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Por Alfredo Troncoso
Número 24
El Homo Videns
de Giovanni Sartori constituye el punto de partida obligado si se
quiere plantear con toda claridad, con brutal claridad, lo que está
en juego en el debate en torno a la crisis de la escritura a manos
de la cultura visual, la así llamada cultura de la imagen.
Pero esa claridad se paga, el costo es una caricatura de la escritura
y sus poderes que lejos de favorecer su causa como el medio de la
racionalidad, la ponderación del juicio y las distinciones
conceptuales, la sitúa en la irresponsabilidad conceptual
que es, justamente, lo que Sartori le reprocha a los medios audiovisuales.
Según el politólogo
italiano, un agudo y matizado autor en ese campo, la escritura promueve
la abstracción, el pensamiento lineal y la atención
a lo inteligible, lo visual promovería, por el contrario,
la concreción, lo sensible, lo inmediato y, por ende, el
debilitamiento de nuestras capacidades conceptuales.
"El hombre videoformado se
vuelve incapaz de entendimiento abstracto, de entendimiento conceptual"1
¡Así de claro! Sartori
alega, con supuesta valentía y generosidad, que le importa
poco que se le califique de apocalíptico, que para no restarle
fuerza al debate que seguiría a su libro, él, un intruso
en el área de las ciencias de la comunicación, no
se preocupará por matizar pues sabe de antemano que la manera
brutal en que formula su tesis le acarreará inevitablemente
la ira de los esprits de finesse, estudiosos que, como su compatriota,
el semiólogo Paolo Fabbri, han dicho, de manera no menos
brutal me temo, que "es estúpido afirmar que lo visual
es irracional"2
Pero contrario a lo que defiende
de la escritura, a Sartori no le interesa hilar fino. Su libro pretende,
por un lado, convertirse en una advertencia para padres, estudiantes
y políticos ante los peligros de una sociedad democrática
que, gracias al empobrecimiento cognitivo operado por las imágenes,
quede desprovista de las competencias intelectuales necesarias para
que el debate político gire en torno a abstracciones como
la justicia, la igualdad, y la democracia.
Por otro lado, la tesis fuerte del
libro pretende ser un reto para los científicos sociales,
para que más allá de sus abstrusas argumentaciones
sobre un presunto "lenguaje" de la televisión,
puedan demostrar en los hechos que lo visual no empobrece nuestras
facultades cognitivas. Lo que espera Sartori, como el mismo lo dice
en uno de sus prólogos, es que la suya sea una profecía
que se autodestruye, una profecía lo suficientemente alarmante
como para que se tomen medidas y la sociedad y los científicos
lo desmientan en los hechos.
En lo que sigue procuraré
argumentar tres cosas: 1- que la profecía de Sartori no puede
desmentirse porque en verdad es un diagnóstico, un hecho
consumado, 2- que sobrevalora el poder del escrito y 3- que si de
medidas para salvar la escritura se trata, la primera, y urgente,
es evitar las dicotomías insalvables entre cultura de la
imagen y cultura del concepto; nada le hará más daño
a la escritura en su actual predicamento que una comunidad reaccionaria
de escritores apocalípticos esperando el improbable regreso
del humanismo de las letras.
LA PROFECÍA ES UN DIAGNÓSTICO
Por más que el italiano se mofe de tales descalificaciones,
la profecía de Sartori lo sitúa irremediablemente
en el campo de los apocalípticos, aquellos que sólo
ven lo que se cierra con la aparición de los nuevos medios
y deciden situarse en la resistencia, en la nostalgia reaccionaria
de los viejos tiempos en que supuestamente una escritura hegemónica
garantizaba la racionalidad de sus usuarios. Pero se trata no de
una profecía, sino de un hecho consumado: el primado de la
imagen ha acabado con el espacio privilegiado que las letras habían
tenido durante los últimos dos y medio milenios. Dicho más
dramáticamente, si por humanismo entendemos el proyecto de
una civilización del escrito iniciada por los griegos del
siglo V AC, continuado por los romanos, conservado por los medievales
y revitalizado por los modernos después de Gutenberg, entonces
estamos hablando, ni más ni menos, y a pesar de todas las
piadosas y nostálgicas voces en sentido contrario, del fin
del humanismo.
