Por José Luis Campos
García
Número 27
Uno de los principales planteamientos
del enfoque que desarrolla el estudio de la cibercultura establece
que tanto las comunidades virtuales como sus productos simbólicos
no existen en un mundo diferente, sino que se sitúan en el
contexto de las geografías políticas y culturales
de la realidad social.
Este apartado pretende ser una reflexión
acerca de las inéditas relaciones sociales que han hecho
posibles las nuevas tecnologías, en términos de una
serie de ideas sobre formas innovadoras de comunicación,
intercambio cultural, educación, entretenimiento, creación
artística, sexualidad y, en ciertos casos, sobre un nuevo
tipo de proyectos utópicos.
Desde el punto de vista de la cibercultura,
la producción artística para Internet también
se relaciona estrechamente con el debate sobre la comunidad e interactividad
en el ciberespacio. En esta parte se tratará de reconocer
el papel esencial del antagonismo social dentro de la web, y que
en un proceso de enfrentamiento de posiciones políticas y
abierto conflicto de intereses, se genera una gran cantidad de propuestas
comunicativas, las cuales son reflejadas en expresiones artísticas
con sus propias ideas en cuanto a la producción de imágenes
y sonidos.
Aspectos teóricos sobre
los estudios tecnoculturales
Iniciemos con una breve reflexión
sobre la manera en que se puede investigar el carácter cultural
de la comunicación digital.
Entre los elementos metodológicos
que podrían ser pertinentes para construir un objeto de estudio
social en el campo de las tecnologías de información,
Michael Menser y Stanley Aronowitz distinguen (1996: 31) tres nociones
metodológicas para la localización y el cuestionamiento
de lo tecnológico:
- Ontológica: ligada a lo
que en esencia es la tecnología. Los autores proponen una
teoría de la complejidad en la que la tecnología,
la ciencia y la cultura se mezclen en un continuo, de modo que
todos los objetos son, en grados variables, el resultado de las
tres.
- Pragmática: lo que hacen
las tecnología como servomecanismos; y
- Fenomenológica: cómo
afectan las tecnologías a nuestra experiencia en aspectos
que no se limiten a las cuestiones de la función, sino
a las de la situación.
Así pues, los artefactos
digitales de comunicación pueden ser localizados desde estas
tres nociones para su estudio, pero haría falta una perspectiva
que descubra el lado humano de las prácticas comunicativas.
David Bell es uno de los autores dentro de la cibercultura preocupado
por esta cuestión.
Con respecto a las dimensiones que
abarcan hoy en día los estudios sobre la relación
entre cultura y tecnología, David Bell ha establecido (2000a:
1) tres dimensiones de las construcciones tecnoculturales: hardware
(máquinas), software (programas) y wetware (humanos), pero
precisa que es necesario considerar también el lugar de la
imaginación y la representación, uso y valor cultural,
y enfocar nuestra atención más sincera a las interacciones
humanas con las cuales (y al interior de ellas) emergen estas formaciones
ciberculturales.
En esta perspectiva, estamos más
a favor de una lectura cultural de la comunicación en Internet,
la cual nos permita aproximarnos a esas interacciones humanas que
hay detrás de tantos ordenadores interconectados. La conectividad
parece ser que se ha convertido en una de las características
medulares de la cultura postmoderna.
Sobre los aspectos culturales más
relevantes para el debate actual sobre la cultura postmoderna, Mike
Featherstone ha enfocado y resaltado (2001) algunos puntos importantes
sobre la postmodernidad. Entre ellos la discusión sobre si
puede existir una "sociología postmoderna" o alternativamente
una "sociología del postmodernismo". El autor sugiere
que ésta última se ajustaría mejor, dado que
la noción de "sociología postmoderna" presumiría
que ha tenido lugar un corte radical desde una "sociología
modernista". Featherstone niega que exista semejante discontinuidad
radical entre lo "moderno" y lo "postmoderno".
