Por Luz Castillo
Número 40
Los resultados
de la filosofía son el descubrimiento de algún que
otro sinsentido y de los chichones que el entendimiento se ha hecho
al chocar con los límites del lenguaje. Éstos, los
chichones, nos hacen reconocer el valor de ese descubrimiento
Ludwig Wittgenstein (IF, 119)
Las ideas que se exponen
en este trabajo representan un acercamiento al discurso sobre género
que tiene como marco de referencia la filosofía del lenguaje
de Ludwig Wittgenstein; postura que no define ni lenguaje ni discurso,
sino que propone alternativas para reflexionar sobre el uso de las
palabras y la manera en que se les atribuyen significados dependiendo
de situaciones específicas, denominadas “juegos del
lenguaje” por el filósofo.
También se reflexiona
en este trabajo sobre la manera en que el término “género”
ha llegado a formar parte del discurso para referirse a cuestiones
sociales y culturales que ubican en lugares y roles específicos
a hombres y mujeres. Se analizará el ethos y el logos del
discurso sobre género en la actualidad, planteando en dónde
se encuentra la relación entre ética y discurso para
sustentar que el discurso sobre género tiene fecha de caducidad
y puede representar el punto de apoyo para modificar las relaciones
personales a partir de un cambio del discurso basado en la desigualdad
a uno que represente una forma de relación incluyente, en
el que las diferencias individuales son el elemento en común
para dar a cada persona el lugar que le corresponde.
¿De qué estamos
hablando cuando utilizamos la palabra género?
Se cree que las palabras tienen un significado único y deben
utilizarse en un solo sentido, sin embargo esto no queda del todo
claro cuando uno se pone a indagar la manera en que se reducen los
significados a definiciones y se hace un contraste con la forma
en que las palabras se utilizan, a pesar de sus definiciones de
diccionario, en el habla común:
Se dice: no importa la palabra,
sino su significado; y se piensa con ello en el significado como
en una cosa de la índole de la palabra, aunque diferente
de la palabra. Aquí la palabra, ahí el significado.
La moneda y la vaca que se puede comprar con ella. (Pero por otra
parte: la moneda y su utilidad). (Wittgenstein, IF, 120).
En el discurso político y
mediático, se utiliza la palabra género para subrayar
las diferencias entre mujeres y hombres. Expresando, por un lado,
la idea que el lugar social de la mujer no debe estar en relación
de disparidad/inferioridad con el lugar que tiene el hombre, y por
el otro, enfatizando que la manera correcta en que deberán
efectuarse las prácticas sociales – sobre todo aquéllas
que están institucionalizadas en el sector público
- se deben fundamentar en un concepto al que se le denomina en forma
indistinta “equidad/igualdad de género”. Patricia
Espinosa (2002) lo expresa de la siguiente manera:
Ahora, en los albores del siglo
XXI, ante las nuevas circunstancias políticas de la Nación,
las mujeres tenemos la firme y fundada esperanza de participar
en un verdadero cambio; un cambio en la historia que se ha negado
a reconocernos como ciudadanas de plenos derechos, que se ha obstinado
en señalar cuál es nuestro lugar en el mundo, cuáles
son nuestras virtudes, nuestros defectos y nuestras obligaciones.
(Espinosa, 2002)
Hasta este momento, no se ha ofrecido
una explicación sobre lo que significa género;
para comenzar este acercamiento se eligió como punto de partida
la definición académica- de diccionario - con la intención
comprobar si había congruencia con la idea que se maneja
sobre género en el discurso social, o por lo menos con la
idea que uno se forma cuando la escucha en este contexto.
Como resultado no se encontró
congruencia en las fuentes con el sentido que nos interesa de la
palabra género en este trabajo: la representación
de las diferencias entre lo femenino y lo masculino en los seres
humanos; ni el diccionario de Uso de María Moliner ni el
de la Real Academia (2004) ofrecen conceptos en los que se pueda
fundamentar la supuesta interpretación que se le da a género
en el discurso que nos interesa.
No se encuentran en las definiciones
gramaticales precisiones sobre las prácticas sociales y los
aspectos culturales que promueven diferencias entre el lugar y el
quehacer de hombres y mujeres en la vida cotidiana. Así pues
hay que recurrir al contexto institucional – que en el que
se utiliza la palabra – para encontrar una definición:
Conjunto de ideas, creencias,
representaciones y atribuciones sociales construidas en cada cultura
tomando como base la diferencia sexual. Estas características
se han traducido en desigualdades y marginación para la
mayoría de las mujeres y en la subordinación de
sus intereses como persona a los de otros... (Comisión
Nacional de la Mujer, 2000, p. 2).
