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Por Mª
Uxía Rivas Monroy
Número 21
1. Introducción
La
relación entre comunicación y semiótica es
ya bien conocida, pues la semiótica, definida por Morris
como la ciencia de la semiosis[1],
extiende su ámbito de estudio no sólo a los signos
y sus significados, no sólo a los sistemas en los que los
signos se organizan, sino también a los distintos usos que
hacemos de los signos, y, en definitiva a cómo nos comunicamos
con ellos[2]. Así pues,
la semiótica tiene por objeto estudiar no solo qué
son los signos, su naturaleza, sus clases y tipos, sino también,
y muy especialmente, la función del signo como instaurador
de sentido y facilitador de relaciones comunicativas, y, por lo
tanto, como configurador de cultura[3].
De este modo los fenómenos característicos del estudio
semiótico son la significación y la comunicación.
Pero, para enfrentarse con el estudio de la comunicación
es preciso abordar de la manera más sistemática posible
la dilucidación de una serie de nociones fundamentales que
caracterizan a los elementos que intervienen en ella, tales como
signo, canal, código, información, contexto, emisor/destinatario,
etc., es decir, hay que aclarar la naturaleza, la función
y la interrelación de los elementos que forman parte del
proceso comunicativo.
Como
ya señaló U. Eco[4],
es posible estudiar la significación de manera autónoma
e independiente de la comunicación, mas aunque esto sería
posible desde el punto de vista teórico, no parece ni apropiado
ni rentable. Sin embargo, tanto el estudio de la comunicación
como su realización efectiva se apoyan necesariamente en
la significación, pues para que la comunicación tenga
lugar se necesita transmitir un mensaje elaborado a base de signos.
Por consiguiente, aclarar la naturaleza del signo es básico
para aclarar también la naturaleza de la comunicación.
En
este trabajo no me voy a ocupar de definir en qué consiste
la comunicación, o de si la comunicación entre máquinas
también es comunicación o sólo paso de información,
o de analizar todos y cada uno de los elementos que forman parte
del acto comunicativo. Mi interés se va a centrar sólo
en uno de esos elementos, a saber, el signo. Por ello, intentaré
presentar de forma breve la doctrina de Peirce sobre la semiosis,
es decir, sobre el proceso en el que algo funciona como signo, comentando
sus peculiaridades y destacando lo que me parece más significativo
de su concepción frente a otras semejantes. Así, aunque
hablar de la semiosis, o de los signos en general, pueda parecer
alejado en un principio de la comunicación, creo que, por
lo dicho unas líneas más arriba, está suficientemente
claro que no es el caso.
2.
La justificación del modelo triádico en Peirce
Todo
el pensamiento y toda la producción intelectual de Peirce
se articula en torno a tres categorías básicas: primeridad
[Firtness], segundidad [Secondness] y terceridad [Thirdness]. Son
innumerables los textos en los que Peirce describe de una manera
u otra estos elementos, y también son variadas las terminologías
que emplea para hablar de ellas (primano, segundano, terciano).
Los nombres de primeridad, segundidad y terceridad son sumamente
genéricos, simples y, en principio, no parecen indicar nada
más que la relación de orden que se establece entre
ellos; así, un primero no necesita nada más que de
sí mismo para ser; un segundo precisa necesariamente de un
primero para ser, pues sin la referencia a un primero no habría
un segundo. Un tercero es lo que establece la relación entre
un primero y un segundo, en este sentido un tercero es siempre un
mediador. Peirce llega al convencimiento después de
estudiar el tema desde todos los puntos de vista y durante
cuarenta años (CP 8.331), de que la segundidad
es inapropiada para abarcar todo lo que está en la mente
y de que es inferior en sus aplicaciones a la terceridad, ya
que las combinaciones de relaciones para formar otras nuevas
son siempre relaciones triádicas irreductibles a relaciones
diádicas.
Sin
embargo, estas categorías, que Peirce denominó cenopitagóricas
(1ª, 2ª e 3ª)[5]
representan respectivamente ciertas ideas, tales como: la cualidad,
el hecho y la ley; o la posibilidad, la acción bruta y la
razón; o la sensación, la existencia, y la necesidad;
o la idea, la realidad y el pensamiento; o la cualidad, la reacción
y la representación; etc. El eje o la clave de toda la reflexión
peirceana lo constituyen, pues, estas categorías cenopitagóricas,
ya que ellas articulan la semiosis, la división de la semiótica
y la división de los tipos de signo.
La
preocupación por las categorías, esto es, la preocupación
por establecer aquellos conceptos que reducen la multiplicidad de
las impresiones sensibles a una cierta unidad, y el estudio de la
presencia de estas categorías en el pensamiento, en la naturaleza
y en la experiencia era ya un tema clásico en filosofía[6].
