Por Luz Castillo
Número
44
Las
contradicciones del capitalismo entre el ciudadano
y las industrias mediáticas
El sujeto, dentro del sistema capitalista actual,
tiene una categoría: consumidor. El mercado
ofrece casi cualquier objeto que alguien pueda
imaginar, ya se trate de cosas tangibles o intangibles,
mismas que no constituyen factores que alienten
a la persona a la acción más bien
le limitan, ya que configuran el sentido del
quehacer humano a la adquisición y disfrute
de estos bienes en lugar de representar alternativas
para el hacer.
Entre lo intangible
del mercado aparecen los espacios mediáticos,
soportados por industrias de la comunicación
que han configurado esta actividad del hombre
de acuerdo con las reglas del juego capitalistas.
¿Contribuyen
los medios de comunicación a crear un
imaginario social que aliente el desarrollo de
la democracia?
Considerando
el juego de mercado en el que se mueven los medios,
¿es posible que el ciudadano se sienta
libre para actuar sin acotar sus ideas y su discurso
a los contenidos que se le presentan predigeridos?
De estas preguntas parten los objetivos que le
dan sentido a este trabajo.
Si algo caracteriza
a la sociedad capitalista es la capacidad de
convertir en industria todo tipo de producto
humano; la creación individual se convierte
en un artículo de mercado de tal manera
que lo que tenga valor como “objeto de uso” tangible
o intangible es el resultado de una organización
de tareas que se caracteriza por el diseño
de procesos productivos paso por paso, el énfasis
en la medición y el control y la necesidad
de atribuirle un valor cuantitativo a la actividad
humana. El resultado es que la creación
se convierte en un producto que tiene un precio
dentro de un entorno de oferta y demanda de bienes.
Vale la pena
enfatizar que el proceso de industrialización
incluye hoy espacios que a pesar de no ser tangibles
tienen un valor que se puede calcular en forma
cuantitativa; este es el caso de la cultura.
Para Daniel Bell,
(1982) “la relación entre la estructura
socioeconómica de una civilización
y su cultura es [...] el más complicado
de los problemas para el sociólogo” (p.
45). Para propósitos de esta exposición,
“cultura” se interpretará como el conjunto
de ideas y valores sociales representados en ciertos
objetos o prácticas a los que un grupo
humano les tiene un aprecio determinado.
Al
industrializar los procesos, la producción
de los objetos y las subyacentes prácticas
que tienen un valor cultural -y eminentemente
cualitativo- también se ven afectados.
Uno
de los aspectos en los que el mercado influye
al elemento cultural del sistema social se encuentra
en la competencia por captar la atención
de cualquier persona con capacidad para pagar
el valor de un bien; esto mantiene a la industria
en una constante búsqueda de innovaciones,
con el afán de mantenerse en el campo
perceptual del consumidor, quien tomará
las decisiones con base en lo que representa
un valor propio de la sociedades capitalistas:
La innovación, misma que rebasa la dimensión
de los objetos tangibles para hacer atractivos
espacios imaginarios que anuncian “aunque sea
oscuramente, la realidad social de mañana”
(Bell, 1982, p. 45).
El
discurso que se crea a partir de valorar la innovación
como elemento de mercado nos dice que la imaginación
no tiene límites, y las industrias responden
diseñando productos cada vez más
complejos, e incluso bizarros, con los que pretenden
demostrar que la cultura encuentra más
sentido en actos imaginarios que canalizan el
pensamiento a lo posible, sin tener en cuenta
que se dejan detrás elementos de carácter
fundante en el desarrollo social:
La
sociedad ahora acepta este papel de la imaginación,
en lugar de considerar, como en el pasado, que
la cultura establece una norma y afirma una
tradición filosófico-moral con
relación a la cual lo nuevo puede ser
medido y (por lo general) censurado.... la sociedad
ha hecho más que aceptar pasivamente
las innovaciones: ha proporcionado un mercado
que engulle ávidamente lo nuevo, porque
lo cree superior en valor a todas las viejas
formas (Bell, 1982, pp. 45-46).
¿Nos
convierte esta necesidad por la innovación
en seres más libres o en mejores personas?
