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Por Gabriel Zaldívar
Número
45
Nunca
como ahora se han dedicado tantas líneas
a los medios masivos de información en
tanto productores y reproductores de la realidad,
ya sea a través de la literatura o el
periodismo, productos ambos del trabajo de especialistas
en estas tareas, cuyo final que se convierte
en principio es el establecimiento de la comunicación
de quienes les siguen. Corroborar lo anterior
es tarea sencilla si pensamos en el marco bajo
el cual surge este texto o si revisamos el acontecer
nacional: los medios y sus especialistas hablando
cada vez con mayor preocupación y seriedad
de nosotros mismos.
El camino del
conocimiento arranca de la totalidad, tal como
es percibida por nuestros sentidos y por las
categorías con las cuales miramos la
realidad social. De allí se pasa a un
proceso de separación de elementos con
el fin de determinar su papel en la organización
y dinámica de la realidad social, para,
una vez alcanzado este estadio, reconstruir
la totalidad, pero ahora como una unidad interpretada
y explicada (Osorio, 2002, p. 34).
La discusión,
desde quienes a través de la academia
o de la profesión nos involucramos en
su análisis, siempre ha tenido como punto
de partida y tesis final la crítica institucional:
ellos nos dominan, ellos nos dicen qué
hacer, ellos nos dicen cómo debemos portarnos,
ellos nos dicen lo que es correcto y lo que no;
en síntesis: ellos, los medios masivos
de información, nos dicen cómo
debemos pensar y acerca de qué.
Algunos creen
que la función de vigilante la realizan
mejor los grupos que están fuera de la
industria, aunque esos grupos tengan sus propios
objetivos. Otros creen que quienes están
dentro de la profesión están mejor
calificados para hacer críticas, especialmente
porque probablemente sean más respetados
por los periodistas. De una u otra manera, sin
embargo, todos los vigilantes contribuyen a
la conversación actual sobre lo que significa
tener prensa libre en una sociedad libre (Whitehouse,
2001).
Las estudios
más conocidos en torno a los efectos de
lo mediático, son en su mayoría
apocalípticos y/o contestatarios. Investigaciones
con resultados llenos de pasiones –pasión
necesaria para efectuar todo aquello en lo que
se cree-, y sentimientos sentados al lado de
las loas extremas o los ataques exacerbados:
La tarea del
conocimiento es integrar lo visible y lo oculto,
superficie y estructura... Existen muchos procesos
sociales que en la superficie se presentan de
una manera y en las capas profundas adquieren
otras connotaciones, por lo cual es necesario
alcanzar estas últimas a fin de reconstruir
y reinterpretar los movimientos que suceden
en la superficie... la superficie siempre trastoca
en su presentación lo que realmente acontece
en lo profundo de la realidad social (Osorio,
2002, p. 40).
Las miles de
páginas dedicadas al tema en los últimos
50 años han pretendido, tácita
o explícitamente, revertir la tendencia
mediática hacia una que atienda las necesidades
de los públicos a quien se dirige. Poco
o casi nada se ha logrado. Lejos de equilibrar
la balanza mediática –esa balanza
en la que empresas y espectadores vean cubiertas
sus expectativas y alimentadas sus aspiraciones-,
en los albores del siglo XXI la balanza está
más descompuesta que nunca. Ninguna teoría,
discusión o demanda –fundamentada
o no, no es mi asunto “acuchillar”
propuestas anteriores- parece servir de freno,
direccionamiento o simple reflexión para
quienes hacen los medios.
Pero más
acá del “ellos” hay un ángulo
al que poco se le ha demandado y que en ocasiones
parece olvidado: el nosotros. La responsabilidad
del consumidor, perceptor, público y espectador.
Pareciera que
la salida fácil es la de la culpabilidad
mediática: “es que los medios provocan
lo que está pasando”, “es
que los medios hacen a la gente violenta”,
“si no lo hubiera visto en la televisión
no lo hubiera hecho”, “la falta de
valores es por lo que la gente ve en los medios”,
discurso que debe ser superado en sociedades
que se reconocen a sí mismas como capaces
de hacer algo por su entorno. Culpabilizar a
los medios ha dado pocos resultados, pues desde
los medios se han ignorado las condenas ni sus
contenidos han cambiado ante las innumerables
críticas, pero vale la pena seguir en
la lucha, mas la clave del presente es repensar
el problema para atacar desde la formación
de los perceptores.
