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Por Juan Enrique Huerta Wong
Número 24
Cuando en
mayo de 1997 investigadores nacidos en la década de los 60
se reunieron para compartir experiencias y reconocerse como una
segunda generación del estudio de la comunicación
en México, identificándose a sí mismos como
la Generación McLuhan (Marques de Melo, 1997), también
surgió la necesidad de identificar a una tercera edad entre
los personajes involucrados en la acumulación de conocimiento
en el área1 , estudiantes
de esos profesores de treintaitantos.
El resultado fue
que aparentemente de una forma algo autoritaria, a estos jóvenes
-que, justo es decirlo, se reconocen como generación quizá
por ahora tan sólo a partir del mero nombre-, se les confirió
el nombre de Generación Yoghurt. La primero que diferencia
a esta generación, real o deseada, es que el mote les fue
impuesto, a diferencia de sus profesores McLuhanianos, quienes sintieron
que el tiempo por el que les tocó nacer, correspondiente
al establecimiento de las ciencias de la comunicación como
área de estudio, coincidió y en gran medida obedeció
a las aportaciones del estudioso canadiense.
Este texto tiene
como objeto revisar crítica pero también muy subjetivamente
algunas de las características de esta aún muy emergente
generación partiendo desde una perspectiva en principio más
amplia a la estrictamente académica, tal como proponen Marques
de Melo (1997) y Sánchez Ruiz (1995)2,
hasta llegar a la enumeración de algunos de los problemas
y retos principales que le corresponde abordar. Justo es decir que
el texto, como un rasgo propio de la generación, no se toma
demasiado en serio.
Resulta preciso reconocer
dos grandes sesgos de origen. El primero de ellos es que esta visión
está hecha desde el interior de la generación y por
ende es necesariamente parcial y subjetiva, con la agravante de
la carencia de que, contrario a lo que Fuentes Navarro expone como
deseable, esta discusión no parte, por lo menos no de manera
primaria, del ejercicio de la "autorreflexividad sobre las
prácticas reales y concretas de investigación"
(1997, p. 228). Valga decir aquí que al tratarse de un trabajo
desde y sobre una generación emergente, las "prácticas
reales y concretas de investigación" en las que se apoya
no han encontrado aún las rutas de la publicación
o se encuentran realizándose3.
El segundo es que este texto recupera algunos de los muchos puntos
propuestos sobre todo por Fuentes Navarro (1995, 1996a, 1996b, 1997,
1998, 1999ª, 1999b), pero también por otros autores
de la suya y de la generación McLuhan y casi sin proponer
nada más, los examina a la luz de este grupo emergente. De
suyo quizá esta doble limitación haría innecesarias
estas páginas, sino por la sutil invitación de Nimijean
(1997) a que los estudiantes participen en la discusión de
los procedimientos del conocimiento científico, reconociendo
en principio su posición algo menor ante aquellos actores
ya reconocidos. Es en esta lógica que estas breves líneas
no pretenden convertirse en un Tratado de nuestra generación,
sino, en el no menos ambicioso de los proyectos, introducir una
discusión desde una perspectiva de profesores y estudiantes
si, pero en términos horizontales, democráticos, inteligentes
y no autoritarios, cerrados, verticales.
Entonces quizá
sea necesario plantear en principio algunas preguntas como punto
de partida, ¿cómo podemos definir a la Generación
Yoghurt, cuáles son algunos de los rasgos de su contexto
histórico, que importancia tiene discutir su existencia?,
¿cuál es el escenario que les toca habitar en el campo
académico de la comunicación?, ¿qué
tipo de compromisos ha de enfrentar?, ¿por qué es
posible, incluso deseable, hablar de una tercera generación
de investigación de la comunicación en México?.
Generación Yoghurt: escenario,
retos
Una primera revisión de la literatura respecto al campo académico
de la comunicación4 dificulta
cualquier acercamiento a una definición de la Generación
Yoghurt. El único autor que se encontró documentando
el término fue Marques de Melo (1997) en un trabajo que fue
catalogado como periodístico (Fuentes Navarro, 1997, p. 237).