¿Tenemos una auténtica capacidad
de elegir? Marcuse (1981) responde que “la libre
elección de amos no suprime ni a los amos
ni a los esclavos” (p. 38) en el sentido de que
las ofertas en el mercado no están condicionadas
por las necesidades reales de los integrantes
de la sociedad, sino han sido diseñadas
de manera heterónoma llevándonos
a creer que existe la posibilidad de elegir cuando
en realidad las elecciones ya están hechas.
El
perfil industrial que asume la sociedad capitalista
se refleja en el comportamiento que exige de
sus miembros. Para tener un relativo “éxito”
dentro de este sistema hay que aprender a jugar
con reglas que, si aceptamos la tesis de Bell,
se fundamentan en la fórmula de imaginar
el futuro y convertirlo en realidad dejando al
pasado en el olvido; desentendiéndonos
de la trayectoria que nos ha traído hasta
el punto en que vivimos. Por esto el “hoy” y
lo “posible” son tan importantes dentro de las
sociedades capitalistas.
No
hay mejores reflejos para este “hoy” que aquellos
que nos ponen delante las industrias de la comunicación.
El término de “industrias” se les aplica
dado que en su dinámica de producción
y difusión de mensajes se comporta a semejanza
de otros procesos productivos que responden a
los requerimientos del mercado.
La
necesidades humanas que se satisfacen a partir
de los medios de comunicación están
sustentadas en el argumento que éstos
son capaces de difundir y acercar la información
a quienes antes se veían privados de ella;
dado que es necesaria para tomar decisiones que
conducen a la participación en sociedad.
Al
ser procesados industrialmente, los contenidos
del mensaje se convierten en productos de consumo
disfrazados de información, que salen
a la venta con la etiqueta informativa correspondiente:
“su consumo permitirá a los ciudadanos
de las sociedades “libres” tomar decisiones objetivas
en cuanto a su participación en la sociedad”.
En
los medios informativos -sobre todo en los programas
de carácter noticioso- es un discurso
recurrente señalar que los datos que se
presentan tienen el propósito de que el
receptor se forme criterios y pueda elegir responsablemente
el modo para participar en el desarrollo de su
comunidad. Este es el supuesto valor que se presume
tienen las industrias de medios en los sistemas
capitalistas, y se sirve, además, del
interés por la novedad del que se habló
en párrafos anteriores para incrementar
su atractivo racional ante el consumidor. Porque
hay que aclararlo, las sociedades capitalistas,
que presumen de ser sociedades “libres” se constituyen
por consumidores “racionales” e “informados”.
Ya
sea que la información se destine a tomar
decisiones, o responda a la necesidad de satisfacer
el interés por la novedad, en la producción
informativa se llega al punto de rebasar los
límites entre lo que se puede o debe mostrar.
Aquí entra otro “valor” que suelen arrogarse
los medios de comunicación actuales: la
“apertura” informativa, elemento del que se abusa
al grado que merece una discusión de carácter
ético que permita determinar las fronteras
entre lo que se considera “público” y
lo que se señala como “privado” en la
vida de los protagonistas de las noticias.
¿Hasta
dónde se debe hacer pública la
vida privada de cualquier sujeto? Si a la novedad
se le atribuye un valor en el mercado, y lo novedoso
es enterarse de la vida privada, entonces a esta
última se le puede dar un precio. He aquí
el motivo de la variedad en la oferta: sea “Alarma”,
“TV y Novelas” o cualquier “Reality Show” el
consumo no solo se mide en “ratings” o número
de ejemplares en circulación, sino en
dinero constante y sonante.
¿Contribuyen
este tipo de producciones de alguna manera a
formar personas informadas? ¿A darle sustento
a la capacidad de elección de la ciudadanía?
Habrá
que comenzar por darle un significado a la palabra
“ciudadanía”, considerándola como
el conjunto de sujetos que se reconocen como
parte de una comunidad, participan de una identidad
y una historia comunes, tienen carácter
de personas autónomas y asumen la responsabilidad
de participar, directamente o a través
de representantes, en los asuntos que son materia
del entorno social al que pertenecen.
