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Por Hugo
Aznar
Número 40
Los
profesionales representan el sujeto cualificado encargado de la
realización de los medios, una cualificación oportunamente
avalada mediante la preparación y formación correspondientes.
Son ellos quienes están especialmente obligados a conocer
los aspectos valorativos y normativos de la actividad comunicativa,
así como también a tener una especial sensibilidad
acerca de los efectos derivados de su actividad, tal y como han
podido ser acreditados ya a través de una larga experiencia
histórica de actividad mediática y de estudios sobre
ésta. De modo que si bien los destinatarios y aún
más los empresarios de la comunicación tienen su parte
fundamental de responsabilidad, es evidente que quien ha estudiado,
se ha preparado y ejerce como sujeto cualificado de la actividad
comunicativa es el profesional de la comunicación. Es él
quien debe conocer cosas como la historia de la importancia creciente
de los medios en nuestras sociedades, los peligros de su uso propagandístico,
los posibles efectos de la violencia en las pantallas, la influencia
de determinados titulares o imágenes, lo que son la agenda-setting
o el efecto werther, y un largo etcétera más
de cuestiones que forman parte de sus estudios. A partir de este
conocimiento y de la especial sensibilidad que se les supone, los
profesionales deben asumir la responsabilidad principal en la defensa
de los valores de la comunicación social. Frente a las exigencias
económicas (del empresario y de otros profesionales que concurren
a la actividad de los medios) y además de las cuestiones
tecnológicas (que también deben conocer), el profesional
es quien está llamado a incorporar, a través de su
labor cualificada, los aspectos normativos a la comunicación
social. Los aspectos éticos de la comunicación deben
entrar en el proceso productivo de los medios gracias a los periodistas,
mediante su cualificación y preparación teórica
y su compromiso y experiencia prácticas.
Y es obvio que para que los profesionales puedan introducir en su
actividad dichas pautas morales deben conocerlas y estar sensibilizados
hacia ellas. Lamentablemente esto no siempre ocurre o cuando menos
no en la medida que sería deseable. Todavía muchos
profesionales de los medios –y no siempre precisamente entre
los niveles menos cualificados o de menor experiencia– ignoran
o pasan por alto estas cuestiones. Y, lo que quizás es peor,
entre los propios estudiantes de periodismo no siempre se da el
interés que sería deseable hacia estas cuestiones.
Todo esto produce una cierta contradicción práctica:
la eficacia última de los códigos éticos depende
en gran medida del compromiso efectivo de los profesionales y si
son ellos los primeros en dudar de su eficacia y no esforzarse por
conocerlos y llevarlos a la práctica, entonces estos mismos
profesionales están contribuyendo a que realmente sirvan
de poco.
A comienzos de año estará disponible una nueva recopilación
de códigos de ética periodística para profesionales
y medios de comunicación (H. Aznar: Ética de la
comunicación y nuevos retos sociales. Códigos y recomendaciones
para los medios. Barcelona, Paidós, 2005) La recopilación
reúne recomendaciones y pautas éticas propuestas en
la última década y media por diversos colectivos y
entidades, como el Consejo Audiovisual de Cataluña, la FAPE,
Reporteros Sin Fronteras, el Instituto Oficial de Radio y Televisión
Española, la Unión de Periodistas Valencianos, etc.
Los códigos y recomendaciones se agrupan en torno a tópicos
informativos de gran actualidad e interés y proporcionan
criterios para su mejor abordaje ético, lo cual los diferencia
de los otros códigos más generales del periodismo,
en los que se plantean sus normas básicas y comunes (Aznar,
1999; Villanueva, 1996 y 1999). Entre los tópicos informativos
considerados están catástrofes y tragedias humanitarias,
inmigración, racismo y xenofobia, corresponsales en situaciones
de riesgo, terrorismo o violencia doméstica contra mujeres.