En definitiva, y como comenta P. Castrillo en su introducción
al libro de Peirce Escritos lógicos: Peirce suscribe
la tesis kantiana de la teoría arquitectónica del
conocimiento, tomando de él la idea de que la lógica
fundamenta la posibilidad de todo conocimiento o de que de ella
tiene que derivarse el sistema de principios y categorías
que forman la base de todo lo que puede conocerse[7].
La
importancia de la tríada en el pensamiento de Peirce es tal
que, en unas notas inconclusas de 1910, cuando contaba 71 años,
escribe precisamente sobre la triadomanía (CP
1.568-1.572), tratando de anticiparse a aquellas personas que tuvieran
la sospecha de que él asocia con el número tres una
suerte de superstición o caprichosa importancia, de tal manera
que lo obliga a establecer divisiones. Según indica, estas
divisiones no son mera superstición o capricho, ya que le
parece que poseen una realidad objetiva de una manera innegable.
La
aplicación de este esquema triádico es muy fructífera
y da excelentes resultados explicativos. Como ya señalé,
Peirce aplicó el modelo de la tríada a la semiosis,
a la división de los signos, a la división de la semiótica.
Podría intentarse aplicarlo igualmente al modelo comunicativo
más básico o elemental. Dejaré este intento
para un poco más adelante. Ahora me centraré en la
concepción de Peirce de la semiosis.
3.
La aplicación del modelo triádico a la semiosis
Lo
primero que me gustaría destacar de la definición
de Peirce de semiosis es que se trata de un proceso que involucra
una serie de elementos. Por lo tanto, los signos no son objetos
dados de antemano, sino que cualquier cosa puede funcionar como
un signo si establece las relaciones pertinentes exigidas, a saber,
la referencia a un objeto, y la mediación de un interpretante
en esta referencia al objeto. Así pues la semiótica,
o el estudio de los procesos de semiosis, se ocupa de todo lo que
en un momento dado se encuentra en los vértices del triángulo
semiótico, tanto por ser el vehículo sígnico
o representamen, como por ser el objeto referido, o como por ser
el interpretante mediador entre representamen y objeto.
Por
consiguiente, para poder hablar de signo o de representación,
según Peirce, se precisa algo material que vehicule la referencia
de un objeto y que genere un interpretante:
Un
Signo o Representamen es un Primero que está en una relación
tríadica genuina tal con un Segundo, llamado su Objeto, que
es capaz de determinar un Tercero, llamado su Intepretante, para
que asuma la misma relación triádica con su Objeto
que aquella en la que se encuentra él mismo respecto del
mismo Objeto (CP 2.274) .
En
el modelo semiótico propuesto por Peirce, para que algo funcione
como signo debe ser requisito indispensable la existencia de estos
tres elementos: representamen o signo, objeto e interpretante, que
ocupan desde el punto de vista lógico el lugar de un primero,
un segundo y un tercero respectivamente.
Hay
que destacar también que el modelo de semiosis de Peirce
no sólo es un modelo dinámico por implicar una relación
entre tres elementos, sino que su dinamismo se pone muy especialmente
de relieve al estar involucrada en todo proceso de semiosis la posibilidad
de una nueva semiosis, pues el representamen determina al interpretante
a que asuma la misma relación triádica en la que él
mismo se encuentra con respecto a su objeto, es decir, determina
al interpretante a que se comporte como un nuevo representamen de
ese objeto:
Por
consiguente, un signo es un objeto que, por una parte, está
en relación con su objeto y, por la otra, con un interpretante,
de tal modo que pone al interpretante en una relación con
el objeto que corresponde a su propia relación con dicho
objeto (CP 8.332).
Esto
es importante porque expresa la condición necesaria para
que el interpretante sea a su vez un representamen, (es decir, estar
en relación con un objeto y establecer una mediación
entre ellos a través del interpretante) y por lo tanto dé
lugar a una nueva relación de significación o representación,
es decir, de semiosis, y así indefinidamente, dando lugar
a lo que se conoce como semiosis ilimitada:
[Signo
es] Cualquier cosa que determina a alguna otra (su interpretante)
para que se refiera a un objeto al cual ella misma se refiere (su
objeto) de la misma manera; el interpretante se convierte a su vez
en un signo, y así ad infinitum (CP 2.303).
La
semiosis ilimitada está de acuerdo con el valor propio de
la categoria de terceridad, en este caso en su acepción de
continuo, o sinequismo, que tanta importancia tuvo en el pensamiento
de Peirce. En este sentido el dinamismo del modelo se reflejaría
en la posibilidad de continua referencia de unos signos a otros,
aunque efectivamente, en el momento de uso del signo, esa semiosis
ilimitada no se realice[8]. Pero
el dinamismo del modelo de Peirce radica también en que para
que algo sea signo, objeto o interpretante hay que tener en cuenta
la posición lógica que cada uno de estos elementos
ocupa en la semiosis. Es decir, el objeto del signo puede ser cualquier
objeto que determina al signo a representarlo de una determinada
manera. Dicho de otro modo, lo que en una semiosis era un primero
un representamen o signo puede en otra semiosis ser
un segundo un objeto, o en otra semiosis ocupar el lugar
de un tercero un interpretante. Con lo cual cualquier
cosa que funciona como signo o primero, puede en otro momento semiótico
funcionar como objeto de la semiosis o segundo, o como interpretante
o tercero. Desde el momento en que la realidad está semiotizada,
todo puede ser signo, objeto o interpretante. El que sea uno u otro
de los elementos de la semiosis depende de la posición lógica
que ocupan en la misma, es decir, la posición de 1º,
2º o 3º; y por supuesto siempre deben estar presentes
los tres elementos imprescindibles para que haya una relación
semiótica genuina. Cualquier cosa puede funcionar como signo
con tal de que genere un proceso de referencia a un objeto y determine
a un interpretante.
