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Por Miguel Vázquez
Liñán
Número 27
Hace ya mucho tiempo que
había pensado escribir este artículo, pero el momento
en el que decidí que no podía seguir retrasándolo
fue hace unos meses, al entrar en una librería de Moscú...
Miento, en varias librerías del centro de Moscú.
En todas ellas colgaban enormes
carteles (y pequeños, y medianos, y calendarios y postales,
y...) de Vladímir Putin, el flamante presidente de la nueva
Rusia. Putin con la bandera, Putin enfundado en un kimono, luciendo
su cinturón negro (el mito del hombre fuerte, más
ruso que las matrioshkas...), Putin con la familia, Putin
hombre de estado, etc. Y claro, las comparaciones son odiosas, pero
en mi cabeza saltó instantáneamente la visión
de esos mismos carteles con las fotografías de los diferentes
secretarios generales del Partido... Sí, del Partido Comunista
de la Unión Soviética. De nuevo el culto a la personalidad
que, si bien nunca desapareció, ahora se hace patente sin
escatimar en medios y muy... a la soviética.
Vladímir Putin ha decidido
volver a lo que conoce en lo que a construcción del estado
se refiere: mientras menos enemigos... mejor. Esto, en lo que a
comunicación se refiere, significa centralización
de la propaganda y control de los medios de comunicación.
Lo puede hacer,... lo está haciendo.
No tardó mucho en eliminar
a los dos magnates de los medios de comunicación que
no quisieron sumarse a la línea presidencial (por lo visto
no llegaron a un acuerdo): Boris Beresovsky y Vladímir Gusinski,
ambos exiliados en este momento tras algunos sinsabores con la justicia
rusa. Con estos dos empresarios fuera de juego, la mayoría
de los medios de comunicación nacionales (especialmente la
televisión) quedaban en manos de personajes afines al gobierno.
Los ciudadanos rusos con ganas de
contrastar fuentes, de conocer otras visiones de lo que pasa en
su propio país y en el resto del mundo, lo tienen cada vez
más difícil. Internet, y el acceso a la prensa extranjera
son una salida (de minorías, no nos engañemos) y algunas
honrosas excepciones dentro de la prensa rusa como Moskovskie
Novosti o Ezhenedelnaia gazeta, otra de las posibilidades.
La democracia dirigida de Putin ha ido arrinconando a los
periodistas opositores, que salen de un medio y entran en otro que
suele tener los días contados y muchas dificultades para
encontrar apoyo.
No es extraño que un antiguo
espía de medio pelo con una experiencia política muy
limitada tienda a imitar modelos anteriores, sobre todo si el resto
del mundo no abre la boca sobre el particular. Europa critica con
la boca pequeña y EEUU, con Bush a la cabeza, ha encontrado
un aliado con el que se entiende a la perfección: dos mediocres
queriendo hacer Historia... No debe engañarse el ranchero
tejano: su amigo sigue manteniendo un discurso diferente, según
éste esté dirigido hacia el exterior o el interior
de su país. El 15 de mayo de 2001 el diario El País
publicaba estas dos noticias: "La OTAN y Rusia crean un
Consejo de Cooperación para enterrar la Guerra Fría"
y "Nuevo Pacto de Varsovia de Rusia y cinco países
ex soviéticos". La primera hacía alusión
a la creación del Consejo OTAN-Rusia, un foro en el que los
19 miembros de la Organización del Tratado del Atlántico
Norte y Rusia hablarán al mismo nivel, aunque Rusia no tendrá
derecho al voto (juntos, pero no revueltos). Es decir, se daba un
paso más en la luna de miel que Estados Unidos y Rusia viven,
sobre todo tras el 11 de septiembre, fecha en la que los dos presidentes
comenzaron a hablar sin tapujos el mismo idioma: "Estás
conmigo o estás contra mí".
Por otra parte, la segunda noticia
se refería a la fundación, por iniciativa rusa, de
un nuevo bloque militar "en lo que parece ser una respuesta
a la inminente expansión de la OTAN a Estonia, Letonia y
Lituania"1. La alianza,
firmada, además de Rusia, por Armenia, Bielorrusia, Kazajistán,
Kirguistán y Tayikistán, era una buena forma de contentar
a la cúpula militar rusa, que influye extraordinariamente
en el presidente y que no está nada entusiasmada con el acercamiento
a Occidente. Pero Putin le quitaba hierro al asunto: el nuevo organismo
"no está dirigido contra nadie en concreto, sino contra
la amenaza que hoy enfrenta al mundo"2
...
Y es aquí donde entramos
en el tema estrella: la amenaza que hoy enfrenta el mundo no es
otra que la del terrorismo internacional, una denominación
que George Bush le puso en bandeja de plata a su colega ruso para
definir lo que estaba ocurriendo en la gran espina que tiene clavada
Rusia: la guerra de Chechenia. La cosa está clara: todos
los líderes europeos han condenado el terrorismo internacional
y se han cuidado mucho de definir qué es exactamente (no
vaya a ser que no coincidan...). Cada país, por lo tanto,
llama terrorismo internacional a lo que le parece, pero cuando llevas
ese estigma encima te conviertes en maldito. Putin lo ha hecho con
Chechenia. En una campaña de propaganda bastante tosca, el
presidente ruso no se cansa de repetir que Rusia está a la
vanguardia de la lucha antiterrorista, que lo lleva haciendo desde
hace años en Chechenia y que, pobrecito, nadie lo entendía.