Ante este hecho consumado, la solución
de Sartori, si solución podemos llamarla, es la resistencia,
el intento quijotesco3 de defender
los derechos del escrito, de fustigar los efectos perniciosos de
la TV, el cine y el mundo virtual. Inútil decir que semejante
lucha está de antemano destinada al fracaso, que la simple
defensa del pasado, por elocuentemente que se prefigure un futuro
monstruoso, nunca ha traído consigo el retorno de ese pasado,
ni siquiera, como lo veremos más adelante, cuando hace siglos
hubo quienes quisieron defender el pasado oral contra la irrupción
de la escritura.
La profecía de Sartori no
podrá autodestruirse gracias a una reacción aterrorizada
ante el panorama que pinta, nuestros contemporáneos no cambiarán
sus documentales del Discovery Channel por los vetustos tomos de
la Enciclopedia Británica, si acaso la consultarán
en línea; no preferirán la lectura de Proust a las
películas de Hollywood, ni siquiera aceptarán las
versiones fílmicas de la Búsqueda del Tiempo Perdido;
no cambiarán la fruición que les proporciona el uso
de sus computadoras personales por el conocimiento físico
matemático necesario para entender su funcionamiento, ni
siquiera se preocuparán por saber como funcionan, les bastará
con que funcionen; no se preocuparán, en fin, por reflexionar
sobre qué es la justicia, la democracia, bastará
que las narraciones televisivas (de ficción o información,
poco importa), les digan quién es justo, cuándo alguien
se comporta democráticamente, en qué circunstancias
se puede hablar de injusticia...
También yo exagero. Seguramente
pasará un largo tiempo, tal vez siglos, antes de que la literatura
desaparezca. Por un tiempo incluso, la proliferación de textos
digitales favorecerá el crecimiento de esas publicaciones
de lujo donde no se puede separar el qué del cómo,
donde, en consecuencia, la materialidad del formato es indispensable.
En efecto, nunca se han vendido tantos ejemplares de las obras de
Proust, Shakespeare o Cervantes como ahora. ¿Fetichismo?
Tal vez; el hecho es que la industria editorial no muestra signo
alguno de contraerse.
Pero la lectura sí. Los datos
de Sartori no son los datos para una profecía, sino, insistimos,
para un diagnóstico: la lectura ya no ocupa el lugar privilegiado
que ocupó durante siglos en nuestras vidas individuales y
en nuestra cultura, ni siquiera en la política que, como
advierte apocalípticamente Sartori, ya es video política.4
¿SOBREVALORACIÓN
DE LOS PODERES DE LA ESCRITURA?
" Las grandes sociedades
modernas ya no pueden producir su síntesis política
y cultural más que marginalmente por la vía de los
medios literarios, epistolarios y humanistas. Esto no significa
de ninguna manera que la literatura haya llegado a su fin, sino
que ésta se ha afinado para convertirse en una subcultura
sui generis y los días en que se le sobrevaloraba considerándola
el vector de los genios nacionales ha pasado"5
El escrito ha tenido un lugar central
en nuestras "síntesis políticas y culturales"
durante tanto tiempo que se ha convertido, se había convertido,
en una segunda naturaleza; el horizonte dentro y a partir del cual
transcurrían nuestras vidas. Como tal, se había vuelto
invisible, transparente. El evangelio alfabetizador había
tomado tal inercia, sobre todo en los últimos 300 años,
que se daban por sentados sus poderes civilizadores, su capacidad
como dice Sloterdijk, para domar a la bestia humana, para inhibir
sus tendencias más salvajes. Si el ideal educativo de los
últimos 300 años había sido el de alfabetizar
a nuestros niños con la seguridad de que así se volverían
ciudadanos, no es sino con espanto que nos empezamos a dar cuenta
de lo irrelevante que puede ser para ellos una curricula escolar
centrada en la lectoescritura; el estudio de los libros, otrora
considerado la llave de acceso a la cultura, es recibido por una
buena parte de nuestros niños con una abulia inversamente
proporcional al entusiasmo que generan sus videojuegos, espacios
virtuales, cultura popular y video transmisiones. Las seis horas
diarias de los niños en la escuela no pueden competir contra
las 18 horas que pasan frente a los nuevos medios.
Antes de preguntarnos por las perspectivas
que se abren (no sólo las que se cierran) y las medidas a
tomar, resulta imperativo evaluar con mayor atención el poder
de la escritura. ¿Es cierto, como dice Sartori, que su primado
es condición sine qua non para la vida democrática?