La recopilación de los documentos va acompañada de
una Primera Parte en la que se hace una valoración de lo
que estos documentos pueden representar para los medios de comunicación
y el periodismo del siglo XXI. También se repasan allí
las razones (históricas, económicas, tecnológicas
y sociales) que han llevado a que el debate sobre la ética
de los medios se haya reabierto en las sociedades occidentales en
este cambio de siglo, cuando parecía un tema relativamente
clausurado. Pero no sólo se ha abierto, sino que lo ha hecho
con inusitada fuerza, dejando de ser un preocupación exclusiva
de las organizaciones de medios y de periodistas y pasando a ocupar
y preocupar a un buen número de colectivos y agentes sociales
de todo tipo. Así, se plantea la importancia creciente de
los medios de comunicación y cómo influyen cada día
más y en más ámbitos de la vida de nuestras
sociedades, lo que hace no sólo oportuno sino imprescindible
plantearse los criterios éticos que deben guiar de algún
modo su actividad, así como la responsabilidad que todos
tenemos a la hora de que tales criterios se apliquen.
Pero si todos compartimos esta responsabilidad de mejorar día
a día nuestros medios de comunicación, no hay duda
alguna también de que son los estudiantes y futuros profesionales
de la comunicación los que están llamados a conocer
y aplicar las recomendaciones éticas contenidas en estos
documentos. Por ello mismo también se consideran las razones
que a menudo hacen que los estudiantes del periodismo (o lo que
es lo mismo, los futuros profesionales de los medios) no presten
a los códigos éticos de su futura profesión
toda la atención que merecen. En lo que sigue recogemos,
con algunas variantes, las razones presentadas ahí, con el
ánimo de que conociéndolas nos resulte más
fácil también modificarlas.
Así, para comenzar, es frecuente, con ocasión de coloquios,
mesas redondas o encuentros, o simplemente con motivo de discusiones
en el seno de las redacciones, que los periodistas más veteranos
pongan en duda la utilidad de los códigos afirmando que no
sirven para nada. Si los más jóvenes escuchan esto,
no nos debe extrañar que se refuerce su falta de interés
o su escasa confianza en la utilidad de estas iniciativas. Y es
precisamente esta falta de confianza la que les acaba restando gran
parte de su posible eficacia.
A estas razones también se une la mentalidad de nuestro tiempo.
Así, la tendencia –que, como rasgo típico de
nuestras sociedades, es prácticamente común a todas
las profesiones– a valorar por encima de todo las reglas de
tipo técnico y las habilidades y conocimientos de carácter
tecnológico. Muchos estudiantes –en correspondencia
con esta mentalidad de la sociedad a la que tratan de incorporarse–
consideran que para ejercer una determinada profesión es
suficiente con este tipo de conocimientos técnicos. Por el
contrario, los contenidos de carácter más general
o humanísticos, e incluso hasta los aspectos normativos y
valorativos de su propia actividad suelen ser vistos como algo poco
útil o relevante en su formación1.
Si falta este interés y esta motivación, entonces
la lectura y la asimilación de un documento ético
sobre su actividad tiene muy difícil competir con, por ejemplo,
la presentación de un nuevo programa de ordenador, un nuevo
tipo de cámara o una novedad de Internet.
Por último, a todo esto se suma que muchos de los estudiantes
de las Facultades de Comunicación a mitad de sus estudios
ya han realizado prácticas en empresas y medios de comunicación
de todo tipo. Con ello adquieren una temprana referencia de la forma
en la que se trabaja y actúa en los medios. De este modo,
el estudiante recibe mensajes contradictorios entre el aula de la
Universidad, por una parte, y las conductas y las rutinas que observa
en las redacciones, por otra. Y puestos a elegir, es lo que se afirma
en el aula lo que parece poco práctico o necesario para trabajar
en la redacción como periodista. Con ello, se produce una
singular inversión del punto de vista de los estudiantes
de las Facultades de Comunicación: en vez de aprender en
las aulas cómo deben ser los medios y tratar de cambiarlos,
los estudiantes aprenden cómo se actúa en los medios
y entonces cuestionan lo que se les enseña en las aulas.
