|
Por Juan Carlos Bonilla
Número 40
En las entrañas de los sueños
se esconden realidades dispersas en un mundo fantasioso donde todo
es posible, pero existen dos tipos de sueños fáciles
de diferenciar. Todo aquel que ha tenido la virtud de soñar
y despertar realmente afectado o alterado por la profundidad e intensidad
de su sueño, puede dar un amplio testimonio de la diferencia
de estos sueños, o hay una pesadilla endemoniada que hace
a uno levantarse de aquel profundo letargo con la sensación
de que nada pudo haber sido mas aterrador que aquellos cortos y
a la vez enormes minutos de fantasía, pero que a la vez provoca
una sensación de paz y tranquilidad el saber que todo fue
una gran y poderosa mentira, o, regresa de un sueño dulce
y armónico en el cuál todas nuestras grandes fantasías
se hacen realidad y el despertar resulta una tortura, sobre todo
por querer continuar en aquella realidad fresca y totalmente sensible.
En las pesadillas encontramos demonios producto
de nuestra imaginación tan extraños que semejan una
mala jugarreta de William Blake, o encontramos monstruos imprecisos
producto de una broma de la debilidad de nuestro inconsciente, y
es así que en una noche podemos morir acuchillados por nuestro
propio padre, violado por el sacerdote de la iglesia o traicionado
por aquel amor pasajero que juraríamos que es el idóneo
y perfecto en aquellos días de somnolencia. También
podemos caer en agujeros sin fondo, de edificios inmensos e interminables,
podemos ser golpeados por una mano invisible e inmisericorde, ser
producto de torturas psicológicas sin piedad alguna y ver
morir frente a nuestros ojos a personas amadas en el mejor de los
casos, y al final de todo esto, despertar sudando frío todavía
con la sensación en la nariz de aquel terrible olor a sangre,
punzante y compañero de todo el resto del día, pero
con la alegría de saber que todo al fin y al cabo fue un
sueño absurdo y vacilante.
No hace falta describir la dulzura de un buen
sueño, entre risas y caricias todos hemos despertado con
aquella sensación de haber besado a una bella mujer, de haber
sentido el poder de viajar por los aires con el simple poder de
nuestra mente, de haber gozado de los placeres más íntimos
de la piel, haber tenido un banquete espléndido lleno de
manjares, y en la mente retorcida de alguno que otro desequilibrado,
el de haber matado a algún animal enfermo o el haber retorcido
el pezcueso de alguna estrella del deporte, pero al fin y al cabo
los placeres individuales son eso, personales, únicos e íntimos,
así que cada quien pude soñar y gozar lo que se le
de la gana, y despertar con un buen sabor de boca y siempre con
la vaga e irónica sensación de bienestar y la impúdica
frustración del saber que tan solo fue eso, un sueño.
Todas las personas tenemos las maravillosa posibilidad
de dormir y soñar, por que queriéndolo o no, es un
escape a nuestra realidad más inmediata, a nuestras reales
y únicas frustraciones de una vida fragmentada, cotidiana
y automática frente a un modelo de vida occidental y mediatizada.
Pero no es mal intencionada, y no por eso errónea la afirmación
de que no todos poseen la trágica, heroica, redentora, maldita,
pero sobre todo paradójica y traicionera posibilidad de soñar
despiertos. Aquella capacidad de ahondar en nuestros más
apasionantes deseos, de navegar en un mundo rosa despegado completamente
del suelo y liberar el alma en un suspiro inevitable mientras comemos,
manejamos, viajamos en transporte público, pintamos, escribimos,
cantamos, bailamos y sentimos que el mundo a nuestro alrededor no
existe o simplemente sale de una pintura surrealista y benevolente.
Pero he aquí el problema máximo de aquellos que solemos
soñar despiertos. Los sueños despiertos, indudablemente
son bellos, las pesadillas no existen aquí, pero son peores
y potencialmente más fatídicas cuando despertamos,
por que son en el momento de soltar el lazo del sueño despierto,
son reales y no vienen ni de la imaginación ni del subconsciente,
ellas vienen del mundo real, de la conciencia de despertar y saber
que estamos siendo engañados por el mayor traidor y enemigo
de nuestra dulce y natural forma primaria del ser, nosotros mismos.
Inspirados por un valor ajeno a toda disposición
autónoma, existen exploradores intensivos del mundo de los
sueños, cazadores incansables de aquella vida entre nubes
y espejos de color, personas que no solamente sueñan despiertos
cuando se encuentran en una profunda soledad, sino que en su vida
cotidianamente social, construyen personalidades de ensueño
alojadas en carne y hueso ubicadas en el común denominador
sensorial, lo que quiere decir que en su trato cotidiano con las
persona, suelen imaginar, inventar y hasta idealizar características
de personas que aunque no se conozcan del todo, se juega una apuesta
a un ideal estándar de humanidad.
Estas personas son fáciles
de encontrar, y son comunes en la literatura, ya que son proyecciones
de mentalidades un tanto desubicadas, existencialistas y con críticas
y percepciones poco ortodoxas. Milán Kundera le llamo Teresa
a una de ellas en La insoportable levedad del ser, en donde
Teresa ejemplifica perfectamente la manera de vivir en la levedad
de un mundo de sueños despiertos, e interpreta el mundo visto
desde el cielo y los golpes de caer de nubes más allá
de una realidad absurdamente dura. Otro de ellos es el personaje
protagonista de Niebla de Unamuno. El mismísimo
lobo estepario en aquel libro que lleva su mismo nombre, y por último
como ejemplo, la caída de Fausto frente al abandono del sustento
de sus sueños y la maldad de la pesadilla de Mefisto. Este
tipo de personas tienen algo en común, sus intervalos de
sueño despierto, y sus contactos con la realidad vienen en
intervalos irregulares de tiempo. Sus horas de sueño son
igualmente irregulares e impredecibles, como puede haber días
que duerman durante horas y horas, como puede ser que el insomnio
se apodere de ellos durante semanas. Son personas propensas a la
depresión, por lo que su estado de ánimo oscila entre
el eros y el tanatos.
Cuando un arquitecto construye
un sueño, corre el riesgo de ser derrumbado al igual que
un rascacielos hecho de azúcar, sin embargo su adicción,
o su profesión es en sí misma su forma de vida, no
tiene manera de escapar, y es aquí donde entran los conflictos
y las depresiones, el conflicto de la esquizofrenia del héroe
trágico. No hace falta decir que se piensa en morir, cuando
se ha condenado a uno de la manera más cruel a vivir con
la gente en su indómita alegría, que como ya lo ha
dicho Alberto Cortés, se esfuerza el insulto arrogante de
la palabra idiota. Y bueno, a la memoria del siglo de oro de la
literatura española: … y en el mundo en conclusión,
todos sueñan lo que son, aun que ninguno lo entienda.
(Calderón de la Barca).
Juan
Carlos Bonilla
Estudiante de la carrera de Ciencias de la Comunicación del
ITESM Campus Estado de México,
México. |