4.
El papel del objeto en la semiosis
La
simplicidad de la semiosis, que establece la relación entre
representamen, objeto e interpretante, es una simple apariencia;
parte de su complejidad ya se puso de relieve al indicarse que toda
semiosis determina una nueva relación sígnica, al
menos en principio. Con respecto al objeto de la semiosis, las cosas
tampoco son tan simples como parece sugerir la definición
de semiosis. Para empezar Peirce distingue dos objetos del signo:
el objeto dinámico y el objeto inmediato. El primero denominado
también objeto mediato[9]es
el objeto exterior al signo, es la realidad extralingüística
a la que el signo se refiere; el objeto dinámico es la
Realidad que de alguna manera contribuye a determinar al Signo para
su Representación (CP 4.536). El objeto inmediato
es el objeto interior al signo, el objeto tal y como es representado
por el signo; en este sentido, y según Peirce, el ser del
objeto inmediato depende de su representación en el
signo. Esta denominación del objeto dinámico como
objeto mediato parece sugerir que nuestro conocimiento del objeto
exterior está siempre mediada por los signos; es decir, en
la semiosis el objeto dinámico nunca es aprehendido o captado
directamente, sino que lo es mediatamente a través de los
interpretantes que tienen su origen en el objeto dinámico,
es decir, en la referencia del representamen al objeto.
Para
complicar aún más esta distinción, Peirce indica
que el signo representa a su objeto no en todos sus aspectos, sino
por referencia a una idea, que es el fundamento del signo, es decir,
introduce un nuevo elemento explicativo. Este fundamento parece
coincidir con esa manera particular en la que la realidad contribuye
a determinar cómo el signo la va a representar. El fundamento
parece ser la razón del objeto inmediato, la razón
de cómo el signo representa la realidad de un modo parcial
y perspectual, de cómo el signo se refiere a su objeto en
algún aspecto o carácter[10].
La
teoría de Peirce parece sugerir que la realidad sólo
puede aprehenderse a través del signo, porque es una
realidad ya semiotizada. Así pues la realidad se encuentra
semiotizada a través de la lectura que el signo nos permite
realizar de ella, ya que el signo representa al objeto dinámico
de la única manera que es posible que lo represente, como
objeto inmediato; objeto que es a su vez generador y determinador
de interpretantes o nuevos representámenes del objeto dinámico.
La
realidad extralingüística, exterior al signo, es la
que determina al signo a que la represente de una determinada manera,
y es de esta manera como accedemos y comprendemos esta realidad
a la que los signos se refieren. Este proceso de semiotización
parece sugerir un modelo dinámico, nuevamente triádico,
en el que habría dos movimientos. Un movimiento externo al
proceso de semiosis, cuya dirección es de afuera a adentro,
en el que el objeto dinámico determina al signo a representarlo
a partir del fundamento, dando lugar al objeto inmediato (dirección
objeto-fundamento-signo); y otro movimiento interno al proceso de
semiosis, que sería precisamente el inverso, cuya dirección
es de dentro a afuera, en la que el objeto inmediato representa
al objeto dinámico a través de la idea o fundamento
del mismo (dirección signo-fundamento-objeto).
Lo
interesante en la semiosis es que entre el signo y la realidad se
da una relación de presencia/ausencia fundamental para comprender
el carácter cognoscitivo y representativo del signo. Presencia
porque la realidad, como objeto dinámico, está en
el origen de este proceso, determinando cómo el signo ha
de referirla (dirección externa del proceso de semiosis).
Ausencia, porque el signo alude, indica, se refiere a ella como
un objeto mediato y mediado por interpretantes (dirección
int el interpretante es de naturaleza sígnica. Así pues,
en el momento en que se encuentra en el proceso sígnico,
la realidad pasa a ser objeto mediato, esto es, objeto sígnico,
o en palabras de Peirce, objeto inmediato; el objeto en su totalidad
y completud, en su ser total, sólo es apuntado y referido
por el signo, esta totalidad y completud nunca puede ser descrita
como tal, sólo puede ser indicada, referida[11].
5.