Este mismo tipo de discurso interpreta
género también como una “construcción
social”, que puede “cambiar [en cuanto a significado]
con el tiempo y conforme se transforman las sociedades” (Instituto
Nacional de las Mujeres, 2003, p.8) .
Tanto el término “construcción
social” para representar una situación que no alcanza
a definirse de manera específica, y que incorpora conceptos
como “creencias, ideas, representaciones y atribuciones”,
que tampoco se pueden identificar como “hechos”, lleva
a la conclusión de que, al utilizar la palabra género
se está tratando con representaciones de estados mentales
pues, ¿quién ha visto algún fenómeno/hecho
al que pueda calificar como “creencia”?
Parafraseando a Wittgenstein, uno
solo puede “aducir exterioridades acerca del lenguaje”
(IF, 120) no puede entrar en los pensamientos de quien elabora el
discurso. Si la función del lenguaje consiste en representar
los hechos no las ideas, entonces, cuando se utiliza al lenguaje
con la intención de representar ideas deberá recurrirse
a metáforas.
Por lo tanto, si tenemos la intención
de atribuirle un significado específico a la palabra género,
en tanto que refleja las relaciones de equilibrio/desequilibrio
social entre personas que ostentan atributos sexuales diferentes
(mujeres y hombres) nos encontramos con lo que para Wittgenstein
representaría una metáfora; y el significado de la
palabra, en todo caso, no se encuentra en una definición
sino en la manera que en que se hace uso de ella (SC, 61).
El lugar del concepto género en el discurso: ¿ética
o política?
Laura Hernández (2004) afirma que todo discurso confronta
un problema ético; para ello es necesario distinguir en lo
que se dice dos elementos: ethos y logos. El ethos
tiene que ver con la capacidad del orador para inspirar confianza
sobre lo que expone, mientras que el logos resalta la construcción
argumental y es independiente de las circunstancias en que se produce
el discurso.
El ethos discursivo tiene
como características:
· phrónesis
– que se refiere a que tan congruente es el contenido con
la postura personal del orador,
· areté - el elemento virtuoso o axiológico
que refleja el orador en el discurso y,
· éuonia - sentido de solidaridad e incluso
de tolerancia, que no confronta al orador con el escucha y considera
los desacuerdos.
La combinación de estos elementos
le dan sentido al ethos y llevan al orador a expresar un
punto de vista propio, sin otra pretensión que exponer su
verdad y sin usar argumentos para demostrar algo.
En contraste, en cuanto al logos
quien habla no es más importante que lo que dice, pues la
función del logos es hacer creíble el discurso
a través de la construcción de imágenes que
tengan validez para quien escucha, no necesariamente para el orador.
En el caso del discurso político, el derecho a decir se obtiene
a partir de la posición del hablante, no necesariamente por
compromiso con las ideas que expone.
El discurso sobre género
adquirió sentido al hacerse presente entre los movimientos
feministas la necesidad de un concepto que representara la modalidad
asimétrica que se ha dado a través del tiempo en las
relaciones entre hombres y mujeres, dando oportunidad para “pensar
la calidad de construcción cultural de las diferencias
sexuales, de las identidades de género, de su función
y relevancia en las organizaciones sociales y ... del papel innegable
que ocupa en la estructuración de la igualdad y la desigualdad
en la historia de nuestras sociedades” (p.55).
Si se acepta la tesis de Gutiérrez
(2002) de que “toda relación social se estructura simbólicamente
y todo orden simbólico se estructura discursivamente”
(p.55) encontramos en las diferencias y desigualdades mencionadas
la justificación para el uso del discurso sobre género
y para reforzar la idea de que dicho discurso expresa una dicotomía.
Esta idea de los dos elementos en
el discurso lleva a pensar que aún desde antes de que la
palabra género se pusiera en juego, el discurso ya era excluyente
para alguna de las partes. Son precisamente las feministas quienes
hacen el señalamiento de que excluir a la mujer del discurso
es negarle un trato equitativo con respecto al hombre, y cuando
se acepta la idea de que es “políticamente correcto”
darle lugar a la mujer se pretende equilibrarlo mediante el uso
del lenguaje utilizando sustantivos en género femenino y
masculino.
