrían podido hacerse,
de las cuales sólo una es verdadera; y sin embargo, al cabo
de dos o tres conjeturas, o a lo sumo una docena, el físico
atina muy de cerca con la hipótesis correcta. Por azar no
habría sido verosímil que lo hiciera en todo el tiempo
que ha transcurrido desde que se solidificó la tierra".
Esta
es la cuestión realmente relevante que se encuentra en la
base de todo el edificio científico: ¿por qué
acertamos y por qué lo hacemos de forma relativamente tan
fácil? Peirce acude con frecuencia a la expresión
que atribuye a Galileo de il lume naturale para dar cuenta de nuestra
formidable capacidad para seleccionar de entre esa infinidad de
hipótesis posibles aquella más simple, aquella a la
que nuestra razón se inclina instintivamente (CP 6.477, 1908).
La capacidad de conjeturar no es ni ciega ni infalible, pero es
una capacidad instintiva, análoga a los instintos animales
que capacitan a un pájaro o a una avispa para volar (CP 6.476,
1908).
Los
seres humanos estamos dotados de un guessing instinct, de un instinto
para adivinar las leyes de la naturaleza. Ayim sugiere que como
la abducción es un tipo de inferencia instintiva y racional
a la vez podría denominarse a esta capacidad instinto racional,
resultado tanto del desarrollo de nuestros instintos animales innatos
como del proceso de adaptación racional al entorno[29].
También podría denominarse quizá creatividad.
La
explicación de la eficacia de nuestra creatividad científica
ha de encontrarse para Peirce en una peculiar afinidad entre nuestras
capacidades cognoscitivas y la naturaleza, que remite en última
instancia a la creación divina del universo y de los seres
humanos[30]. Peirce acude a
esta connaturalidad entre la mente y el universo para explicar el
formidable desarrollo de la mecánica clásica con un
escaso apoyo experimental:
"Como
nuestras mentes se han formado bajo la influencia de fenómenos
regidos por las leyes de la mecánica, determinadas concepciones
que entran en estas leyes quedaron implantadas en nuestras mentes;
de ahí que nosotros fácilmente adivinemos cuáles
son esas leyes. Sin tal inclinación natural, teniendo que
buscar a ciegas una ley que se ajuste a los fenómenos, nuestra
probabilidad de encontrarla sería infinita" (CP 6.10,
1891).
Pero
en última instancia, la razón de la eficacia de nuestra
creatividad científica, de nuestras abducciones, la encuentra
Peirce en Dios y la prueba de ello es a su vez otra abducción.
Se trata de su Neglected Argument for the Reality of God de 1908[31],
en el que con palabras mías viene a expresar
Peirce la siguiente argumentación: es un hecho del todo sorprendente
que seamos capaces de inventar hipótesis que explican efectivamente
los fenómenos naturales que observamos; esto sería
lo corriente si Dios fuera la causa de nuestras capacidades cognitivas
y de la naturaleza; por tanto, hay razones para sospechar que la
razón de la eficacia de nuestra creatividad científica,
la conexión entre mente y naturaleza, ha de encontrarse en
Dios, creador de ambas. A esto podría añadirse que
para Peirce no sólo la ciencia es prueba de la realidad de
Dios, sino también nuestra creatividad artística y
ética, pero esa es otra historia[32].
[1]
Agradezco la invitación del Mtro. Daniel Murillo para tomar
parte en este número de Razón y Palabra dedicado a
la obra de Peirce. Una versión precedente de este texto fue
presentada en la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires el
5 de diciembre del 2000. Agradezco las correcciones y sugerencias
de S. F. Barrena, J. Fontrodona, A. Gallego, G. Génova, A.
d'Ors, B. Pascual y E. Torres al borrador de este texto.
[2]
J. Dorbolo, "Remembering Jon Barwise", The APA Newsletters
99/2 (2000), 179.