Faltaríamos
a la verdad si acusáramos un olvido total
del tema de los contenidos mediáticos
desde los espectadores, pero en la autoaplicación
de la teoría de la comunicación,
aquellos que creemos en la comunicación
como proceso de responsabilidades compartidas
fuimos callados por una opinión pública
académica que prefiere las lecturas apocalípticas
antes que la toma de conciencia del perceptor
y de su responsabilidad en el proceso.
La reflexión
que presentamos tiene un concepto rector: Ética.
Orientaremos este concepto rector, en primer
lugar, hacia quiénes construyen los contenidos
de los medios masivos de información a
fin de valorar el papel de la ética entre
los involucrados en el quehacer periodístico
y literario para la construcción de la
realidad del espectador-lector, a fin de establecer
cuál es su papel en esta apatía,
desinterés, ignorancia o visión
deformada que el espectador-lector tiene de su
entorno.
Luego trasladaremos
la discusión hacia lo institucional, para
hablar de Ética y su impacto en el concepto
de realidad (mediática, literaria, científica
y/o virtual); para comprender el entrampado en
que nos encontramos los usuarios, pues si no
entendemos las diferencias y aprendemos a convivir
con ellas, nuestra relación de espectadores-lectores
con el entorno nunca atravesará a un estado
superior.
Los bloques
anteriores servirán para culminar con
nuestra apelación a la falta de Ética
del receptor hacia sí mismo, demostrada
en su desinterés para ejercitar una percepción
ético-crítica que desarme el poder
mediático, probada con su preferencia
(rating) hacia programas de televisión,
radio y publicaciones –al menos en México-
cuyos contenidos brillan por su frivolidad, ligereza
y escándalo (periodismo de espectáculos
en su mayoría).
La ruta trazada
me lleva a un término que en el presente
podemos calificar como “de moda”.
La poca explotación del castellano se
ve de pronto atajada por algún personaje
de la esfera social que decide rescatarla del
olvido y dotarla de nuevos significados con fines
que pueden ir de lo inconfesable a lo loable,
labor que la literatura periodística,
y en ocasiones la artística, aceptan gustosas
y de inmediato incorporan en su léxico
y el de sus seguidores sin comprobar su existencia:
SOLIDARIDAD, CAMBIO, AMLO, BIENESTAR, EN INFINITUM,
TRANSQUILAR, y muchas que en un repaso mediático
podemos rescatar. “En el espacio social
las verdades se crean a través de la publicación
de opiniones y juicios... Anunciantes y políticos
repiten una y otra vez eslóganes hasta
que se convierten en realidad siendo enunciados
por una sola persona o institución”
(Rausell y Rausell, 2002, p. 33).
Lo que pocos
son capaces de hacer conciente, y desde ahora
apelamos a la carencia de ética en el
trabajo periodístico, es el riesgo en
el que colocan la riqueza de nuestro lenguaje.
La sobreexplotación desgasta, desestima
y envía a los términos al cajón
de los insalvables. El rescate de aquellos vocablos
alguna vez mencionados provoca el retorno histórico
en las mentes de quienes les escuchan para hacerse
palabras de viejos tiempos.
Ética
es una de esas unidades del lenguaje que hoy
es la salida fácil que explica nuestra
problemática social y por supuesto mediática.
Los problemas que antes eran de educación
o de economía, en el presente son asuntos
de ética. Debemos reconocer que el aterrizaje
de esta palabra en el léxico de moda responde
a los momentos de México del 2000 al 2006,
a los tiempos del CAMBIO TRANSQUILADO, en donde
la palabra ética inserta de perfecta manera
en el estilo discursivo del político de
este periodo que antes de que culmine ya se ha
hecho histórico; el de los hombres de
la extrema derecha que con ética y valores
creen que pueden resolver los múltiples
conflictos que no terminaron en 15 minutos.
Las instituciones
de control social se han subido al barco discursivo
para enarbolar a la Ética como preocupación
fundamental, baste pensar en frases como “tienes
el valor o te vale”, de la empresa Televisa,
por mencionar solo a una pero también
vale voltear a las preocupaciones fundamentales
de las instituciones educativas y religiosas
que hacen de la Ética –a modo, ¡claro
está!- una ventaja competitiva en su formación
de seres humanos.