Mas bien hay elementos y temas importantes de continuidad, que necesitan
una exploración adicional. Featherstone sostiene que una
"sociología del postmodernismo" necesita dirigirse
al menos hacia tres areas de estudio:
- Los cambios que han ocurrido
en la arena artística y en la arena intelectual de la sociedad.
- Los cambios que han ocurrido
en la producción, circulación y diseminación
de los bienes simbólicos.
- Los cambios ocurridos en las
prácticas diarias de los grupos/clases sociales que apuntan
hacia nuevas formas para significar sus estatus y posiciones en
la sociedad.
La estetización de la
vida diaria a través de la comunicación
De las continuidades modernas
que en la postmodernidad han encontrado su plena consolidación
destacan las extensas redes y sistemas de comunicación que,
por medio de la tecnología, hace que fluyan más rápidamente
los significados y los bienes culturales. La proximidad que hoy
tienen algunos productos simbólicos permite que actualmente
nos encontremos ante fenómenos culturales híbridos
en donde se entrelazan distintos campos de conocimiento como la
ciencia, el arte y la vida cotidiana. Existen algunas expresiones
artísticas, como el cine y la música, que pueden hacer
que converjan la vanguardia política, la cultura popular,
las tecnologías y la industria del entretenimiento.
Acerca de las implicaciones que
conlleva la desmesurada producción cultural que genera la
sociedad moderna, Mike Featherstone argumenta (2001) que el curso
que lleva occidente es el proceso social de estetización
de la vida diaria. Este proceso involucra los siguientes aspectos:
- El crecimiento y desarrollo
de "subculturas artísticas" que buscan romper
las barreras entre "arte" (en el sentido tradicional)
y "vida cotidiana". El autor pone de ejemplos al dadaísmo
y al surrealismo de la década de 1920s y 1930s. Pero podemos
añadir los movimientos del Arte Pop y otras expresiones
contraculturales de finales de los sesentas.
- Convertir la vida diaria en
una obra de arte. En esto Featherstone recurre al ejemplo de The
Bloomsbury Group así como de otros como Baudelaire, quien
tomó la postura de que los más grandes bienes en
la vida son las emociones personales, los afectos y los placeres
estéticos.
- El rápido flujo de signos
e imágenes que saturan la construcción de la "vida
diaria". Featherstone sostiene que el concepto marxista del
capitalismo moderno fundado en el "fetichismo de las comodidades"
continúa siendo aleccionador en el siglo XXI, pues por
lo visto estamos siendo, como nunca antes, dominados por una "cultura
de consumidor".
La cibercultura como campo de
investigación
Aquí hablaremos
sobre cómo podría enfocarse un estudio social de la
comunicación en el campo de la cibercultura.
El autor Arturo Escobar ha formulado
(2000: 65) algunas preguntas clave para la investigación
social en la cibercultura: ¿Qué nuevas formas de construcción
social de la realidad, y de negociación de tales construcciones,
están siendo creadas o modificadas?; ¿Cómo
se socializa la gente a través de su experiencia desarrollada
en los espacios construidos por las nuevas tecnologías?;
¿Cómo se relaciona la gente con sus tecno-mundos?;
Si la gente se ubica de manera diferente en estos espacios construidos
(de acuerdo a su raza, género, clase social, localización
geográfica y capacidades físicas) entonces: ¿Cómo
es su experiencia en esos espacios diferenciados?; ¿De qué
modo son interpretados esos espacios?; y finalmente, ¿Es
posible dar cuenta de la multiplicidad de prácticas vinculadas
a las nuevas tecnologías en varios escenarios sociales, regionales
y étnicos?
Todavía hace falta mucha
investigación para responder a profundidad estos cuestionamientos.
Por lo pronto David Bell nos habla (2000b: 627) de que las discusiones
de la cibercultura tienden a enfocar escalas espaciales particulares;
en un extremo la escala del cuerpo y en el otro extremo la escala
de lo global. Ambas pueden considerarse en general las categorías
de mayor interés para el estudio de la cibercultura.