Partiendo de esa dificultad, valga un ensayo de definición,
siempre incipiente e insuficiente, dados los motivos mencionados
arriba. En principio este texto supone a la generación Yoghurt
como aquella en la que sus componentes nacieron en los setenta,
para distinguirla de la generación McLuhan, nacidos en los
sesenta (Razón y Palabra, 1997, introducción). Por
tanto se trata de jóvenes de edades entre 20 y 30 años,
estudiantes de pregrado y posgrado o profesores noveles interesados
en el quehacer académico y quizá con una formación
doctoral en gestación, ya porque se esté gestando,
ya porque forma sólo parte de sus buenos deseos. Desde otra
perspectiva, supone también la última de la generación
X, aunque el boom tecnológico que la generación Y
parece vivir, los alcanza parcialmente. Otros la llaman La Generación
de la Crisis (Mejía, 1998) y la ubican hasta los 32 años.
Para seguir la lógica de la discusión de Marques de
Melo (1997), el mundo que a lo largo de su crecimiento han observado
estos jóvenes parece ser a grandes rasgos uno donde la guerra
fría fue cuando mucho un muy ajeno emisario del pasado; uno
donde las luchas ideológicas se confundieron con la mezcla
espiritual del New Age; uno donde pocos cuestionan ya el poder de
los medios -en el sentido de la facultad hegemónica de los
medios, no de su capacidad para lograr cualquier efecto fijado-
pero en donde también muy pocos pugnan por alejarse de él;
uno en donde el conservadurismo ha vuelto a imponer su ley paulatina,
silenciosamente, pasada la fiebre de las postrimerías de
la guerra fría, bien representado en nuestro país
con el voto primero y el aplauso callado después a los gobiernos
de la derecha. Siguiendo a Mejía (1998) -y a los recientes
acontecimientos mundiales-, este mundo es uno en donde las luchas
han dejado de ser ideológicas y se han vuelto raciales, religiosas.
Un mundo donde la confusión invade casi todos los escenarios,
en crisis pero globalizados, posmoderno y autoritario, todo junto
y separado al mismo tiempo.
En las ciencias, todo se replantea,
se cuestiona, no sin tropezones y reticencias, pero se duda. En
algunos sectores, la pertinencia de la ciencia misma es sujeta a
escrutinio (Chalmers, 1997). En las ciencias sociales, algunos de
los autores más influyentes exigen revisar la vigencia de
las "disciplinas", una división realizada, según
Wallerstein (1991), bajo criterios de la política liberal
del siglo 19, que por supuesto no toma en cuenta el estudio de la
comunicación social, un área del siglo 20. Sin embargo,
esta revisión, reticente, hecha por quienes fueron educados
bajo esos modelos, tampoco incorpora a nuestra área de estudio,
como muestra la lectura que sobre una discusión reciente
de Wallerstein hace Fuentes Navarro (1998, p. 173). Ya es añeja
la noción de triple marginalidad que Sánchez Ruiz
propuso hace una década (cfr. Sánchez Ruiz, 1995)
y una lectura diferente de los datos aportados por Fuentes Navarro
(1997 y 1996b) sugiere que en el gran escenario de las ciencias
sociales la comunicación es aún vista como una hermana
menor, cuando más.
Resulta interesante observar los
desequilibrios del escenario actual. Siguiendo a Fuentes Navarro
(1996a), los 10 años que siguieron a 1985 registraron un
mayor número de escuelas, estudiantes y egresados que lo
que se había sumado hasta ese año. La lectura del
mismo autor aporta un reflejo de este crecimiento. Aparentemente
la matrícula ha seguido creciendo con la misma velocidad.