Olvidan entonces que quiénes han elaborado y realizado tales
documentos son también periodistas, profesionales en activo
con experiencia, dedicación y entrega hacia su actividad,
e interés por estas cuestiones; y no los docentes
de las Facultades, que nos limitamos a transmitirlos y ponerlos
en su conocimiento.
Todo lo dicho contribuye en definitiva a que la receptividad hacia
estos documentos y sus propuestas no sea todo lo buena que cabría
esperar entre los estudiantes y los profesionales del periodismo.
Afortunadamente sin embargo, las cosas están cambiando. Se
reconoce así cada vez más que los aspectos éticos
y normativos del ejercicio profesional son fundamentales para la
actividad comunicativa; incluso a la hora de vertebrar efectivamente
la profesión periodística y garantizarle el estatus
y el reconocimiento que merece. A partir de este cambio de actitud
se reconoce entonces la importancia de considerar estos aspectos
como una parte esencial más de la formación y el bagaje
de todo profesional de la comunicación. Algo que ya quedó
claramente apuntado en su día con la aprobación, en
1992, del primer código ético del periodismo español,
el del Colegio de Periodistas de Cataluña, en cuya Introducción
se lee:
En
su condición de actores principales del ejercicio de un
derecho fundamental, del que son depositarios todos los ciudadanos,
los profesionales de la información deben desarrollar su
función atendiendo al doble compromiso de la responsabilidad
derivada de su importante tarea y del mandato de su propia conciencia,
de acuerdo con el ordenamiento constitucional y los principios
deontológicos de la profesión periodística.
(v. código completo en Aznar, 1999: 189 y ss.)
Compromiso profesional y efectividad de los códigos
La responsabilidad de los profesionales es en este sentido singular
y de especial relevancia. El profesional de cualquier actividad
tiene la exigencia moral de prepararse adecuadamente para ejercer
su actividad, así como de mantener al día esta preparación
mediante su reciclaje continuo. Es precisamente esto lo que le cualifica
para ejercer como tal profesional. Ahora bien, esta cualificación
no deriva exclusivamente del conocimiento de los aspectos técnicos
o tecnológicos de su actividad. Una parte más de ella
es su conocimiento de los aspectos normativos que son de
aplicación en su actividad. Su cualificación le exige
por tanto conocer la existencia y sobre todo el contenido concreto
de aquellos documentos que recogen las exigencias éticas
y normativas de su actividad. Y siempre, es evidente, con el objetivo
último de tratar de hacer efectivas sus recomendaciones en
la práctica.
Obviamente, este nivel de exigencia varía: es máxima
cuando se trata del conocimiento de las normas jurídicas
que regulan su actividad y de los códigos deontológicos
fundamentales de su profesión, aquellos que, como decíamos,
recogen las obligaciones esenciales del periodismo. También
es fundamental que conozca los documentos de autorregulación
vigentes en su medio o que éste haya podido suscribir. Y
finalmente está la exigencia de conocer y poner en práctica
las recomendaciones que vayan dirigidos a mejorar el ejercicio de
su actividad en cualesquiera aspectos éticos relevantes y
sobre cualesquiera tópicos informativos a los que el profesional
pueda verse enfrentado en su práctica diaria.
Esta exigencia se hace especialmente efectiva durante el período
académico de preparación para el ejercicio profesional,
de manera que familiarizarse con el contenido de estos documentos
éticos debe ser parte esencial del currículo
académico de los futuros profesionales. De ahí la
importancia de contar en los Planes de Estudio de CC. de la Comunicación
con una materia específicamente dedicada a estas cuestiones
éticas, además de la propiamente jurídica.
Ciertamente, los Planes de estudios de comunicación de la
mayoría de las universidades españolas cuentan con
una asignatura específica de ética y deontología
de la comunicación. Sin embargo, incomprensiblemente si tenemos
en cuenta todo lo dicho hasta ahora y todos los documentos recogidos
en estas páginas y en otras recopilaciones, hay Universidades
que no recogen esta materia en su Plan de estudios o que le conceden
un lugar muy secundario, de manera que los estudiantes de estos
Centros salen si haber tenido noticia ni conocimiento de ninguno
de los códigos éticos de su profesión, ni de
los códigos generales ni de los especializados.