Existen otros elementos de reflexión
que ha incorporado el ciberespacio a la relación entre tecnología
y prácticas culturales. Barbara Kennedy nos dice (2000: 15)
que el ciberespacio es la zona de la cibercultura, en la medida
que también es un espacio mental. Más que una herramienta
para examinar nuestro sentido de la realidad, el ciberespacio es
una interfase entre el ser humano y el ordenador, pero también
es un espacio para las construcciones mentales.
Así como las matemáticas,
la música y el mito se mueven en los espacios mentales de
la cultura, el ciberespacio es explorado y procesado por la mente.
Recordemos que el espacio de la mente puede ser un lugar para el
fortalecimiento subjetivo, el placer, el juego y la conexión
creativa. Por lo tanto los elementos relacionales entre humano,
máquina y naturaleza, son la clave para comprender el el
curso que están tomando las prácticas comunicativas
en la red.
Panorama general de las prácticas
culturales en línea
En la cibercultura tienen
cabida todo tipo de prácticas, la mayoría de ellas
ligadas a la comunicación. Aquí revisamos los alcances
y problemas que tienen algunas de las prácticas más
representativas.
Sobre las prácticas culturales,
cotidianas o especializadas, que alientan los nuevos dispositivos
de la información, Susan Leigh Star expone (2000: 635) que
la expansiva y casi omnipresente presencia de toda clase de las
tecnologías de información interconectadas, ha levantado
serios cuestionamientos sobre dónde se vive y se trabaja.
Hoy es posible comunicarse a distancia
desde terminales u ordenadores domésticos si el trabajo implica
entrada de datos, escritura o tareas técnicas que pueden
ser hasta cierto grado tratadas. Además de esto, existen
muchos recursos para la enseñanza, ya sea la navegación
o la interacción en tiempo real mediante sistemas de conferencia
(además de otras configuraciones de software y hardware)
difuminando así las fronteras del salón de clases
tradicional. En el trabajo de alta tecnología el proceso
de producción puede estar repartido a través de continentes,
en la medida en que las especificaciones están remitidas
de un sitio a otro y los componentes configurados de acuerdo al
baremo de las economías globales.
La música en Internet también
es un producto cibercultural. Y preguntándonos sobre si son
compatibles los fundamentos de la música con las bases de
la tecnología digital de información, la gran cantidad
de bienes musicales que circulan en le ciberespacio confirman dicha
compatibilidad. Nicholas Negroponte ha subrayado (1995: 222) que
uno de los hechos más importantes de la vida digital se revela
al observar la estructura de las señales, y de cómo
fueron generadas. Podemos ir más allá de la apariencia
superficial de bits y descubrir las bases de donde provienen la
imagen, el sonido o el texto. A este respecto dentro del paradigma
digital fueron creadas especificaciones como el ASCII para la escritura
en ordenadores o el sistema MIDI para la comunicación entre
dispositivos digitales de música.
Existe un sinnúmero de ejemplos
de creaciones culturales cuyas bases se asientan en codificaciones
de diversa naturaleza. De hecho, la misma partitura musical es una
representación todavía más compacta y de baja
resolución y por lo tanto con mayor facilidad de transmisión
en los medios electrónicos.
Por otra parte existen otro tipo
de prácticas ligadas al sonido como el intento de hacer hablar
a un ordenador. Nicholas Negroponte se refiere (1995: 174) a que
el ordenador puede producir habla de dos formas: reproduciendo una
voz grabada previamente o sintetizando los sonidos de letras, sílabas
o quizás hasta fonemas. Cada sistema tiene sus ventajas e
inconvenientes. La producción de habla es similar a la de
la música: se puede almacenar el sonido (como en un CD) y
reproducirlo, o se puede sintetizar para reproducirlo a partir de
las notas, como hace varios sintetizadores digitales.
Al lado de sus ventajas los bienes
ciberculturales también pueden generar problemas a sus usuarios,
algunos de ellos ocasionados por el exceso de información.