¿Es cierto que la práctica de la lectoescritura garantiza
las competencias cognitivas que permiten una "lectura"
racional del mundo? Hasta una somera revisión histórica
demuestra que las cosas no son tan sencillas.
No hay mejor forma de entender lo
que significó la primera alfabetización de una sociedad6
y las dificultades que se debieron superar para que la escritura
"racionalizara" a sus usuarios, que leer ese documento
fundador del espacio literario que es el Fedro platónico.
Ahí, Platón nos presenta una situación muy
lejana a la automática promoción de competencias racionales,
una sociedad que no termina de aceptar el nuevo medio y tiene aún
que vérselas con sus apocalípticos e integrados ante
la escritura7. Basta leer las
primeras líneas del diálogo para detectar un ambiente
en el que más de un padre veía a la escritura como
un peligro para la educación de sus hijos. Tal como un padre
de hoy se preocupa pensando que si su hijo sigue viendo tanta TV
se volverá tonto, un padre ateniense del siglo V A.C. probablemente
se decía: "este hijo mío se volverá tonto
si sigue leyendo tanto".
En efecto, en la primera página
Platón nos presenta un revelador encuentro campestre entre
Sócrates y Fedro. Al preguntarle Sócrates al joven
Fedro qué hace fuera de los muros de la ciudad, este contesta
que acaba de oír un discurso tan magnífico que ha
salido para que no se le olvide, para grabarlo en su memoria. Ante
esto, Sócrates replica que si ese es el caso, entonces qué
es lo que Fedro acaba de esconder bajo su túnica. Sonrojándose,
el joven debe confesar que Sócrates lo ha descubierto en
pleno delito, la vergonzosa verdad es que ha salido para leer un
discurso del popular Lisias. ¿Qué puede tener de vergonzoso,
dirá un lector dos y medio milenios más tarde, el
leer un discurso?
Fedro vive en una Atenas cuyas decisiones
se discuten públicamente, donde la hábil palabra hablada
lo puede todo, donde los mitos homéricos cantados por el
rapsoda o escenificados por el poeta, aún son el meollo de
la educación, el patrimonio ético y estético
-un griego de esa época no habría entendido la diferencia-
común en la memoria de cada ciudadano. Que Fedro, un joven
de alto rango en Atenas, lea los textos de un fabricante profesional
de discursos es tan grave como que un actual estudiante de literatura
sea sorprendido viendo la telenovela de las cinco.
A partir de ahí, el resto
del diálogo es una discusión sobre la práctica,
la nueva y aún desprestigiada práctica, de escribir
y leer discursos. Como el común de sus coetáneos,
como nosotros ante los nuevos medios, Platón tenía
dos vías fáciles a su disposición. Podría,
adoptando la actitud de los integrados de todos los tiempos, haberse
dedicado a escribir provechosos discursos exaltando la utilidad
que sus conciudadanos creían haberle encontrado al nuevo
medio, a saber, la composición de discursos "orales"
más eficientes en la asamblea pública. Es obvio que
no le habrían faltado aptitudes.
O podría haber adoptado la
actitud apocalíptica de sus aristocráticos amigos.
Podría haberse limitado a deplorar la ruina de la hermosa
tradición oral homérica, la decadencia de los valores
tradicionales, la corrupción demagógica de las instituciones
a manos de artificioso y maquiavélicos especialistas en persuasión,
en manejo de la opinión pública diríamos hoy
a riesgo de hacer demasiado evidentes las analogías.
Platón prefirió evitar
la facilidad de juzgar a la escritura a partir de lo que, desde
la siempre miope perspectiva tradicional, se perdía o ganaba
con ella. Parece haber intuido que todo juicio de esa naturaleza
desconoce los poderes del medio y se limita a evaluar su supuesta
utilidad o daño como si aún estuviera en nuestro poder
aceptarlo o rechazarlo. Imposible ilustrar esta lucidez sin citar
el célebre mito donde Platón propone la respuesta
que habría dado el dios Thamos a Teut, el inventor de la
escritura:
"Mas cuando se llego a la
escritura, dijo Teut: He aquí, oh rey, una enseñanza
que hará a los egipcios más sabios y memoriosos,
que con ella se inventó el remedio para memoria y sabiduría.