El autor documenta primero poco más de 120 escuelas (1996a),
140 después (1996b) y más recientemente 150 (1997),
cifra que coincide con un estudio hecho desde otro lado (Pérez
Dávila, Rodríguez Díaz, Vázquez Vázquez
y Toscano García, 1997). En cualquier caso, estos autores
explican que parece haber más licenciaturas sobre comunicación
ofrecidas en México que no aparecen en los directorios del
Consejo Nacional para la Enseñanza e Investigación
de las Ciencias de la Comunicación -Coneicc-, Secretaría
de Educación Pública -SEP- o la Asociación
Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior
-ANUIES-. De acuerdo con la información limitada de estos
directorios, podemos decir que existen al menos 817 universidades
e instituciones de educación superior, de las que más
del 18 por ciento ofrece alguna carrera en el área de comunicación
(Pérez Dávila et. al., 1997). Para Fuentes Navarro
(1996b, 1998, 1999), existen datos suficientes para asegurar que
de las 10 carreras profesionales de mayor demanda en México,
la comunicación es la que mayor crecimiento reporta.
Este crecimiento cuantitativo, como
también reporta Fuentes Navarro (Cf. el capítulo 3
de 1998, así como 1999b) no ha ido de la mano de un crecimiento
cualitativo. La demanda, reporta Luna (1995) empujó a la
institucionalización y a la sobreoferta, esto aunado a la
condición peculiar de que en México no se necesita
un título -menos aún uno de una universidad exigente-,
para ejercer (Cf. aquí el capítulo 2 de Fuentes Navarro,
1998, así como 1995) prácticamente en ningún
espacio de los tradicionalmente clasificados como correspondientes
al perfil de los egresados de la carrera.
Esto parece reflejarse en el comparativamente
lento desarrollo de la cantidad y calidad del subcampo científico
de la comunicación, que en algunos sentidos parece marcar
un retroceso. De tres posgrados que en comunicación alcanzaban
los criterios de excelencia de la Comisión Nacional para
la Ciencia y la Tecnología -Conacyt- en 1995 (Fuentes Navarro,
1995), para 1999 sólo quedaban dos (Fuentes Navarro, 1997),
los de la Universidad Iberoamericana -Uia- y de la Universidad Nacional
Autónoma de México -UNAM- luego que Conacyt decidió
que la maestría del Tecnológico de Monterrey no cuenta
con suficientes profesores de planta que formen parte del Sistema
Nacional de Investigadores, aparentemente un criterio decisivo (p.
235). Hoy este dato ha crecido, particularmente mediante asociaciones
con otras disciplinas de las Ciencias Sociales. Aunque en los últimos
años ha habido un interés creciente de parte de los
investigadores de temas de comunicación por ingresar al Sistema
Nacional de Investigadores -más o menos correspondido por
este organismo- aún queda pendiente en la agenda de la discusión
la apertura del rubro comunicación en esta nómina
(Fuentes Navarro, 1995, 1997), lo que podría convertir en
un círculo la falta de desarrollo del subcampo, pues muchos
de los 18 investigadores nacionales reconocidos no forman parte
del claustro de los posgrados y cuestionan fuertemente la legitimidad
del único organismo constituido para producir, organizar,
orientar y difundir la investigación de la comunicación
en México, la AMIC (Fuentes Navarro, 1999a). Este escenario
ha hecho, por ejemplo, que a Fuentes Navarro le parezca que el campo
académico de la comunicación se encuentra desarticulado/desestructurado
(cf. 1998), donde su estructuración parece depender mucho
de su postdisciplinarización, que define como un
movimiento a la superación
de los límites entre especialidades cerradas y jerarquizadas,
y al establecimiento [...] de un campo de discursos y prácticas
sociales cuya legitimidad académica y social dependa más
de la profundidad, extensión, pertinencia y solidez de
las explicaciones que produzca, que del prestigio institucional
acumulado por un gremio encerrado en sí mismo (en Fuentes,
1997, p. 221).
La investigación de la comunicación
en México, sugiere en otro trabajo (Cf. el capítulo
3 de Fuentes, 1998), es más una práctica individual,
aislada, quizá por tanto ensimismada, que un conjunto de
quehaceres legitimados en los términos de esta postdisciplinarización.