Entre el tipo de problemas que puede
generar la abundancia de información en Internet, Lluis Codina
explica (2000: 136) un fenómeno que suele ocurrir en la comunicación
web y que forma parte ya de la cibercultura. Se trata del denominado
"desbordamiento cognitivo", es la otra cara de la moneda
de la navegación. Se trata de una sensación psicológica
que afecta al usuario de un documento hipertextual cuando se siente
incapaz de procesar toda la información que pone a su alcance
el sistema de navegación del hipertexto. Dicha sensación
surge de la incapacidad del usuario de recordar todas las bifurcaciones
que el sistema le ha ido proponiendo a lo largo de su recorrido,
así como la real imposibilidad física de explorar
todos los niveles y caminos que el hipertexto implica.
Por otra parte esa incapacidad puede
ser resultado de una defectuosa estructuración del material
informativo que constituye el hipertexto. El intento de lectura
del documento en cuestión puede, eventualmente, provocar
una cierta sensación de ansiedad como efecto inmediato del
desbordamiento cognitivo, derivando en el desinterés por
la lectura de tal documento.
Las comunidades virtuales
¿Qué importancia
puede tener el estudio de las comunidades virtuales? Sobre este
asunto Arturo Escobar señala (2000: 64) que la aparición
de las comunidades mediadas por el ordenador es uno de los dominios
claves de investigación antropológica en la cibercultura.
Aquí se incluirían las tan referidas comunidades virtuales
o también llamadas nuevas aldeas de actividad al interior
de culturas cibernéticas más amplias.
El análisis antropológico
en esta área puede ser crucial no sólo para comprender
lo que son estas nuevas aldeas y comunidades sino, de igual importancia,
para imaginar el tipo de comunidades que los grupos humanos son
capaces de crear con la ayuda de tecnologías emergentes.
Entre los precedentes que existen
de la noción de comunidades virtuales, Michael Ostwald hace
mención (2000: 660) de que el ascenso de las tecnologías
virtuales es una natural extensión de la forma en que los
espacios arquitectónicos comunales urbanos del siglo XX integraban
ya ambientes virtuales. Obras como las galerías o el primitivo
Matrix son ambientes en los cuales la percepción sensorial
ha sido erosionada y entonces el espacio creado puede solamente
describirse como virtual. Tales espacios están vinculados
y definidos no a través de tecnología sino a través
del modo en que las comunidades se forman e interactúan dentro
de ellos.
Para aproximarnos a las principales
características de las comunidades virtuales conviene mirar
algunos apuntes de Michele Wilson. Este autor especifica (2000:
647) que las comunidades virtuales se forman y funcionan al interior
del ciberespacio, siendo éste el espacio existente dentro
de las conexiones, redes y sistemas de las tecnologías de
comunicación.
Muchos escritores han presentado
a estas comunidades como nuevas formas excitantes de interacciones
humanas, las cuales ponen en libertad al individuo de las limitaciones
sociales de la identidad corporal y de las restricciones del espacio
geográfico. Estas comunidades equilibran desigualdades mediante
la sustracción de estructuras jerárquicas incorporadas
y promueven un sentido de "fraternidad interconectada"
entre sus participantes activos. Las comunidades virtuales por lo
tanto se sitúan como el compendio de una forma de comunidad
postmoderna dentro de la cual la multiplicidad de individualidad
es resaltada y la diferencia prolifera sin inhibiciones del exterior,
especialmente de las estructuras sociales.
El surgimiento de esta nueva forma
de relación social ha suscitado preguntas de todo tipo. En
este punto trataremos de responder a dos cuestiones que suelen plantearse
constantemente: ¿una tecnología digital como Internet
destruye o construye comunidades? y ¿cómo se describiría
una comunidad en la era digital?
Para hallar la respuesta mencionemos
algunas ideas de Ananda Mitra, quien apunta (2000: 677) que mientras
existen enfoques que han defendido la idea de que Internet es un
foro para la producción de comunidad, muchos otros estarían
en desacuerdo, arguyendo que por las misma naturaleza de la tecnología,
el uso del monitor y el teclado de un ordenador, la participación
a través de Internet se convierte en una actividad individual
donde el "toque humano" suele ser débil. De hecho
se puede argumentar que semejante humanización podría
detractar la noción de comunidad porque no resultaría
ética a la manera en que hemos sido enseñados a pensar
las comunidades.