La
respuesta del mercado mediático a la ciudadanía,
se expresa enarbolando conceptos que buscan darle
valor a los productos que se ofrecen a través
de radio, televisión, internet, prensa
o telefonía: el libre flujo de información,
la objetividad, la transparencia y –ante todo–
el argumento de que se ofrece “la verdad”.
En
el primer caso, “el libre flujo de información”,
no es siempre tan libre como se pretende. Se
requiere tener acceso al equipo que nos la proporcionará
y esto tiene un valor de mercado; en todo caso
la información será relativamente
gratis si la obtenemos del puesto de periódicos
de la esquina en que esperamos al transporte
público y dedicamos algo del tiempo a
leer titulares. Sin embargo una buena cantidad
de personas todavía no dispone de los
recursos –económicos y tecnológicos-
que les permitan entrar en contacto con la información
que “necesitan para decidir”.
En
el caso de quien recibe la información,
es importante considerar que: si el receptor
no se puede remitir a la historia para darle
sentido a la información que recibe, tenderá
a interpretarla a partir de una visión
a futuro, orientando su deliberación hacia
la especulación o la formulación
de hipótesis, ya que en el sistema capitalista
el pasado es un tema que ya no interesa (Bell,
1982).
Esto
puede explicar que de pronto nos veamos ante
“profecías cumplidas” que no son tales,
sino una reproducción de los acontecimientos,
que dado el olvido voluntario de la historia
necesitan adquirir algún sentido distinto
al del presente; no sin razón se señala
que “los pueblos que olvidan su historia están
condenados a repetirla”.
Por
otra parte, el argumento que la información
que se difunde a través del medio es “objetiva”
es una falacia. Desde un centro de producción
se decide el qué y el cómo
se va a mostrar cierto acontecimiento a
la audiencia, cumpliendo con una intención
bien definida por el mercado: si se tiene mayor
audiencia se tendrá un mejor posicionamiento
para los “servicios”(léase, precio de
los espacios) que la empresa ofrece a sus clientes
(léase, anunciantes).
Para
captar audiencias hay que apelar a los sentidos
antes que a la razón, al tiempo que se
enarbola la idea de “objetividad”para crear la
sensación de que se responde a las necesidades
de sujetos autónomos con capacidad para
decidir (Marcuse, 1981).
La
calificación de “objetividad” en los mensajes
responde a un valor en la sociedad industrial
desde el origen. Habrá que recordar que
los procesos industriales requieren mediciones
y que con base en estas se evalúan (es
decir, se les atribuye un valor) a los resultados.
Ser
“objetivo” en lo social se hizo deseable cuando
los procesos de producción a través
de las industrias entraron en apogeo. El Positivismo
pretende que las Ciencias Sociales observen,
midan y predigan acontecimientos en forma “científica”;
tal objetividad y reduccionismo llevan a interpretar
la Historia de manera unívoca y lineal
para entender el desarrollo de la “Cultura Occidental”
(Vattimo, 1990).
Desde
esta perspectiva “científica” sobre el
estudio de lo social, cualquier interpretación
que se traduce en un juicio formulado a título
personal no es válida; por ello la información
mediática debe pretender objetividad aunque
– dadas las condiciones de producción
del mensaje – es de hecho imposible.
La
transparencia, es el nuevo plus que
ofrece la comunicación mediática.
Para Vattimo (1990) se trata de un paso que nos
lleva a superar la modernidad –que nos encasilla
en la interpretación lineal de la historia
que se menciona previamente– y permite pasar
a un estadio posmoderno en el que la Historia
ya no ofrece una interpretación lineal
y única sino dinámica. Se requiere
de la transparencia para que los grupos sociales
que han sido dejados al margen del interés
de la sociedad moderna, porque no se les atribuye
un progreso en sentido lineal, tengan oportunidad
para expresar sus ideas y hacer valer su cultura.
En
este sentido “transparentar” significa traer
al discurso mediático lo que siempre ha
estado allí, pero ha pasado desapercibido
por la masa, dado que sus características
los han convertido en marginales. Desde este
punto de vista, se antoja una aportación
valiosa pero ¿es esta la idea de transparencia
que aplican las industrias de comunicación
para ganar audiencias y buenas voluntades o se
trata de un cambio de maquillaje en el discurso?