[3]
V. Muñoz Delgado, "Nominalismo, lógica y humanismo",
en M. Revuelta y C. Morón, eds., El erasmismo en España,
Sociedad Menéndez Pelayo, Santander, 1986, 119. Sobre esta
cuestión, puede verse E. J. Ashworth, "The Eclipse of
Medieval Logic", en N. Kretzmann, A. Kenny y J. Pingborg, eds.,
The Cambridge History of Later Medieval Philosophy, Cambridge University
Press, Cambridge, 1982, 787-796, y M. Cerezo, "La crítica
humanista a la dialéctica escolástica en la carta
de Moro a Dorp", Contextos XIV (1996), 317-328.
[4]
W. Percy, "La criatura dividida", Anuario Filosófico
29 (1996), 1143.
[5]
Cf. M. Fisch, "The Range of Peirces Relevance",
The Monist 63 (1980), 269-76; 64 (1981), 123-41; G. von Wright,
The Tree of Knowledge and Other Essays, Brill, Leiden, 1993, 41.
[6]
B. Russell, Wisdom of the West, Doubleday, Garden City, NY, 1959,
276.
[7]
K. Popper, Objective Knowledge: An Evolutionary Approach, Clarendon
Press, Oxford, 1972, 212.
[8]
H. Putnam, "Peirce the Logician", en Realism with a Human
Face, Harvard University Press, Cambridge, MA, 1990, 252.
[9]
Cf. J. Boler, Charles Peirce and Scholastic Realism. A Study of
Peirce's Relation to John Duns Scotus, University of Washington
Press, Seattle, 1963.
[10]
C. S. Peirce: Collected Papers of Charles Sanders Peirce, 8 vols.,
C. Hartshorne, P. Weiss y A. Burks, eds., Harvard University Press,
Cambridge, MA, 1936-58. (En adelante, CP seguido de número
de volumen y parágrafo y año).
[11]
Cf. K. A. Parker, The Continuity of Peirce's Thought, Vanderbilt
University Press, Nashville, TN, 1998; C. Hausman, Charles S. Peirces
Evolutionary Philosophy, Cambridge University Press, Nueva York,
1993; N. Houser, "Introductions to vol. 1 and 2", en The
Essential Peirce, N. Houser et al, eds., Indiana University Press,
Bloomington, IN, 1992-98.
[12]
C. Hookway, Peirce, Routledge & Kegan Paul, Londres, 1985, 1-3
y 141; Cf. R. Bernstein, "The Resurgence of Pragmatism",
Social Research 59 (1992) 813-840.
[13]
Mi exposición en esta sección y en las siguientes
es deudora en una medida enorme de la tesis de Gonzalo Génova
Charles S. Peirce: La lógica del descubrimiento,
Cuadernos de Anuario Filosófico nº 45, Pamplona, 1997,
con quien aprendí los vericuetos de la reflexión de
Peirce sobre esta apasionante cuestión.
[14]
Hay traducción castellana de Juan Martín Ruiz-Werner
en C. S. Peirce, Deducción, inducción e hipótesis,
Aguilar, Buenos Aires, 1970.
[15]
En este artículo Peirce no usa todavía el término
abducción para denominar este tipo de argumento.
En su lugar habla de hipótesis, de conjetura
("a fair guess") o suposición.
[16]
Peirce usa los términos "retroducción" y
"abducción" indistintamente con cierta preferencia
por el de abducción: Cf. G. Génova, La lógica
del descubrimiento, 54.
[18]
G. Génova, La lógica del descubrimiento, 56-57.
[19]
N. R. Hanson, Is There a Logic of Scientific Discovery,
en H. Feigl y G. Maxwell (eds.), Current Issues in the Philosophy
of Science, Holt, Rinehart and Winston, Nueva York, 1961, 20. Hanson
cita explícitamente a K. Popper, The Logic of Scientific
Discovery, Hutchinson, Londres, 1959, 31-32; H. Reichenbach, Experience
and Prediction, University of Chicago Press, Chicago, 1938, 382;
y R. B. Braithwaite, Scientific Explanation, Cambridge University
Press, Cambridge, 1955, 21-22; Cf. G. Génova, La lógica
del descubrimiento, 64, n. 117.