El papel del interpretante en la semiosis
Al
igual que sucedía con el objeto, el interpretante está
lejos de ser una noción plana y sin vértices. El interpretante
es quizás el elemento más importante de la semiosis
en su calidad de tercero o mediador, y Peirce reconoce varios tipos
de interpretantes. La clasificación más usual es la
siguiente, aunque no es la única: inmediato, dinámico
y final. El interpretante inmediato es un primero, una abstracción,
una posibilidad, consiste en la interpretabilidad propia de cada
signo, aun cuando éste no tenga un intérprete concreto,
es, en palabras de Peirce, la parte del efecto del signo que
basta para que una persona pueda decir si el signo es o no es aplicable
a algo que esa persona conozca suficientemente bien; este
interpretante viene a coincidir con lo que usualmente se denomina
significado, aunque Peirce la asimilaba al sentido[12].
El interpretante dinámico es un segundo, un evento singular
y real, relativo a los efectos directos realmente producidos por
el signo, y experimentados en cada acto de semiosis; Peice lo equiparaba
al significado. El interpretante final es un tercero, que representaría
la culminación del proceso de semiosis y mostraría
el efecto pleno y total del signo, y para Peirce se correspondía
con la significación:
...[M]is
tres grados de Interpretantes fueron obtenidos razonando, a partir
de la definición de Signo, qué tipo de cosa debería
ser relevante y, luego, buscándola. Mi Interpretante Inmediato
está implícito en el hecho de que cada Signo debe
tener su Interpretabilidad peculiar antes de obtener un Intérprete.
Mi Interpretante Dinámico es aquel que es experimentado en
cada acto de interpretación, y en cada uno de éstos
es diferente de cualquier otro; y el Interpretante Final es el único
resultado Interpretativo al que cada Intérprete está
destinado a llegar si el Signo es suficientemente considerado. El
Interpretante Inmediato es una abstracción: consiste en una
Posibilidad. El Interpretante Dinámico es un evento singular
y real. El Interpretante Final es aquel hacia el cual tiende lo
real (C.S. Peirce, Obra lógico-semiótica, pág.
146).
En
otros momentos Peirce habla de otros tipos de interpretante que
califica de emocional, energético y lógico. De nuevo
las categorías cenopitagóricas rigen esta clasificación:
el interpretante emocional es un primero, y en este sentido es comparable
a la sensación o sentimiento que el signo produce; el interpretante
energético es un segundo y se identifica con la acción
que provoca el signo; por último, el interpretante lógico
es un tercero y equivale al hábito generado por el signo
(CP 5.475).
Tanto
el término interpretante como la retórica
pura o formal que lo estudia suponen una concepción
absolutamente propia y peculiar que no aparece reflejada
en la pragmática de Morris, a diferencia de lo
que sucede con las otras dos ramas en las que este autor divide
la semiótica: sintaxis y semántica, las cuales recogen
algunos aspectos significativos de la definición peirceana
de gramática y lógica[13].
La retórica formal o pura es, según la concibe Ch.
S. Peirce, la que trata de las condiciones formales de la
fuerza de los símbolos, vale decir, de su poder de apelar
a una mente, o sea de su referencia en general a interpretantes
(CP 1.559), o también, la que se ocupa de las leyes
de la evolución del pensamiento (CP 1.444). Por
consiguiente, la retórica pura al estudiar las
leyes de la evolución del pensamiento estudia ese proceso
dinámico por el cual unos signos remiten continuamente
a otros, constituyendo su descripción, explicación,
definición. Los interpretantes son signos equivalentes
a los representámenes, pero que pueden ampliar, detallar,
desarrollar, condensar, etc. en la mente de las personas el representamen
del que son interpretantes.
En
la semiótica peirceana, la retórica pura concilia
la semántica y la pragmática, precisamente gracias
a la noción de interpretante. La lógica exacta ocupa
en la división de Peirce el lugar propio de la segundidad,
y es por tanto equivalente a la semántica extensional,
esto es, aquella parte de la semiótica que trata de la referencia
de los signos a sus objetos.
La
retórica pura al estudiar la relación de los signos
con sus interpretantes es equivalente a la semántica
intensional, en el sentido de que los diferentes tipos
de interpretante que Peirce distinguía, a saber, inmediato,
dinámico y final pueden hacerse coincidir respectivamente
con las nociones de sentido, significado y significación,
según él mismo considera. Pero la retórica
pura puede interpretarse igualmente como equivalente a la pragmática,
al ocuparse del estudio de las condiciones necesarias de la
transmisión de significado de una mente a otra, lo que sugiere
ya la relación de los signos con sus usuarios.
La
estrecha relación existente entre semántica y pragmática
parece ser cada vez más evidente[14].
Las reflexiones sobre el significado llevadas a cabo recientemente
parecen incidir en este punto[15].
Determinadas expresiones de la lengua como pronombres personales,
demostrativos, y en general, los términos llamados indiciales
correspondientes a los índices peirceanos exigen
tener en cuenta el contexto y las circunstancias de emisión
de los mismos, pues como expresiones típicas de la segundidad
necesitan para su completo significado la proximidad del objeto.