Precisamente por ser promovido por
los grupos feministas, es que género se interpreta como una
separación de lo que concierne a las mujeres con respecto
a los hombres, sin embargo quienes se dedican al estudio de estos
asuntos dicen que el término es incluyente. Por ejemplo,
Patricia Mercado (2004) – al hablar sobre “Políticas
Públicas y Perspectiva de Género” señala
que si bien este discurso aparenta favorecer los intereses de las
mujeres – por ser el grupo que originó el debate –
no tiene porqué dejar a un lado los intereses de los hombres,
reafirmando la siguiente opinión:
Al término género
se le ha dado un uso equívoco y, se ha reducido a un concepto
asociado con el estudio de aspectos relativos a las mujeres. Es
importante señalar que el género afecta tanto a
hombres como a mujeres, que la definición de femineidad
(sic) se hace en contraste con la de masculinidad, por lo que
género se refiere a aquéllas áreas - tanto
estructurales como ideológicas- que comprenden relaciones
entre los sexos. (Comisión Nacional de la Mujer, 2000,
p.2)
Como resultado de los debates institucionales
sobre el lugar social de las mujeres y sus condiciones de disparidad
con respecto a los hombres el discurso sobre género presenta
ideas que aparecen en la actualidad como socialmente deseables,
lo que lleva a calificarlo como un discurso político que
se traduce –a su vez - en un discurso moral. Recordemos que
la diferencia entre ética y moral se fundamenta en la reflexión
sobre el comportamiento correcto (ética) y la corrección
que se le atribuye socialmente a este (moral).
Más aún, dentro de
la política, más de uno y una se apropian del discurso
sobre género con la intención de darle un aspecto
positivo a su imagen pública, utilizando las ideas que otros
comenzaron defendiendo y las convirtiéndolas en un medio
para presentarse como comprometido con una postura que en estas
épocas se valora como políticamente correcta. Solo
la trayectoria personal y la congruencia con las ideas propias avalan
la ética en un discurso; no todos los que utilizan el discurso
sobre género como una herramienta política lo hacen
como auténticos defensores o creyentes en esta idea.
Desventajas del discurso
sobre género: exclusión y dominio
Sería contrario a todo aquél que aspire a contribuir
en la formación de una sociedad incluyente negar que el discurso
de género ha tenido aportaciones significativas en lo que
respecta a resaltar el papel de las mujeres como sujetos activos
dentro de la sociedad. Tampoco puede negarse el hecho de que todavía
hacen falta esfuerzos para conseguir que en la trama de la sociedad
a cada uno se le mire, se le acepte y se le trate en función
a su complejidad personal y a su dignidad como individuo, por encima
de su sexo, su condición o de los estereotipos culturales.
Algo que se antoja utópico en la sociedad heterogénea
en que vivimos.
Sin embargo, el discurso sobre género
tiene sus límites. Si se toma la perspectiva de los juegos
del lenguaje, no se tiene claro de lo que estamos hablando ya que
el significado depende del uso. Si se analiza el sentido ético
del discurso, el género se ha convertido en un recurso retórico
que propone un deber ser, pero deja atrás el ethos, que lo
encaminaría más a la crítica y a la reflexión.
Cuando la necesidad de darle un
lugar digno a cada persona dentro de la trama social se convierte
en un discurso político, trae como consecuencias –
entre otras – que se intente argumentar y actuar con base
en meras tautologías que pretenden superar la dicotomía
entre hombres y mujeres.
Considérese el caso de la
fórmula “los derechos humanos de las mujeres”.
Esto es llegar al absurdo ya que parecería que al hacer referencia
al reconocimiento de “derechos” para las mujeres fuese
el único recurso que les otorgara la condición de
“humanas”; situación que no se cuestiona cuando
se trata del sexo opuesto, para quienes no hay que especificar que
gozan de “derechos humanos de los hombres”.
Aquí se llega a un punto
interesante: hablar de dicotomías implica exclusión,
y el discurso sobre aspectos como género puede ser excluyente
ya que se utiliza para separar y para enfatizar diferencias y rangos
entre los grupos sociales.
Para Foucault (2002) el carácter
excluyente del discurso se desarrolla para argumentar la superioridad
de un grupo con respecto a otro y justificar las acciones de dominio
en la relación entre ambos. Este discurso argumenta estar
fundamentado en una “verdad”.