[20]
J. Josephson y S. G. Josephson, (eds.), Abductive Inference: Computation,
Philosophy, Technology, Cambridge University Pres, Nueva York, 1994,
29. Puede consultarse también el archivo de trabajos en International
Research Group on Abductive Inference: http://www.rz.uni-frankfurt.de/~wirth
Una excepción a esta tendencia es A. Aliseda que estudia
la abducción y el cambio de creencias como modelo peirceano
para la Inteligencia Artificial teniendo en cuenta el papel de la
sorpresa en la abducción: A. Aliseda, "Abduction as
Epistemic Change: A Peircean Model in Artificial Intelligence",
en P. A. Flach y A. C. Kakas, eds., Abduction and Induction, Kluwer,
Dordrecht, 2000, 45-58.
[21]
Aristóteles, Metafísica, I, 982b 12-17.
[22]
W. Shea, "Playful Words", Reflections 4 (2000), 5.
[23]"Mere
irregularity, where no definite regularity is expected, creates
no surprise nor excites any curiosity. Why should it, when irregularity
is the overwhelmingly preponderant rule of experience, and regularity
only the strange exception? In what a state of amazement should
I pass my life, if I were to wonder why there was no regularity
connecting days upon which I receive an even number of letters by
mail and nights on which I notice an even number of shooting stars!
But who would seek explanations for irregularities like that?",
(CP 7.189, 1901).
[24]
"There is every reason to suppose that belief came first, and
the power of doubting long after. Doubt, usually, perhaps always,
takes its rise from surprise, which supposes previous belief; and
surprises come with novel environment." (CP 5.512, 1905).
[25]
D. Davidson, "Incoherence and Irrationality", Dialectica
39 (1985), 347; cf. U. Wirth, "El razonamiento abductivo en
la interpretación según Peirce y Davidson", Analogía
filosófica 12/1 (1998), 120.
[26]
Cf. U. Eco y T. Sebeok, eds., El signo de los tres, Lumen, Barcelona,
1989; Douglas Niño, "Peirce, Abducción y Práctica
Médica", Anuario Filosófico XXXIV/1 (2001), en
prensa.
[27]
J. Fontrodona, "La lógica creativa del emprendedor",
en D. Melé (ed.), Consideraciones éticas sobre la
iniciativa emprendedora y la empresa familiar, Eunsa, Pamplona,
199, 45-67.
[28]
Cf. G. Génova, La lógica del descubrimiento, 68.
[29]
M. Ayim, "Retroduction: The Rational Instinct", Transactions
of the Charles S. Peirce Society 10 (1974), 42; G. Génova,
La lógica del descubrimiento, 69.
[30]
Esta convicción de Charles S. Peirce es probablemente heredada
de su padre Benjamin: "If the common origin of mind and matter
is conceded to reside in the decree of a Creator, the identity ceases
to be a mystery. The divine image, photographed upon the soul of
man from the centre of light.
[31]
Hay traducción castellana y un estudio introductorio de las
diversas formas de ese argumento de S. F. Barrena en C. S. Peirce,
Un argumento olvidado en favor de la realidad de Dios,
Cuadernos de Anuario Filosófico, nº 34, Pamplona, 1996.
[32]
En 1905 escribe Peirce a propósito de los genuinos investigadores
que "miran el descubrimiento como una familiarizarse con Dios
y como la intención última por la que la raza humana
fue creada" (MS 1334, trad cast. en C. S. Peirce, "La
naturaleza del la ciencia", Anuario Filosófico 29 (1996),
1439.
Jaime Nubiola
Universidad de
Navarra, España |