La
noción de intérprete no ocupa ningún
lugar relevante en la retórica peirceana, a diferencia de
lo que sucede con Morris, que explícitamente define
la pragmática como la la ciencia de la relación
de los signos con sus intérpretes[16].
Para este autor, la parte de la semiótica llamada semántica
abarcaría tanto la denominada semántica extensional
como la intensional, con lo cual queda libre la pragmática
para estudiar la relación entre signos y usuarios.
Posiblemente
Peirce no se interesó directamente por el intérprete
a causa de su interés por los aspectos formales, puros o
universales de la semiótica y sus ramas. Desde esta
perspectiva la retórica estudia las condiciones formales
o necesarias para la transmisión de signos, lo que no supone
necesariamente la presencia de un intérprete. Por ejemplo,
una condición necesaria de la terceridad, esto es, de la
representación, y por lo tanto de cualquier proceso
significativo o de semiosis, es que el representamen
o signo genere en su referencia al objeto un tercero o intepretante,
que a su vez es otro representamen, que se refiere al mismo objeto
que el anterior signo del que él es interpretante. Esto es
una condición general, formal y universal de la representación,
y de la transmisión de significado, que no exige la
presencia fáctica -ni siquiera postulada- del intérprete.
De la dificultad que supone este enfoque era consciente el
propio Peirce, cuando al indicar que el interpretante era el
efecto que el signo determinaba sobre una persona, comentaba
que este giro era una forma de dádiva para el Cancerbero,
porque he perdido las esperanzas de que se entienda mi concepción
más amplia de la cuestión[17].
Teniendo
en cuenta todo lo que se acaba de indicar, y partiendo de que la
definición usual de lo que sea la pragmática procede
de Morris, surge una pregunta: ¿en qué sentido la
retórica peirceana puede entenderse como pragmática?
Por un lado, la noción de interpretante parece ligar la retórica
pura más a la semántica que a la pragmática;
por otro lado, la noción de intérprete, ineludible
en la definición de pragmática propuesta por
Morris, es prescindible en la retórica de Peirce.
Sin
embargo, Morris afirma que históricamente, la retórica
puede considerarse como una forma restringida y temprana
de pragmática[18]
y que el cambio de perspectiva que desvinculó a la retórica
de la mente y del pensamiento particular, destacando la importancia
de las reglas, se debe en gran medida a Peirce. Este autor, al llegar
a la conclusión de que, en último término,
el interpretante de un símbolo ha de buscarse en un
hábito ... allanó el camino al énfasis actual
en las reglas de uso[19].
Una regla pragmática es para Morris aquella que expresa
las condiciones en las que se usan los signos. Así pues,
los interpretantes son las reglas o hábitos que guían
la conducta y que pueden ser establecidos por convención.
Su vinculación con los usuarios es obvia para Morris: La
introducción de términos tales como convención,
decisión, procedimiento, regla
implica la referencia a los usuarios de los signos además
de a factores empíricos o formales[20].
Morris
es el que da el paso definitivo hacia la transformación
de la retórica en pragmática. Este autor, en su caracterización
del proceso de semiosis, aunque reconoce la importancia de la concepción
triádica peirceana y, especialmente, de su carácter
de mediación, se aleja de ella al introducir un
cuarto elemento, que no es otro que el intérprete. Morris
liga usualmente la noción de interpretante a la de intérprete,
ya que en ocasiones define el interpretante como el hábito
del organismo o del intérprete de responder, o también
considera que el interpretante del signo es parte
de la conducta del individuo[21],
acercándose más con este enfoque al pragmatismo de
James más subjetivista y psicologista- que al de Peirce
más formal y abstracto.
Mientras
que la definición del proceso en el que algo funciona como
signo, esto es, la semiosis, es fundamentalmente lógica
en Peirce, la definición de este mismo proceso es eminentemente
conductista en Morris, como ya se indicó y él
mismo reconoce. Para Peirce, representamen, objeto e interpretante
son elementos definidos por su posición lógica respectivamente,
un primero, un segundo y un tercero , que en los diferentes
procesos de semiosis pueden intercambiarse, así
por ejemplo el interpretante que es un tercero, puede pasar a ser
un representamen que es un primero.
Finalmente,
de la importancia del intérprete frente al interpretante
en la concepción de Morris puede dar idea su mención
de sólo tres correlatos: vehículo sígnico,
designatum e intérprete, al hablar de la relación
triádica de semiosis a partir de la cual va a establecer
las dimensiones sintácticas, semánticas
y pragmáticas de la semiosis.