El tema anterior,
respecto al uso y desuso del vocabulario, bien
sería digno de atacar desde los espacios
de la comunicación política pero
volvamos a la Ética en los terrenos del
periodismo y la literatura.
Es imposible
no reconocer a los hombres que, sin mediar intereses
oscuros, aportaron grandes ideas al tema de la
Ética: Aristóteles en su Ética
a Nicómaco, Fernando Savater: “Podemos
tomarla como el conjunto de costumbres en una
época determinada y considerar que son
estrategias vitales de las sociedades... Hoy
podemos entender la ética como un arte
de vivir cuyo fundamento es precisamente la ausencia
de sanciones” (Arias, 1996. p. 134); Adolfo
Sánchez Vázquez: “La ética
es la teoría o ciencia del comportamiento
moral de los hombres en sociedad” (Sánchez,
1969. p. 22); o el mismo Habermas en la Teoría
de la Acción Comunicativa en su referencia
a una acción comunicativa ética.
Cada uno en su tiempo y su discurso han buscado
poner la palabra como rectora del pensar y el
hacer.
Tratar el tema
de la ética en los medios masivos de
comunicación es complicado porque se
van a encontrar tantas actitudes y puntos de
vista como personajes involucrados en el tema,
ya que cada uno de ellos interpreta su comportamiento
de acuerdo con el conjunto de principios y valores
que rigen su desarrollo personal y profesional
(Cruz, 1999).
Pero hoy, desde
el pensamiento relativista hasta el absolutista,
se reconoce a la Ética como principio
clave en el desarrollo de nuestras acciones,
incluidas y obligadas las comunicativas.
Mentir, engañar,
deformar, ocultar, cambiar, alterar, convierten
a lo comunicativo en acción antiética.
¿Mienten, engañan, deforman, ocultan,
cambian, alteran los hechos aquellos que hacen
periodismo?, ¿son seres antiéticos
per se? Hace tiempo millones de seres
humanos dejaron de creer que el mundo es dicotómico,
aunque suman otros tantos millones los que aún
lo perciben así. Nunca un todos pero jamás
un ninguno.
Periodismo antiético
lo hacen los hombres y mujeres de la profesión
con objetivos inconfesables, quienes obtienen
prebendas políticas o económicas,
unos cuantos que utilizan la pluma simplemente
para tomar dictado de aquello que se les indica,
los que esperan recibir una mejor posición
en su diminuta esfera de poder, los que han dejado
de creer en el concepto de público, aquellos
a los que el lector no inspira respeto alguno.
Se sabe quiénes son, el rumor los atrapa
y la duda sobre sus dichos permanece. Creemos
que son necesarios para validar el trabajo de
los otros, muchos, que son ajenos a juegos como
los descritos. ”Algunos piensan que la
ética consiste meramente en evitar embutes
y conflictos de interés. La variedad de
visiones acerca de lo que es o no un problema
ético ha obstaculizado a periodistas cuando
han tratado de luchar a brazo partido con su
ética” (Goodwin, 1994. p. 404).
El conflicto
radica en aquellos desconocedores de la relevancia
de su rol, a los que nunca podríamos calificar
de antiéticos sino de ignorantes de la
Verdad:
Advertimos
cierto menosprecio por el concepto de verdad,
tanto a nivel estatal como en el ámbito
mediático. Me refiero a la veracidad
exigible a la información que remite
a los hechos, no ya a su interpretación...
Por otro lado, tampoco la veracidad de un hecho,
y el conocimiento del mismo por parte del periodista,
presupone su publicación (Rausell y Rausell,
2002, p. 49).
Es en estos
hombres y mujeres en donde se anidan los más
grandes problemas. Muchos de ellos, compañeros
periodistas, no han hecho consciente su papel
de constructores de la realidad del espectador.
Las razones: necesidad de un salario, velocidad
de una profesión: “La velocidad
sólo sirve para tener a la gente en vilo,
inquietarla y crearle la ficción de estar
participando en los acontecimientos: se te comunica
el evento con carácter de urgencia como
si pudieras hacer algo, modificar en algo el
acontecimiento” (Durandin, 1995, p. 14);
falta de preparación científica
sobre su papel –con pleno reconocimiento
a sus habilidades técnicas-, pasión
por unos temas versus desinterés por otros
tantos, o la añeja discusión de
la inexistente objetividad, “... no hay
posibilidad de conocimientos de la totalidad
y son los valores de los investigadores los que
establecen las franjas que se privilegian. Por
tanto, no hay criterios para definir qué
conocimientos son más decisivos que otros
para explicar la realidad social” (Osorio,
2002, p. 24).