Quien a su vez contestó: Oh artífice de artífices,
Teut; uno es el capacitado para dar a luz las cosas de arte, otro
el apto para juzgar el lote de daño o provecho que reportarán
quienes las emplearen. Y en este caso tú, padre de la escritura,
le has atribuido por benevolencia lo contrario de lo que puede;
porque la escritura producirá en las almas de los que la
aprendieren el olvido precisamente, por descuidar la memoria,
ya que, confiados en lo escrito, desde afuera y por extrañas
improntas y no desde dentro de sí mismos les vendrá
el recuerdo. Inventaste, pues, no remedio para la memoria sino
para la reminiscencia. (Fedro 274e-275ª)
A primera vista, el pasaje recién
citado tiene todo el aspecto de una respuesta apocalíptica
a una evaluación integrada de la escritura. Mientras que
Teut confía en la utilidad de la misma, Thamos le reprocha
la pérdida de memoria (la virtud propia de las sociedades
orales) que se seguirá de su adopción. Pero hay razones
para pensar que la respuesta platónica a la escritura es
más matizada, más compleja y, ¿por qué
evitar la palabra?, más sabia.
En primer lugar, razones inherentes
al pasaje citado. Thamos le recuerda a Teut (y a nuestros actuales
ingenieros) que una cosa es la utilidad atribuida a un artefacto
por su creador, otra cosa lo que éste realmente hace con
sus usuarios. A riesgo de presentar a Platón como un Mc Luhan
avant la lettre, hay que poner de relieve8
la ambigua palabra empleada para definir el poder de la escritura:
pharmakon. La traducción de García Bacca por
remedio es correcta, sólo que excluye el otro sentido del
término: veneno. Si tomamos acto de esta ambigüedad,
todo el pasaje y toda la obra platónica (y toda su posteridad
"humanista") adquieren un halo inquietante, empezamos
a sospechar una lucha soterrada por librar a la escritura de cierta
potencialidad que lo es todo menos garantía de racionalidad.
Esto nos conduce a las razones externas
al pasaje citado para suponer que Platón no es un mero enemigo,
un reaccionario ante la escritura. Por un lado, como se dijo, porque
su evaluación de la misma es ambigua: remedio/veneno no para
la memoria (mnemé), sino para la reminiscencia (hypomnemé)
por vía de huellas (typoi) externas. Por otro, porque
sería absurdo pensar que Platón despreciara la escritura
ante la evidencia del tiempo y talento enormes que dedicó
a la composición de sus diálogos.9
Cualquier lector atento dotado de una mínima sensibilidad
reconocerá que la escritura de Platón, lejos de ser
un repudio a la Sartori (o una aceptación a la Bill Gates),
representa una superación de la dicotomía oralidad
o escritura; representa el primer clásico del nuevo medio
y la inauguración del espacio literario donde se conjugan
dos culturas, la oral y la escrita, con sus respectivos ámbitos:
la imagen y el concepto. Se conjugan dos culturas y se conjuran
10
¿Por qué le hemos
dedicado tanto espacio a la discusión de un autor de hace
dos y medio milenios si lo que nos ocupa aquí es el juicio
que hace un autor contemporáneo sobre los poderes enormes
(pero supuestamente perdidos) de la escritura? Porque a pesar de
Sartori, a pesar de ciertas lecturas del mismo McLuhan (y Negroponte,
Gates, etc), Platón es la prueba fehaciente de la falsedad,
mejor, de la simplificación abusiva de todo determinismo
tecnológico- si estamos discutiendo a Sartori es porque,
como en toda caricatura, algo hay de verdad en su histeria.
Hay un notable libro de Eric Havelock,
un autor que aparece en la bibliografía de Homo Videns,
titulado The Greek Concept of Justice, fromo its Shadow in Homer
to its Substance in Plato, donde el helenista canadiense propone
una sólida argumentación para demostrar que un griego
de la época homérica, pre alfabetizada, habría
sido incapaz de preguntarse, mucho menos contestar, qué es
la justicia.11 Podía dar
ejemplos de actos o personas justas e injustas, tener en mente a la
diosa Diké, inspirarse en pasajes míticos donde
se procedió con justicia, en una palabra, podía evocar
"imágenes" de la justicia, pero nunca definir lo
que ésta es al margen de situaciones o personajes concretos.
Según Havelock, Platón, por el contrario, se habría
beneficiado de la estabilidad que el escrito, ya relativamente bien
instalado en la Atenas de su tiempo, le confería, negro sobre
blanco, a la palabra diké. De la justicia escrita a
la justicia que es siempre, al concepto de justicia (la "idea"
platónica de justicia), habría habido sólo un
paso.