Este tipo de argumentos son centrales
para los tecnófobos quienes han argumentado que la tecnología
es deshumanizante y en consecuencia la aplicación de la tecnología
afectaría gravemente la cultura y la vida diaria de la gente.
No obstante es verdad que cada invención y adaptación
tecnológica, desde el fuego a Internet, a transformado el
modo en que los humanos se relacionan unos con otros y en la manera
en que forman sus comunidades.
En consecuencia, resulta relativamente
difícil (y quizás infructuoso) llegar a una descripción
definitiva de la comunidad porque ella misma es un constructo provisional
que cambia de significado en la medida en que también evolucionan
las nuevas tecnologías de comunicación.
Aproximación a las relaciones
virtuales entre individuos
Llegó el momento
de referirnos a las cuestiones y problemáticas que se plantean
para las relaciones humanas, ante el hecho de que existe una preferencia
cada vez mayor por los contactos virtuales más que por los
contactos reales; una paradoja más de nuestra cultura postmoderna.
Sobre este tema Gareth Branwyn plantea
una serie de cuestionamientos importantes (2000: 402): ¿Qué
impacto tendrán todas la formas de relación mediadas
por el ordenador sobre las relaciones cara a cara, mientras que
las comunidades virtuales desarrollan un más amplio espectro
de posibilidades de interacción?, Mientras un mayor número
de gente emplea cada vez más cantidad de su tiempo en el
ciberespacio y gradualmente llega a identificarse más con
sus constantes relaciones ciber-construidas, ya no físicas:
¿las fronteras entre lo real y lo imaginario tendrán
menos significación práctica?, ¿es esta línea
de cuestionamientos todavía relevante?
En la medida en que estamos inmersos
más profundamente en la complejidad de los mundos artificiales
del ciberespacio: ¿qué nuevas formas íntegras
de interacción y de hábitat pueden desarrollarse?
¿Qué sexualidad enfocaría una experiencia sexual
en línea que se mueve completamente afuera de las viejas
nociones de lo corporal y lo orgásmico?, ¿esto trascendería
las fronteras del encapsulamiento en el cuerpo y entraríamos
en algún nuevo reino donde uno pueda despojarse completamente
de su cuerpo?
Pero, ¿hasta qué punto
resulta reprobable el hecho de preferir un encuentro online que
un encuentro cara a cara? Mike Featherstone al referirse (2000:
611) a los intercambios abstractos que tienen lugar en la comunicación
mediada electrónicamente, cuestiona que mientras que uno
podría apresuradamente condenar tales relaciones como despersonalizantes
puede argumentarse que tales prácticas habilitan el impedimento
de ser identificado, por ejemplo, como una persona entrada en años.
Además proporciona un grado de control sobre el flujo del
intercambio en el tiempo de respuesta y en la forma para emitir
una contestación, algo con lo que se pueden encubrir defectos
en la capacidad de comunicación directa.
Al enviar un fax o una carta, o
trasmitir un e-mail a un ordenador personal, el alcance estigmatizante
de la desigualdad social (género, origen étnico, edad,
clase social, etc.) no se hace inmediatamente obvia como en el caso
de los encuentros directos cara a cara (aunque eso no significa
que haya sido eliminada). No obstante, mientras uno pueda deleitarse
en la libertad que se desprende de la pérdida de encuentros
físicos cara a cara y de la capacidad de escapar de la horda
de juicios sobre los hábitos, estatus, capital y fortaleza
física de la persona, existe siempre el peligro del descubrimiento
o del encuentro con la persona real corpórea detrás
del texto o de la voz.