Ha buscado pruebas de las relaciones de los guerrilleros
chechenos con Al Qaeda y se ha adjudicado, sobre todo a nivel interno,
gran parte del mérito de la victoria de la civilización
contra el terrorismo internacional.
Esta excusa le ha servido al gobierno
ruso para continuar su política de limpieza en Chechenia,
uno de esos conflictos de los que el mundo se ha olvidado, mirando
hacia otra parte ante una visión tan espantosa. La primera
guerra de Chechenia (1994-1996) tuvo la oposición de gran
parte de la población rusa y de los medios de comunicación.
La segunda, que comenzó en 1999 y llevó al poder a
Putin, contó con un apoyo (inicial, ya no es lo mismo) mayor
debido a unos atentados que dejaron más de 300 víctimas
en Moscú y que fueron adjudicados, sin ninguna prueba convincente,
a guerrilleros chechenos.
El gobierno ha hecho todo lo posible
porque los medios de comunicación no pudiesen informar libremente
de lo que está pasando en Chechenia, sacándose de
la manga disposiciones de todo tipo para impedir el paso a los informadores
a territorio checheno.
Por encima de todas las triquiñuelas
legales, y la enorme cantidad de legislación inoperante articulada
sobre la marcha, en la práctica, la restricción de
los derechos de los profesionales de la información en Chechenia
se está llevando a cabo de una forma muy censurable, usando
el mecanismo de la acreditación. Según se entiende
en la "Ley de Medios de Comunicación" (27-12-1991),
la acreditación está destinada a facilitar el establecimiento
de oportunidades adicionales para que los periodistas gocen de mayores
facilidades para acceder a la información. La falta de acreditación
no puede servir, por tanto, para restringir los derechos de los
periodistas para el libre desarrollo de su trabajo, a no ser que
haya otras restricciones específicas establecidas por la
legislación federal.
El gobierno ruso se sacó
de la manga unas "Normas de acreditación", que
son, sobre el papel, las que regulan el acceso de los periodistas
a la zona del conflicto. El hecho verdadero es que regulan, no tanto
el proceso legal de acreditación por un órgano estatal,
como las condiciones para informar dentro de un territorio que forma
parte de la Federación Rusa (Chechenia). Y estas condiciones
son, con mucho, más restrictivas que las fijadas en la Ley
de Medios de Comunicación, que niega la necesidad de acreditación
para la actividad periodística dentro del territorio de la
Federación Rusa (artículo 48, partes 3 y 4).
Por si todo esto fuera poco, el
sistema deja de ser operativo desde el momento en que representantes
del Estado han permitido entrar a territorio checheno a muchos periodistas
sin acreditación, y no lo han hecho con otros que sí
la tenían.
El punto 13 de las normas prohíbe
a los periodistas viajar a Chechenia por su cuenta, y entrevistar
a militares sin permiso de los centros de prensa y estructuras militares
rusas, incluso si el periodista está acreditado. Con acreditación
o sin ella, la actividad periodística en Chechenia está
prohibida si no se forma parte de un grupo oficial.
El punto 14 estipula que un representante
de los medios puede ver revocada su acreditación, si distribuye
información que desprecie de algún modo el
honor y la dignidad del ejército o que falsee el desarrollo
de las operaciones antiterroristas llevadas a cabo en el Cáucaso
Norte.
Desde el comienzo de la campaña
chechena, los periodistas han tenido serios problemas para conseguir
información de la zona en conflicto. El 1 de octubre de 1999,
una Resolución del gobierno creaba el Russian Information
Center, con la colaboración de todas las grandes agencias.
El objetivo de este centro es el de servir de fuente de información
principal (una información que, por supuesto, es previamente
censurada por militares y funcionarios del Estado).
La orden gubernamental que Vladímir
Putin sacó adelante el 20 de enero de 2000, creó el
puesto de Ayudante del Presidente, entre cuyas funciones está
la de coordinar la información generada por las autoridades
que toman parte en la campaña del Cáucaso, y la cooperación
con los medios de comunicación.
Sergei Yastrzhembsky ocupó
este puesto, y una de sus primeras actuaciones fue la de promulgar
las ya citadas "Normas de acreditación", que dieron
como resultado el estado perpetuo de semilegalidad en el que los
profesionales de la información han trabajado y trabajan
en Chechenia.