Habrá habido sólo
un paso, todo eso es indudablemente cierto y terriblemente instructivo,
la palabra escrita prefiguraba al concepto, pero ese paso lo dio
un hombre, un cierto Platón.
Si le hemos de creer al determinismo
tecnológico, todos los contemporáneos lectores de
Platón habrían escrito diálogos, todos se habrían
dedicado a la dialéctica y las matemáticas, todos
habrían inventado la teoría de las ideas y una nueva
educación. Análogamente, todos los televidentes, Sartori
incluido, deberían estar incapacitados para el concepto.
¿HAY ALGÚN MEDIO
CAPAZ DE LIBERARNOS DE LA ESTULTICIA?
La gigantomaquia platónica con los poderes de la escritura
nos permite romper con el mito de una escritura automáticamente
capaz de racionalizar a sus usuario y llegar a la siguiente conclusión:
ningún medio determina de por sí, según alguna
presunta naturaleza intrínseca, la mayor o menor sapiencia
de sus usuarios; ni el escrito mejora automáticamente el
entendimiento humano-tanto en la época de Platón como
en la nuestra hubo notables casos de idiotas letrados- ni lo visual
conduce fatalmente a lo irracional. Cómo su maestro Sócrates
y su discípulo Aristóteles, Platón debió
librar una batalla para conjurar los peligros que la escritura representaba
para la sociedad de su tiempo y, ya que ésta había
socavado las bases de la educación tradicional, sentar las
bases para una nueva educación.
Los piadosos deseos de pacificación
y desarrollo social por medio de las letras han llevado a nuestros
nostálgicos del humanismo a imaginar una época de
oro donde una escritura sobrevalorada fungía de garante contra
la estupidez. Según estos nostálgicos, sólo
un "regreso" a las buenas lecturas sería capaz
de mantener a raya la actual invitación de la TV a limitarnos
a ver el mundo sin entenderlo; a sustituir, según la hábil
formula de Sartori, el mundo visible por el mundo inteligible. Leemos
la invitación impresa al "periodismo" de un cierto
Abraham Zabludovsky, un homo videns como hay pocos: "Abraham
te lo dice todo de la A la Z, sin tanto rollo, para que no tengas
que leer entre líneas", y creemos confirmar las peores
sospechas de Sartori, se trata sin duda de una descarada invitación
a la estupidez. Sin embargo, hace poco más de un siglo, cuando
no había ni TV ni cine, Flaubert atribuía el mismo
tipo de efecto a la lectura de periódicos, panfletos y feuilletons
de todo tipo por parte de sus contemporáneos. A ese propósito
resulta sobremanera instructivo leer ese manifiesto contra la imbecilidad
ambiente que es el Dictionnaire des Ideés Recues,
cito un apartado que parece sacado de la TV, de algún noticiero
de Zabludovsky o un discurso de Bush: "Asesino: siempre cobarde,
aunque haya sido intrépido y audaz."12
Bref, el mundo ha sido siempre
pródigo en estulticia, con o sin escritura, TV, internet
o mitología. Tiene razón Fabbri, es estúpido
afirmar que lo visual sea irracional, como es estúpido afirmar
que el escrito sea racional. Durante siglos los escritores - que
no la escritura, sino científicos, novelistas, juristas,
filósofos, poetas, periodistas, charlatanes...- han luchado
con los poderes de la escritura y no sólo para producir obras
conceptuales. Ahí donde un inglés escribió
Principia Mathematica, otro escribió Macbeth y
Sueño de una Noche de Verano; ahí donde Flaubert
componía La Tentación de San Antonio, rabiaba
ya la prensa sensacionalista; ahí donde se urdían
los primeros capítulos de la física subatómica,
se amontonaban las fórmulas para bombardear a Hiroshima;
ahí donde se invoca la Declaración Universal de
los Derechos del Hombre, ahí se abusa de los textos sacros
en aras de algún fundamentalismo.
Aunque la técnica es asunto
humano, el asunto humano por excelencia, no es asunto del hombre;
para bien y para mal sus poderes escapan a su control. Habrá
que concederle eso al determinismo tecnológico. Lo que no
podemos concederle es que los frutos de la techné
tengan una naturaleza. Tienen, por el contrario, una historia. Más
que regresar al humanismo literario que sólo traerá
consigo la radicalización de una malsana e ilusoria dicotomía
entre el concepto y la imagen -como si la escritura representara
sólo al concepto y excluyera a la imagen-, habrá que
renunciar a las histerias milenaristas que proclaman el fin de la
escritura, el fin de la metafísica, el fin de la modernidad...
el fin de la historia.