Lo que debemos asumir es que, en
contra de lo que normalmente se afirma, nunca se borra la identidad
cultural de una persona cuando entra a la web. Al respecto Lluis
Codina advierte (2000: 86) que una de las ideas más irracionales
acerca de las autopistas de la información, es aquella que
afirma que los individuos que utilizan Internet pierden sus intereses
básicos y pasan a formar parte de una especie de comunidad
electrónica idílica donde todas las cosas se hacen
desinteresadamente y donde no hay ninguna clase de intereses y,
por esto, tampoco contradicciones económicas, políticas,
nacionales ni sociales. Lo cierto es que al entrar en las autopistas
de la información, las personas no abandonan sus intereses
básicos, ni pierden su identidad de clase ni su identidad
cultural.
La interacción en línea
de los colectivos sociales
Constantemente se cuestiona
sobre si los nuevos medios fomentan o entorpecen la convivencia
colectiva.
En relación a esto Michele
Wilson ha dicho (2000: 644) que en una era en que la gente tiene
una mayor capacidad para estar interconectada mediante la ayuda
tecnológica de la comunicación, a través del
espacio y del tiempo como nunca antes en cualquier otro punto de
la historia, el individuo postmoderno de la sociedad occidental
contemporánea se siente paradójicamente cada vez más
aislado y está en búsqueda de nuevos caminos para
comprender y experimentar significativos sentimientos colectivos.
En esa búsqueda cabe preguntarse
constantemente sobre cuál es la base fundamental de la comunicación
actual entre distintas colectividades y por qué un gran número
de individuos continúan sintiéndose solos.
Derrick de Kerckhove nos habla (1999:
25-26) de que la conectividad es esa condición tecnológica
y cultural que permite que un mínimo de dos personas se pongan
en contacto entre sí, por ejemplo, conversando o colaborando.
El autor aclara que la conectividad es un estado humano muy similar
al de la colectividad o al de la individualidad, sólo que
la tecnología hoy en día hace explícita y tangible
esta condición natural de la interacción humana en
un entorno artificial idóneo: la red.
La red es el medio de conexión
por excelencia. Los procesos de información y la organización
social que nacen de la red, están interconectados pero son
individuales al mismo tiempo. Además de esto la red permite
y alienta la entrada de los individuos dentro de un medio colectivo.
Es esta cualidad colectiva lo que mantiene conectada y da sentido
a la red. La no necesidad de una ubicación física
concreta para formar parte de un colectivo humano, es uno de los
aspectos más innovadores de la comunicación web.
Existen cambios fundamentales en
la manera en que se concibe ahora la ubicación espacial de
las comunidades ante la gran movilidad simbólica y cultural
que sugieren los medios digitales. De Kerckhove escribió
(1999: 190-191) que a partir del desarrollo de las redes y de la
conectividad han nacido nuevas metáforas tecnológicas,
que afectan a nuestra cotidiana percepción espacial y temporal.
Las principales tecnologías
de comunicación hasta ahora solían afectar nuestra
percepción del entorno en términos de tamaño,
perfil, textura y, desde luego, sus límites. El campo de
la literatura y el mundo editorial crearon una conciencia de "nación"
y la necesidad de especificar y controlar sus barreras "naturales",
al exteriorizar y centrar su atención en los idiomas locales
en forma visual. Los medios electrónicos han tendido a destruir
estas barreras y así expandir la presencia de las representaciones
mentales a otros espacios. La televisión, por ejemplo, hace
tiempo empezó la "planetización" de la conciencia
al hacer que su audiencia tuviera acceso directo a varias partes
del mundo. Lo que la conectividad de las redes está añadiendo
a todas estas influencias precedentes de los medios es la oportunidad
de que los espectadores participen y abandonen el papel de espectadores
pasivos.
De la migración digital
a la migración conceptual
Las nuevas tecnologías
de la información han hecho posible la emergencia de nuevos
escenarios de significación. Entre los fenómenos más
interesantes que se han suscitado en ese proceso, es la manera en
que la migración digital de los medios ha afectado a la retórica
de los gobiernos sobre la información e identidad nacional.
Diferencias conceptuales como público / privado están
siendo reformuladas, entre muchas otras cosas.
