Por Nancy Díaz
Número
45
El
desafío que propone esta discusión,
será abordado aquí desde una mirada
muy específica, o mejor dicho puntual
ya que no estamos hablando de su pertinencia.
Trabajaremos con la categoría tiempo y
con la dimensión temporal para dar cuenta
de este debate. Pero primero intentaremos explicar
los motivos de esta decisión.
La consigna
de discusión de este texto introduce desde
el comienzo la provocación necesaria en
todo debate. Qué es democratizar la comunicación
en tiempos de globalización y de revolución
tecnológica de la información.
En primera instancia, parece afirmar que es posible
democratizar la comunicación; y en segundo
lugar, también afirmaría que esto
es posible en el contexto de la globalización
y la revolución tecnológica.
Semejantes afirmaciones
obligan a que vayamos por partes, tomando cada
uno de estos postulados, reconstruyéndolos,
para luego reconstruirlos.
Democratizar
la comunicación implica pensar en puntos
de encuentro, de comunión, de poner en
común experiencias y aspectos materiales
y simbólicos de la vida. Implica, también,
hacer extensivos estos puntos de encuentro. Pero
no nos confundamos, sabemos que la comunicación
es constitutiva del ser humano. En este sentido
no hay sujeto que no forme parte de procesos
de comunicación.
Entonces, ¿Cómo
democratizar lo que ya es de todos? Tal vez,
el postulado refiera a garantizar la participación
igualitaria de todos los sujetos. Pero una vez
más caeríamos en una falacia, ya
que también sabemos que la comunicación
es un proceso asimétrico de producción
de sentido. En ella, o a través de ella,
se despliegan estrategias de poder.
El poder marca
diferencias, pero sobre todo desigualdades. Y
si hay algo que se ha incrementado en el mundo
actual son justamente las desigualdades, que
hoy se constituyen desde la exclusión
social, política y económica más
feroz que jamás hemos conocido.
Entonces, también
es errático este camino para comprender
la democratización de la comunicación.
Tal vez el camino
menos conflictivo sea asimilar comunicación
a información, que nos permitiría
eliminar varios de los escollos anteriores, aunque
no todos. Pero no será nuestro rumbo,
dado el reduccionismo y facilismo que esto propone
dejando de lado la complejidad del fenómeno
comunicacional. Tal vez haya que explicitarlo
una vez más: no es lo mismo comunicación
que información, y esta discusión
no es meramente técnica, sino que es fundamentalmente
política e ideológica. Ya en la
década del 60, en América Latina,
el pionero Antonio Pasquali nos advertía
sobre estos planteos.
Entonces, podemos
aventurarnos por otros caminos que nos lleven
a afirmar que democratizar la comunicación
podría ser sinónimo de transformación.
Transformación de las realidades concretas
de existencia en el plano material y simbólico.
Dicho cambio debe gestarse fundamentalmente en
la vida cotidiana de los actores sociales y a
la luz de estas circunstancias de vida. Y solo
podría ser medible y valorable en virtud
de sus mismas condiciones.
Pasemos al segundo
punto: tiempos de globalización y revolución
tecnológica de la información.
Ya no se puede, o nunca se debería haber
podido, pensar la complejidad de la globalización
como el contexto o el marco en el cual se dan
determinadas prácticas, que como tal las
tiñe y no las constituiría medularmente.
Este proceso no nos habla de la similitud exacta
entre prácticas diversas, nos habla de
instancias generalizadas, entre las que también
se encuentra la diferencia, la desigualdad y
la exclusión que enunciáramos párrafos
atrás.
Entonces sí,
no podemos negar el debate entre lo local y lo
global, y la constitución del sujeto desde
la cultura mediática. La globalización
y la revolución tecnológica de
la información, de la mano del proyecto
político y económico que las sustenta,
nos marca una vez más la imposibilidad
de seguir pensando en las macro utopías
de décadas pasadas. Si de utopías
se trata, tal vez sea hora de la utopía
entendida en términos propuestos por Freire,
no como lo idealista inalcanzable, sino lo dialéctico
que denuncia la estructura deshumanizante y anuncia
la humanizadora.
Recorrido este
camino, proponemos retomar la problemática
desde la vida cotidiana. Situarnos en procesos
micro sociales y dar debate desde allí.
Este posicionamiento se sitúa abiertamente
en complementariedad a los planteos desarrollados
hace 25 años. Es decir, no pensaremos
en postulados de denuncia generales (crítica
a la concentración informativa o a la
inequidad en la distribución de la información,
grado de imposición tecnológica
y de desigualdad que genera) y en propuestas
macros (pedido de pluralidad de canales, de ampliar
la propiedad de los medios o retomar las relaciones
interpersonales).