Este tipo de
periodista desconoce -por una historia personal-
a la sociedad a la que pertenece, a la que “sirve”
e “informa”. Si no está cerca
de su lector, en un ejercicio real de atención
a sus preocupaciones ¿cómo transmitir
la realidad del espectador desconocido?
Gran parte
de los estudios de campo llevados a cabo dentro
de las empresas periodísticas demuestran
que los profesionales del medio se relacionan
básicamente con otros de su mismo gremio,
de vez en cuando y con cierta desconfianza con
las fuentes, y casi nunca con los receptores
(Rausell y Rausell, 2002, p. 59).
Cientos de voces
apelan a la normatividad desde la ética
de la labor periodística pero antes sería
necesaria una formación integral dentro
de la cual está la Ética.
Simplificando
mucho, podríamos resumir que el quehacer
periodístico de hoy asume tres premisas
clave: 1) En el sistema de libre mercado en
el que vivimos, el receptor de la información,
como colectivo, es quien, a través de
la compra de las noticias, dicta al medio de
qué quiere que se le informe, configurando
qué se constituye en noticia y, por ende,
en realidad social. 2) La función del
medio de comunicación de masas es hacer
de árbitro o mediador entre las distintas
fuentes que pugnan para que sus acontecimientos
se conviertan en noticias, y su función
ideal sería la de intermediario entre
las demandas sociales y los dirigentes. 3) Según
estas coordenadas, existen acontecimientos que
son, en sí, más noticias que otros,
según una lógica interna (Rausell
y Rausell, 2002, p. 53).
Pero debemos
reparar, nunca como justificación sino
por entendimiento del fenómeno, en que
estos constructores de la realidad social forman
parte de un ente organizacional cuyos fines se
asientan en el cerebro ideológico de la
empresa mediática, si es que se tienen.
No perdamos
de vista que las empresas privadas dedicadas
a la emisión de información son
precisamente eso: empresas privadas, así
que el primer objetivo –declarado o no-
es hacer dinero o dicho de manera más
elegante: la rentabilidad, que depende de las
condiciones de compra del espectador.
El modelo mediático
para México fue establecido en los 50,
y lo comercial es su origen. Más de cincuenta
años después no puede haber sorpresas.
La historia misma de la televisión mexicana
así lo refleja: “pero desde luego
la televisión es la gran sinopsis visual
del siglo y el horizonte del aprendizaje visual
ponderado de manera extraordinaria por sobre
el aprendizaje de la letra impresa” (Nieves,
2000).
Ante la imposibilidad
o precaución por estar ahí, justo
en el lugar en donde ocurren las cosas, hemos
depositado en los medios masivos de información,
sus hacedores y sus mensajes nuestra confianza,
la credibilidad para contarnos lo que sucede.
Hoy los medios y sus periodistas son la ampliación
de la mirada de todos y cada uno de los que desean
ver, saber, comprender y estar mientras los hacedores
de mensajes audiovisuales -¿concientes
de ello?- decidieron porque el teleauditorio
se los demandó.
El productor
de información, por el contrario, si
bien no goza de un poder absoluto para construir
la realidad, puesto que debe elegir entre hechos
que realmente han sucedido (al menos en la mayoría
de los casos), tiene un margen de acción
muchísimo más amplio que cualquier
receptor de noticias y, por tanto, una responsabilidad
considerablemente mayor en la construcción
del presente social (Rausell y Rausell, 2002,
p. 61).
Y de inmediato
pensamos en la Ética de esos que están
en la otra parte del proceso: jefes de información,
productores de espacios informativos, dueños
de estaciones mediáticas. Ética
de negocios y ética de la información.
¿Pueden estos conceptos compuestos competir
contra el rating? “Ellos” son quienes
-solamente en un primer momento- deciden lo que
habremos de ver.
No creo que
en México el anchorman constituya un
punto de vista. Un anchorman es una destrucción
de las alternativas de información, pero
no un punto de vista... El punto de vista se
decide en otra parte, no se decide en la televisión;
se decide en la experiencia diaria, en la relación
de cada familia y de cada persona con la economía,
en los juicios o prejuicios ideológicos,
en el grado de enfado y desesperación
que se tenga al cabo de una jornada de trabajo
y búsqueda de empleo; ahí se decide
(Nieves, 2000).