En relación a esta cuestión,
Jon Stratton ha lanzado la afirmación (2000: 728-729) de
que la interactividad generalizada en Internet plantea una amenaza
a la distinción entre información pública (compendiada
en la noción de objetividad periodística) y opinión
personal, una distinción central a la formación de
una comunidad imaginaria de una nación-estado democrática.
Ello se debe a que cualquier persona, con la aptitud y el acceso
suficiente, puede tener hoy en día espacio para ofrecer sus
propias perspectivas en cualquiera de la gran variedad de foros
que conforman el ciberespacio.
No obstante, en los recientes años
ha habido dos tendencias en el desarrollo de medios de información
que han comenzado a reestructurar el esquema medios masivos / audiencia.
La primera es el movimiento hacia la multiplicidad de canales hecha
posible por la propagación de la televisión por cable.
Esto ha guiado la televisión hacia la transmisión
tipificada y a la problematización general de la categoría
de "medios masivos". La segunda tendencia se mueve hacia
un gran incremento de interactividad. Su alcance va desde el uso
de sistemas VCR para el pago por evento y, eventualmente, la capacidad
de ordenar por carta los programas que el telespectador quiere ver.
En relación a ambas tendencias,
Internet ha marcado una modificación cualitativa. Internet
es un vector más en el flujo global de significados que ha
logrado modificar hasta cierto punto la retórica de la nación-estado:
de la homogeneidad al multiculturalismo.
La concepción "ciborg"
como dimensión política de la cibercultura
¿Qué es
lo que ocurre con nuestro cuerpo como consecuencia de nuestra diaria
relación con máquinas de comunicación? Para
contestar a esta pregunta nos remitimos a la noción de la
conciencia "ciborg" desarrollada por la autora feminista
Donna Haraway. Ella ha externado (2000: 313) que "la cultura
de la alta tecnología desafía algunos dualismos de
la tradición occidental de manera intrincada. No está
claro quién hace y quién es hecho en la relación
entre humano y máquina". No está claro lo que
es mente y lo que es cuerpo dentro de las máquinas que logran
soluciones mediante prácticas codificadas.
Haraway ha desarrollado desde el
feminismo la noción "ciborg" como una forma de
conciencia política para romper con la literalidad de los
discursos binarios y concebir un mundo más plural. "Cyborg"
es la contracción de dos palabras: "Cybernetic organism"
y se refiere a un híbrido de máquina y organismo humano.
Haraway enarbola la conciencia "ciborg" irónicamente
como un mito político que funciona ideológicamente
y simbólicamente para dislocar definiciones epistemológicas
que sirven al poder. Se trata de un intento metafórico para
generar un pensamiento liberador.
En la actualidad y dada la naturaleza
de las tareas que realizamos, podríamos encontramos a nosotros
mismos en camino para convertirnos en "ciborgs", entes
híbridos. Hasta el momento nos conocemos a nosotros mismos
a través de dos vías simultáneas: el discurso
formal y la práctica diaria, pero hay momentos en que ya
no distinguimos esa diferencia. Los organismos biológicos
se han convertido en sistemas bióticos, dispositivos de comunicación
como si fuesen otros artefactos. Para Haraway no hay una separación
fundamental ontológica en nuestro conocimiento formal como
máquina y como organismo, como instrumento técnico
y como cuerpo orgánico. Tales distinciones se disuelven en
el pensamiento "ciborg".
Sobre cómo se propiciarían
nuevas formas de control social desde las plataformas digitales,
David Tomas hace referencia (2000: 179) a la noción "ciborg"
y asegura que la tecnología y la ingeniería genética
son los puntos nodales de la interacción humana. Por lo tanto
no es de sorprender el descubrir que las relaciones e identidades
son constantemente negociadas a través de una sofisticada
cultura tecnológica que a su vez funciona como un rito de
transición hacia la gradual transformación del organismo
humano en una identidad ciborg. Es un rito de transición
engranado a la creación de poderosos colectivos tecnológizados
de ciborgs transorgánicos, construidos desde una bases de
datos de personalidades.