Nuestro planteo
se alejará radicalmente del postulado
que a mayor concentración de medios, menor
diversidad y su consecuencia inevitable sería
la disolución de la identidad. No concebimos
que exista pérdida de identidad, ya que
la identidad es una construcción relacional,
y nuestra esencia latinoamericana es ser mestizos
culturales, lo cual nos debería llevar
a perder el miedo a los incesantes cambios culturales.
La propiedad
de los medios es otro punto que no tocaremos,
no porque no exista nada para decir al respecto
(y en esto el actual debate de la ley de radiodifusión
en Argentina es un claro ejemplo de vigencia
de estos planteos), sino por la perspectiva enunciada
anteriormente.
Si hay algo que estos planteos
no han tenido en cuenta, desde su mirada instrumental
y lineal de la comunicación es, precisamente,
que dar la voz a los otros no siempre garantiza
una mirada contra hegemónica o distinto
signo en los discursos.
Si pensamos a la comunicación
como el factor dinámico pero a la vez
reproductor de la cultura, no podemos dejar de
pensar en la dimensión intersubjetiva
en la cual también se juegan estos procesos.
La comunicación
como campo de saber ha priorizado a lo largo
de su constitución el abordaje y el estudio
de los medios de comunicación.
Al menos dos
grandes líneas han ido contra esta corriente
(o tal vez, complementariamente). Primero, algunos
trabajos al interior de la escuela de Palo Alto,
que con sus estudios interdisciplinarios ha centrado
su mirada en las prácticas cotidianas,
rescatando abordajes comunicacionales propios
de las relaciones interpersonales y priorizando
la comunicación cara a cara y la comunicación
no verbal.
Segundo, la
perspectiva de comunicación/cultura que
se conforma en la década de los ochenta
y que viene a recuperar terrenos y objetos de
estudios extraviados, nunca encontrados o siquiera
buscados, retomando los aportes de los estudios
culturales.
Estos últimos
abordajes parten de pensar a las prácticas
sociales como lugar de análisis indiscutible
para el estudio de la comunicación. Dichas
prácticas son protagonizadas por los sujetos,
en contextos sociohistóricos y culturales
específicos, y bajo determinadas conformaciones
y representaciones de tiempo y espacio.
Estas representaciones
temporoespaciales se constituyen como algo más
que meras coordenadas objetivables socialmente.
Son construcciones intra e intersubjetivas que
preñan cada acto, cada postura, cada modo
de ser, estar y actuar en el mundo.
El espacio,
como punto de encuentro con los otros y conformado
por y conformador de la relación con esos
otros ha sido abordado por miradas sociales,
culturales y comunicacionales. De aquí
se desprenden los estudios sobre la ciudad, entre
otros. Sin embargo, el tiempo no ha corrido la
misma suerte desde los estudios de comunicación.
Aún queda mucho camino por recorrer desde
una mirada comunicacional de la problemática,
que construya desde un lugar diferente aquello
que ha sido tradicionalmente abordado por la
física y la filosofía, y en un
segundo lugar por la perspectiva psíquica
y también biológica.
No hay que perder
de vista que las concepciones temporales han
sido ampliamente trabajadas en ciencias sociales.
Muchos han sido sus abordajes y conceptualizaciones.
Desde la modernidad, básicamente se ha
retomado al tiempo desde una secuencia constituida
por un pasado, un presente y un futuro. Si bien
nuestro propio modo de comprender el tiempo no
escapa a la vivencia cotidiana de esta conceptualización,
se toma aquí a la categoría tiempo
como culturalmente variable e históricamente
construida, constituida por múltiples
capas de superposición y no únicamente
con instancias sucesivas.
Ninguna práctica
puede realizarse, pensarse, recordarse o proyectarse
sin recurrir a dimensiones de espacio y tiempo.
Sin embargo, estas dimensiones no son únicas,
estables u homogéneas para toda circunstancia
o sujeto, a diferencia de lo que nos presenta
nuestra primera referencia basada en el sentido
común. El tiempo no es sólo lo
cronológico, medido por reloj, ni el espacio
es sólo el lugar físico en el cual
estamos. Ambos son construcciones culturales,
las cuales se expresan en las experiencias de
los sujetos vivenciadas tanto interna como externamente.
La mayoría de los analistas sociales abordan
las dimensiones espaciotemporales como ‘contornos
de la acción’, asumiendo la posible
medición cronológica. Esta postura
mayoritaria no contempla que las relaciones de
espacio y tiempo son constitutivas de la producción
y reproducción de lo social y a la inversa;
es decir, las dimensiones espaciotemporales son
estructuradas por la cultura y, a la vez, tienen
un efecto estructurador al interior de las relaciones
sociales.