Aún parece pesar más el prestigio institucional que
confieren, en un círculo vicioso y sólo por dar un
ejemplo, la repetición de los nombres de personas y escuelas
en las máximas cúpulas de la institucionalización
y el campo de la comunicación en México (id). El mismo
Fuentes Navarro da un buen ejemplo de la ausencia de visión
crítica que, sugiere, sostienen frecuentemente los individuos
que ostentan los máximos nombres de la institucionalización
de la comunicación en México:
Cada uno de ellos [los autores
del número 30 de Comunicación y Sociedad], en su
más larga o más corta trayectoria, ha evidenciado
su capacidad no sólo para realizar estudios empíricos
y pertinentes sobre líneas de investigación bien
definidas, sino también su competencia para poner en cuestión,
responsable y críticamente, los esquemas y recursos que
están en la base de sus prácticas... (1997, p. 219).
Desde este escenario resulta pertinente
discutir la noción de una tercera generación de investigadores
en México, recuperando la preocupación de "hacer
sentido sobre la producción del sentido" que de acuerdo
con Fuentes Navarro (Cf. la introducción de Fuentes, 1998,
así como 1999b) es tarea toral para la comprensión
de nuestro quehacer, para que no ocurra, como decía Caletti
(en Diálogos, 31), que sólo podamos explicar a parientes
y amigos el para qué de nuestros quehaceres. So riesgo de
parecer simplistas, quizá podría decirse que toca
a la primera generación la fundación del campo, bajo
los tres modelos fundacionales de escuela de periodistas, filósofos
y científicos sociales que propone Fuentes Navarro (Cf. 1995,
el cap. 2 de 1998, y 1999b); a la segunda generación le corresponde
ubicar las bases de la cientificidad del campo, organizar los quehaceres
educativo y científico, así como determinar la "superación
a los límites entre especialidades cerradas y jerarquizadas",
también terminar con algunas dicotomías de siempre
irreconciliables, como escuelas privadas-públicas, métodos
cuantitativos-cualitativos. Es oportuno decir que así como
los tres modelos fundacionales que de la carrera de comunicación
propone Fuentes Navarro se superponen uno a otro y finalmente se
mezclan, de similar manera estas dos primeras generaciones, aún
en activo y de manera vigente dominantes han participado en todos
estos procesos incluso sin que sean acabados, como es el caso del
fin de las dicotomías. Con todo, quizá podemos ensayar
esta breve mirada si reconocemos que resulta hasta forzado distinguir
generaciones donde quizá sólo exista un camino natural
de acumulación del conocimiento y relaciones de profesores
y estudiantes unidos por preocupaciones de colegas. Valga decir
que, como se ha mencionado arriba, no fue mi generación la
que en principio distinguió estas diferencias y que las preocupaciones
hacia miradas acríticas al interior del campo surgen de los
sectores más reconocidos (Fuentes Navarro, 1999a).
Existen, como documenta Fuentes
Navarro (en el capítulo 3 de 1998), algunas preocupaciones
que de origen se tienen en el campo y otras que han surgido de los
esfuerzos por solucionarlas. En el proceso de constitución
del Coneicc y de la AMIC, se distinguen algunos puntos en común
como promover la infraestructura para la investigación, impulsar
la producción científica mediante publicaciones y
becas, estrechar los lazos internacionales con organizaciones del
área y desconcentrar al campo mediante la regionalización
de los esfuerzos (pp. 173-176). El mismo autor sugiere que algunas
se lograron, otras se intentaron y algunas más quedaron sólo
en buenos deseos. Desde la pugna inicial entre Jara y Rota, la solución
a la problemática trajo consigo la lucha por el prestigio
al interior del campo académico. Esta búsqueda se
convierte en factor desestructurante y establece paradojas. Quien
pugna por una mayor calidad de la cientificidad que permita incorporar
a nuestro país a la lógica del desarrollo del campo
en el plano internacional, termina estableciendo cotos de poder
cerrados, excluyentes y/o abandonando la práctica de la investigación
para dedicarse a labores administrativas, opinan algunos de los
más reconocidos investigadores mexicanos (Fuentes 1999a).