En las manos
de estos personajes está la mediatización,
están las mentes de los fieles seguidores,
“... los medios, más que mediar,
intervienen de forma determinante en la construcción
de la realidad social y esta intervención,
en un entorno democrático y a partir de
sus parámetros, no es del todo legítima”
(Rausell y Rausell, 2002, p. 71).
Construyen la
realidad con tan solo apretar un botón
que exhiba las imágenes que nos han cocinado
a lo largo del día: muertos por el mundo
producto en el pasado de accidentes espectaculares
y en el presente por culpa del terrorismo, escándalos
en video por dineros (mal) repartidos, una ciudad
violenta en todos sus rincones, una cantante
exculpada por la prensa mas no por sus detractores...
mientras el espectador, lector, perceptor, lo
cree o parece creerlo.
Hoy más
que nunca se hace necesaria una Ética,
por convicción antes que por ley, que
favorezca al espectador. “Los derechos
de la sociedad y los particulares ante los medios
son parte del compromiso que los propios medios
tienen con sus audiencias. Son pautas de conducta
para asegurar esos derechos” (Trejo, 1995).
Es el tiempo
de continuar el ataque frontal a lo mediático,
pero no desde la demanda hacia unos medios que
parecen no escuchar, sino desde un perceptor
que debe ser participante activo de su propia
realidad.
En líneas
anteriores, reconocíamos el papel del
jefe de información o del dueño
del negocio como un primer elector de aquello
que deseamos ver pero, se ha dicho en múltiples
ocasiones, el poseedor del control remoto que
selecciona canales o frecuencias, es quien decide
qué medio impreso comprar.
Aparece aquí,
de nuevo, otra palabra de moda mediática:
“empoderamiento”, traducción
del término acuñado en la administración
anglosajona “empowerment”: dotar
al empleado de las herramientas materiales y
de información para tomar sus propias
decisiones acorde a los intereses de la empresa.
Llevemos el
anglicismo a los terrenos mediáticos:
formar en el lector, espectador una percepción
ético crítica respecto a su realidad
primero para luego aterrizarlo en la realidad
mediática y otras realidades más.
Los integrados
optimistas coinciden con los apocalípticos
en reconocer que los acontecimientos que el
medio selecciona como noticias realmente influyen
en el receptor persuadiéndole de que
esa es la realidad, ante la cual el receptor
efectivamente reaccionará. De este modo
el receptor tiene la posibilidad de convertirse
en protagonista social, en actor de nuevos acontecimientos
sociales que los medios a su vez elevarán
al rango de noticias en futuras ediciones. Esta
espiral de retroalimentaciones mutuas es la
marca que legitima al medio en un entorno democrático;
sucesivamente como correa y catalizador de la
realidad social (Rausell y Rausell, 2002, p.
55).
Es necesario
que las instituciones de control social, principalmente
las escuelas y tal vez lo haríamos extensivo
a las religiosas (más allá de los
puntos de vista, es indudable su peso en la sociedad),
dediquen un espacio a lo que ocurre en los medios
masivos de información, al quehacer periodístico
a fin de que en un ejercicio comunitario se contraste
la realidad circundante con otras realidades:
mediática pero también virtual
ante el creciente impacto de la tecnología
en la vida cotidiana. “La llamada realidad
virtual es una irrealidad que se ha creado con
la imagen y que es realidad sólo en la
pantalla. Lo virtual, las simulaciones amplían
desmesuradamente las posibilidades de lo real;
pero no son realidad” (Sartori, 1997. p.
33).
¿Están
las sociedades tan saturadas de información
que prefieren rendirse a las realidades mediáticas
y virtuales?, ¿el desencanto ante la realidad
social es de tal magnitud que preferimos las
realidades pseudoliterarias y ficcionales?
Hoy mientras
que existe una realidad, considerada como tal,
que permanece en el campo de nuestra experiencia
directa cotidiana, y en relación con
la cual podemos escuchar o pronunciar enunciados
verdaderos o falsos, existe una segunda realidad
que solo conocemos a través de los medios
de comunicación, que es tan inmensa y
contradictoria que ya no somos capaces de discernir
los enunciados verdaderos de los falsos y nos
referimos a ella en términos de verosimilitud
o inverosimilitud... Esto es, le aplicamos los
mismos criterios con los que evaluamos la ficción
(Rausell y Rausell, 2002, p. 32).
