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Por Alejandro Ocampo
Número 29
Imposible es pensar sobre
democracia sin contemplar a la comunicación política.
Abiertamente criticada por algunos, secretamente usufructuada por
otros, la cuestión es que se trata de un fin claramente imprescindible.
La piedra angular de la democracia
es, sin lugar a dudas, la comunicación. No se puede explicar
la participación ciudadadana sin un efectivo proceso comunicativo
que supone algo más que un intercambio de información,
pues las posibilidades para que ese intercambio se dé, se
han ampliado significativamente y es precisamente aquí donde
el reto se hace grande y a la vez se fragmenta. Si el ciudadano
democrático se caracteriza por ser historicamente activo
y selectivo para la construcción de sus visiones, la comunicación
política no puede conformarse con ofrecerle tan sólo
una inserción en algún diario nacional o un espacio
en horario estelar en medios electrónicos, sino comprometerse
con ese ciudadano de manera integral.
El fácil encontrar el porqué
a muchaz críticas a ultranza a la comunicación política,
no hay que olvidar que en nuestra larga historia y tradición
latinoamericana, ésta no ha sido requerida, ni siquiera imaginada.
El mejor ejemplo de esta situación lo reflejó de manera
excepcional el agudo escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias
con su "Señor Presidente" ¿para qué
tenemos que comunicar al ciudadano si la política del terror
y alabanza lo hace obediente a los excelsos designios del Señor
Presidente? Más aun ¿Por qué tenemos que comunicarle
si el Señor Presidente en su infinita sabiduría y
gran visión de estadista todo lo sabe? Mas aun ¿A
quién tenemos que comunicarle?
El Señor Presidente lo puede
todo, no puede haber mayor persuasuón que la desaparición,
no puede haber mayor acercamiento que la persecusión, no
puede haber mayor conocimiento que el espionaje. Así pues,
pensar hoy en la comunicación política es trascender
al espacio físico, pues supone, por una parte, la construcción
de un Estado y de un proyecto de nación y por otro, la formación
cada vez más sólida de ciudadanos que, siendo plenamente
cosncientes de su situación, se ubican interdependientes
y efectivos constructores de éstos.
Bajo la premisa de "es lo que
nos merecemos por tontos o incultos, ya que eso no es comunicación",
las recientes campañas electorales en todos los países
son criticadas por propios y extraños. Desde Goebbels, hasta
Gubern, sin olvidar a Lippman y por supuesto a Habermas ni a Althusser,
la comunicación política ha sido siempre centro del
debate en torno a un tema cargado de connotaciones negativas: la
manipulación.
Si los aportes teóricos recientes
en comunicación aluden a una audiencia activa y a modelos
de comunicación mucho más complejos que el simple
estímulo-respuesta de la fiebre positivista de inicios del
siglo XX, la comunicación política debe adecuarse
al tiempo y al momento actuales, ser contemporáneos de sus
contemporáneos. Por otra parte, con nuevos actores y herramientas
sobre la mesa, tales como imagen pública, encuestas, popularidad,
nuevas tecnologías de información y comunicación
y metodologías cualitativas, la comunicación política
se vuelve forzosamente interdisciplinaria, lo cual le obliga a desprenderse
de la arrogancia que a la larga terminará por volverla caduca
en fines y medios. El ganar una elección no puede ser el
único objetivo, ni su única utilidad.
Si los partidos políticos
son un mal necesario, la comunicación política puede
ser el analgésico menos malo.
Muchas gracias a Fernando Mendoza
por esta edición.
Un abrazo.
Alejandro
Ocampo
Director de Razón y
Palabra. |