Parece entonces que a la Generación
Yoghurt habrán de heredársele es esfuerzo de las instituciones socialmente dominantes por agotar
las ciencias sociales en nuestro país, se encuentran ya ocupados.
Con todo, lo primero es reconocerse
como generación y ocuparse en este camino. Un aporte significativo
a este dar cuenta de nuestro presente y futuro como generación
lo ha realizado aparentemente la Red de Investigación y Comunicación
Compleja -RICC-, que parece no se ha detenido a observar la formación
curricular de sus miembros, sino sus capacidades y voluntades para
participar en la acumulación de conocimiento en nuestra área,
con algunos resultados ya visibles. La Generación Yoghurt
forma parte importante de La Red, tal como ellos se distinguen,
con más aciertos que errores. En ellos los proyectos regionales
y aún nacionales parecen haberse convertido, con base en
la elasticidad, en una realidad más o menos asequible, variando
el tono según los proyectos de quién o de qué
se traten. Sin embargo, pese a su formación horizontal discursiva,
La Red cada vez más ha tendido a institucionalizarse y a
cerrarse, además de que la adhesión de los Yoghurt
a ella frecuentemente parece haberse efectuado de manera acrítica,
algo que, sugerimos arriba, merma la acumulación en cantidad
y calidad del conocimiento. La discusión interna, madura,
civilizada, no parece ser una de sus características y una
revisión en este sentido quizá les puede ser oportuna.
O quizá, como este texto, su intención sea tampoco
tomarse demasiado en serio.
Esto nos lleva a la proposición
que quiero creer provocadora y que da motivo a este texto. Antes
de enunciarla me gustaría revisar muy al paso algunos de
los retos que la Generación Yoghurt debe tomar más
por herencia que por compromiso voluntario. Éstos tienen
que ver con la definición, de una vez por todas, de criterios
de cientificidad al interior del área. Si bien más
o menos existe acuerdo entre amplias zonas del campo por lo que
es y no es científico, esto no parece alcanzar el grado de
madurez y consenso que han alcanzado otras disciplinas. Muchos de
los más reconocidos autores mexicanos han propuesto la necesidad
de que sea la evidencia empírica y no supuestos sobre los
que se fundamenten argumentaciones epistemológicas (cf. por
ej. Sánchez Ruiz, 1995, Cervantes Barba 1994/1995, Lozano
Rendón, 1996, Benassini, 1994, 1996, 1999, Fuentes Navarro,
1995, 1999b). El punto es que, quizá de manera equivocada,
me parece que si bien son muchos los que han argumentado esto, son
menos los que parecen dispuestos a "la talacha" y aún
menos los que se sujetan al escrutinio público. De hecho,
el formato de artículo (paper) suscrito a revisión
para su publicación en revistas científicas (journals),
que en países con una tradición científica
más sólida goza de la mayor legitimidad como producto
científico por excelencia, sigue siendo poco entendido por
investigadores legitimados (Cf. Zermeño, 2000). Un factor
por el que la Generación Yoghurt gana espacios de discusión
al interior de simposios, encuentros y congresos, es que la enorme
mayoría de los investigadores consagrados prefieren guardarse
sus resultados antes que ventilarlos frente a la masa: el X Encuentro
Nacional Coneicc sugirió que somos pares pero no tanto y
que muchos de los doctores y/o investigadores con cierto reconocimiento
ya no pueden presentar ponencias -que parecería la forma
adecuada de reportar investigación reciente- sino conferencias,
talleres, presentarse libros, darse premios, pero no exponerse a
la muchedumbre si no es para el aplauso. El XI Encuentro Nacional
Coneicc ni siquiera incluyó el formato de presentación
de ponencias arbitradas.