Una mirada sobria a la historia
debería bastar para constatar que cuando se cierra una etapa
algo puede permanecer de la anterior, que cuando se cierra
una etapa, otra puede abrirse; también que puede haber
fines abruptos y destructivos. La mejor forma de liquidar a la escritura
será desestimar esa posibilidad, limitarnos a resistir y
renunciar así a la posibilidad de leer (y escribir) el mundo
que se abre.
Notas:
1Sartori,
Giovanni. Homo Videns, p.XIII
2Así se refirió
Fabbri a la tesis de Sartori en una entrevista durante su última
visita a México
3Quijotesco en toda la extensión
de la palabra, en la medida en que también la aventura de
Cervantes se da en el contexto radicalmente cambiado de una nueva
cultura, la de la imprenta. Con un quijotismo más próximo
al Quijote de Broadway que al más irónico que propone
Cervantes, Sartori cita a Guillermo de Orange al comentar en el
prólogo que la batalla está probablemente perdida
de antemano: "no es necesario esperar para emprender, como
no es necesario lograr para perseverar"
4 Algunos habrán tratado
de consolar a Sartori diciéndole que, si bien el hombre masa
no lee, la elite que nos gobierna sí lo hace. A reserva de
hacer el catálogo de anécdotas como la de Menem que
proclamó públicamente que sus lecturas favoritas eran
las obras de Sócrates y las novelas de Borges (de José
Luis Borgues corregirá alguien), que baste con mencionar
el discurso de Bush ante los alumnos de su ex universidad: "A
aquellos que tienen promedio de A, mis felicitaciones, a los demás,
no se preocupen, también pueden llegar a presidente de los
Estados Unidos".
5 Sloterdijk, Peter. Regles
pour le Parc Humain. P, 13
6 No hablamos aquí de la
aparición de la escritura, unos 3000 años anterior
a la alfabetización griega, ni siquiera de las primeras escrituras
fonéticas ciertamente anteriores al desarrollo helénico,
si hablamos aquí de los griegos es porque fueron los primeros
en lograr una alfabetización generalizada al grueso de su
sociedad.
7 Como casi todo mundo sabe (menos
Menem), el mismo maestro de Platón, Sócrates, rechazaba
la escritura.
8 Como ya hizo Jacques Derrida
en su célebre La Pharmacie de Platon.
9 Con todo, hasta la fecha hay
quien sostiene la leyenda de origen aristotélico según
la cual Platón no habría expuesto su verdadera doctrina
en sus diálogos escritos, sino en una lección no escrita
que reservaba a sus mejores alumnos.
10
Nadie ha sabido explicar el milagro de la escritura griega mejor
que Kant para quien el mito sin la fuerza esclarecedora del logos
era ciego; el logos sin la fuerza imaginaria del mito, estéril.
11 Para ello, alega, Havelock,
habría que esperar que el ejercicio de la lectura hubiera
purgado al verbo ser (einai) de sus sentidos concretos hasta
convertirse en una cópula pura.
12 Flaubert, Gustave. Dictionnaire
de Idées Recues, p. 13
Bibliografía:
- DERRIDA, Jacques. La
Pharmacie de Platon en La Dissemination. Seuil, Paris,
1972
- FLAUBERT, Gustave. Dictionnaire
des Idees Recues. Mille et Une Nuits, Paris, 2000
- HAVELOCK, Eric. The
Greek Concept of Justice. Harvard, Cambridge, 1978.
- MCLUHAN, Marshall. Understanding
Media. Mentor, New York, 1964
- PLATÓN. Fedro.
UNAM, D.F., 1964
- SARTORI, Giovanni. Homo
Videns. Laterza, Roma, 2000.
- SLOTERDIJK, Peter. Regles
pour le Parc Humain. Mille et une Nuits, Paris, 2000
- __________. La Domestication
de l'Etre. Mille et Une Nuits, Paris, 2001
Dr.
Alfredo Troncoso
Director académico de Ciencias de la
Comunicación en la Universidad del Nuevo
Mundo (UNUM) y Catedrático del ITESM
Campus Estado de México, México |