En este sentido,
la categoría de tiempo es a la vez universal
y particular (toda cultura posee categorías
temporales, pero cada una le otorga sus propios
significados). Incluso conviven distintas temporalidades
dentro de una misma sociedad.
Si se concibe
que el tiempo no es externo a las acciones sociales,
sino que es parte constitutiva de ellas, se está
en condiciones de afirmar, siguiendo a Norbert
Lechner, que el tiempo no es una variable externa
y de existencia previa a las acciones políticas,
sino un objeto de estas acciones. Esta perspectiva
avala considerar al tiempo como una instancia
central (aunque no la única) en las prácticas
sociales. En esta centralidad compartida de la
categoría de tiempo al interior de las
prácticas sociales se visualiza la importancia
política de la misma como conformadora
de la subjetividad. Si el tiempo es un modo a
través del cual se ponen en juego las
relaciones de poder, analizar su relación
con la subjetividad al interior de un planteo
de democratización de la comunicación,
no es tarea menor.
Tiempo,
comunicación y percepción
Pensar
en la relación entre comunicación
y tiempo es pensar en varios niveles de análisis.
Por un lado podemos partir del indiscutible nivel
temporal de todo proceso comunicacional. Es decir,
toda comunicación se da en un tiempo cronológico
social. No existe la producción social
del sentido en una supuesta dimensión
atemporal. Todo proceso de producción
de significados se produce en un presente, que
puede o no ser el mismo presente para los distintos
sujetos que forman parte de dicho proceso.
En este sentido,
por otra parte, el tiempo se constituye en una
indiscutible coordenada de la percepción
de los sujetos que a la vez construyen procesos
sociales de comunicación.
Las representaciones
y percepciones se construyen, afirmamos aquí,
ligadas a las concepciones temporales que se
tenga, entre otros elementos que entran en juego.
Según sea las concepciones temporales
que la sociedad tenga, y las vivencias propias
temporales de cada sujeto, las representaciones
y percepciones del mundo y de las prácticas
sociales en él, variarán.
Se parte de
concebir que la modernidad ha conformado trayectorias
sociales pautadas o hegemónicas. Es decir,
daría la sensación que la modernidad
se encargó de prefijar en el imaginario
de los sujetos “modos” exitosos de
transitar por la vida. Estos modos jerarquizan
ciertas prácticas, ciertos capitales,
pero no de manera anárquica, sino que
también se estipula el orden y la concepción
temporal en que dichas prácticas deben
ser realizadas, marcando de este modo ciertas
trayectorias “ideales” o hegemónicas.
Se plantea aquí que un sujeto puede realizar
prácticas reconocidas socialmente pero
en un momento diferente al pautado de manera
hegemónica. También se plantea
que el tiempo puede ser considerado de diferente
manera, pero que culturalmente está condicionado.
Se entiende por trayectoria el desplazamiento
que los sujetos van desarrollando a lo largo
de la vida por diversas posiciones sociales.
Dichas trayectorias incluyen las relaciones que
los sujetos van estableciendo con los otros sujetos
y con los capitales culturales y económicos.
Si bien las trayectorias son individuales, se
definen desde parámetros sociales o relacionales.
Cuando un sujeto
construye socialmente otra trayectoria diferente
a la pautada en términos sociales puede
alterar, por ejemplo, el orden de aquellas prácticas
promovidas. Este nuevo orden generaría
concepciones del tiempo diferenciales.
Es decir, si
un sujeto realiza prácticas reconocidas,
pero a “destiempo”, en algún
sentido rompe con parte de la trayectoria hegemónica.
Este desfasaje está dado desde el orden
de las prácticas, en la sucesión
temporal en la que van siendo realizadas.
Por lo anteriormente
expuesto, un supuesto importante es que la concepción
temporal que se tenga, se encuentran íntimamente
relacionadas con las trayectorias de los sujetos.
Se parte de pensar que los sujetos se desplazan
por el espacio social ocupando posiciones, las
cuales están dadas por los diversos capitales
que el sujeto posee. Los desplazamientos entre
las distintas posiciones van estructurando una
trayectoria, que si bien es individual, debe
comprenderse como relacional.
Es pertinente
aclarar que cuando se enuncia a las trayectorias
propuestas por la modernidad como hegemónicas,
se habla de recorridos ideales y no de “biografías
anticipadas”. Si estuviéramos pensando
en biografías anticipadas no estaríamos
reconociendo las construcciones de los sujetos
o la movilidad de las trayectorias. Se indagarán
prácticas emergentes, por lo tanto, se
parte de una concepción que contempla
el cambio como parte de la dinámica social
(que puede ser a corto o a largo plazo). Asimismo,
se parte del supuesto de una dinámica
del conflicto, ya que se considera que el manejo
del tiempo y las representaciones sobre él
forman parte de una disputa social.