El compromiso de la generación
entonces tendría que empezar con tomar estos espacios que
los profesores e investigadores consagrados han dejado voluntariamente
a un lado y convertirlos en verdaderos foros de discusión
de datos, interpretaciones de algunas realidades e incluso el intento
por teorizar holísticamente a la comunicación, todo
lo cual se ha manifestado siempre en el discurso de las organizaciones
aglutinadoras del estudio de la comunicación en México
(cf. Fuentes Navarro, 1998, cap. 3).
Adonde quiero llegar es que en principio,
la Generación Yoghurt habría de aprender aprendiendo
en por lo menos dos vías. Una relacionada con la acumulación
de todo tipo de conocimiento en el área, la segunda con "la
producción del sentido acerca de la producción del
sentido". Todo tendrá que replantearse, reconstruirse,
mirarse críticamente. Para obtener una luz propia, esta generación
tendría que dejar de sumarse a los grupos del aplauso mutuo
e intentar espacios más allá de los cotos de poder,
como ya proponen algunos de los investigadores de las generaciones
precedentes (Fuentes, 1999a). La búsqueda del espacio internacional
ante criterios legitimadores más allá del reconocimiento
mutuamente ensimismado, cerrado, de algunas de nuestras publicaciones
académicas puede ser una salida, si bien ardua, espinosa.
Esto nos lleva a la necesidad de mirar allende la frontera, asomarse
a los criterios de legitimidad de publicaciones internacionales,
de las decisiones acerca de lo que es o no científico más
allá del teorizaje o peor aún, del nepotismo. La característica
parcialmente tecnificada de esta generación le facilitará
esta internacionalización con más probabilidades que
antes, que hasta ahora ha sido tan sólo aislada (Fuentes
Navarro, 1998, 205).
Con todo, como desde el principio
lo supieron los jesuitas que fundaron la carrera, la tecnología
no basta, ni siquiera parece ser trascendente. Es necesario dejar
de ser complacientes y mirar todo de manera crítica. Muy
recientemente la revista Comunicación y Sociedad ha abierto
un foro de discusión, aún pequeño y cerrado,
pero abierto al debate al fin y al cabo. Esto parece ser un síntoma
de estos tiempos. Y es que, como se ha dicho arriba, aún
los espacios más horizontales como la RICC, se convierten
en foros acríticos de elogio y aplauso mutuo. Un autor de
la RICC ha dicho recientemente que
el punto clave es la pregunta
por la percepción del mundo social por los distintos actores,
y en particular por su aceptación o no de estructuras jerarquizadoras
autoritarias frente a las posibles estructuras democráticas
alternativas (Morales Lira, 1998, p. 245).
Es preciso decir que cuando llamamos
a la necesidad de que la generación se distinga por su capacidad
crítica eso no significa de ninguna manera ser contestatario
de manera sistemática, como bien apunta Fuentes Navarro (1997,
y también en el capículo 3 de 1998), sino la capacidad
de revisar todo en calidad de pares y aún más, significa
sistematizar, haciendo sentido de la producción del sentido,
las maneras en que producimos y compartimos conocimiento, intentar
obtener evidencia de estos cotos de poder que se supone existen
y/o de si el reconocimiento a investigadores y profesores lleva
tras de sí trabajo empírico sólidamente estructurado
o si la conquista del prestigio obedeció más a causas
políticas o administrativas que científicas. Estudiar
al campo desde la percepción de sus actores y fuera de ella,
parece una primera tarea importante y urgente.
Un grito desesperado
80000
En este texto, discursivo y muy
limitado por tanto, se ha intentado una definición parcial,
primera, identificatoria, de la Generación Yoghurt. Revisando
el escenario actual del campo académico de la comunicación
en México se ha dicho que parece pertinente la discusión
de su rol en el subcampo científico a fin de retomar la propuesta
de Fuentes Navarro de "hacer sentido de la producción
del sentido" (1999b). Para ello se han aportado datos para
decir con López Veneroni que este campo se encuentra aún
en emergencia, si bien este carácter parece constante y producto
de nuevas y repetidas crisis (Diálogos, 1991). Se ha planteado
que uno de los principales obstáculos generacionales es la
ausencia de espacios laborales y el descrédito y aparente
inmovilidad de algunas de las instituciones más importantes
del área, así como la presencia, más sutil,
de la triple marginación propuesta por Sánchez Ruiz
una década atrás. Dos son las vías que se han
propuesto como retos principales de la generación, investigación
rigurosa que permita paulatinamente teorización holística
e investigación sobre la investigación, más
sistemática aún, si se puede.