Estas normas, que desde luego son
propias de una guerra, y no de una "operación policial
antiterrorista" (como Putin no se cansa de nombrar a la guerra
de Chechenia), permiten a los periodistas tomar parte en la cobertura
de la campaña militar en Chechenia, "sólo si
están incluidos en el grupo formado por el Aparato en acuerdo
con los jefes de las estructuras de poder rusas y el United Military
Group en el Cáucaso Norte". Un periodista puede
hacer fotografías o filmar en las zonas de batalla y asentamientos
militares "sólo bajo la protección y control
de los representantes del ejército de la Federación
Rusa". Como ya hemos dicho, las normas prohíben también
a los periodistas viajar de forma independiente a Chechenia.
Con estas reglas del juego, sobra
decir que la libertad de movimientos para los periodistas en Chechenia
está bastante restringida. Sin acreditación, está
totalmente prohibida la presencia en Chechenia, lo que ha sido conformado
por las numerosas detenciones de periodistas sin acreditación.
El caso más famoso fue el de Babitski, el periodista de Radio
Liberty que, tras haber sido atacado continuamente por las autoridades
rusas bajo la acusación de haberse vendido a los "bandidos"
chechenos, permaneció secuestrado, presuntamente por estos
mismos "bandidos" durante varios meses. El secuestro terminó
con un oscuro intercambio de prisioneros, en el que el periodista
fue usado de moneda de cambio. Nada quedó resuelto (como
tantas otras cosas en esta sucia guerra), la "investigación"
se cerró antes de comenzar, y Babitski permanece en un discreto
silencio desde entonces.
Ante esta situación, no cabe
duda de que la información sobre la guerra de Chechenia que
recibían todas las redacciones del mundo era deficitaria
y, por supuesto, sesgada. La imposibilidad de trasladarse a Chechenia
con las mínimas garantías de volver vivo a casa, hizo
que la búsqueda de otras fuentes de información llevase
a los informadores a Internet, convertida así en "fuente
de fuentes".
Y esta situación se completa,
para tener la estampa completa, con una campaña de demonización
del checheno y alabanzas a la nobleza del pueblo ruso (que sin duda
existe, pero no de la forma patética y maniquea de la propaganda
del gobierno). En este ambiente surgen películas como Voiná
(La Guerra) del director ruso Alexéi Balabánov. En
el filme se cuenta como un soldado ruso (Iván, interpretado
por Alexéi Chádov) que ha luchado en Chechenia y que,
de vuelta a casa, decide volver al frente para ayudar a John, un
británico que tiene a su novia secuestrada por chechenos.
John paga por sus servicios a Iván, pero éste, bondadoso,
repartirá luego lo ganado. Además, el británico
no saldrá bien parado tampoco, ya que usará la triste
historia para grabar un documental con el que hará mucho
dinero... En fin: el occidental materialista, el checheno malo y
el ruso noble... El panfleto está servido. Y para que no
quede ninguna duda sobre quién es el malo, la película,
con grandes dosis de acción, no escatima medios de sangre,
cabezas cortadas, mutilaciones varias y antisemitismo, que no podía
faltar... muy a la Spilberg en Salvar al Soldado Ryan (por
cierto, otro panfleto propagandístico donde aparecen todos
los complejos históricos del director norteamericano). Mientras,
su director, jura y jura que no hay ideología, que cuenta
las cosas como son...
La película, como no podía
ser de otra forma, ha recibido las alabanzas de personajes como
Nikita Mijailkov, el famoso director de cine, defensor (últimamente)
de causas zaristas, ortodoxas y de grandeza rusa en general... Le
viene de familia. Su padre fue el autor de la letra del himno soviético
(loas a Stalin incluidas). Este himno, que desapareció de
la vida pública por decreto de Yeltsin, ha sido recuperado
por Putin. De nuevo el himno de los soviets suena en el Kremlin
(otro símbolo, ¿no?... aunque yo también me
quedo, musicalmente, con el soviético...) y... ¿a
que no saben quién ha escrito la letra del nuevo himno?
¡El papá de Nikita otra vez! Nonagenario, pero en forma
el señor. Y es que claro, aunque sólo fuera por decencia,
había que quitar algunas partes de la letra antigua...
He tratado en este artículo
simplemente expresar mi preocupación por el estado en que
los medios de comunicación (entendiéndolos en su sentido
más amplio) se encuentran en Rusia. Obviamente quedan medios
que se han salvado de la quema y que denuncian a diario la precaria
situación del pluralismo informativo en Rusia. Pero es más
preocupante aún, que un estado debilitado recupere un nacionalismo
ruso decimonónico, cambiando al partido por la Iglesia Ortodoxa
(me quedo con el Partido) e introduzca esta forma de ver las cosas
en la educación (hay nuevos libros de Historia... algunos
terribles), el cine, la TV... y los medios en general. Volvemos
a tener la propaganda a la soviética en pie de guerra. Pero
en los puestos callejeros de venta de música suena con fuerza
renovada Vladímir Vysotski, un extraordinario cantautor muerto
en 1980 que contó, mucho mejor que yo, todas estas cosas.
Notas:
1
El País, 15-05-2002
2 Ibídem.
Dr.
Miguel Vázquez Liñán
Tecnológico de Monterray,
Campus Guadalajara, Jalisco,
México |