En todo caso esta exigencia de conocimiento y aplicación
de los códigos se hace efectiva –y con mayor fuerza
perentoriedad– durante el ejercicio profesional mismo, ya
que es en ese momento cuando el profesional debe aplicar en su actividad
las recomendaciones contenidas en estos documentos. En este sentido,
es fundamental que el profesional mantenga contacto con las organizaciones
colectivas de su profesión, ya que son éstas las que
deben hacen un esfuerzo permanente por dar a conocer entre sus miembros
este tipo de aportaciones éticas, a través de su difusión
mediante los boletines y publicaciones internos con que suelen contar,
a través de seminarios y encuentros periódicos en
los que presentarlos, ponerlos en común y discutirlos, a
través de estudios en los que evaluar la eficacia de su aplicación,
etc. En todo caso, el deber de formación permanente exige
que el profesional conozca todas estas iniciativas éticas,
tanto más si se refieren al ámbito especializado de
actividad. De este modo, la actualización de la capacitación
de los profesionales no debe limitarse a los avances técnicos
o las nuevas tendencias de su actividad, sino que debe extenderse
igualmente a los aspectos éticos.
Son estas iniciativas las que deben contribuir a que las recomendaciones
de los códigos éticos del periodismo sean una parte
más del contenido teórico y práctico de la
formación y el modo de entender el ejercicio activo de cualquier
profesional de los medios. Su presencia y reconocimiento habituales
constituyen el primer paso para su eficacia posterior. Este primer
paso no garantiza el logro del segundo y por tanto el éxito
de la aplicación de las recomendaciones contenidas en los
códigos, pero lo que es absolutamente seguro es que la aplicación
de los códigos no puede en ningún caso darse si previamente
no son conocidos y respetados por toda o una gran parte de la profesión
periodística.
Notas:
1
Por cierto que esta escasa receptividad hacia los aspectos normativos
de la profesión y por tanto hacia los códigos éticos
del periodismo también se da entre bastantes docentes de
las propias Facultades de Periodismo, que o bien se formaron en
un momento en que este tipo de iniciativas no eran bien vistas o
tenían poca relevancia, o bien las han percibido como una
interferencia de otras áreas o disciplinas –como la
ética o el derecho– en los planes docentes de las licenciaturas
de la comunicación. Afortunadamente esta situación
también está cambiando mucho en estos últimos
años.
Referencias:
Aznar,
Hugo (1999): Ética y periodismo. Códigos, estatutos
y otros documentos de autorregulación. Barcelona, Paidós.
––– (2005a): Comunicación responsable.
Barcelona, Ariel, 2ª ed.
––– (2005b): Ética de la comunicación
y nuevos retos sociales. Códigos y recomendaciones para los
medios. Barcelona, Paidós.
––– y E. Villanueva (eds.) (2000): Deontología
y autorregulación informativa. Ensayos desde una perspectiva
comparada. México, Fundación Manuel Buendía
y Universidad Iberoamericana.
Blazquez, N. (2002): La nueva ética en los medios de
comunicación. Problemas y dilemas de los informadores.
Madrid, BAC.
Escobar Roca, G. (2002): Estatuto de los periodistas. Régimen
normativo de la profesión y organización de las empresas
de comunicación. Madrid, Tecnos.
Kapuscinski, Ryszard (2002): Los cínicos no sirven para
este oficio. Sobre el buen periodismo. Barcelona, Anagrama.
Suárez Villegas, J. C. (2001): Principios de ética
profesional. Madrid, Tecnos.
Villanueva, E. (1996): Códigos europeos de ética
periodística. Fundación Manuel Buendía
y Centre d'Investigació de la Comunicació, México.
––– (1999): Deontología informativa.
Códigos deontológicos de la prensa escrita del mundo,
México y Santa Fe de Bogotá, Universidad Iberoamericana
y Pontificia Universidad Javeriana.
Hugo
Aznar
Profesor de Ética Pública y Ética del Periodismo
de la Universidad Cardenal Herrera CEU, Valencia,
España. |