Esta perspectiva tan crítica
de la fusión máquina-humano, nos invita a mencionar
el pensamiento crítico que se ha desarrollado desde la cibercultura
sobre los medios digitales.
Como en toda sociedad, en el ciberespacio
existe todo tipo de posturas y distintos grados de radicalismos.
Sobre uno de los temas más polémicos como es la reglamentación
de redes nos gustaría preguntar si ¿debe ser rechazado
de principio todo intento de regulación del ciberespacio?
En relación a esto último
Tiziana Terranova reflexiona (2000: 278) que si la comunicación
electrónica puede convertirse en una nueva y más competente
forma de ciudadanía, entonces las condiciones que producen
al ciudadano de Internet no pueden ser infravaloradas. La autora
señala que el proceso de regulación del ciberespacio
no debería se rechazado, como si fuera una apropiación
externa, si se considera que existen sectores con principios espontáneos
y genuinos interesados en la regulación.
Terranova menciona que a cierto
nivel la retórica activista se ajusta con aire de suficiencia
con las no reconocidas y voluntariamente ignoradas contradicciones
de la red, afectando a la más radical de las comunidades
virtuales; y añade que el apreciado sueño de Haraway
del "ciborgismo" fue colocado contra un orden económico
político y social, cuyo carácter monstruoso necesitaba
desesperadamente del exorcismo de una posible imaginación
utópica.
Críticas a la idea de
comunidad virtual
En el ámbito de
los enfoque críticos el ciberespacio brinda innumerables
ejemplos, ya que la red desde sus inicios ha sido el universo propicio
para los debates. Uno de las discusiones apuntan justamente a cuestionar
la existencia de las comunidades virtuales y el papel político
de las tecnologías digitales de la información. Empecemos
por mencionar la perspectiva de un célebre activista de los
años sesentas: Timothy Leary.
Afirmando la existencia de modelos
de comportamiento dentro de la cibercultura, Timothy Leary afirma
(2000: 530) que en la civilización de la información
/ comunicación del siglo XXI la excelencia creativa y mental
se ha convertido en la norma ética. El mundo se ha vuelto
demasiado dinámico, complejo y diversificado, demasiados
entrecruzamientos vinculados por la mediación global de la
comunicación moderna, con la única idea de seguir
confiando en el comportamiento que te permite ser exitoso.
Como en toda formación social
comunitaria existen todo tipo de interpretaciones críticas
sobre la vida en la pantalla.
Arthur Kroker es otro autor que
asegura (1996: 198) que en Internet se pone en práctica la
subordinación a los intereses comerciales predatorios de
una clase virtual (los grandes conglomerados de la comunicación,
la informática y la telemática), la cual está
dedicada a acabar con la anarquía en la red a favor del intercambio
comercial virtualizado. Para este autor la superautopista digital
es una gran aventura inmobiliaria en forma cibernética, en
la que están en juego los derechos sobre propiedad intelectual,
acechados por un gran número de tecnologías multimedia
de comunicaciones.
Kroker afirma que la clase virtual
avanza en su intenso y compulsivo esfuerzo para subordinar la sociedad
a la mitología telemática de la superautopista digital.
Prueba de ello es que para la clase virtual los contenidos rebajan
la velocidad de los intercambios virtualizados y el significado
se convierte así en una contradicción antagónica
de los datos. Si gradualmente se niegan las demandas de significados
y contenidos, entonces la red terminaría por convertirse
en otro medio estrecho de transmisión.
Finalmente quisiéramos anotar
que Carlos Marx (Kroker 1996: 198) fue el primero en entender que
cada tecnología genera posibilidades opuestas tanto para
la emancipación o para la dominación. En este sentido
aún podemos percibir en el ciberespacio el movimiento de
comunidades humanas que impiden nuestra cooptación como servomecanismos
de una red cibernética (o autopista digital) al servicio
de alguna clase virtual privilegiada.
Referencias
bibliográficas:
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Lic. José Luis Campos
García
Universidad de Sevilla, España |