6.
propuesta de aplicación del modelo tríadico a la comunicación
Debido
a que a Peirce le interesaba destacar los aspectos formales y generales
de la representación, y en este sentido, las condiciones
necesarias para que algo funcione como signo, sus reflexiones se
centran en los aspectos fundacionales, esto es, en fundamentar en
qué consiste ser un signo. Por ello, el uso efectivo de los
signos, su intercambio en el proceso comunicativo no fue objeto
de sus consideraciones, excepto como los efectos que los signos
producen en una mente, y que queda recogido en sus clasificaciones
de los interpretantes a las que ya aludí anteriormente; por
eso, parte de los escasos comentarios de Peirce sobre la comunicación
se sitúan en este contexto de los intepretantes y de la retórica
(CP 6.158). Sin embargo parece totalmente legítimo extender
su modelo triádico al análisis de la comunicación,
aunque evidentemente el fundamento de la comunicación no
es el mismo que el de la representación, y por ello la relación
ausencia/presencia, característica del signo no se encontrará
en la comunicación. Si la aplicación del modelo triádico
funciona también en este caso, será una prueba más
de lo fructífero que resulta.
Teniendo
en cuenta que el modelo comunicativo más básico posible
puede reducirse a una relación entre tres elementos, a saber,
emisor, destinatario y mensaje[22],
veamos hasta qué punto sería posible entender la posición
de estos elementos como un primero, un segundo y un tercero. El
emisor pasa a ser un primero, ya que es el origen de esta relación,
y sin una intención por su parte, que se plasmará
en el mensaje, el proceso comunicativo no tendría lugar.
Para el emisor es importante que el destinatario reconozca su intención
comunicativa, la cual se explicita a través del mensaje transmitido,
presentando el contenido del mensaje como una petición, una
orden, un deseo, etc. El acto comunicativo es básicamente
la relación entre un emisor, un primero, y un destinatario,
un segundo; pero esta relación se realiza a través
de la mediación de un tercero, un mensaje. Sin mensaje[23]
es díficil concebir cómo se puede establecer la relación
entre emisor/destinatario. Así pues el mensaje depende de
cómo el emisor codifica sus intenciones comunicativas con
el objeto de que el destinatario pueda reconocerlas y comprenderlas;
en otras palabras, el mensaje es el mediador entre el emisor y el
destinatario, pues sin esta mediación la comunicación
no tendría lugar. En este sentido el mensaje tiene en cuenta
al destinatario al que va dirigido, y es el emisor, por tener en
cuenta esta direccionalidad, el que le da la forma correspondiente[24].
Este
modelo básico al que nos hemos referido coincide con lo que
se suele denominar el modelo lineal comunicativo, siguiendo las
directrices marcadas por Shannon. Sin embargo, hay otro modelo de
la comunicación, circular y más rico, llamado modelo
orquestal, que sigue las pautas marcadas por Wienner. La diferencia
entre ambos modelos radica en que el de Wienner introduce el concepto
de retroalimentación o feed-back[25].
Pues bien, siguiendo las pautas de la semiosis de Peirce donde el
interpretante era equivalente a otro signo que podía generar
una nueva semiosis, aquí, y tomando partido por el modelo
circular, el mensaje puede dar origen a otra comunicación,
originando así una nueva relación entre destinatario
(ahora transformado en emisor) y emisor (ahora funcionando como
destinatario)[26]. De nuevo
este proceso puede originar una nueva comunicación y asi
ad infinitum, dada la versatilidad de los elementos puestos en juego:
emisor, mensaje y destinatario; en teoría sería posible
pensar en alguna manera de comunicación ilimitada, aunque
en la práctica, al igual que sucede con la semiosis ilimitada,
estos procesos y relaciones nunca se lleven hasta el final sugerido
por su posibilidad teórica. Por lo tanto, desde el momento
en que uno de los elementos presentes en el acto comunicativo está
formado por signos, los cuales llevan implícita, como ya
se vio, la posibilidad de su despliegue hasta el infinito, no es
descabellado pensar que el proceso comunicativo mismo se impregne
también de esta característica, posibilitada por uno
de sus elementos.
De
hecho, el largo proceso de nuestras relaciones interpersonales,
nuestra historia de contactos y relaciones, realizada a través
de ideas y plasmada en libros, obras de arte, ensayos, escritos
científicos, mitos y cuentos, poesía, tradiciones
y costumbres, aunque diferidas a través de los tiempos, no
son más que manifestaciones concretas de las relaciones comunicativas
ad infinitum que continuarán expandiéndose a través
de los tiempos, mientras haya seres humanos y relaciones entre ellos.
Por eso, la hipótesis de que la cultura es un conjunto de
sistemas de comunicación, parece también recibir todo
su apoyo de esta aplicación del modelo triádico y
semiótico de Peirce.
Referencias
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Escritos
lógico-semióticos, Ed. Alianza Editorial, Madrid,
1988.
* Este trabajo está realizado
en el marco del proyecto de investigación Temas fundacionales
de lógica: universos del discurso, cuantificación y
lógica subyacentes (PB98-0631), del DGES del Ministerio
de Educación y Cultura de España.
[1]Cfr.
C. Morris, Fundamentos de la teoría de los signos, pág.
33. En esta definición de la semiótica Morris es claramente
deudor en su terminología de Peirce, que fue el primero en
emplear el término semiosis para referirse al
proceso en el que algo funciona como signo (cfr. C. S. Peirce, Collected
Papers [CP], 5.484).