Entonces y sin ánimo de ser
reduccionistas, todo parece simple de origen. La sistematización,
el conocimiento de lo que ocurre al interior del campo académico
probablemente indicará algún rumbo más cierto
de la cientificidad de nuestra área, sobre todo si esta visión
está influida por el panorama internacional y el conocimiento
de lo que en los países que han alcanzado mayor grado de
desarrollo en sus horizontes académicos es legítimo
o no. No se trata de imponer otros criterios jerarquizadores, por
tanto autócratas, sino de que no se avance a ciegas por esos
senderos. Al mismo tiempo, el avance en el rigor científico
podrá, quizá hasta de manera natural, permitir acercamientos
paulatinamente más holísticos, ausencia que tanto
se critica como hemos visto, al interior del campo académico
de la comunicación no sólo en México, sino
a nivel Latinoamérica, toda vez que más o menos las
carencias mexicanas son también las de nuestra región.
A la distancia, sin que tengamos mucho conocimiento de ello, Brasil
parece haber avanzado en esa ruta. La propuesta por el debate en
México sigue siendo novedosa, aún con los valiosos
aportes de teóricos como los, justo es decirlo, superficialmente
revisados en este texto. Si el conocimiento producido es de una
vez sistemáticamente valioso y se difunde en foros más
amplios, su naturaleza facilitará otro tipo de objetivos
planteados también de origen, sobre todo por esta misma AMIC,
tales como los nexos con la sociedad a través, por ejemplo,
de Organizaciones No Gubernamentales y el Congreso de la Unión.
Esto y el reconocimiento de la "gran" comunidad académica
nacional e internacional quizá abra espacios laborales para
aquellos interesados -más capaces en términos científicos
y no políticos- en la acumulación del conocimiento.
Tal es, supongo, uno de los grandes retos de la generación
Yoghurt, esa Juventud en éxtasis que ni lanza Gritos desesperados,
ni se toma demasiado en serio.
Notas:
1
Se utiliza aquí el término "área"
para designar al estudio de la comunicación pero sobre todo
la ausencia de consenso entre los estudiosos del tema, quienes no
parecen estar de acuerdo en si nuestros objetos de estudios son
suficientes para hablar de una disciplina, una ciencia, postdisciplinariedad
o tan sólo convergencias. Para un ejemplo de esta discusión
véase Fuentes Navarro, 1997.
2 Para quien la producción
de conocimiento es "una práctica social, por lo tanto
inmersa en condiciones y mediaciones sociales, culturales, económicas,
políticas, institucionales, etc." (p. 83, subrayado
en el original).
3 Este texto, por ejemplo, resultó
de algunas reflexiones introductorias del estudio "Estructuras
de poder en el campo académico de la comunicación
en Mëxico" que habrían desarrollado profesores
de los departamentos de comunicación del Tecnológico
de Monterrey en Monterrey y Guadalajara. El estudio, como tantos
otros proyectos en el campo, nunca se realizó.
4 En este trabajo ha de referirse
al campo académico de la comunicación como la estructura
estructurante/ desestructurada que parece proponer Fuentes Navarro
(1998), pero en ocasiones también indistintamente con lo
que este mismo autor plantea como el subcampo científico
del área, toda vez que no es a las dimensiones profesional
o educativa a lo que se aludirá con mayor frecuencia, por
no ser ese el objeto de este texto, sino a la colectividad dedicada
al crecimiento del conocimiento al interior de la disciplina (Fuentes,
1995).
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Juan
Enrique Huerta Wong
ITESM,
Campus Monterrey, México |