Si
se equiparan los significados de “apertura” y
“transparencia”, y se les define genéricamente
como hacer público lo privado de los personajes
públicos o mostrar la intimidad del sujeto
privado que busca convertirse en personalidad
pública1
se le está confiriendo a la imagen de
una persona un valor de mercado; lo que es distinto
al hecho de poner la información al alcance
de la ciudadanía con la intención
de propiciar la participación democrática
en forma responsable, que sería darle
un sentido auténtico al concepto de “transparencia”.
Sin embargo, si no llama la atención y
se traduce en escándalo no reditúa
ganancias para los medios.2
Esta
“verdad” como producto mediático pasa
por alto que, en la mayoría de los casos,
las personas conocemos cómo funciona la
realidad por sus efectos, no necesariamente porquxe
existan leyes formuladas para explicar y predecir
las causas de los acontecimientos (Nietzche,
1998). Aventurar que se difunde “la verdad” a
través de un noticiero o informativo es
incurrir en una grave falacia, porque pasa por
alto intencionalmente el hecho de que la verdad
no es aprehensible de la misma manera por cada
individuo, y que cada persona construye una interpretación
propia de la realidad.
En
conclusión
La
percepción de la realidad es la que nos
conduce a la acción tiene carácter
subjetivo y está condicionada de alguna
manera por pasado y presente. Si el sistema social
capitalista propicia que se fantasee sobre el
futuro ignorando los pilares de la cultura se
deja a un lado el reconocimiento de nuestro origen
y de lo que somos, cerrando la puerta a la posibilidad
de ser críticos ante nuestra realidad
y transformarla de manera responsable.
Los
medios al configurarse como industria responden
al juego del sistema, dando la espalda a las
“necesidades fundamentales” de la persona3
y la remiten a experimentar un mundo fantástico
donde “todo puede ser posible”. De esta manera
se limitan las posibilidades del individuo para
sentirse satisfecho en la vida, ya que abren
la puerta a la enajenación provocada por
el deseo de vivir en un mundo que no existe y
en el que tampoco es posible la felicidad, pues
la novedad tiene un carácter efímero.
Aderezar
la comunicación de masas con cualidades
(honestidad, valores, ética, verdad, transparencia)
que revelan contenidos de manera superficial
conduce al desencanto por la participación
ciudadana, porque el mundo que revelan las noticias
no es el mundo de las ocupaciones ni preocupaciones
reales del ciudadano.
En
el escaparate de los medios el carácter
de sujeto individual, capaz de razón y
autonomía, se disuelve en un conjunto
de imágenes que intentan ser representaciones
del sistema social pero con las que no llega
a identificarse.
Es
por esto que cuando el hombre invisible se mira
al espejo intuye que allí se podría
reflejar alguien... pero ya no alcanza a verlo,
el espejo lo ha desdibujado por completo.
Notas:
1Como
en el caso del “Big Brother”.
2
Recordemos el caso
del “Toallagate” que al publicar el costo del
gasto en blancos de la presidencia ocasionó
la salida de uno de los administradores del régimen
en turno; en contraste, la información
sobre algunos procesos legales en contra de políticos
todavía no son claros.
3Casa,
vestido y comida – según Marcuse.
Referencias:
Bell,
D. (1982) (2ª). Las contradicciones
culturales del capitalismo. Madrid: Alianza
Universidad.
Marcuse, H. (1987) (2ª ). El hombre
unidimensional. Barcelona: Editorial Ariel.
Nietzche, F. (1998) (4ª). Sobre verdad
y mentira en sentido extramoral. Madrid:
Editorial Tecnos.
Vattimo, G. (1990). La sociedad transparente.
Barcelona: Ediciones Paidós, Instituto
de Ciencias de la Educación de la Universidad
Autónoma de Barcelona.
Mtra.
Luz Graciela Castillo Rocha
Departamento de Estudios Sociales y Relaciones
Internacionales, ITESM Campus
Estado de México, México. |