[2]Esto
no es más que otra manera de indicar las dimensiones semióticas
de los signos, y que coincide con la división que Morris
estableció de la semiótica en sintaxis, semántica
y pragmática.
[3]Cultura
se entiende aquí, siguiendo a E. Hall, como conjunto de sistemas
de comunicación o, simplemente, comunicación (cfr.
E. Hall, El lenguaje silencioso, pp. 40, 45, 198 ó 203);
o también, siguiendo a U. Eco, como fenómeno comunicativo
(cfr. U. Eco, Tratado de semiótica general, pág. 57
y siguientes).
[4]Cfr.
U. Eco, op. cit., pág. 35.
[5]El
prefijo ceno- parece ser una derivación de la
palabra griega kainos -nuevo-, y así las denomina
Peirce en otro lugar al referirse a ellas como kainopythagorean
categories (CP 7.528), con lo cual significarían nuevas
categorías pitagóricas, haciendo una alusión
a los pitagóricos por la importancia concedida por éstos
a los números, puesto que para Peirce las categorías
se definen de la mejor manera en términos de números.
[6]Prueba
de esto es la elaboración de la tabla de las categorías
de Kant y su aplicación a la clasificación de los
juicios (según la cantidad: universal, particular y singular;
según la cualidad: afirmativo, negativo, indefinido; según
la relación: categórico, hipotético, disyuntivo;
y según la modalidad: problemáticos, asertóricos,
apodícticos), que finalmente revelan ciertas formas fundamentales
de la realidad [a) totalidad, pluralidad, unidad; b) realidad, negación,
limitación; c) sustancia, causalidad, comunidad de acción
recíproca; d) posibilidad, existencia, necesidad]. Las categorías
cenopitagóricas se corresponden, según Peirce, con
las tres categorías de cada una de las cuatro tríadas
de esta tabla kantiana. Pero también la influencia de Hegel
es importante en el pensamiento de Peirce, y así él
mismo lo indica al decir: las categorías cenopitagóricas
son sin duda alguna otra tentativa de caracterizar aquello que Hegel
intentó caracterizar como sus tres estadios del pensamiento
(CP 8.329).
[7]C.S.
Peirce, Escritos lógicos; introducción de P. del Castrillo,
pág. 14.
[8]Esta
idea es tenida en cuenta por U. Eco en la teoría de los códigos
o semiótica de la significación, en donde la noción
de interpretante de Peirce, previamente delimitada para evitar cometer
la falacia referencial, le sirve para dar cuenta del sistema semántico
en sus propios términos. Cfr. U. Eco, op. cit. pp. 133-140.
[9]Esta
concepción de Peirce del objeto dinámico como objeto
mediato recuerda la idea de Frege de que la relación del
signo con su Bedeutung o referente es siempre a través de
la mediación de un sentido. El signo nunca determina una
Bedeutung en su totalidad, como realidad en sí, sino tal
y como el sentido del signo la representa. En todo caso la Bedeutung
en Frege es también el objeto extralingüístico,
exterior al signo; es el objeto dinámico peirceano. Nuestro
conocimiento de ese objeto al que el signo se refiere se realiza
a través de la manera como el signo representa al objeto,
bien sea como objeto inmediato en el caso de Peirce, o como sentido
en el caso de Frege.
[10]Peirce
habla del fundamento en De una nueva lista de categorías,
obra de 1867, cuando Peirce contaba 28 años. Aquí
el fundamento parece corresponderse con la categoría de primeridad,
aunque en algún momento Peirce parece identificarlo también
con el interpretante. De todas formas, el fundamento se caracteriza
por ser un elemento mediador entre un relato y su correlato, como
aparece claramente ejemplificado en la comparación, de la
cual Peirce dice que requiere, además de la cosa relatada
y del correlato, el fundamento. Pero enseguida ese elemento mediador
se identifica con el interpretante: toda comparación
requiere, además de la cosa relatada, el fundamento y el
correlato, también una representación mediadora que
representa al relato como una representación del mismo correlato
representado a su vez por esta representación mediadora.
A esta representación mediadora la podemos llamar interpretante
(CP 1.553).
[11]
La idea de cómo el objeto se ve atrapado en el proceso sígnico
sin desvelarse nunca completamente, queda magníficamente
representada en el siguiente texto de M.A. Faerna: La referencia
a objetos es el saldo o resultado de esta relación triádica,
no una parte dentro de ella. El significado va de signos a signos,
y no de signos a cosas, porque en este caso es como si Peirce preguntara:
una vez que tengo la cosa, ¿para qué quiero
el signo? Así pues, la significación no es un
proceso lineal que conduce a algo que ya no es signo, sino un circuito
de signos en el que las cosas van quedando atrapadas; una prueba
de ello es que no podemos borrar de las cosas los conceptos que
nos permiten comprenderlas, algo que no sucedería si tales
conceptos fueran sólo un hilo del que tiramos hasta atrapar
la cosa misma. (M.A. Faerna, Introducción
a la teoría pragmatista del conocimiento, pp. 11-12).