Esta idea de “verdad”
en el discurso es un punto particularmente delicado; pues se utiliza
como fundamento de un sistema de exclusión que “se
apoya en una base institucional” (Foucault, 2002, p.22); además,
como se trata de una “verdad” que tiene vigencia para
un momento y lugar determinados, se le acompaña “por
la forma que tiene el saber de ponerse en práctica en la
sociedad, en la que es valorado, distribuido, repartido y en cierta
forma atribuido” (2002, p.22).
Esta “verdad” da origen
a un sistema de “conocimiento” encaminado a reforzarla.
La “verdad” sobre el concepto de género como
reflejo de desequilibrios sociales ha dado origen a instituciones
dedicadas a justificar su existencia mediante la búsqueda
de argumentos que refuercen la “verdad” de que las mujeres
están en situación de desigualdad y opresión
con respecto a los hombres. Paradójicamente, varias de éstas
organizaciones especifican que género “afecta
tanto a hombres como a mujeres” (Comisión Nacional
de la Mujer, 2000, p. 2), pero no hacen señalamientos sobre
la situación de los varones.
Es posible que la “verdad”
dependa de un momento y una situación social, por lo tanto
es relativa (Nietzsche, 1998). Nuestro problema es que pretendemos
manejarla como absoluto y la usamos para justificar nuestras acciones.
Sin embargo, el uso de la metáfora para explicar qué
entendemos por género lleva a dar interpretaciones individuales
y a actuar con referencia a éstas que no siempre consideran
la búsqueda de la equidad en cuanto a tratos y oportunidades
por la que se pugna en el discurso. Más aún en el
caso del discurso que privilegia al logos sobre el ethos.
Es una paradoja que el discurso
sobre género busque la equidad constituyéndose de
un modo excluyente. Esto sugiere que existe un riesgo si la necesidad
política de resaltar el lugar de la mujer en la constitución
de la sociedad lleve a convertir la cultura patriarcal
tan combatida en el discurso feminista, en una cultura matriarcal
en la que, sin duda, cambiarían los protagonistas pero no
la situación de disparidad.
Del discurso sobre género
al discurso sobre nosotros.
Estamos gastando infinidad de recursos en reparar exclusiones sociales
a partir de un discurso que se interpreta de un modo excluyente.
Similar a la dicotomía mujer-hombre encontramos otras como:
normal-anormal, joven-anciano, hijos-padres, indígenas- no
indígenas o cualquiera en la que las características
personales se convierten en un factor de separación, basada
en un criterio difícil de definir y más complejo de
utilizar al momento de tomar decisiones: ¿Qué es más
importante, atender a un anciano sin recursos o a una mujer sin
recursos? ¿quién es más importante, la joven
desempleada o el padre de familia sin trabajo?
Hay momentos en los que no podemos
pensar y decidir a partir de la división en géneros.
Entonces, ¿qué sería
lo ético en el discurso sobre género? Hablar
de ética – en cualquier sentido – implica “decir
algo sobre el sentido último de la vida, sobre lo absolutamente
bueno, lo absolutamente valioso” (CE) , por lo que es imposible
determinar elementos que permitan encauzar el discurso para convertirlo
en ético, ya que la ética viene a ser un “testimonio
de una tendencia del espíritu humano” (CE) .
Permitir que esta tendencia del
espíritu forme parte de un discurso que trata sobre las personas,
implica “arremeter contra los límites del lenguaje”
(CE) para encontrar algo nuevo; propuesta que en ningún caso
puede ser una respuesta verdadera o absoluta a la necesidad de expresar
la forma en que debemos construir un discurso que hable sobre personas,
sobre seres humanos en el entendido que el sentido ético
“de ser algo, es sobrenatural y nuestras palabras sólo
expresan hechos” (Wittgenstein, CE).
Habría que convertir las
ideas en hechos, es decir, en acciones (palabras) que nos permitan
hablar con voz propia, desde la perspectiva del individuo en su
complejidad, no necesariamente desde la perspectiva de su género,
basado en el reconocimiento de que todos tenemos capacidades y trayectorias
personales distintas, que tenemos un lugar específico y ciertos
derechos fundamentales por formar parte de una sociedad.