Si bien una
primera interpretación asocia fuertemente,
como decíamos anteriormente, el presente
al pasado, se vislumbra un puente hacia el futuro.
Pero este puente no se construye en alguna arista
del propio accionar, sino en los otros. Aquí
entran en juego los sucesores, y los significados
se trasladan hacia ellos. Este desplazamiento
habla del cambio pero aceptando la finitud de
la vida y, por sobre todas las cosas, un tiempo
social que se impone por sobre las trayectorias
individuales. La resignación se muestra
en el propio hacer y proyectar, pero la resistencia
se proyecta en los otros que son modos de continuar
lo que cada uno piensa que no puede concluir.
La tensión
permanente entre las nuevas apropiaciones y las
que repiten modelos ya consolidados se visualiza
en cada acto y en cada discurso. Tensión
que permite múltiples lecturas a la luz
de cada perspectiva. Es imposible visualizar
instancias puras de reproducción o cambio.
Según el lugar, la balanza se inclina
a uno u otro lado. Aún así, no
deja de tener dos lados y no deja de ser un choque
permanente que instala la pregunta en un lugar
central, jerarquizando el cruce entre las instituciones
y la comunicación.
La identidad
relacional se construye desde la noción
temporal, donde los jóvenes y los adultos,
por ejemplo, marcan el universo simbólico
de sus prácticas sociales y de su propia
motivación.
Otro modo de comprender el tiempo es desde el
marco que establece Martín Barbero en
tanto temporalidades sociales. En este sentido,
el acento está puesto en las diferentes
temporalidades que atraviesan los pueblos latinoamericanos,
temporalidades que implican modos de vida diferentes
en contraposición a aquellas temporalidades
que hablan del atraso y del subdesarrollo.
Esta característica
inhibe de plano pensar las reproducciones y cambios
desde una mirada lineal, evolutiva. Superposiciones,
destiempos, marcas contradictorias que anulan
cualquier predicción. No solo entran en
juego los destiempos para la conformación
de estas nuevas trayectorias, sino también
los modos mismos en como se conforman.
Estas líneas
han intentado repensar algunos de los elementos
que conforman la construcción de la subjetividad
a la luz de las representaciones temporales de
los sujetos.
La democratización
de la comunicación en clave temporal
Entonces, pensar la democratización de
la comunicación en clave temporal, implica
repensar las conformaciones socioculturales atendiendo
a la diversidad que allí reina. Implica
reconocer a los otros en todos y cada uno de
los distintos planos, de los cuales la temporalidad
es solamente uno.
Si las trayectorias
ideales impregnadas de la lógica de la
globalización y la revolución tecnológica
de la información, que instalan la disociación
entre tiempo y espacio, tienen modos particulares
de concebir la temporalidad, también tienen
(y no por un movimiento de causa efecto) un modo
hegemónico de concebir la comunicación.
A temporalidades sociales diversas, le corresponden
concepciones comunicacionales también
diversas. Por supuesto que este planteo se impregna
necesariamente del debate sobre la desigualdad.
La particularidad del objeto de estudio marca
en sí misma una apertura imposible de
abarcar en este trabajo. Creemos necesario retomar
en otro trabajo la pregunta por la temporalidad
para poder profundizar estos esbozos.
Lo que sí
podemos afirmar es que la respuesta a qué
es democratizar hoy la comunicación, en
parte debería estar constituida por un
diagnóstico más certero del mundo
en que vivimos, y trazando líneas de inclusión
más que de exclusión.
Sin embargo, no podemos seguir pensando la conformación
de las políticas comunicacionales solamente
desde el centro, o desde las prácticas
hegemónicas. Tampoco hablar desde los
márgenes, ya que ello ratifica el centro.
Hay que plantear en virtud de cada lógica
las particularidades comunicacionales de cada
grupo o sector. En este sentido, hay que alentar
procesos contra hegemónicos y pensar en
procesos instituyentes.
Democratizar
la comunicación implica un doble movimiento,
transformación de las realidades concretas
atendiendo a las particularidades esbozadas (entre
ellas la temporal) y transformación de
las mismas lógicas que utilizamos para
pensar la comunicación, donde el derecho
a comunicarse no es el derecho a informarse,
sino a saber y formar saberes críticos,
pero sobre todo poner en común modos de
ver el mundo. Es decir, democratizar la comunicación
es legitimar todos los modos de nombrarla y apropiársela,
no desde una postura del relativismo cultural,
sino de la inclusión social.
Notas:
*
Ponencia presentada en el panel 1: "Qué
es democratizar la comunicación en tiempos
de globalización y de revolución
tecnológica de la información"
del III Seminario Latinoamericano de Investigación
en Comunicación ALAIC.
Nancy
Díaz Larrañaga |