[12]
Teniendo en cuenta la diferenciación hecha por Lady V. Welby
de sentido, significado y significación. (Cfr. C.S. Peirce,
Obra lógico-semiótica, [Cartas a Victoria Lady Welby
(Semiotics and Significs)], pp. 144-146).
[13]
La concepción de la semiosis de Peirce se relaciona también
con su división de la semiótica en tres ramas: gramática
especulativa, lógica exacta y retórica pura.
La gramática especulativa tiene por tarea averiguar
qué es lo que debe ser verdadero del representamen usado
por toda inteligencia científica para que pueda incluir cualquier
significado. La lógica exacta o lógica propiamente
dicha es la ciencia de lo que es cuasi necesariamente verdadero
de los representámenes de cualquier inteligencia científica,
para que puedan cubrir cualquier objeto, es decir, puedan ser verdaderos.
O sea, la lógica propiamente dicha es la ciencia formal de
las condiciones de verdad de las representaciones. La retórica
pura, denominada también retórica formal o universal,
se caracteriza porque su trabajo es averiguar las leyes por
las que en cada inteligencia científica un signo da nacimiento
a otro y, especialmente, un pensamiento produce otro pensamiento
(CP 2.229). Brevemente, la gramática especulativa se ocupa
de los representámenes, la lógica exacta de la relación
entre los representámenes y sus objetos, esto es, sus referencias,
y la retórica investiga las relaciones de los representámenes
con sus interpretantes.
[14]
Un ejemplo claro de esta tendencia de no establecer límites
precisos entre semántica y pragmática es U. Eco. Eco
al proponer su división de la semiótica en semiótica
de la significación y semiótica de la comunicación,
indica claramente que no quiere que se considere a la primera
como semántica y a la segunda como pragmática, ya
que la novedad de su planteamiento reside precisamente en introducir
en la semiótica de la significación aspectos semánticos,
pero también pragmáticos, tales como los contextos
y las circunstancias, elementos importantes en la configuración
de su propio modelo semántico.
[15]
Véanse por ejemplo los trabajos de D. Kaplan, Demonstratives,
o de H. Neri-Catañeda, The Semiotic Profile of Indexical
(Experiential) Reference.
[16]
C Morris, Fundamentos de la teoría de los signos, pág.
67.
[17]
C.S. Peirce, Obra lógico-semiótica, pág. 139.
[18]
Op. cit., pág. 68.
[19]
Ibid., pág. 69.
[20]
C. Morris, Foundations on the unity of science, pág. 67.
[21]
C. Morris, Fundamentos de la teoría de los signos, pág.
80.
[22]
Soy consciente de que esta es una simplificación demasiado
abusiva del proceso comunicativo, en el que también juegan
un papel fundamental el código, el canal, el contexto, etc.
Sin embargo, todos ellos pueden ser presupuestos en algún
sentido por los elementos más básicos -emisor, mensaje
y destinatario- y ello en el siguiente sentido, a saber, el mensaje
para poder constituirse necesita de un código, y evidentemente
de un canal para poder ser transmitido; igualmente el emisor y el
destinatario tienen que compartir un código común
para poder codificar y descodificar el mensaje; e igualmente el
contexto es fundamental para recoger todos los factores bióticos,
psicológicos o sociológicos que afectan de manera
notable a una correcta interpretación del mensaje. Todos
estos aspectos son derivativos de aquellos más básicos,
o están implicados por ellos.
[23]
Aquí hay que tener en cuenta que incluso el silencio también
puede ser mensaje, de igual modo que no sólo son mensajes
las expresiones lingüísticas o los mensajes verbales,
también los movimientos corporales de todo tipo como gestos,
miradas, caricias, etc. Es decir, todo lo que se engloba en el amplio
campo de la comunicación no verbal puede ocupar el rol de
mensaje transmitido.
[24]
Las analogías con el modelo de la semiosis son evidentes.
Aquí el emisor es un primero que en su relación con
el destinatario, que es un segundo, y precisamente por tener en
cuenta su relación con el destinatario, produce un mensaje,
que es un tercero, y que actúa como mediador entre ellos.
[25]
Cfr. Bateson y otros, La nueva comunicación, pp. 14-25.
[26]
También en este modelo circular de la comunicación,
las posiciones de emisor y destinatario son intercambiables dependiendo
del acto comunicativo concreto de que se trate, de tal forma que
lo que era un primero o emisor en una acción comunicativa
se transforma en tercero o destinatario en la siguiente, y viceversa.
Es decir, las posiciones de emisor y destinatario no son rígidas,
sino que dependen del acto comunicativo particular.
Mª Uxía
Rivas Monroy
Departamento de Lóxica
e Filosofía Moral
Universidade de Santiago de Compostela |