¿Es esto válido en
un mundo que construye ciencia a partir de generalización
y repetición de los hechos? Wittgenstein respondería:
“... lo individual se revela una y otra vez como no importante,
pero la posibilidad de cada singular nos procura una ilustración
sobre la esencia del mundo” (TLF, 3.3421)
Queda un reto: encontrar la forma
de transformar el discurso el discurso político sobre género,
en un discurso ético sobre nosotros, si “imaginar un
lenguaje significa imaginar una forma de vida” (IF, 19); imaginemos
que el sentido del habla nos unificaun sin la necesidad de utilizar
recursos gramaticales como “las y los”, artículos
inútiles cuando no van más allá de la fórmula
de cortesía.
El lenguaje se transforma constantemente,
es posible transformarlo reflexiva y libremente. Si después
de todo hemos hecho juegos del uso del lenguaje – y no de
una manera abierta y consciente – podemos hacerlo intencionalmente
incorporando la perspectiva de la persona. Esto sería producto
de una convicción individual, no reglamentado por la gramática
ni acotada por fórmulas de cortesía política;
una “tendencia del espíritu” proyectada en el
orador.
“De lo que no se puede hablar,
es mejor callar” (TLF, 7); es en este silencio donde se encuentra
la dimensión ética de nuestras acciones (Hernández,
2004). Si las ideas se transforman en hechos, espero que esta perspectiva
sobre el uso del lenguaje en un discurso que nos representa como
humanos sirva para reflexionar sobre el modo en que participamos
en los juegos del lenguaje. Sin embargo, no puede esperarse mayor
efecto que el de la escalera de Wittgenstein (TLF 6.54): hay que
arrojarla al vacío una vez que hemos subido por ella y hacer
el intento de convertir en hechos aquello de lo que no se puede
hablar pero se puede poner en práctica: el discurso humanista.
Notas:
*
Una primera versión
de este trabajo se presentó como ponencia en el 1er Congreso
Internacional de Políticas Públicas y Perspectiva
de Género, realizado en el ITESM – Campus Estado de
México del 28 al 30 de abril de 2004. Esta versión
omite la sección sobre los “Juegos del Lenguaje”.
Abreviaturas
de las obras de Wittgenstein citadas en este trabajo:
CE Conferencia de Ética
IF Investigaciones filosóficas
TLF Tractatus logico-philosophicus
SC Sobre la Certeza
Referencias:
Comisión Nacional de la Mujer
(2000) Glosario de términos básicos sobre género.
México: Comisión Nacional de la Mujer.
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos,
disponible en: <http://www.asambleadf.gob.mx/princip
/informac/legisla/constit/Consti.htm>
Espinosa, P. (2001) Presentación oficial del programa
PROEQUIDAD. México: Instituto Nacional de las Mujeres.
Disponible en<http://cedoc.inmujeres.gob.mx/isis/inm.php>
Foucault, M. (2002 ) (2ª) El orden del discurso. Barcelona:
Tusquets Editores.
Gutiérrez, G. (2002). Perspectiva de género: cruce
de caminos y nuevas claves interpretativas. México:
Editorial Porrúa, Universidad Nacional Autónoma de
México – Programa Universitario de Estudios de Género.
Hernández, L. (2004) Ética y poética
(Una introducción al análisis del discurso desde la
perspectiva de la ética). Notas sobre el curso impartido
en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey,
Campus Ciudad de México. México.
Instituto Nacional de las Mujeres (2003) Guía conceptual
para elaborar presupuestos institucionales con perspectiva de género.
México: Inmujeres.
Mercado, P. (2004) Participación en la conferencia magistral
sobre Políticas Públicas y Perspectiva de Género.
En el 1er. Congreso Internacional de Políticas Públicas
y Perspectiva de Género, Atizapán de Zaragoza, Estado
de México.
Moliner, M. (1997) Diccionario de uso del Español.
Madrid: Editorial Grédos.
Nietzsche, F. (1998) (4ª) Sobre verdad y mentira.
Madrid: Editorial Tecnos
Wittgenstein, L. (1997) Conferencia sobre ética.
Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica, S.A. e Instituto
de Ciencias de la Educación de la Universidad Autónoma
de Barcelona.
----- (1988) "Investigaciones Filosóficas" en Departamento
Académico de Estudios Generales (comp.)(1990) Wittgenstein.
México: Instituto Tecnológico Autónomo de México.
---- (1998) Sobre la certeza. Barcelona: Gedisa, Editorial.
---- (2003) Tractatus logico-philosophicus. Madrid: Alianza
Editorial.
Mtra.
Luz Graciela Castillo Rocha
Departamento de Comunicación, ITESM campus
Estado de México, México |