No se trata
aquí de considerar la batalla para cambiar
los medios como caso perdido pero ante lo poco
que se ha ganado, los preocupados por su influencia
debemos buscar nuevos flancos de ataque y el
perceptor es la mejor trinchera.
También
podemos darnos cuenta de la importancia de ser
críticos al exponernos ante los medios
y en general ante cualquier producto cultural,
tratar de ver y entender lo que y quiénes
están detrás de ellos, ya que
todo esto tiene un impacto muy fuerte en la
conformación de nuestra propia identidad,
y modifica tanto las formas de interacción
de nuestra sociedad, como el rumbo que toma
(Loyola, 2001).
El trabajo que
se propone aparece mucho más complejo
pues implica ir de poco en poco tras pequeños
grupos “predicando” las falacias
de los medios. Debemos participar con la gente
para establecer esos contrastes entre la realidad
mediática y la realidad cotidiana, solo
así podremos equilibrar nuestra balanza.
Retomar la agenda de medios pero con la intención
de ampliarla y hacerla más compleja, menos
reduccionista de los tres o cuatro temas que
dominan la discusión nacional.
El ejercicio
arranca en cuestionar al lector con asuntos como
¿se parece eso que ves en los medios a
aquello que te sucede en el día a día?
No se trata de orillar a nadie a dejar de consumir
las realidades mediáticas en tanto ofertantes
de un entretenimiento a veces único en
sociedades sin amplias posibilidades, por cuestiones
financieras o simple desconocimiento:
En la medida
en que los espectadores dispongan de instrumentos
pertinentes para poder recomponer (reinterpretar)
las apariencias que ofrecen las telepantallas
con otros componentes determinados en el mundo
real, podrá hablarse de la capacidad
de la televisión para suscitar la conformación
de algunas verdades (Bueno, 2002, p. 233)
Conviene incorporar
a nuestras discusiones esa realidad que presentan
los periodistas, nutrir la construcción
que de la realidad hacen los perceptores.
La transformación
de esta sociedad mediatizada es una tarea sin
exclusividades, no apta para los descalificadores
per se de lo mediático, eso no
ha provocado aún ningún resultado
relevante. Se requiere de integrados que con
plena conciencia del poder mediático,
se expongan a ellos para –con conocimiento
de sus contenidos- poder rebatirlos:
Cada vez es
más difícil encontrar un acontecimiento
no convertido en noticia, un placer sin publicidad
previa... Sin embargo, los museos ordenan estas
búsquedas y transgresiones, los medios
masivos nos preparan para llegar a ellas sin
sorpresas, las ubican dentro de un sistema clasificatorio
que es también una interpretación,
una digestión (García, 1990. p.
99)
La sociedad
de hoy cumple con lo acuñado por Sartori,
una Sociedad Fragmentada, una que conoce al mundo
a pedazos y a la que bastan estos pedazos, sin
conciencia por la ética de sí mismo
entendida ahora como dignidad de sí y
para sí.
En otra versión
de esta tendencia tenemos la idea de una suerte
de recopilación de “pedacería
social”, con discursos que se recrearán
detallando exhaustivamente algún trozo
de realidad, pero olvidando el interrogante
por el lugar en un todo mayor, o bien construyendo
realidades-mosaicos por la vía de la
sumatoria de la pedacería, pero con ausencia
de una visión holística (Osorio,
2002, p. 33).
Lejana está
hoy más que nunca la sociedad del conocimiento
ante el mosaico de realidades en que estamos
inmersos. “El conocimiento, tanto de la
autopercepción social (superficie) como
de la ubicación real (capa profunda),
nos ofrece información y posibilidades
superiores de comprensión del problema
que nos ocupa, a si conocemos uno solo de estos
elementos” (Osorio, 2002, p. 42).
¿Hasta
cuándo y hasta dónde va a permitir
este perceptor, público, espectador, lector,
el avance mediático?
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[2004, Septiembre 13].
Mtro.
Gabriel Zaldívar Rivero
Profesor del Departamento de Comunicación,
ITESM Campus Estado de México, México. |